Tiro al aire / No fue un solo tiro, pero Uno Bar es uno solo

Enlace Judío México e Israel.- Fueron ocho. Ocho misiles los que surcaron el cielo de Sderot y ocho detonaciones que les impidieron matarnos.

SHULAMIT BEIGEL PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

En la medida en que los pueblos han tenido poder material, han probado su disposición para la intolerancia en forma lo suficiente como para terminar condenando a muerte a los que somos sus contrarios. En definitiva, bueno es siempre lo que yo pienso, y malo lo que piensan los otros. O como muchos opinan por estas tierras, es absurda toda creencia que no coincida con la mía.

Si a algo me he resistido siempre, es a sucumbir al narcótico de las vanas ilusiones. En mi vida siempre he intentado, sin mucho éxito, confrontar la cruda realidad, aun a costa de padecer el golpe que produce el desprecio de la incomprensión ajena. Es mejor tratar de entender a fondo las ilusiones y los eufemismos de la realidad que nos ha tocado vivir, para no caer. Es por eso que cuando Diego Sciretta me invitó a visitar Sderot, el lugar donde vive, tuve miedo, pero fui. La curiosidad mató al gato.

Para quien no lo sabe, Sderot es una ciudad del Distrito Meridional de Israel, en la región del Negev Occidental. A fines del 2011 la ciudad tenía una población de 24.000 habitantes. Y… se encuentra a menos de un kilómetro de la Franja de Gaza.

La ciudad ha sido blanco constante de ataques con morteros y cohetes Qassam desde la Franja de Gaza desde hace más de 10 años, que han causado 13 muertes y decenas de heridos. El frecuente sonar de las sirenas por causa de los ataques con morteros y las explosiones de los proyectiles ha causado frecuentes casos de trastorno por estrés post traumático entre la población local. Entre junio de 2007 y febrero de 2008, 771 cohetes y 857 bombas de mortero fueron lanzados contra el Néguev occidental.

Sderot fue fundada en 1951 como campo de tránsito para inmigrantes judíos de Irán y Kurdistán, ocupando las tierras de la población nativa de Najd, cuyas ruinas se encuentran unos pocos kilómetros al sur.

El 12 de diciembre de 2007, en un día en el que más de 20 cohetes cayeron en la zona de Sderot, incluyendo un golpe directo a una de las principales avenidas, el alcalde, Eli Moyal (una figura muy conocida en los medios de comunicación israelíes) inesperadamente anunció su dimisión citando el fracaso del gobierno para detener los ataques con cohetes.

Sabía todo esto pero me estaba ya acostumbrando a la tranquilidad del lugar, cuando hace unos días, estaba contemplando el paisaje pastoral desde la ventana de un refugio, cuando la quietud se convirtió en un infierno.

Unos días después, alejada ya de la ciudad, pensaba que hay guerras para todos los gustos, justas e injustas, y cuya caracterización no puede ser más fácil: justa es la que hacemos nosotros, e injusta la que hacen ellos. No importa cuántas guerras haya habido en Medio Oriente, todas tienen un punto en común, y es que en cada nueva guerra los hombres se matan, independientemente del lado en que uno esté, y por lo tanto ninguna guerra es buena. Prefiero una mala paz que una buena guerra.

Ese día, en la madrugada, bajo una cobija, me dediqué a chatear. Le pregunté a Darío, alguien a quien ni siquiera he visto, que por qué los árabes lo hacían, le dije además, que tenía miedo. Me escribió que precisamente para eso, para que yo y los demás tuviéramos miedo.

Fue hace un año que de repente conocí, por intermedio de un amigo de otro amigo de otro amigo, ya saben cómo es eso, a Diego Sciretta, un israelí argentino o argentino israelí, quien me dijo por teléfono que pertenecía a la Tribu 13. Les confieso que al comienzo pensé que estaba loco o que yo no sabía mucho de la Biblia, además que el número 13 siempre lo asociaba con algo negativo, como esos elevadores que no llevan ese número, o gente que no se casa en esas fechas. Fue a través de varios intercambios telefónicos que poco a poco fui sucumbiendo a la locura romántica de Diego, que, como muchos otros, israelíes y palestinos, desean lograr la paz entre ambos pueblos.

En lo personal siempre he condenado la guerra por ella misma. Aquel día en Sderot comprendí lo que es vivir sobre un volcán que cada tanto revienta aunque no haya muertos o haya pocos. Entiendo también a la gente de Gaza, su situación, su desesperación, y supongo que ellos dirán que su guerra es limpia y justa. Qué grave es cuando tu enemigo es tu vecino y morir por una causa no garantiza que ésta se convierta en verdadera. En realidad me parece horrible eso de morir por algo. Más de veinte kibutzím se encuentran en la frontera con Gaza y son víctimas desde hace años de los cohetes de los grupos terroristas palestinos, pese a que el movimiento kibutziano, integrado por muchos israelíes de izquierda, trabaja por la paz con sus vecinos palestinos, apoyando muchas de sus demandas.

Los habitantes de los kibutzím, de Sderot y otras ciudades de la zona, viven en una inseguridad constante, pero además están decepcionados porque creen que ambos pueblos vecinos deben y pueden vivir en paz. Muchos pensaron que tras el retiro de Israel de Gaza el camino era la paz, sin embargo los extremistas palestinos coparon la política y se vive hoy una crítica situación.

