Enlace Judío México e Israel.- La escritora alemana, Alexandra Senfft, compartirá su experiencia en el encuentro organizado por el colectivo Historias Desobedientes, que reúne a hijas e hijos de represores. Hace veinte años rompió con el silencio que imperaba en su propia familia y que le provocó una larga depresión a su madre.
VICTORIA GINZBERG
Erika Ludin resbaló dentro de una bañadera llena de agua caliente, casi hirviendo, lo que le provocó la muerte. Para Alexandra Senfft, su hija, el accidente fue simbólico; su madre, que había atravesado años de depresión, se desprendió de la piel, la última capa que la separaba del agobio que sufría, y quedó en carne viva. Toda su vida había sido un suicidio lento. “Ella se autodestruyó por la contradicción de haber tenido un padre que amaba y no poder admitir ni hacerse cargo de que era un genocida”.
El padre de Erika fue Hanns Ludin, embajador nazi en Eslovaquia. En 1947, fue juzgado como criminal de guerra y condenado a la horca. La muerte de su madre, hace ya veinte años, fue para Alexandra la posibilidad de hacer las preguntas que tenía atragantadas. Durante el funeral de Erika, dijo que su abuelo había sido un genocida, lo que provocó reacciones encontradas, la mayoría en forma de reproches para ella. El relato familiar, hasta ese momento, sostenía que Ludin había sido una buena persona, víctima de su tiempo. Pero, más que nada, la familia prefería no hablar del tema. “La verdad es que él cumplió un rol en las deportaciones de los judíos de Eslovaquia a los campos de trabajo y exterminio. Fue responsable del asesinato de 65 mil personas”. Alexandra está en Buenos Aires para participar del Primer Encuentro Internacional organizado por el colectivo Historias Desobedientes –que reúne a familiares de genocidas por la Memoria, la Verdad y la Justicia– que comenzó ayer y terminará mañana.
Alexandra Senfft tiene 56 años, es alemana, escritora y periodista. Habla con Página12 en una terracita de Almagro, rodeada de algunas plantas, mate y facturas y un atípico viento otoñal en pleno noviembre. Es la casa de Lili Furió y Julie August, integrantes de Historias Desobedientes. “Me siento muy identificada con el colectivo que se formó en Argentina, compartimos que son problemáticas que dentro de las familias no se pueden hablar. Y que no se trata de hacer terapia, sino que sienten la necesidad de accionar políticamente. Para mí, las biografías son políticas. La motivación es implementar el pasado en el presente. No es solo saber lo que pasó, es un legado para actuar, para que cuando percibamos que esas estructuras de pensamiento pueden volver, estemos alertas. Admiro mucho que aquí tienen coraje de hacer públicas las historias de gente que todavía esta viva, que puede reaccionar y con la que tienen vínculos. Y en un momento político que no pareciera ser el oportuno, donde es más difícil alzar la voz. Es un paso importante poner a disposición la historia familiar públicamente. Eso significa romper el mandato de honrar al padre. La idea de querer cambiar la ley para poder declarar contra los padres es muy valiente”, dice Alexandra sobre el colectivo de hijas e hijos de represores que nació aquí casi como respuesta al avance negacionista oficial y con la idea de colaborar en los juicios abiertos por delitos de lesa humanidad. Historias Desobedientes rechaza la idea de reconciliación y es justamente lo opuesto a la teoría de los Dos Demonios. Los desobedientes surgieron para denunciar los crímenes de sus padres o abuelos y para sumar su voz a la de las víctimas. Están, en este camino, buscando su identidad.
