Enlace Judío México.- De la memoria de Alejandro Baier no se borra la Noche de los Cristales Rotos, que ocurrió entre el 9 y 10 de noviembre de 1938, es decir que son 80 años de esas abominables horas de linchamientos y ataques que iniciaron la fase más aguda de persecución a los judíos.
Él era un niño judío de ocho años que vivía con sus padres y su hermana en la Alemania nazi. Injustamente perseguidos por no ser arios -que según Adolfo Hitler era la raza superior que debía dominar a toda la humanidad (los nazis cantaban “Hoy somos dueños de Alemania, mañana de todo el mundo”)-, estaba prohibido como niño judío de asistir a clases a las escuelas públicas.
En realidad, desde 1933 había disposiciones de que los alemanes no comprasen nada a los judíos ni contratasen a los profesionales judíos ni tuviesen trato alguno con ellos. “No puedo olvidar cuando ese día el jefe de las SS [las Schutzstaffel organización de seguridad, investigación y terror al servicio de Hitler] golpeó en la ventana de mi dormitorio y me dijo ‘Dile a tu papá que se aliste, que a las 8 de la mañana pasaré por él para arrestarlo.
Y así sucedió”, dice Baier con un estremecimiento. Tampoco se olvida de las ventanas rotas de su casa y de todos los negocios y residencias de judíos de esa noche, pero para él lo más tremendo fue que al día siguiente se llevaron preso a su padre, por la única razón de ser judío. Los ataques de esa noche contra los judíos fueron ordenados por Hitler y conducidos por las tropas de asalto de la ‘Sturmabteilung’ o SA (el brazo armado del partido nacional socialista) junto con la población civil alemana y el apoyo de la propia Gestapo, la policía secreta oficial.
Se destrozaron y quemaron sinagogas, tiendas, almacenes, consultorios. Unos 30,000 judíos fueron detenidos esa noche en toda Alemania (y también en Austria) y posteriormente fueron deportados en masa hacia los campos de concentración. Fue el inicio de lo que cínicamente Hitler llamaría la “solución final”, es decir el exterminio de los judíos. Felizmente el padre de Alfredo Baier logró demostrar que tenía cita en el Consulado de EE.UU., por lo que le dejaron libre con la condición de que abandonara Alemania. Sin embargo, como aquella cita era para unas semanas después y quería salir de inmediato de su país, decidió ir al Consulado del Ecuador a pedir visa para él y su familia.
El Ecuador era uno de los pocos países del mundo que aceptaba judíos en aquellos años, y a las pocas familias que habían venido se sumaron muchas otras a partir de la Noche de los Cristales Rotos. “Nuestra patria es el Ecuador”, dice Pedro Steiner, expresidente de la Comunidad Judía del Ecuador, “el país que recibió con inmensa calidad humana, y con solidaridad, a nuestros padres y abuelos, inmigrantes judíos que llegaron a este hermoso rincón del mundo, en tiempos en que muy pocos países recibían a los refugiados que trataban de escapar de la Europa que les intentaba exterminar”.
La Comunidad Judía se estableció como institución de encuentro de los refugiados, de ayuda mutua y también de ayuda social a los ecuatorianos, precisamente en 1938. Su principal impulsor fue el ingeniero vienés Julio Rosenstock, quien vino al Ecuador en 1914 para dirigir la construcción del ferrocarril Sibambe-Cuenca, luego volvió a Austria pero regresó al Ecuador en 1934 al ver los malos aires que empezaban a circular en Europa con la subida de Hitler, según narró Abraham Vigoda, actual presidente de la Comunidad Judía en Ecuador, este 30 de octubre en el acto conmemorativo de las ocho décadas de la institución, al que asistieron el presidente Lenín Moreno, el canciller José Valencia e invitados especiales.
