La melodía y el tiempo: Yizcor 5779

Enlace Judío México e Israel- He aquí una historia de recuerdos, una canción de cuna que aprendí de mi padre. Recuerdo, o imagino a mi papá sosteniendo a su Mordjele en brazos, cantando esta melodía, “Roshinkes mit mandlaj” en mi niñez. Y terminaba siempre con el mantra: <Shlof Main Kind, Zolst Lang Leben, un Zain gezunt, duerme mi niño, que tengas larga vida y salud.

UN SERMÓN DEL RABINO MARCELO RITTNER EN YIZKOR 2018*

Una mañana se acercó a mi cama. Al ver que yo estaba dormido, entró de puntillas en la habitación. Sentí que estaba allí, pero mantuve los ojos cerrados y pretendí dormir. Papá se sentó en el borde de mi cama, jaló la cobija hasta debajo de mi barbilla, y recitó, Shlof Main Kind, Zolst Lang Leben, und zain gezunt. Hace ya años que me arrepiento no haberlo abrazado y besado y respondido: Du oij, tatele. También tú, papi.

Las canciones de cuna son muy especiales. Se quedan con nosotros durante toda nuestra vida y nos llevan de regreso al afecto, nos traen calor al corazón, crean buenos sentimientos, y nos regresan a nuestros hogares de infancia, y a las voces de los padres. Hoy curiosa pero no casualmente, me desperté tarareando la melodía.

Años atrás, Elie Wiesel escribió un hermoso ensayo llamado “Ecos de Ayer” para el Centenario de Yeshiva University, en el que recuerda una canción de cuna: “Oifn pripitchik”. Él escribe: “‘Oifn pripitchik brent a faierl”. Recuerdo la canción de cuna, tan hermosa. La canción me acompaña y me persigue. Gracias a ella, las palabras comienzan a cantar en mis labios y en mi pluma. Recuerdo a mi maestro y sus alumnos. Recuerdo sus sombras en la pared. Su melancolía y fervientes voces me llegan de lejos, muy lejos, desde el otro lado de un mundo desaparecido. Busco mi propia voz con una angustia indecible”. Ahora es la canción de cuna de mi hijo. Y algún día, si Dios quiere, pertenecerá a sus hijos, y a los hijos de sus hijos, y vivirá por otros cien años y esperemos que, durante cientos de años, e incluso más tiempo.

Así son de necesarias son nuestras historias y melodías de cuna. Como lo son nuestros recuerdos, nuestras memorias.
Una vez más nos reunimos en Yizcor, el momento de la soledad colectiva, de la memoria solitaria en comunidad. Cada uno con su melodía de infancia, sus recuerdos o historias que les contaron. Cada uno revisitando sus cicatrices del corazón. Es el momento de las almas rotas. En idish es una bella expresión, “tzebrojene neshomes”. Generalmente pensamos en cuerpos rotos. Si alguien cojea, lo notas, si su mano tiembla puedes notarlo, pero si una persona tiene el alma rota es menos obvio o visible.

Y sospecho que algunas de estas personas están aquí hoy enfrentándose con preguntas tales como: ¿Cómo vives con la pena y el dolor? ¿Cómo te recuperas de una pérdida? ¿Cómo haces las paces con Dios? ¿Y cómo logras sobreponerte de los golpes que has recibido en la vida?

Lo sé porque me lo preguntan muy frecuentemente. Porque me lo he preguntado yo mismo tantas veces… Izcor en Yom Kipur, el momento del día que, cuando conscientes de que nuestra propia vida está en juicio, nos detenemos para recordar, y agradecer y pedir que sean ellos a quienes recordamos, quienes aboguen por una nueva oportunidad para nuestra vida.

Un padre, una madre, ambos, una esposa, un marido, una hija, un hijo, un hermano, una hermana, una pareja, amigos o amigas, abuelos… aquellos que han roto nuestra alma con su partida. Todos ellos que dejaron una melodía inconclusa en nuestra vida.

El rabino Reuven Bulka, quien fuera un discípulo de Viktor Frankl, escribió esta reflexión: “La muerte nos impone una regla constante, una regla que dice que cada momento, incluso la vida misma, es irrepetible y debe ser utilizada. La muerte es la que hace que la vida tenga significado. El confrontar la muerte de nuestros seres queridos debe recordarnos que cada momento es valioso, demasiado valioso para desperdiciarlo”.

¿Qué no darías por recuperar esos momentos que hoy tanto lamentaste falten? Hoy, nosotros somos los kadishels de las horas y minutos y segundos de nuestra vida que han muerto con ellos.

Quiero compartir una historia que me enviaron y que explica lo que intento transmitirles: Después de 21 años de matrimonio, mi esposa quería que yo lleve a cenar y al cine a otra mujer. Ella me dijo: “Yo te quiero, pero sé que esta otra mujer te quiere también y le va a encantar pasar tiempo contigo.”

Esa otra mujer que mi esposa quería que yo visite era mi madre, que había enviudado hacia 19 años, pero las demandas de mi trabajo, y mis hijos sólo habían hecho posible algunas visitas ocasionales. Esa noche la llamé para invitarla a cenar y al cine. “¿Qué pasó, está todo bien?”, ella preguntó.

