“Me urge ser grande para pegarle a mis hijos”. Un enfoque desde la psicología transgeneracional

RAQUEL SCHLOSSER PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO E ISRAEL- El título es una frase real dicha por una niña de ocho años, testigo de los golpes del padre a su hermano y su madre. 

“Me urge ser grande para pegarle a mis hijos”.

Es una frase que encierra una historia de vida que se está escribiendo con la tinta del rencor, la impotencia y el miedo. El impacto es demoledor. El stress constante transforman la química del cuerpo y los procesos cerebrales manteniéndolos en alerta permanente. Generan trauma y dejan pequeñas cicatrices en partes del cerebro, trastoca procesos mentales y merma la capacidad de relacionarse. Como una forma de sobrevivencia psicológica, a veces los testigos de violencia se identifican con el agresor; ser igual al que perciben como el fuerte es una manera de salvarse.

El tema de violencia no es dual entre quien lo ejerce y quien lo padece. Es un problema sistémico, con consecuencias a la largo plazo, afecta a varios miembros del sistema familiar, y en cada uno se manifiesta de diferente manera. Se traslada a los espacios públicos y trastoca las relaciones en todos los ámbitos.

Los costos de las violencias son incuantificables. Afectan el rendimiento escolar, la salud mental, la salud física, las relaciones laborales, el rendimiento en el trabajo, exponen a conductas de riesgo y afecta a la red de afectos y de consanguinidad.

Su eco se puede reflejar en la agresión en la calle, el bullying en las escuelas, la violencia en las relaciones de pareja, las pandillas entre adolescentes, las y los niños de la calle que muchos de ellos huyeron de hogares violentos y se sienten más seguros en la calle que en la casa, el bajo rendimiento escolar, síntomas psicosomáticos, conflictos laborales, entre muchos otros.

“Me urge ser grande para pegarle a mis hijos”

Pensemos:

¿Qué clase de memorias se grabaron en su cuerpo al no saber si tarde o temprano las palizas le tocarían a ella?
¿Cuál es el modelo de relación al que puede aspirar cuando ha crecido con los golpes en la vida cotidiana?
¿Cómo se manifestarán estas situaciones en su vida futura?
¿De qué historia viene un hombre que golpea sin compasión a un hijo?
¿De qué historia viene una madre que no se puede proteger?
¿Qué detiene a una mujer para que no pueda salir del maltrato?

¿Qué mecanismos borran los límites de la dignidad humana?

Ella es testigo de violencia y está afectada tanto como quien es víctima directa. Las nombradas víctimas indirectas de delito, son las y los testigos que han sufrido daños por tener una relación inmediata con la víctima directa del delito, o tan solo por haberlo presenciado, padecen también de consecuencias. Deben de ser atendidas.

“Me urge ser grande para pegarle a mis hijos”

¿Cómo se puede sentir frente a la desprotección de una mamá que por su propia historia personal no pudo proteger a su hijo?
¿Cómo reaccionará en el futuro ante el abuso y ante el poder?
¿Cómo podrá medir los límites de respeto en las relaciones?
¿En quién se convertirá ella?
¿En quién se convertirá el hermano golpeado?
¿En quién podrán confiar?

Hay personas que cuentan con una gran fuerza de recuperación, pero es limitada cuando se trata de eventos que son repetidos y continuos en la infancia. Quedan cicatrices ocultas debajo de la piel, que solo pueden verse a través de sus efectos.

Las memorias de violencia de la infancia drenan dolor subterráneo y permanecen activas. Es frecuente que se reactiven contra otros que son inocentes, porque les recuerdan lo que padecieron. Podemos ver este mecanismo cuando se reacciona con agresión de manera desmedida a cosas pequeñas. Estamos entonces en presencia de estos recuerdos que se guardaron en un cajón cerrado de la persona lastimada para poder continuar con su vida, quedando latentes. Esta dinámica es una de las muchas que dan origen a las conductas antisociales.

El impacto de las violencias
es sistémico, y deja huellas profundas que pasan a las siguientes generaciones. Las violencias tienen efectos intergeneracionales y también transgeneracionales. Las memorias violentas, las vividas o las observadas, quedan grabadas y se activan en momentos inesperados. Éstas regulan la manera de traducir la interacción humana y reaccionar en la realidad concreta y cotidiana, además crean compromisos secretos de lealtades familiares, venganzas y culpas que sucedieron en otro espacio y otro tiempo.

Las memorias violentas son resistentes al paso del tiempo, trastocan la realidad. Habitan el futuro.

Comparto algunos ejemplos de los miles que desafortunadamente existen.

Formé a profesionales en la Procuraduría de Justicia del Estado de Sonora para atender a víctimas indirectas del delito y en INMUJERES CDMX para atender familias con violencia. Además de haber participado en otras organizaciones civiles.

Esto es parte de lo que vi.

– Un adolescente de catorce años afirmaba que por su culpa, su papá mató a su mamá. El salió a la tienda por insistencia de la mamá aunque el insistía en quedarse. Los hijos se turnaban para cuidar a la madre para que el padre no la maltratara. Hay una distorsión importante sobre quién es el responsable de matar. En esta casa, la violencia estaba naturalizada y la familia estaba organizada en torno a ella. Si muere la víctima de violencia en manos de su padre, ¿cómo se procesa el duelo?