 

La matanza trae más matanza. Sólo con el diálogo, la negociación y el debate se podrá crear un status quo sin cohetes Kassam, sin vidrios astillados y sin niños asustados, me dice Diego, que piensa que sí se puede conversar con los palestinos y que la solución pasa por dos Estados, pero ese Estado palestino deberá controlar a los extremistas de Hamás y la Yihad Islámica.

Lamentablemente lo que vemos en Medio Oriente es la creación de una línea fundamentalista que lidera Irán, articulada por Siria, que mantiene a Hamás y Hezbolá. Por eso es muy importante que Israel se siente a conversar con los sirios, para tratar de sacar de esa línea fundamentalista a Siria y crear una línea de países moderados, como Jordania y Egipto, para desarticular así los movimientos terroristas.

Diego y yo somos amigos pero no estamos de acuerdo en todo. Los que nos queman los campos y envían misiles tienen la cabeza y el corazón llenos de odio, le digo. El odio moviliza mucho más que nada. Por odio el ser humano es capaz de destruirse y lamentablemente muchos son incapaces de vivir sin odiar algo, personas, naciones, creencias. Y los políticos canalizan y dirigen la tremenda fuerza encerrada en corazones que odian. Pero Diego no cree en el odio. Diego cree en la paz y el amor.

Personalmente, no me dejo enclaustrar en la oscura mazmorra de la vana ensoñación alucinante de los espejismos que extraen los magos de sus sombreros mágicos. He procurado, a través de los años, y sumergiéndome en las páginas de la historia de esta zona, con la mente y los sentidos bien despiertos, adquirir una visión de la realidad medianamente clara, que me permita percibir con nitidez los trazos que configuran las piezas de esta tierra que tendría que haber sido de la leche y la miel, pero a la que hemos convertido en una tierra ensangrentada.

Observo con tristeza cómo se ha venido configurando una funesta realidad, mientras se desdibuja otra que hizo soñar románticamente a muchos que llegaron aquí, contagiados por la magia de un ideal singular, que insufló un ímpetu soñador y utópico en la mayoría de un pueblo que se encontraba al borde del abismo.

Sueños que se desvanecen hoy bajo la conducción de sus líderes políticos en el poder, que se han dedicado a la infausta misión de ser los sepultureros de un proyecto que fue bendecido con el significativo nombre de Paz. Pero, afortunadamente, hay personas aquí como Diego Sciretta.

Si hay alguien que está dando un ejemplo dentro de la comunidad latina de amor a la vida, ese alguien es Diego Sciretta. No deja de sorprender su incansable actividad comunitaria social y política dentro de Israel. A su manera, Diego sigue llevando la contra a Hamás, generando hechos por la vida, como hoy, en que Diego inaugura Uno Bar, una fonda argentina y latinoamericana, donde no sólo se podrá saborear rica carne asada, sino donde todas las semanas cantarán artistas latinoamericanos que viven en Israel. Uno Bar será un nuevo punto de encuentro para los latinos de la frontera sur, tan golpeada y tan valiente a fin de cuentas, con gente que lucha por su derecho a la vida y por la defensa de su derecho a la alegría.

Hoy se inaugura, con Fernando Naymark, este extraordinario cantante de Santa Fe, Argentina, un excelente folklorista, que nos deleitará cantando en hebreo y español toda la noche.

¡Mazal Tov Diego! Mabruk ¡Felicitaciones!

Mientras escribo esta nota, hace un minuto el diario Haaretz publicó lo siguiente: “Las distintas agrupaciones en Gaza han acordado frenar la hostilidad por un tiempo”.

 

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Shulamit Beigel: Llegué de Israel a México a la edad de siete años. La primaria y la secundaria las hice en el Colegio Hebreo “Tarbut”. Mis recuerdos de aquella época son excelentes. Mi primer trabajo como periodista, lo hice recortando periódicos en la Embajada de Israel, en el departamento de prensa, a cargo en aquel entonces, de Sergio Nudelstejer. La prepa, fue en la Escuela de la Ciudad de México, en Campos Elíseos, que me permitió conocer otra gente y otros aspectos de la vida mexicana. Estudié y me gradué en antropología y en letras, en la universidad de las Américas, en Cholula. La maestría, en Antropología, fue en la UNAM. Antes de incursionar a la universidad viví en Teloloapan, Guerrero, haciendo trabajo de comunidad y siendo jefa de organización campesina para varias instituciones gubernamentales. Viví varios años en Israel. En esa época, los ochentas, fui productora de Ariel Roffe y Erika Vexler para Televisa desde Medio Oriente. Tuve una columna que se llamaba “Burbujas” en el periódico israelí en español Aurora, otra, “Al Margen” en la revista Semana, que ya no existe. Viví cuatro años en Caracas, cuando mi ex esposo fue sheliaj del KKL. Actualmente vivo entre Londres y Venezuela, he dejado de creer en la política y mi pasión es la literatura, el cine y la música. Confieso que ya no tengo grandes respuestas ante la vida, pero que soy muy feliz.