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martes 05 de noviembre de 2024

La inmoralidad de la mal llamada causa palestina

Enlace Judío México e Israel.- No cabe duda de que los palestinos han sido las peores víctimas en el conflicto israelí-palestino. Lo que sus bien querientes no han querido entender es que han sido víctimas de sí mismos y de los países árabes, más que de Israel. Por ello, el apoyo a la llamada Causa Palestina sólo ha logrado perpetuar su desgracia.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO

La Causa Palestina es una de las grandes falacias políticas e históricas de nuestros tiempos. Se trata de un constructo absolutamente artificial cuyo objetivo jamás ha sido el bienestar del grupo hoy llamado “palestino”. Y demostrarlo es demasiado sencillo.

Primer hecho: los 600 mil desplazados de guerra que fueron el origen del grupo hoy llamado “palestino” estuvieron bajo control exclusivo de los países árabes entre 1949 y 1967. Fueron ubicados en campamentos de refugiados en Líbano, Siria, Jordania y Egipto. Por lo tanto, las condiciones de vida miserables y marginadas a las que se vieron sometidos fueron responsabilidad de esos países, no de Israel.

Segundo hecho: esos países no hicieron ningún esfuerzo por ayudarles a tener una vida digna. A sus hijos, nietos y bisnietos nacidos en su propio territorio ni siquiera les concedieron la nacionalidad. Los abandonaron en un estatus legal indefinido, sin derechos y sin acceso a una posibilidad mejor de vida.

Tercer hecho: entre 1949 y 1967 ningún grupo árabe habló de “la independencia de Palestina”, salvo para referirse al objetivo de destruir a Israel. Jamás hubo un compromiso para con la gente. En esas épocas, la creación de un Estado Palestino “en las fronteras de 1967” (como suelen repetir ad nauseam en la actualidad) habría sido un mero trámite burocrático. Pero los países árabes no tuvieron ningún interés en ello. Su objetivo original siempre fue que Jordania se quedara con el control absoluta de Cisjordania, y Egipto con el de Gaza.

Cuarto hecho: la “causa palestina” apenas empezó a mencionarse como una lucha en pro de esa gente a partir de 1974. Es decir, un año después de que los países árabes habían fracasado estrepitosamente en el que fue su último intento por destruir a Israel por la vía militar. Habiendo entendido que ese era un objetivo irreal por la superioridad israelí, optaron por aplicar una estrategia B que se centró en un objetivo: imponerle a Israel la obligación de recibir en su territorio a varios millones de “palestinos” con el objetivo de alterar la balanza demográfica y dejar a la población judía como minoría, y así desmantelar el Estado Judío desde adentro. Por supuesto, Israel nunca lo permitió.

Quinto hecho: “extrañamente”, el apoyo internacional nunca se tradujo en mejoras considerables en la condición de vida de los palestinos. Desde los años 70’s, han recibido casi 32 billones de dólares en apoyos, y se supone que teniendo fronteras de facto con Jordania y Egipto, habría sido imposible que Israel los ahorcara. Sin embargo, todo ese dinero no se tradujo en ningún beneficio para la población. Si no fue malgastado en proyectos terroristas, terminó en las cuentas bancarias de sus líderes.

Sexto hecho: en los últimos cinco años, la Causa Palestina ha perdido el interés de las nuevas generaciones de políticos árabes. La razón es muy sencilla: es una nueva tanda de políticos que no le ve ninguna utilidad. Son jóvenes que están alrededor de los 40 años de edad, y eso significa que nacieron cuando la propaganda anti-israelí había dejado de ser una prioridad al interior de los países árabes, justo porque desde 1974 se centraba en torno a los palestinos. Por lo tanto, son jóvenes que no ven a Israel como una amenaza (porque en realidad nunca lo fue; Israel jamás ha puesto en riesgo la integridad territorial o política de ningún país árabe por iniciativa propia), sino que por el contrario, ven en el Estado Judío un polo de desarrollo tecnológico que conviene tener como socio, no como enemigo. En ese marco, la Causa Palestina ha quedado reducida a un mero posicionamiento “políticamente correcto” en el mundo árabe, pero demasiado costoso y absolutamente inútil.