– La hija escondió la violencia que vivía hasta que fue intolerable porque puso en riesgo su vida. Llegó con los tres hijos menores de diez años. El esposo le suplicó hablar con ella una vez más, y en el quicio de la puerta la ahorcó con un alambre finísimo. La abuela materna, una maestra jubilada y viuda, ahora debe encargarse de tres criaturas dañadas que no solo fueron testigos de violencia en su casa, sino durante años se les ordenó guardar el secreto, y además presenciaron el asesinato de su madre en manos del padre. La abuela está en un dilema porque la abuela paterna, madre del asesino, está pidiendo ver a sus nietos.

– Cuando desaparece el padre, la madre, una hija o un hijo, toda la familia queda volcada en su búsqueda y la familia permanece en duelo abierto perenne. Las consecuencias son inimaginables. Hijas e hijos que están en el hogar, quedan en calidad de huérfanos psicológicos sin que nadie contenga su dolor. Todos miran hacia fuera. Buscan al invisible.

– Trabajé con menores infractores que reincidían. Un chiquito de diez años que había vuelto a robar. Quería estar en el lugar donde estuvo su padre, quien fue detenido y asesinado en la cárcel.

– En un día sangriento para mí, trabajé con mujeres sobrevivientes de trata. Sus secuestradores las violaban hasta embarazarlas. Por un lado no escapaban para proteger a sus bebés que estaba amenazados de muerte si ellas se iban, y por el otro, los golpean cuando sentían que se parecían al agresor, que era también el padre. ¿Cuál es el futuro de esas criaturas?

CONCLUSIONES

En el secuestro, las marcas que deja el vacío y la ausencia no desaparecen. La familia sabe que fue secuestro una vez que la persona regresa. Mientras, son muertes milimétricas por segundo. Además la vida del secuestrado o secuestrada en responsabilidad del o la negociadora familiar. La atención siempre está centrada en la recuperación de la víctima. No obstante las consecuencias en la salud familiar y la estabilidad emocional de la negociadora, son conocidas clínicamente pero no relacionadas ni atendidas como consecuencia de la violencia.

El hedor de la violencia está presente en del sistema escolar. En una investigación que realicé con una muestra de casi ochocientos alumnos y alumnas de quince a diez y ocho años, en una escuela en un pueblo del estado de Oaxaca, identificaron más de treinta formas de violencia. Al nombrar las que conocían que habían vivido las abuelas ha en su infancia, coincidieron con las que este grupo de edad conoce y ha vivido. El impacto fue ver que eran cien años de violencias semejante:

“No habíamos visto que estamos ahogados de violencia”, es la frase que dijeron. Los patrones de violencia también se reproducían en el grupo docente.

¿Cuántas generaciones de miseria humana se necesita para haber criado agresores?

-Tenemos que girar la mirada y estudiar a estas familias para saber cómo, dónde, cuándo, con qué, sufre tal descomposición el tejido humano.

-No podemos hablar entonces de la violencia en singular, sino hablaremos de LAS VIOLENCIAS: del que la EJERCE, o de quien CALLA, DEFIENDE, MIRA, ESCUCHA. En cada una de estas violencias aparecen sentimientos y comportamientos diferentes.

LO ÚNICO COMÚN ES QUE NO HAY VIOLENCIA SANA.

-Tenemos que hacernos nuevas preguntas para buscar nuevas respuestas:
¿Dónde empieza la cadena de golpes?
¿De cuántas generaciones viene?
¿En cuántas generaciones tendrá efectos?

-Atiendo casos graves e invariablemente desde la perspectiva de la Psicología Transgeneracional llegamos a que el origen está ligado a la violencia social, a la injusticia y a la violencia de género.

Después de tratar a tantas familias desgarradas de dolor me pregunto:
¿En qué lugar nacieron los victimarios y desde cuando se gestó?

En algún lugar crecieron, sufrieron, odiaron, se corrompieron.

Tenemos que estudiar a las familias de los agresores si queremos trabajar por la conciencia de paz; tenemos que saber de dónde surgen seres sin dignidad para hacer prevención profunda de la descomposición del tejido social.

Hay esfuerzos aisladas basados en la voluntad política y la sensibilidad de quien decide. Limosnas de atención a un daño y dolor que no tiene fecha de caducidad en lugar de la continuidad de los programas como un derecho ciudadano que es su obligación implementar.

-Para terminar: hoy, en Veracruz, encuentran fosas con cadáveres.

Cada fosa que se abre no tiene osamentas dentro, tiene personas: hijos que no saben que ya son huérfanos, lágrimas que se petrifican porque aún tiene esperanzas de encontrarlos, pequeños que se quedan en orfandad psicológica porque la familia está dedicada a buscar a quien desapareció.

No solo la violencia crece, sino sus consecuencias anteriores se suman.

¿Cuántos habrán dicho antes en la cadena familiar

“Me urge ser grande para pegarle a mis hijos”?

Los costos de las violencias los pagamos nosotras.

Estamos empeñando la vida de quienes aún no nacen.

La deuda de no atender las consecuencias a largo plazo de las violencias la paga el futuro.

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