Ante algunas preguntas, Alexandra sonríe como si las hubiera estado esperando, contesta a los interrogantes que ella misma ya se ha hecho. Cuenta que siempre fue consciente de que su abuelo había sido nazi pero durante mucho tiempo creyó, o quiso creer, que era un diplomático que no había hecho nada “muy grave”. En la familia no estaba prohibido preguntar, aunque estaba claro que era un tema que todos preferían evitar. Después de la muerte de su madre se acercó a documentos, historiadores y testigos. Y también a víctimas. En el archivo estatal de Berlín había una carpeta entera dedicada a su abuelo. Y encontró en su casa las cartas que Ludin había intercambiado con su mujer e hijos mientras estaba preso. “El hecho de que fuera ejecutado fue la excusa para la familia de presentarlo como un mártir, una persona que fue víctima de su propio tiempo”, dice Alexandra. Todavía hoy algunos familiares están enojados porque hizo pública su visión. Su búsqueda la ayudó a entender por qué su madre sufrió toda su vida, cuán pesado debe haber sido ese pasado. “No fue fácil hacerme cargo de que había nacido dentro de ese sistema de silencio y que al seguir el modelo de la familia había asumido algo de complicidad. Me preguntaba qué tipo de amor es el que te está obligando a mentir, era una estructura familiar mafiosa. Fue difícil, porque involucraba a muchas personas que quiero y valoro. Una de las personas que entrevisté me dijo: ‘estas en una situación tremenda porque o lastimás a tu familia o lastimas a la verdad’. Yo opté por decir la verdad”, cuenta Alexandra. Así fue que escribió El silencio duele, sobre su historia familiar, y luego La sombra larga de los genocidas con testimonios de otros familiares de nazis. Ella cree que para combatir el racismo, la xenofobía, el antisemitismo y el anti-islamismo actual, los alemanes deben comprender y elaborar que muchos de sus propios parientes se convirtieron en asesinos seriales durante el nazismo.
–¿Cómo evalúa que la sociedad alemana procesó el nazismo?
–La sociedad alemana está muy dividida. Hay muchos hijos y nietos de nazis que recién después de que fallecen sus familiares pueden empezar a investigar. La mayoría de los alemanes no se hace cargo de su familia. El nazismo es un tema muy trabajado institucionalmente, en la escuela no hay un grado en el que no se trabaje, todos leemos El diario de Ana Frank y otros libros y tenemos claro que fue una época muy oscura, que es algo que nunca más puede ocurrir, pero nadie se hace cargo de que dentro de su propia familia había gente que colaboraba, si no eran directamente responsables. Siempre son los demás. Se habla de la guerra, del hambre, de otras cosas. Se trata el nacionalsocialismo desde una perspectiva académica, abstracta, pero los jóvenes no sientes una relación personal con lo que pasó. Muchos piensan que fue tan terrible que no se puede repetir, pero es un discurso un poco artificial. Espero que cuando yo cuento mi historia muchos pueden hacer un puente a su propia familia y reconocer algunas estructuras que también reprimían.
–¿Cuántos vestigios de la ideología nacionalsocialista cree que queda?
–Hay partidos nacionalistas de derecha en Alemania y en otras partes de Europa que son preocupantes. Alternativa para Alemania (AFD) tiene muchos votos, puede llegar a ser la segunda fuerza y tiene un programa muy cercano al negacionismo. Alexander Gauland, líder de ese partido, dijo que el nacionalsocialismo fue solo una caca de pájaro en el total de la historia de Alemania. Eso está siendo escuchado por muchos alemanes que dicen que hay que mirar para adelante y están asustados por la presencia de tantos refugiados. Dicen que tienen miedo pero es racismo puro. Muchos de los jóvenes creen que ellos no tuvieron nada que ver. Pero el pasado es presente. Mi historia es atípica porque mi abuelo tenía un rango alto y estaba expuesto, pero es típica porque ese entramado de silencio o relativización se encuentra en muchas familias alemanas. Es interesante mirar las historias de las personas comunes: qué hicieron, por qué no se opusieron, si no se dieron cuenta o quieren creer que no vieron que sus vecinos judíos eran deportados. Me parece interesante investigar hasta qué punto maneras de pensar se transmiten, ya sea activamente o pasivamente, de una generación a otra. Y si las nuevas generaciones reflexionan o no sobre estos temas. Se han elaborado formas de memoria en la sociedad y en el Estado, pero dentro de las familias el silencio y la ignorancia permanecen, evitando que se reflexione y elabore la temática del pasado a un nivel personal y humano.
Fuente:pagina12.com.ar
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