Enlace Judío México e Israel – El 29 de octubre fue un gran día para nuestra Comunidad. Tres de sus miembros, Angelina Muñiz Huberman, Salomón Nahmad y Sittón, así como Ricardo Chicurel Uziel recibieron, de manos del Presidente Enrique Peña Nieto, sendos Premios Nacionales en los campos de Artes y Literatura ( los primeros dos) y Ciencias, en recompensa por una gran trayectoria en beneficio de nuestro México.
Muñiz Huberman fue la encargada de dar un mensaje a nombre de sus compañeros y eligió para hacerlo un poema llamado “Los caminos de la vida”, mencionando los distintos exilios que conforman a México desde su creación, pero también el exilio sefardí de sus orígenes. Éstas son sus palabras:
“Señor presidente de la República, Enrique Peña Nieto. María Cristina García Cepeda, secretaria de Cultura de México. Dr. Enrique Graue, rector de la UNAM. Eduardo Peñalosa, rector general de la UAM. Mario Alberto Rodríguez, director general del IPN. Jaime Valls, secretario general ejecutivo de la ANUIES. Adolfo Martínez Palomo. Miembros del Colegio Nacional, miembros del jurado y distinguidas autoridades. Señoras y señores.
Es un orgullo y un honor decir estas palabras en nombre de los galardonados del Premio Nacional de Artes y Literatura 2018: Salomón Nahmad Sittón, Rossana Filomarino, Leonor Fardlow.
Dedico este Premio Nacional en primer lugar a mis seres queridos, por el constante apoyo y amor que he recibido de ellos: Alberto, Miriam, Rafael y en recuerdo a mis padres. Pero también, a quienes provenientes de diferentes exilios se integraron a México en épocas difíciles y aquí encontraron un hogar donde desarrollar sus vidas y quehaceres, ayer y hoy. En mi caso, pertenezco a la generación de los escritores llamados “hispanoamericanos” que llegamos de niños a México como refugiados de la Guerra Civil Española gracias a la generosidad del presidente Lázaro Cárdenas. Y aún antes mis antepasados habían pertenecido al exilio del pueblo judío en su rama sefardí. Y si nos remontamos a los antiguos antepasados que caminaron hasta hallar Aztlán, llegó un momento en que México se convirtió en un país solidario y generoso siempre con los brazos abiertos.
Los caminos de la vida son largos, a veces tortuosos, a veces luminosos. Pero una senda guía altibajos, abismos, montes y valles. Esa es la senda que marca los trabajos y los días. Cada uno de nosotros, en determinado momento, hace una pausa y recapitula hasta dónde ha llegado. Y esa pausa no es el fin. Los mundos se renuevan. La esperanza siempre brilla. La capacidad regenerativa carece de límites. El camino adelante se extiende sin medida. Espacio y tiempo se funden. Reflexionar se vuelve imperativo. La pausa. Una pausa.
Las artes se despliegan en un arco iris de posibilidades. Vuelan como mariposas y cantan como pájaros. De la poesía de Nezahualcóyotl, pasando por sor Juana Inés de la Cruz y hasta nuestros días, las letras combinan su peculiar danza, su ritmo todopoderoso y se convierten en palabras, en frases, en relatos antiquísimos o en transgresiones sorprendentes. Esas primeras palabras balbuceantes que fueron grabadas en piedras milenarias, en papiros resistentes, en amates perdurables. Que fueron conformando las historias de todos los pueblos y que hallamos y descubrimos en lugares recónditos, en templos semiderruidos, bajo capas de tierra, en ocultas cavernas. Y que son nuestro antecedente y nuestra permanencia. Los pueblos no se destruyen, yacen en nuestro interior y mientras haya aliento, como un fuego eterno, no se apagarán.
Según los cabalistas del misticismo hebreo, las letras contienen la vida misma y en el momento de la creación, sagrada o profana, dan nacimiento a nuevas formas, a nuevos cuerpos, a nuevos astros, a nuevos colores, a nuevos sonidos. Entonces las letras revolotean como mariposas y suenan como cánticos para acomodarse en la danza de una nueva palabra. Palabra que tampoco ha olvidado que puede ser color o puede ser dimensión en su orden tercero. La palabra se expone por todos sus ángulos y se amplía en significados. Se vuelve clara o densa, enaltece o menosprecia, es oscura o transparente, amante u odiosa, bella o deforme. Posee todos los signos vitales. También decae, se deteriora, se corrompe, enferma y muere. Renace, sorprende, imita, es alegre o triste.
Las palabras enlazan historias que se transmiten y dan origen a nuevas formas. Se unen a la música y al cuerpo en movimiento, a la pintura y bajorrelieves, a la escultura, a la cerámica, a los códices, pero también al pensamiento abstracto, a las leyendas, a los mitos, a las tradiciones religiosas. Sin palabras nos rodearía el silencio, aunque silencio necesario para retomar el ritmo de la vida.
Así, hoy, en este peregrinaje por el espacio y el tiempo, somos descendientes de antiguas tradiciones en las que el arte, la filosofía y la ciencia nunca han desaparecido y donde la chispa de la divinidad, según el filósofo Maimónides, ha estado presente en cada ser humano.
Por último, la busca de la perfección nunca termina y los hoy galardonados nos comprometemos a seguir adelante hacia nuestros ideales, con voluntad y responsabilidad. Sin olvidar que nuestro quehacer primordial es el aprendizaje del amor por México, aprendizaje diario, difícil y poderoso.
Me permito, ahora, leer un poema escrito hace años que resume lo hasta aquí dicho:
Reconciliación
Y un día acepté el paisaje.
Las montañas,
siempre las montañas.
El lago del recuerdo,
que hubo
que ya no hay.
Los volcanes al oriente,
los volcanes siempre.
Los volcanes al oriente,
la punta de nieve,
ya blanca, ya breve.
El sol que se pierde en ella.
Árboles lejanos,
de tan lejanos,
olvidados.
No hay agua que corra,
no hay agua que brote,
sólo el agua que cae,
que limpia,
que arrastra,
que reverdece.
Y acepté el paisaje,
el paisaje que no era mío,
que me encerraba en cuatro paredes,
que me daba alta prisión,
con sólo el escape del cielo
y tal cual nube para sentirme mejor.
¿Qué hacer si el paisaje no era mío?
¿Qué hacer si nací de cara al mar?
Si el mar desgastado
había arrastrado la arena
y con ella los recuerdos conjurados.
Si la memoria no guardó nada,
si el olvido era línea confín.
Y sin embargo
durante años
creer en el olvido,
en la tierra perdida,
en el mar que lloraba,
en la imagen sellada.
Hasta que ya no se puede más
Porque un día ya no se puede más.
Y entonces
al abrir la ventana
ves el alto perfil,
la nieve en los volcanes,
los árboles lejanos.
Y ese día,
ese día,
aceptas el paisaje”.
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