Conoce al poeta israelí que se sintió una sardina frente a la ballena mexicana Octavio Paz

Enlace Judío México e Israel – Enlace Judío pudo platicar con Ronny Someck acerca de algunas de sus inspiraciones poéticas, su relación con el mítico literato israelí Yehuda Amijai, y cómo fue que terminó elogiando de manera póstuma con sus letras al Nobel de Literatura mexicano, Octavio Paz.

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En “Yo la amo y que el mundo arda”, presentado por Someck en la Feria Internacional del Libro Judío, el israelí reúne poemas representativos de su obra con temas que van desde el amor, homenajes al cine y el teatro, la danza y la improvisación, el jazz, blues y el folklore árabe; desfilan aeropuertos y personajes de toda ralea en un mundo polifacético y delirante.

Poemas como “La venganza del niño tartamudo”, “Poema a la felicidad”, “Beso” o “Blues del tercer piso” fueron leídos por la traductora del la obra del hebreo al español, la Dra. Angelina Muñiz-Huberman. Su esposo Alberto Huberman, también clave en la traducción, así como Tal Naim, de la embajada de Israel, y la periodista mexicana Deborah Holtz, también estuvieron presentes en la mesa durante la conferencia del poeta israelí.

Para una persona nacida en Irak que fue a vivir a Israel en tiempos difíciles en el que el corazón es duro ¿Cómo nace el amor a la poesía?

“Yo nací en Irak, y llegué a Israel cuando era un niño pequeño. Llegué en un momento en el que llegaban judíos a Israel desde 70 países. Y cada país, cada comunidad, quería dejar su huella. Como un hombre que nació en una cultura oriental, y que llegó a una cultura occidental, quise ser y quiero ser un hombre que construye conexiones, que construye puentes.

Puedo decir que en mi biblioteca musical, se encuentra Umm Kulthum, la cantante egipcia, junto a Mercedes Sosa, que es conocida en América Latina.

El poeta siempre se ocupa de la alquimia”.

En relación a tu poema “La venganza del niño tartamudo” ¿Cómo despegaste desde tu infancia hasta la poesía?

“Empecé a tartamudear sin saber por qué a los 9 años. Un día me levanté en la mañana y no salían las palabras de mi boca como yo quería. Y tomé la extraña decisión de no hablar. Durante un año y un mes tartamudeé un poco en casa, pero en todos los demás lugares en los que estuve no hablé nada. Piensa en un niño que decide callarse y qué tan difícil se vuelve, pero aprendí una cosa: a escuchar.

Durante este año y mes no conocí a otros tartamudos, pero un día me consultaron con el doctor que se ocupada de la tartamudez. Cuando llegué al doctor, vi que en el consultorio se sentaban 20 personas y todos tartamudeaban. Con un gran shock, entré con el doctor y de repente empecé a hablar como antes de que empezara a tartamudear. En lengua médica, le llaman a esto un shock terapéutico y desde entonces no dejé de hablar.

Este poema se escribió 30 años después de que esto ocurrió. Por 30 años quise escribir este poema y no lo logré. Y un día, después de un programa de TV, lo escribí en un minuto, sin ninguna corrección”.

Tres mujeres preguntaron si eran la musa de tu poema ¿Cómo fue esta historia?

“Después de que este poema se publicó en un periódico, se comunicaron conmigo 3 chicas de mi clase. Y me dijeron, ‘yo soy la chica que se sentó a tu lado’. Y debido a que yo soy honesto, una quedó muy feliz y las otras dos no tanto”.

¿Cuál fue tu inspiración para escribir sobre el poeta mexicano Octavio Paz en uno de tus textos?

“Octavio Paz gusta mucho en Israel. Han traducido algunos libros suyos, y me gustan mucho sus poemas, debido a que tiene una huella en la que uno no puede reflejarse. Lees un poema suyo, y aún si no se dice que fue escrito por él, sabes que él lo escribió. El poema que escribí sobre él, fue escrito el día en que murió. Yo estaba en un gran festival de poesía en Murcia, España, y salimos y vimos una imagen suya en un puesto de periódicos y estaba escrito, ‘Murió’.