¿Por qué el fracaso contundente de la Causa Palestina? Repito: porque nunca tuvo como objetivo lograr mejoras para la gente.

El pretexto fue de tipo nacionalista: había que reconquistar el territorio “robado” por Israel (entiéndase: todo Israel) para que esos 600 mil refugiados de guerra “regresaran a sus hogares”. Pero eso no tenía por qué estar en conflicto con la posibilidad de ayudarlos a tener una vida digna. Los países árabes se rehusaron a darles cualquier tipo de apoyo bajo la perversa premisa de que si les garantizaban una vida digna, no querrían comprometerse con la destrucción de Israel; decidirían quedarse a vivir en sus nuevas sedes de residencia, y eso no debía permitirse bajo ninguna circunstancia.

Se trata de un viejo y grotesco razonamiento de muchos grupos izquierdistas modernos (Pablo Iglesias lo ha usado en Podemos en España, por ejemplo), según el cual hay que evitar que los gobiernos les ofrezcan apoyos y soluciones a las clases más pobres y marginadas, porque dichos apoyos y soluciones los van a “cauterizar” de la conciencia, y al comenzar a disfrutar de ciertas comodidades, perderán interés en comprometerse con “la revolución”.

Por supuesto, en la imaginería de estos líderes “la revolución” debe ser hecha por esa gente pobre y marginada a la que siempre se le negaron derechos o soluciones, en el sentido de que ellos son la carne de cañón. Los líderes –Pablo Iglesias, Mahmoud Abbas e Ismail Hanniyeh son idénticos en ese punto– deberán estar seguros en sus casas o en sus cuarteles supervisando que la revolución vaya por el rumbo correcto. Como son los ideólogos o los líderes, son indispensables y “la causa” no se puede arriesgar a que les pase nada. Por lo tanto, los únicos que deberán estar en la línea de combate de la revolución, exponiendo sus vidas, son “la plebe”.

El otro frente de apoyo a la Causa Palestina también está en crisis. Me refiero al llamado BDS (Boicot, Desinversión y Sanciones), movimiento dirigido a “presionar a Israel” por medio de todo tipo de boicots contra sus productos, pero cuyos dirigentes no tienen ningún empacho en admitir que lo que desean es la destrucción del Estado Judío.

Y acaso el BDS sea el mejor ejemplo de cómo la Causa Palestina nunca ha tenido el objetivo de ayudar a la gente palestina, sino única y exclusivamente de perjudicar a Israel.

En teoría, el objetivo del BDS es que todos los países del mundo dejen de comprar productos israelíes producidos “en los territorios ocupados” (definición muy ambigua, porque en la jerga política palestina todo Israel es “territorio ocupado”). Y recalco: eso sólo es en teoría, porque muchos grupos de apoyo al BDS han manifestado su intención de que se aísle por completo a Israel –es decir, que todos corten todo tipo de relación con el Estado Judío–, e incluso se han manifestado a favor de desmantelarlo.

En sus pocos momentos de éxito, el BDS ha provocado el cierre o la reubicación de algunas fábricas israelíes. Pero los afectados han sido los palestinos. Tan simple como esto: las fábricas israelíes ubicadas en zonas aledañas a los poblados palestinos ofrecen trabajo a los palestinos, no a los israelíes. Además –y los propios palestinos lo admiten– son las únicas ofertas laborales en las que los palestinos reciben salarios dignos, prestaciones legales, y todo tipo de ventajas sociales y económicas. La economía palestina que depende de la Autoridad Palestina está en crisis. Paga pésimos salarios y no ofrece garantías legales. Por eso, los palestinos entienden perfectamente que el mejor trabajo que pueden conseguir es en una fábrica o empresa israelí.

