El “Circo de Núremberg”, según los negacionistas

Enlace Judío México e Israel.- Nada parece detener la carrera de mentiras, calumnias y desinformación de los negacionistas. Desde hace ya algunos años y principalmente a través de los medios informáticos, no sólo se han dado a la tarea de negar de manera enfática y cínica, el proceso histórico del Holocausto, sino que ahora les ha dado por “victimizar” a los antiguos verdugos y criminales nazis poniendo en tela de juicio la legalidad, la verosimilitud y los procedimientos utilizados tanto en el primer proceso de Núremberg, como en otros procesos realizados posteriormente en esa ciudad en contra de los criminales de guerra nazis. Nos ocuparemos por el momento, únicamente del “proceso mayor” de Núremberg, aquel que fue el primero de los muchos realizados en dicha localidad alemana y que se encargó de juzgar a 24 acusados de la cúpula del poder político de la Alemania nazi, es decir, a la “crema y nata” del régimen hitleriano.

ALEJANDRO MUÑOZ HERNÁNDEZ EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Los negacionistas se refieren al de Núremberg como “un proceso viciado desde el principio”, “terriblemente parcial hacia los aliados”, y “profundamente injusto para con los derrotados” o bien como “un circo, una pantomima pseudo judicial, en donde sólo privó el espíritu vengativo de los aliados” para con los “pobres e inocentes líderes nazis”.

Se ha mencionado que el de Núremberg no contó con ninguna jurisprudencia que lo justificara, que los procesados no tuvieron garantías suficientes, que fueron coaccionados y presionados de múltiples maneras por las autoridades aliadas, para que “se acusaran a sí mismos” de gran número de crímenes y delitos, que según los negacionistas, nunca cometieron. Sin embargo, si se le analiza de manera más objetiva salen a relucir ciertos aspectos que hacen dudar de las anteriores aseveraciones.

Antes de que a los nazis de la cúpula del poder se les juzgara, estuvieron algunas semanas “presos” en el hotel Palace en el principado de Luxemburgo. Ahí fueron atendidos por camareros alemanes vestidos de librea, tuvieron lujosas habitaciones propias con agua caliente y electricidad y se les servían comidas abundantes y apetitosas, en un momento en que en Alemania y toda Europa campeaba el hambre y la escasez. Después de estas auténticas “vacaciones” se les llevó a Núremberg. En dicho proceso, algunos inculpados como Goering, Rosenberg, Kaltenbrunner y Streicher, nunca perdieron su fatuidad y arrogancia. Además, todos los inculpados tuvieron acceso a nombrar sus propios defensores y dar sus propios alegatos, lo que hicieron de forma por demás libre e inclusive temeraria, a tal grado de que en ocasiones pusieron en aprietos a la parte acusadora como cuando se mencionó el caso de Katyn, crimen cometido por los soviéticos, pero que en dicha ocasión, éstos últimos se lo “colgaron” a los nazis, debido a lo “quemados” que ya estaban éstos por la cuantía de sus crímenes. Y por supuesto, debido a la bien ganada fama de sanguinarios de los nazis, el mundo se la creyó, porque para ser sinceros, el crimen de Katyn, reprobable como todos los homicidios colectivos, palidece ante las “hazañas ” sangrientas de los nazis en los campos de Rusia y en los de exterminio. La URSS admitió este crimen hasta 1990, un año antes de su caída.

Como se sabe, algunos de los más implicados de manera directa o indirecta con la subida al poder de Hitler, la planeación de las leyes de Núremberg, los preparativos económicos, financieros e industriales para la guerra, el llamamiento al odio racial mediante insensatas campañas propagandísticas y la muerte de miles de inocentes por la utilización de esclavos forzados en la industria alemana, como Franz von Papen, Jalmar Schacht, Gustav Krupp, Rudolf Hess, Hans Fritszche y Albert Speer salieron más que bien librados. Al viejo Krupp ni siquiera se le juzgó, ya que fingió tan bien haber perdido la razón, que se desestimó el juzgarlo.

Años después fue juzgado en su lugar su hijo Gustav III, quien fue encontrado culpable y cumplió una corta condena en prisión y se le confiscaron sus industrias, que poco después le fueron devueltas. Poco faltó para que le ofrecieran disculpas y una indemnización. A otros como Papen y Schacht, figuras clave para la llegada de Hitler al poder, se les absolvió de toda culpa. En cuanto a Fritszche, locutor y comentarista de radio furiosamente antisemita, una especie de caricatura de Goebbels, también fue absuelto de todo cargo. Rudolf Hess, uno de los cerebros de las infames leyes racistas y antisemitas de Núremberg, contra la opinión de los jueces soviéticos, fue “indultado” de la pena de muerte y se le dio cadena perpetua. A Speer, quien utilizó mano de obra esclava por millones y que se creía iba a ser colgado, sólo le dieron veinte años por haber abjurado del nazismo, por detallar como había planeado, según él, asesinar a Hitler y porque fue el único que aceptó sino su culpabilidad en los crímenes cometidos, si su “responsabilidad” en lo que le tocaba de la aventura nazi.