Yo estaba frente a estos periódicos junto a Maria Kodama, la esposa de Borges, se levantó las gafas, se limpió las lágrimas y decidió contarnos sobre Octavio Paz. Fue un festival muy extraño: había una poeta de Siria, la mujer de Borges y Octavio Paz murió. Todo eso se mezcló para el poema en que no describí a Paz como un pez en el mar, sino como una gran ballena“.

Maria Kodama, la viuda de Borges, enjugó una lágrima / la poeta siria permaneció con su minifalda roja / y sólo la sardina del festival fue borrada del menú del mar / y le cedió su lugar al leviatán mexicano que nadó hacia la costa de su muerte.

¿Cómo llegaste a concebir “Paraíso de arroz”, y qué relación tiene con tu infancia?

“Tuve una abuela que murió a los 94 años. Cuando llegamos a Israel, ella me crió porque mis padres trabajaban y estudiaban en el Ulpan. Cada día que me daba de comer, me decía que estaba prohibido dejar arroz en el plato, y el cuento que me contaba era que el arroz que no se come se va al cielo y le dice a Dios, ‘¿Por qué no fui comido? ¿Acaso soy menos que los demás?’.

El día que murió, llegué al lugar donde ella vivía y fue lo primero de lo que me acordé. Fue de lo primero que me acordé. En Irak hay arroz rojo, amarillo, blanco. Una completa filosofía del arroz, y traté de colocar toda esta filosofía dentro de un solo poema”.

Mi abuela prohibió dejar arroz en el plato. / En lugar de contar del hambre en la India y de los niños / de vientres hinchados que abrían la boca de par en par ante cualquier grano, / con el tenedor rechinante empujaba todo lo que quedaba / hacia el centro del plato y con ojos casi llorosos / contaba cómo el arroz no consumido / ascendería a quejarse ante Dios. / Ahora que ha muerto, imagino la alegría del encuentro / de sus dientes postizos con los guardianes de la espada ardiente a la puerta / del paraíso del arroz. / Ellos extenderán a sus pies una alfombra de arroz rojo / y un sol de arroz amarillo teñirá / la blancura de los más bellos cuerpos del jardín. / Mi abuela les untará aceite de oliva en su piel y los distribuirá / uno a uno en las ollas cósmicas de la cocina de Dios. / “Abuela”, se me antoja decirle, “el arroz es nácar que se encogió / y tú has surgido como él / del mar de mi vida”.

Hace 2 años falleció mi abuela y dije, “Quiero escribir algo acerca de mi abuela, como Roni escribió acerca de la suya”, y no pude…

“Lo escribirás. Hay poemas que escribimos rápido, y hay poemas que se necesitan cocinar a fuego lento. Al final del día, a ambos los pondremos en el mismo plato”.

¿Cuáles fueron las cosas más interesantes y anécdotas que tuviste con Yehuda Amijai?

“Cuando decidí escribir poemas, supe que Yehuda Amijai llevaba un taller en la Escuela del Escritor en Jerusalén. Yo era soldado y me inscribí al taller. Me emocioné mucho de que el poeta que más me gustaba iba a ser mi profesor. Y todos los que estaban en el salón estaban también muy emocionados.

Entonces entra Yehuda Amijai al salón y dice, ‘Hola, me llamo Yehuda. Escribo poemas. No sé enseñar cómo escribir poemas, pero sí a borrarlos’. Y a veces, enseñar a borrar es mucho más importante que enseñar a escribir.

Al final del día me dijo, ‘Leí tus poemas, y desde la próxima clase serás mi asistente’. Y así nos encontrábamos cada semana en la Puerta de Yafo en la Ciudad Vieja [de Jerusalén], y caminábamos hasta la Casa del Escritor. En el camino Amijai platicaba. Platicábamos sobre de qué hablaríamos, y muchas veces que ocurrían, por ejemplo, una plática suya con vendedores en el mercado, etc. Las cosas que él contaba las reunió después en sus poemas, y yo me emocionaba, ‘Wow, estuve en la sala de partos de estos poemas’.

Después del primer festival en el que participé en Róterdam, él me recomendó y me llevó. Su mujer, Hana, era mi profesora en la Universidad y éramos amigos. Con Liora, mi esposa. Cuando mi hija nació, siempre llamaba por teléfono para preguntar, ‘¿Cómo está ella? ¿Qué ya dijo?’ Si hablaba, si bailaba.

Cerré un círculo cuando, después de que él murió, recibí el Premio Yehuda Amijai”.

Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudíoMéxico

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