De héroe a asesino nazi: la investigación de su nieta cambió la historia

Enlace Judío México e Israel.- Para la aldea de Sukioniai en la zona occidental de Lituania, las proezas del general Storm, un héroe anticomunista local ejecutado por la policía secreta soviética en 1947, desde hace mucho han sido motivo de orgullo. La escuela de la aldea lleva su nombre y su lucha contra la Unión Soviética también se conmemora con un monumento tallado en piedra al lado de la granja donde nació.

ANDREW HIGGINS

Sin embargo, desde siempre ha habido rumores persistentes de que el general Storm, cuyo nombre real era Jonas Noreika, también ayudó a los nazis a asesinar judíos, pero esas afirmaciones se descartaron, en gran medida, como la obra de fuereños de mala voluntad que organizaron una campaña bien orquestada por parte de Moscú para acusar a sus enemigos de fascistas.

No obstante, culpar a la propaganda rusa se ha vuelto mucho más difícil gracias a la nieta de Noreika, Silvia Foti, una ciudadana lituana-estadounidense proveniente de Chicago que ha pasado años investigando una biografía de su familiar venerado y en julio reveló al público su impactante conclusión: su abuelo era un feroz antisemita y colaborador nazi.

Su veredicto inequívoco —anunciado en un artículo publicado en Salon— ha iniciado un debate emotivo dentro de Lituania y ha detonado una ráfaga de reportajes que dicen “se lo dijimos” por parte de los medios controlados por el Estado en Rusia.

“Fue muy impactante”, dijo Foti en una entrevista telefónica acerca del hallazgo de que su abuelo era un asesino, no un héroe. “Jamás había escuchado nada sobre el asunto nazi”.

También fue impresionante para Jolanda Tamosiuniene, profesora y bibliotecaria de la Escuela de Educación Básica J. Noreika en Sukioniai, donde Noreika nació al final de la única calle del poblado en 1910.

Sin embargo, lo que la conmocionó no fue el descubrimiento de Foti acerca de la complicidad de Noreika en el Holocausto —en realidad eso no era algo nuevo para los lugareños—, sino que una integrante de una familia patriótica emigrada hubiera sacado a la luz esa información y con ello haya convertido un asunto familiar privado en una vergüenza nacional pública.

“Todos hemos escuchado cosas sobre lo que Noreika hizo durante la guerra”, dijo Tamosiuniene. “Obviamente tomó el camino equivocado, pero su nieta debió quedarse callada. Todas las familias tienen asuntos terribles, pero no hablan al respecto. Es mejor no decir nada”.

Mantener las cosas dentro de la familia podría ser un mecanismo natural de autodefensa en un país pequeño y traumatizado que, desde que obtuvo su independencia de Rusia por primera vez en 1918, ha sido ocupado una vez por la Alemania nazi y dos veces por la Unión Soviética.

Pero el silencio solo ha redundado en beneficio de las afirmaciones rusas acerca de un encubrimiento y ha impuesto una sombra grande y a veces injustamente oscura sobre un país que con justa razón está orgulloso de su éxito en la construcción de una nación tolerante y democrática sobre las ruinas que quedaron después del colapso de la Unión Soviética al final de 1991.

Prácticamente nadie en Lituania está negando el Holocausto ni la participación de los lugareños. Sus horrores se enseñan en las escuelas y son denunciados por funcionarios. Últimamente, ha habido cada vez más llamados, al menos por parte de una generación más joven y menos traumatizada que la gente mayor por los recuerdos de la opresión soviética, a favor de un recuento honesto del papel que desempeñaron algunos de los héroes nacionales, como Noreika.

En efecto, durante una visita el mes pasado a Vilna, la capital, Benjamín Netanyahu, primer ministro de Israel, elogió al país por tomar “grandes medidas para conmemorar a las víctimas del Holocausto” y por su “compromiso de combatir el antisemitismo donde sea que asome su horrible cabeza”.

La investigación de Foti acerca de su abuelo ayudó a que el alcalde de Vilna le pidiera al guardián de la historia oficial del país, el Centro de Investigación sobre el Genocidio y la Resistencia, que echara un segundo vistazo a los datos para saber si Noreika merecía su estatus como héroe nacional y si debían retirar una placa en su honor en la biblioteca de la Academia Lituana de las Ciencias en Vilna.

No obstante, en una época de nacionalismo en aumento en toda Europa y tensiones aumentadas con Rusia, Noreika ha logrado mantenerse firme en su pedestal, a pesar de las manifestaciones constantes.

