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jueves 21 de noviembre de 2024

Israel y la pena de muerte

Enlace Judío México e Israel.- No es habitual que Israel no vote con EE.UU. en Naciones Unidas. Pero eso fue lo que sucedió el pasado día 13, cuando ambos países se alinearon en bloques diferentes en el momento en que el Tercer Comité de la Asamblea General llevó a cabo su votación semestral sobre una resolución que pretende que los Estados miembros de la ONU se abstengan de emplear la pena de muerte. EE.UU. fue uno de los 36 países que votaron en contra, e Israel se contó entre los 123 que lo hicieron a favor.

JONATHAN S. TOBIN

Aunque puede que los diplomáticos israelíes encontrasen agradable no ser, por una vez, el foco del oprobio onusiano (esa misma semana Israel fue injustamente condenado en nueve resoluciones distintas), el desacuerdo con los americanos no fue lo único curioso de la votación. Sólo un día antes, el Comité sobre la Constitución, la Ley y la Justicia de la Knéset [el Parlamento israelí] debatió una proposición para facilitar la ejecución de terroristas en el Estado judío.

La referida propuesta ya ha superado una votación preliminar y ahora está siendo perfilada en un comité para su aprobación definitiva. Propuesta por el partido Yisrael Beitenu, del recientemente dimitido ministro de Defensa Avigdor Lieberman, ha recibido el apoyo del primer ministro, Benjamín Netanyahu, y lo previsible es que sea aprobada antes de la disolución de la Knéset para la celebración de unas nuevas elecciones legislativas.

¿Cómo es posible que el Gobierno de Netanyahu se oponga a la pena de muerte en Naciones Unidas mientras brega por ella en Israel?

La disonancia cognitiva se explica por la pugna entre los partidos que sostienen la coalición de Gobierno por ver quién se presenta más duro con el terrorismo. Pero también arroja luz sobre los sentimientos encontrados que provoca esta cuestión entre numerosos judíos.

En Israel hay pena de muerte, pero sólo se ha aplicado una vez en los 70 años de historia del país. La única persona ejecutada ha sido el criminal de guerra nazi Adolf Eichmann, luego de un intenso juicio público que atrajo la atención de todo el mundo.

Israel ha sido escenario de numerosos asesinatos masivos perpetrados por terroristas. Pero ninguno de estos ha sido ejecutado; es más, muchos han sido liberados a fin de obtener la liberación de israelíes apresados por otros terroristas, como el soldado Guilad Shalit. En 2011, el Gobierno israelí intercambió 1.027 prisioneros para conseguir la libertad de Shalit; entre ellos había 280 condenados a cadena perpetua por su implicación en crímenes terroristas. El espectáculo de ver salir así de prisión a tantos criminales con sangre en las manos contribuyó a generar apoyo a una ley que garantice que ese tipo de asesinos pague el precio definitivo, no que languidezcan en prisión a la espera del siguiente intercambio.

La ambivalencia de la que hablamos tiene raigambre igualmente en la ley religiosa judía.

La Torá demanda la pena de muerte para el asesinato y también para una serie de crímenes que ya no son considerados tales, como el quebrantamiento de los preceptos, la homosexualidad y la desobediencia de los hijos a los padres. Pero aun así pone restricciones para que sea una condena raramente ejecutada. El Talmud también abunda en las dificultades impuestas para la imposición de la máxima pena. Así, si el Sanedrín era unánime en su veredicto, el acusado quedaba libre porque semejante decisión era, por definición, no confiable. Un conocido pasaje de la Misná dice que un tribunal que condenara a muerte a una sola persona cada siete años sería considerado sanguinario; pero el Talmud anota el disenso de un rabino que hablaba no de siete sino a setenta años.

Con este patrón firmemente asentado en la tradición judía, no es de extrañar que, tras 70 años de estadidad, en Israel la única persona considerada merecedora de ejecución haya sido una que desempeñó un papel clave en la muerte de seis millones de judíos. Pero la discusión en Israel no se limita a si la pena de muerte frena a los asesinos o a si los errores judiciales la convierten en una condena problemática. En Israel, está inextricablemente unida al conflicto con los palestinos.

Tenemos un ejemplo en el atentado contra la Sbarro de Jerusalén en agosto de 2001, en plena Segunda Intifada, que en cinco años se cobró la vida de más de 1.000 israelíes. Entre los 15 civiles muertos en esa pizzería había siete niños y una mujer embarazada. Como las imágenes del 11-S, las de los carricoches vacíos en las ruinas del local son inolvidables.

Uno de los cómplices de ese horror fue Ahlam Tamimi, que acompañó al terrorista suicida hasta la pizzería. (Su prima más joven es la rubia adolescente Ahed Tamimi, que se hizo mundialmente famosa el año pasado por abofetear a un soldado israelí). Ahlam fue capturada y condenada a 16 cadenas perpetuas, pero no sólo no expresó remordimiento alguno sino que lamentó que hubieran muerto tan pocos judíos. Liberada en el intercambio por Shalit, fue recibida como una heroína en Jordania. Así que cómo sorprenderse de que muchos israelíes hayan concluido que ha llegado la hora de impartir justicia a los palestinos asesinos.

La oposición a la ley viene de los servicios israelíes de seguridad, que tienen buenas razones para temer que las penas capitales no sólo conviertan a asesinos en mártires internacionales, sino que lleven en represalia al secuestro y asesinato de judíos. Lejos de disuadir el terrorismo, esas sentencias podrían incitarlo en una cultura donde quienes derraman sangre judía no sólo reciben recompensas de manos de la Autoridad Palestina, sino que son aclamados como héroes de la resistencia y como individuos modélicos desde el punto de vista religioso.

Desde esta perspectiva, puede que la ley sea contraproducente, y cabe apostar a que, aunque sea aprobada, no será aplicada. Puede que fuera mejor para Israel insistir en que sus líderes no liberarán a asesinos, pero como demostró Netanyahu en 2011, la presión sobre sus primeros ministros para que obtengan la liberación de judíos cautivos siempre conducirá a malos acuerdos.

En vez de condenar a la Knéset por esa propuesta, quienes rechazan la pena de muerte en toda circunstancia han de entender que hay algo profundamente erróneo en un sistema que permite a los más sanguinarios asesinos quedar en completa libertad. ¿Quién puede culpar a Israel por querer que las víctimas reciban justicia?

 

 

 

Fuente: elmed.io

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