Por otro lado, los negacionistas recalcitrantes siempre mencionan supuestas torturas infligidas a los encausados para que “cantaran” lo que los aliados quisieran, torturas de las que no se ha hallado ninguna prueba. Los acusados nunca mostraron huellas de tortura, a menos que haya sido “tortura psicológica”, y en caso de que esta última se hubiera empleado, lo hubieran sabido por lo menos sus abogados, los cuales pudieron haberlo difundido después de la condena de sus defendidos. Pero esto nunca ocurrió. Y no sólo eso: cuando las confesiones son arrancadas mediante tortura física o psicológica, un juicio no tiene tanta duración como si lo tuvo el de Núremberg -casi un año, ningún individuo resiste tanto- ni se permite a los acusados hablar con nadie, ni tener visitas que pudieran difundir la aplicación de la supuesta tortura, ni tienen el auxilio de un psicólogo, ni de ministros espirituales, ni tienen acceso a libros, ni a dar paseos por el patio para distraerse, ni a tomar baños de sol en las terrazas de la prisión, ni a escuchar misa, ni tener asistencia médica -el gordo Goering es la mejor prueba: lo hicieron perder 40 kilos y le quitaron lo drogadicto- ni a formar corrillos, ni a platicar entre sí, ni a recibir correspondencia o mandarla, todo lo cual sí tuvieron los procesados en dicho juicio.

Asimismo, cuando a los procesados se les mostraban las evidencias ya sea documentales, testimoniales, gráficas o fílmicas, si se les acusaba de crímenes no cometidos, simplemente lo hubieran negado todo en bloque, al unísono, pero ¿Qué fue lo que pasó en Núremberg? Ante el enorme peso de las evidencias, no negaron que dichos crímenes hubieran tenido lugar, sino el haber sido partícipe en ellos. ¿A quiénes culparon de todos los crímenes del nazismo? A Hitler y Himmler, quienes por haberse suicidado no podían refutar a sus antiguos camaradas. O sea, que muerto el perro de Hitler se acabó la rabia -y los crímenes- del nazismo. Así de fácil.

Pese a todo lo anterior, sí hubo “circo” en el primer Proceso de Núremberg … pero lo dieron los nazis procesados y no los jueces y fiscales aliados: en efecto, se pudieron ver escenas inolvidables como aquella que provocó las risas de todos los presentes -incluidos los encausados- ante la revelación de las “maneras” de Goering para recibir a sus visitantes en Karinhall, su ‘discreta’ villa en la campiña alemana -como el uso de toda una gama de disfraces que iban desde kimonos hasta togas romanas y una buena dosis de maquillaje que incluía colorete y rímel para el rostro del “reichsmarschall”-, además de las lágrimas del mismo Goering en su celda, poco después de saber el veredicto que lo condenaba a morir en la horca; los gestos, actitudes y respuestas irracionales de Hess ante las preguntas de los fiscales; las “razones” esgrimidas por Kaltenbrunner – “No, nunca supe nada”, “Himmler nunca me hablo nada al respecto”- ante la abrumadora cantidad de evidencias de su participación en el Holocausto; las declaraciones absurdas de Streicher sobre las supuestas torturas que sufrió en su celda -declaraciones que al parecer han servido a los negacionistas para sustentar el mito de las torturas infligidas a los procesados- y sus gritos destemplados de “heil, Hitler”, lanzados al píe del patíbulo y otras escenas similares que se dieron a lo largo de los más de diez meses que duro el juicio, nos hablan de cómo algunos de los nazis procesados perdieron mucha de su “dignidad” ante la muerte o una larga condena a prisión.

Si en algo fueron pródigos los Procesos de Núremberg fue en dar garantías a los procesados. En años posteriores, se realizaron también en dicha ciudad otros procesos contra criminales nazis: el proceso de los médicos, el de los jurisconsultos, el de los industriales y empresarios, el de los comandantes de ‘einzatzgruppen’, etc. En dichos juicios, por supuesto, la mayoría de los encausados salieron bien librados. Fueron muy raras las condenas a muerte -algunas inclusive fueron conmutadas por cadena perpetua, las que a su vez se tradujeron en la mayoría de los casos en unos cuantos años en prisión- muy pocos nazis pisaron la cárcel y cuando lo hicieron, a la vuelta de algunos años salieron libres y sin más se sumaron a la sociedad.

Décadas después, ya nadie se acordaba de los crímenes que estos individuos habían cometido o ayudado a cometer y los criminales de ayer se convirtieron en respetados médicos, abogados u hombres de empresa jubilados. Esa fue una de las consecuencias de los múltiples juicios de Núremberg. Pero ninguno tuvo la repercusión histórica de ese primer gran proceso, el llevado a cabo contra los nazis de primera categoría en 1945 y 1946. No sólo permitió conocer los entretelones de la nefasta maquinaria homicida nazi, sus planes, características y objetivos, sino que también sirvió de modelo a múltiples juicios que se han llevado a cabo en décadas posteriores en diversas partes del mundo cuando se trató de enjuiciar otros casos de violaciones graves a los derechos humanos. Sirvió también a las Naciones Unidas para crear una legislación sobre el tema de los crímenes de lesa humanidad con validez internacional y también para instituir en 1998 el Tribunal Penal Internacional.

 

FUENTES

Wiesenthal Simón, Justicia no venganza, Diana, 1a. ed. en español, México 1990.

Varios autores, Crónica militar y política de la Segunda Guerra Mundial, Sarpe, 3a. ed., Madrid 1978.

Puente, Silvia, Los médicos de la muerte, L.D, Books, Buenos Aires, 2013.

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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