Las fábricas israelíes “afectadas” por el BDS en realidad no han tenido problemas graves. Simplemente han tenido que reubicar su sede –despidiendo a trabajadores palestinos y contratando trabajadores israelíes–, y cuando se han cerrado algunos mercados en Europa, se han abierto otros en Asia.

En consecuencia, el activismo del BDS que ha logrado anotarse algunos puntos en este bizarro conflicto sólo ha perjudicado a los palestinos, no a los israelíes.

Pero no les importa. Su obsesión no es la verdadera ayuda a los palestinos, sino su odio contra Israel.

Ni qué decir de la catástrofe palestina en el marco de la guerra civil en Siria. Las tropas de Assad han bombardeado indiscriminadamente poblaciones palestinas, los muertos se contabilizan entre 3 y 4 mil, y los desplazados que se han convertido en verdaderos refugiados son más de 30 mil. Pero de esos palestinos nadie habla. A nadie le importa, porque no se puede acusar a Israel de sus desgracias.

La situación de la Causa Palestina se resume en dos situaciones. La primera es que fracasó. Israel no va a ser destruido de ningún modo. Sus gobernantes y su sociedad gozan de un nivel de lucidez que les garantiza seguir alertas ante todas estas estrategias. Incluso el partido Laborista, de centro-izquierda, pese a que se obliga a mantener una postura diplomáticamente correcta para diferenciarse del “radicalismo” de Netanyahu y el Likud, ha tenido que conducirse exactamente del mismo modo que la derecha cuando las circunstancias lo han requerido: confrontando a los palestinos y aplastando a sus grupos terroristas.

La segunda es que se está quedando sin apoyo internacional. No sólo los países árabes le van dando la espalda de un modo cada vez más evidente, sino que el resto del apoyo que gozaban por parte de otras instituciones poco a poco también va desapareciendo. El retiro de los apoyos económicos estadounidenses ha sentenciado a la UNRWA (la inútil agencia de la ONU para trabajar con los “refugiados” palestinos), y es prácticamente imposible que los demás países del mundo logren subsanar el déficit de 135 millones de dólares que está asfixiando en este momento a ese organismo.

Por eso reitero: la Causa Palestina es un activismo inmoral que sólo ha servido para legitimar los liderazgos de Hamás y a Al Fatah en Gaza y Cisjordania, respectivamente. El primero es un liderazgo fanático y extremista; el segundo, un liderazgo corrupto y tramposo. Ninguno de los dos ha demostrado a lo largo de las últimas décadas el mínimo interés por resolver los problemas reales de su gente. Dinero y tiempo para haberlo hecho lo han tenido, y de sobra.

Son líderes que se han limitado a reforzar su ejercicio del poder a costa de su propia población, y que han hecho de la destrucción de Israel el eje de su propaganda para mantener a la población distraída, siempre bajo la consigna irracional de que “la existencia de Israel es la que ha ocasionado las desgracias del pueblo palestino, y la única solución posible es su destrucción”.

Quienes se han dedicado a hacer eco de este razonamiento y les han dado su apoyo en todo el mundo, sólo han servido para legitimar en el poder a un grupo de sátrapas que no tiene interés real en solucionar los problemas del pueblo palestino.

La solución, por lo tanto, no pasa por las oficinas de Hamás y de Al Fatah.

Se ha llegado a un punto donde la única solución viable parece que tendrá que ser impuesta desde afuera, y los giros internacionales tienden a señalar que de eso se encargarán Estados Unidos y Arabia Saudita.

Mientras tanto, los palestinos siguen sufriendo. Del otro lado del mundo, en la comodidad de los países capitalistas y al amparo del ramplón “compromiso ideológico”, los defensores de la Causa Palestina siguen garantizando el poder de aquellos que han hecho de la desgracia de millones de personas un negocio muy rentable. Porque, claro, ellos viven como califas.

Total: saben que los activistas pro-palestinos o del BDS nunca se lo van a reclamar.

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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