Enlace Judío México e Israel.- Al principio de su gestión, al abordar el tema del conflicto israelí-palestino, el presidente Trump se presentó como un mediador aparentemente neutral, interesado, sobre todo, en conseguir el “acuerdo del siglo” que pusiera fin a esa larga confrontación.
ESTHER SHABOT
Se encontró tanto con el premier israelí Netanyahu como con Mahomoud Abbas, presidente de la Autoridad Nacional Palestina (ANP), y en una expresión que lo pintó de cuerpo entero, exclamó frente a los medios y a Netanyahu mismo: “Solución de un Estado, solución de dos Estados, para mí es lo mismo, lo que ustedes prefieran, para mí está bien”.
Más avanzado su mandato, las cosas empezaron a cambiar. Presionado tanto por sus promesas de campaña como por su necesidad de mantener la lealtad de los millones de evangelistas que votaron por él, además de por los estrechos lazos de amistad y de intereses compartidos con el premier Netanyahu, tomó la decisión de mudar la embajada estadunidense de Tel Aviv a Jerusalén, abandonando así la postura internacional general de que el estatus de esa ciudad debía definirse en negociaciones entre las partes israelí y palestina. Al traspasar la embajada y omitir cualquier mención a los nexos palestinos con Jerusalén oriental marcaba hacia dónde se dirigiría de ahí en adelante su política en ese tema: Nada para los palestinos. Más aún, cuando la respuesta de Mahmoud Abbas ante lo de la embajada fue la de que Estados Unidos dejaba de ser un mediador confiable e imparcial en el conflicto, por lo que el dirigente palestino se rehusaría a participar en cualquier iniciativa negociadora impulsada por Washington.
Unos meses después, el abandono total a los palestinos se ha consumado. Trump canceló ya el monto total —368 millones de dólares— del apoyo norteamericano a la Organización de Naciones Unidas para los Refugiados Palestinos (UNRWA), los 200 millones de dólares que aportaba como ayuda a la ANP de Abbas, lo mismo que los 20 millones de dólares destinados a los hospitales árabes de Jerusalén oriental, Muqasad y Augusta Victoria, este último, el único centro de tratamiento para pacientes palestinos con cáncer. La puntilla se produjo hace unos días, cuando el gobierno estadunidense anunció el cierre de la misión diplomática de la OLP en Washington, sellando con ello una ruptura total con la representación oficial del pueblo palestino.
Es cierto que el funcionamiento de la UNRWA ha sido cuestionado por muchos motivos, uno muy importante: el que durante 70 años ha funcionado para satisfacer las necesidades básicas de sus protegidos, eximiendo a los países árabes donde se albergan muchos de esos palestinos de proceder a integrarlos en calidad de ciudadanos. Porque, si bien son descendientes de los refugiados originales, han nacido y crecido ya en esos lugares y, sin embargo, su estatus oficial sigue siendo de refugiados. El problema actual es que el corte abrupto y de tajo de la ayuda económica norteamericana amenaza con desatar una crisis humanitaria dentro de esos conglomerados.
¿Ayudará en algo esta ruptura de Washington con los palestinos a avanzar hacia una solución a su conflicto con Israel? ¿Servirá al objetivo de la pacificación el poner al liderazgo palestino contra la pared, humillándolo de la manera como a Trump le gusta hacer para doblegar a sus contrapartes y obligarlos a aceptar sus términos? Seguramente no. Porque tal táctica a lo que apunta es a que ante la crisis que vive, la ANP tome la decisión de desmantelarse.
En una entrevista concedida recientemente a la prensa por el negociador palestino Saeb Erekat, éste sugirió que en el discurso que Abbas dará el 27 de septiembre al comité ejecutivo de la OLP, ante el adverso panorama que enfrenta, podría entregarle las llaves de su administración a Israel. Ello significaría que Israel quedaría obligado a hacerse cargo de la seguridad, caminos, servicios médicos, educación y salarios de servidores públicos en las zonas palestinas de Cisjordania, acabando así de paso con la colaboración que en temas de seguridad ha existido entre la ANP e Israel desde hace más de dos décadas. Con lo cual, la ocupación israelí regresaría a las condiciones previas a los acuerdos de Oslo, cancelando las posibilidades de independencia palestina y promoviendo a futuro la anexión israelí de los territorios. Ello no sólo echaría por tierra las aspiraciones de independencia palestina, sino que también condenaría a Israel a dos posibles escenarios: Dejar de ser un Estado judío o, en su defecto, perder su calidad de democracia. En ambos casos, el proyecto original que caracterizó al sionismo en su esencia más pura, se perderá inevitablemente, y nada cercano a una convivencia pacífica aparecerá en el horizonte.
Especialista en asuntos de Oriente Medio
Fuente:excelsior.com.mx
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