Los llamados para que deje de ser un héroe nacional han sido recibidos con resistencia por parte de nacionalistas y los muchos lituanos cuyos familiares fueron deportados por Stalin a regiones soviéticas remotas o torturados por la KGB, delitos que opacan el crimen mucho más grande del Holocausto y a menudo los vuelven reacios a condenar los actos de quienes se resistieron al poder soviético.

“Han construido toda una narrativa nacional en torno al combate del comunismo que no pueden desmantelar”, dijo Grant Gochin, un sudafricano de ascendencia lituana que perdió a cien familiares en el Holocausto en Lituania, según sus cálculos, decenas de ellos en territorio controlado por Noreika durante la ocupación nazi.

Para muchos ciudadanos lituanos y de los otros dos países bálticos, Estonia y Letonia, el importantísimo recuerdo de la guerra y sus consecuencias se basa en las doscientas mil personas deportadas a Siberia y Kazajistán de 1941 a 1949 y en las decenas de miles que escaparon a los bosques al final de la Segunda Guerra Mundial en una lucha desafortunada contra el gobierno de Moscú.

Para otros, sobre todo quienes tienen recuerdos familiares del Holocausto, esta es una calamidad innegable, pero es mucho menos terrible que la exterminación sistemática de más de doscientos mil judíos tan solo en Lituania de 1941 a 1945.

“Todos los países deben tener sus propios héroes. Entiendo a los lituanos en ese punto, pero ¿cómo podemos tener héroes como Noreika?”, preguntó Pinchos Fridberg, de 80 años, profesor jubilado y el único judío en Vilna que nació en la ciudad antes de la invasión nazi en 1941.

El juicio de los lituanos está nublado, dijo Fridberg, debido a un profundo miedo a Rusia y a una suposición generalizada de que cualquier cosa que haga quedar mal a su país debe ser desinformación rusa o por lo menos algo digno de escepticismo porque favorece al Kremlin.

“Sin importar lo que alguien diga o haga, mientras esté en contra de Rusia, será un héroe”, comentó Fridberg.

Actualmente, el país está lleno fosas y también de monumentos para conmemorar el Holocausto. Uno de los más grandes se encuentra en un bosque afuera de la ciudad occidental de Plunge, donde Noreika fungió como comandante del Frente Activista Lituano, un grupo abiertamente antisemita que fue ferozmente hostil ante la ocupación soviética inicial en 1940 y vitoreó a los nazis como liberadores al año siguiente.

Toda la población judía de Plunge, de más de 1800 habitantes, fue asesinada en cuestión de días después de la invasión, en su mayor parte a manos de lugareños.

Eugenijus Bunka, el hijo de un residente judío antes de la guerra que sobrevivió porque escapó a la Unión Soviética, dijo que Noreika quizá no mató judíos, y aun así era responsable por ser el administrador que firmaba las órdenes con las que se apoderaban de sus propiedades y los aislaban.

“Escucho que toda esta gente habla a gritos acerca de defender a nuestros patriotas, pero las personas que tienen otra opinión están calladas”, comentó, señalando una de las fosas donde los residentes judíos de Plunge fueron sepultados después de que sus vecinos les dispararan o los golpearan hasta morir.

Cuando Foti comenzó a investigar para escribir el libro sobre su abuelo hace dieciocho años, esperaba crear un tributo elogioso.

“Mi abuelo iba a ser el caballero blanco con armadura resplandeciente, un héroe puro de principio a fin”, agregó. “Siempre había escuchado que hizo mucho por Lituania y había muerto a la temprana edad de 36 años a manos de la KGB”.

En cambio, después de desenterrar documentos de guerra con la firma de su abuelo, relacionados con lo sucedido a los judíos, hablar con familiares y otras personas durante sus viajes de investigación a Lituania, se dio cuenta de que había sido cómplice de un asesinato en masa. Noreika, dijo, no jaló el gatillo, pero fue un “asesino de escritorio”.

Dijo que su abuelo supervisó la matanza en Plunge, a donde su familia se mudó a una hermosa casa incautada a sus propietarios judíos, y también en la ciudad cercana de Siauliai, donde fungió como jefe de condado bajo el mando nazi a partir de finales de 1941, y donde el principal edificio gubernamental ahora tiene una placa en su honor.

“Los lituanos han sido violados tres veces: en dos ocasiones por los comunistas y en una por los nazis”, comentó Foti. “Todo lo que saben es que los violaron, que son víctimas. No tienen espacio en su psique para otras víctimas”.

 

 

 

Fuente:nytimes.com

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