La Comunidad también recibió un acuerdo de felicitación de la Asamblea Nacional. El señor Baier consiguió la visa “gracias al señor José Ignacio Burbano, cónsul del Ecuador en Brema”, dice su hijo ; él relata que en 1939 llegó con su familia al Ecuador. Antes, el general Alberto Enríquez Gallo (1937 a 1938), durante su fugaz dictadura, quiso suspender la inmigración judía, dice el propio Alfredo Baier, pero primó la apertura del país para recibir a estos inmigrantes “que llegaron con una mano adelante y otras atrás”. A través de estos 80 años, el Ecuador brindó a los inmigrantes judíos, que vinieron sobre todo de Alemania, Austria, Checoeslovaquia, Polonia e Italia, “la oportunidad de desarrollarnos como personas, como familias y como comunidad en un ambiente de hospitalidad, calor, apoyo, tolerancia y respeto”, según dice Steiner.
“Nuestros padres y abuelos hicieron del Ecuador su nuevo hogar, recibieron con gratitud, orgullo y responsabilidad la nacionalidad ecuatoriana, y las nuevas generaciones que ya nacimos aquí, crecimos en un ambiente de libertad y generosidad de espíritu, aprendiendo de nuestros padres a sentir un profundo y sincero cariño por nuestra Patria”. Baier dice que el principio de ayuda de la Comunidad Judía, originalmente llamada Asociación de Beneficencia Israelita en el Ecuador, es ‘da a tu hermano parte de lo que necesitas, no de lo que te sobra’.
Enseguida se creó una caja de ahorro y crédito, para brindar apoyo a aquellos que necesitaban montar un negocio. “Lo que tenían todos ellos en común era la decisión de rehacer sus vidas y la convicción de que conseguirían esta nueva vida con trabajo, trabajo y más trabajo”, acota Steiner. Algunos de los nuevos inmigrantes y de aquellos que llegaron al país después de la Segunda Guerra Mundial, sobrevivientes de los campos de concentración, procedentes de los mismos países ya mencionados más otros de Hungría y Rumania (“entre los judíos sobrevivientes que arribaron estaban mis dos abuelos maternos”, dice Vigoda), “eran profesionales en sus países de origen y pudieron aportar inmediatamente al desarrollo de sus especialidades en el país.
Médicos, abogados, ingenieros, académicos, educadores, artistas, arquitectos, periodistas, investigadores, incluso algunos excelentes deportistas. Otros inmigrantes tenían experiencia como administradores, agricultores, contadores, artesanos, zapateros, pasteleros, hoteleros y verdaderos artistas en artes culinarias. Otros aprendieron en el Ecuador nuevas profesiones, como por ejemplo mi padre que encontró en la agricultura y la ganadería su vocación para el resto de su vida”, dice Steiner. Los inmigrantes crearon negocios, industrias y comercios novedosos, y algunos se han superado a lo largo de estos años y han llegado a ser importantes empresas del país.
“Hemos participado de la vida económica, política, artística, educativa, deportiva del país, contribuyendo al desarrollo de nuestro Ecuador”, dice Steiner, que remata que “todo esto fue posible por nuestra vocación de trabajo y esfuerzo, y por la apertura y oportunidades que nos ha ofrecido el Ecuador”. “Emprendimientos como los Laboratorios Life, el departamento de rayos X de la clínica Ayora, el primero del país, la clínica San Francisco, el Quicentro, el Centro Comercial El Condado, Mi Comisariato, ATU, Ideal Alambrec, La Química, Pronaca, Al Horvath, constructora Uribe-Schwarzkopf no existirían si no hubiera sido por la iniciativa de miembros de nuestra comunidad”, dijo Baier, quien también recordó que en los deportes estuvieron miembros de ella “en la fundación de equipos como Deportivo Quito,
Independiente del Valle e, incluso, el legendario Aucas” y algo poco conocido, que también mencionó en su intervención el presidente Moreno, es que fue un miembro de la comunidad el que diseñó el estadio Olímpico Atahualpa. En lo cultural destaca la fundación del colegio Alberto Einstein y de la Casa de la Música.
Fuente: El Comercio
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