“Pensé que sería lindo que pasemos un rato juntos, los dos solos”, le dije. Ella pensó un momento y me dijo: “Me gustaría mucho”. Ese viernes después del trabajo mientras conducía para irla a recoger, estaba un poco nervioso. Ella se había rizado el pelo y usaba el mismo vestido que usó cuando celebraron su último aniversario de bodas. Estaba sonriente y su cara resplandecía. “Le dije a todas mis amigas que iba a salir con mi hijo y todas quedaron impresionadas.” Me dijo mientras subía al auto. “Están esperando que les cuente todo sobre nuestra salida.”

Fuimos a un restaurante no tan elegante pero muy lindo y acogedor. Mi madre tomó mi brazo como si fuese la Primera Dama.

Después de sentarnos tuve que leerle el menú ya que sus ojos sólo leían grandes letras de molde. Mientras comíamos nuestro primer plato levanté la vista y vi a mi madre que me observaba con una sonrisa nostálgica. “Era yo la que tenía que leerte el menú cuando eras chico”, me dijo, a lo que respondí: “Entonces es tiempo de que me permitas devolverte el favor.”

Durante la cena tuvimos una agradable plática, nada especial, pero nos contamos hechos recientes de nuestras vidas. Hablamos tanto que se nos pasó la hora de la película. Más tarde, cuando llegamos a su casa, me dijo: “Saldré contigo nuevamente pero sólo si me dejas invitarte”, lo cual, por supuesto, acepté. Cuando llegué a casa mi esposa me pregunto cómo estuvo mi cita y le respondí: “Muy bien, mejor de lo que pude haber imaginado.”

Unas semanas más tarde mi mamá falleció de un ataque al corazón. Pasó tan rápido que no pudimos hacer nada por ella. Un tiempo después encontré en su casa un sobre dirigido a mí, con una copia de un recibo del mismo restaurante que habíamos cenado con mi madre. En el sobre había una nota que decía: “Pagué anticipadamente esta cuenta, no estaba segura si podría estar allí, sin embargo, pagué una cena para dos, para ti y para tu esposa. Nunca sabrás lo que esa noche significó para mí.”

En ese momento entendí lo importante que es decir a tiempo “Te quiero” y darles a nuestros seres queridos esos momentos que ellos se merecen. Nada en esta vida es más importante que el tiempo compartido con las personas que amamos y están a nuestro lado. No mañana, hoy, hoy. Ahora.

Mis queridos, no quiero finalizar sin compartirles las ideas centrales de un libro maravilloso que acabo de leer y que encierra mi mensaje de este día. Lo escribió Paul Kalanithi.

A los 36 años y a punto de acabar una residencia como neurocirujano, se le diagnosticó un cáncer de pulmón avanzado. En segundos, pasó de ser un doctor que trataba casos terminales a ser un paciente luchando por vivir.

Es una inolvidable reflexión sobre el sentido de nuestra existencia. Una meditación humilde y llena de asombro que muestra la infinita resiliencia del ser humano para dar lo mejor de si mismo cuando se enfrenta a lo que más teme. El libro se llama en español, “Recuerda que vas a morir. Vive”.

Trata de vivir el presente, que es lo que realmente ahora tenemos. El pasado ya pasó y el futuro no ha llegado, entonces, ¿para qué pensar tanto sobre ello? ¿Para qué planificar tanto, si puede que nunca lleguen a puerto esos planes? Trata de valorar a las personas que no solo han estado siempre ahí sino también a las que están ahora, a nuestro lado.

De vivir cada momento no como si fuera el último, pero sí siendo plenamente consciente de él, de qué está sucediendo, de que lo tienes que disfrutar, y ya sea un buen o un mal momento, está ahí para enseñarte algo. De que la vida es un regalo que hay que saber apreciar y que hasta los momentos más tristes tienen algo de bello.

Como lo reafirmamos al hacer una pausa para honrar a las víctimas de los terremotos del 19 de septiembre y recordar la fragilidad de la vida. Pero en medio al miedo y el dolor, la solidaridad, mostró que hasta los momentos más tristes tienen algo de bello.

Así son de necesarias son nuestras historias y melodías de cuna. Como lo son nuestros recuerdos, nuestras memorias.
Una vez más nos reunimos en Izcor, el momento de la soledad colectiva, de la memoria solitaria en comunidad. Cada uno con su melodía de infancia, sus recuerdos o historias que les contaron. Cada uno revisitando sus cicatrices del corazón. Es el momento de las almas rotas, di “tzebrojene neshomes”.

¿Qué has aprendido de la muerte que sirva para tu vida? Nada en esta vida es más importante que el tiempo compartido con las personas que amamos. Aprende a cantar la melodía entre generaciones. Y que nuestro kadish sea la reafirmación del tiempo de nuestra propia vida. Amén.

em>*Yizkor, la oración conmemorativa para los seres queridos fallecidos, se dice en la Diáspora cuatro veces al año: el octavo día de Pésaj, el segundo día de Shavuot,en Iom Kipur y en  Sheminí Atzeret.

El texto de la oración le pide a Di-s que las almas de nuestros seres queridos estén “ligadas en el vínculo de la vida con las almas de Abraham, Isaac y Jacob, Sara, Rebeca, Raquel y Lea, y con los otros hombres y mujeres justos. que están en Gan Eden “en mérito de la caridad que damos en su honor.

Yizkor se recita en la sinagoga durante los servicios de la mañana después de la lectura de la Torá. En muchas comunidades, aquellos cuyos padres aún están vivos abandonan el santuario por la duración de este breve servicio.

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