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jueves 21 de noviembre de 2024

Cuando el nazismo se quitó la careta: el discurso de Himmler en Poznan (Possen)

Enlace Judío México e Israel.- Es una gran verdad que hasta los revisionistas más recalcitrantes reconocen la historicidad del célebre discurso del Reichsführer, Heinrich Himmler, el 4 de octubre de 1943 en la ciudad polaca de Poznan -rebautizada como Possen al ser anexada al reich después de la agresión de 1939- solamente que ellos lo que hacen es sustituir ciertos términos como “exterminar” y/o “eliminar” por “trasladar” o “reubicar” (así se encuentra en la llamada Metapedia). De esta manera, los negacionistas intentan convencer infantil y puerilmente, a la gente de que el exterminio judío, únicamente se trató de “un traslado de los judíos al este” y no de asesinatos masivos, como en realidad ocurrió.

ALEJANDRO MUÑOZ HERNANDEZ PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En dicho discurso, hoy tristemente célebre, puede leerse entre líneas el intento del jefe SS de fortalecer y galvanizar a sus hombres en la atroz tarea del asesinato de cientos de miles de inocentes, lo cual es obvio no debió de haber resultado nada fácil para los verdugos. En efecto, las grandes matanzas perpetradas en Rusia por los Comandos de Acción (Einzatsgruppen) y las “labores” en los campos de exterminio, debieron de soliviantar a más de un jefe SS compelido a seguir adelante en las acciones de exterminio. Así, los encargados de la transportación y la logística, los organizadores y perpetradores de las matanzas, los jefes de negociado, los comandantes de los comandos asesinos y de los campos de concentración y exterminio, representantes de las SS, del SD, la Gestapo, la Kripo, del Partido, de la Cancillería del Reich y de otras instancias, se dieron cita en la ciudad polaca para escuchar a su jefe. Hacía falta levantar la moral a los solucionistas, convencerlos de que los crímenes que habían venido cometiendo -y seguirían cometiendo casi hasta el final de la guerra- eran parte de una política que podría parecer cruel, pero que era de vital importancia proseguir, hacerles ver que dichos crímenes eran necesarios “por el bien de Alemania”, ya que ésta nación “luchaba por su sobrevivencia” -aunque más bien era el régimen nazi y no la nación alemana, quien luchaba por su sobrevivencia-.

Por otro lado, es muy importante tener en cuenta también el marco histórico del momento en el que tuvo lugar el famoso discurso: en el este, Alemania había sido derrotada duramente en Stalingrado, se había retirado del Cáucaso y de los tan anhelados -sniff- pozos petrolíferos de la región; poco después los nazis son derrotados todavía más terriblemente en Kursk, perdiendo para siempre la iniciativa en el este y son expulsados de media Ucrania; en el oeste, pierden el Norte de África, son acorralados en Túnez y obligados a rendirse alrededor de 250,000 soldados germano-italianos, se pierde Sicilia, Italia deserta del bando del eje, los aliados ponen píe en éste país y amenazan Roma. Por si fuera poco, los bombardeos aliados se hacen cada vez más frecuentes y terribles y además se está preparando la invasión de Francia para el año siguiente. Ante este panorama, para cualquier ojo avizor era seguro que la derrota de Alemania era cuestión de tiempo y es casi seguro que más de un jefe nazi -sobre todo los más comprometidos en cuestión de crímenes- hayan querido “echar sus barbas a remojar” y tratar de alguna manera de eludir su responsabilidad o bien implicar en la misma a un número cada vez mayor de individuos. No por nada, la gran mayoría de los presentes, directa o indirectamente, de una forma u otra, en mayor o menor grado, habían participado en los crímenes e Himmler se los hizo ver en su famoso “discurso”, en el cual parece decir “fue necesario llevar a cabo estos crímenes, fue por el bien de Alemania, yo di la principal orden, pero vosotros también colaboraron en esta ingrata tarea”.

De esta manera, a los débiles, los claudicantes, aquellos que sabían perfectamente que la guerra se perdería y que después de la misma se les iba a pedir cuentas ante la justicia por los crímenes cometidos, el líder SS les cerraba toda posibilidad de renunciar a su deleznable tarea. Debían seguir formando parte de la maquinaria del genocidio hasta el amargo final. De dicho discurso se ha conservado inclusive la grabación del mismo, con la inconfundible voz de Himmler, tan parecida a la de su führer, aunque algo más aguda y chillona. A continuación escuchamos al racista furibundo, obsesionado con la “pureza racial”:

Hay un principio que debe constituir una regla absoluta para los SS: debemos ser honrados, correctos, leales y buenos camaradas ante las gentes de nuestra misma sangre, pero con nadie más. Lo que pase con los rusos, con los checos, me es completamente indiferente. La sangre de buena calidad, de la misma naturaleza que la nuestra, que los demás pueblos puedan ofrecernos la tomaremos y, si es necesario, cogeremos sus hijos y los educaremos entre nosotros”. Si las otras razas viven confortablemente o se mueren de hambre sólo me interesa en la medida en que podemos necesitarlos como esclavos de nuestra cultura; aparte de eso, me son indiferentes. Que 10.000 mujeres rusas mueran de agotamiento cavando una fosa antitanque sólo me interesa siempre y cuando la fosa sea terminada para Alemania. No debemos ser duros y despiadados si no es necesario, está claro. Nosotros los alemanes, que somos los únicos en el mundo que tenemos una actitud decente con los animales, debemos también adoptar una actitud decente con estos animales humanos, pero sería un crimen contra nuestra sangre preocuparse por ellos o darles un ideal“.

Sorprende grandemente el que un individuo como Himmler -enclenque, enfermizo; víctima continua de mareos y calambres estomacales, de hombros caídos, mentón aplastado, músculos fofos, miope, ojos rasgados, orientalizantes y manos pequeñas y delicadas, casi femeninas- hable sobre “nosotros los alemanes de raza pura” y le de tanta importancia a la supuesta superioridad racial de su pueblo, sí él era un verdadero compendio de una naturaleza débil y enfermiza. El mismo individuo que casi se desmaya ante la visión de un grupo de judíos mandados fusilar por él mismo en las cercanías de Minsk, es el mismo que exige “valor y ecuanimidad” a sus hombres a la hora de asesinar fríamente a miles de judíos. En el siguiente fragmento, Himmler finalmente arroja la careta, le quita la máscara a la “solución final” del problema judío, la cual hasta entonces había sido etiquetada oficialmente como “traslado del pueblo judío al este”, a pesar de los cientos de miles de asesinatos que ya se habían cometido hasta esa fecha:

“Deseo mencionar aquí con la mayor claridad un capítulo particularmente difícil… Entre nosotros debe ser mencionado una sola vez, con mucha claridad, pero en público nunca hablaremos de ello. Me estoy refiriendo a la evacuación de los judíos, al exterminio del pueblo judío. “el pueblo judío será exterminado”, dice cada camarada del partido. “está claro, está en nuestro programa. Eliminación de los judíos, exterminio, y lo llevaremos a cabo”.

Aquí el reichsführer habla claro y directo a sus camaradas y oyentes. Si hubiera utilizado eufemismos y/o frases veladas como “traslados” o “reubicaciones”, los matarifes presentes en dicha ocasión no podrían haberlo tomado en serio. Siguiendo las órdenes de su jefe, ellos hacían “el trabajo sucio”, y es casi seguro que no admitirían que se les tratara como niños o retrasados mentales. Todos sabían perfectamente a que habían ido y lo que habían hecho. Después de más de media hora de perorata, el gran final:

“La mayoría de vosotros sabéis lo que significa contemplar 100 cadáveres, o 500, o 1.000. Haber pasado por eso y –salvo las excepciones producidas por la debilidad humana- haber seguido siendo decentes, es lo que nos ha endurecido. Ésa es una página de gloria en nuestra historia que nunca se ha escrito y que nunca se escribirá…

En este último fragmento, tal vez el más conocido del infame discurso, Himmler intenta darle un aire “heroico” a la repulsiva tarea que su führer le había encomendado, intenta darle un cariz de decencia a lo que no era otra cosa sino un atroz genocidio sin razón aparente y ni siquiera alguna utilidad económica, política o militar. La cuantía de las matanzas de judíos hasta aquel momento era tal que el jefe SS llevó a la práctica a través de su discurso uno de los subterfugios más usuales entre los criminales: el de involucrar el mayor número de culpables para un ilícito cometido, ya que la culpabilidad colectiva siempre ha sido menos clara que la culpabilidad individual, o dicho en otras palabras, a mayor número de culpables, menor es el castigo.

Los negacionistas quienes neciamente sostienen que dicho discurso se refiere únicamente al “traslado” de los judíos al este, no caen en la cuenta que durante la guerra, cientos de miles de individuos provenientes de toda la Europa ocupada fueron trasladados a la misma Alemania o a otros puntos para apoyar el esfuerzo de guerra nazi y nunca hubo discurso alguno dirigido a los individuos encargados de llevar a cabo esta tarea, debido principalmente a que no era necesario ningún discurso. Se realizaban los traslados y ya. No hay nada de “heroico” ni “glorioso” en trasladar miles de gentes a los centros fabriles de la industria de guerra. Pero desgraciadamente los negacionistas siguen creyendo que somos tan ingenuos para creer sus “teorías”.

 

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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