Rab. Yaakov Menken / Enlace Judío – Hay mucha desinformación sobre la festividad de Janucá. La gente suele enseñar que los griegos invadieron Israel, después los judíos se defendieron, ganaron la batalla y ocurrió el milagro del aceite – suficiente aceite para justificar la menorá, los latkes y las sufganiots. Ese pequeño jarro bien que rindió. [Nota: todas las palabras en cursivas son artículos o alimentos típicos de la celebración de Janucá que usan aceite]
Sin embargo, a la gente se le olvida el significado verdadero de la festividad de Janucá, que a diferencia de lo que sugieren las Macabeadas (juegos atléticos judíos), radica en separarnos de la cultura griega.
La guerra por la cual conmemoramos Janucá no fue peleada entre judíos macabeos y griegos únicamente, sino entre judíos macabeos y judíos helenistas también. Hubo muchos judíos que cayeron ante la forma de vida griega, su glorificación del cuerpo humano y los ídolos que adoraban.
Los macabeos eran lo opuesto a los griegos. No tenían ni celebraban ningún poder físico ni militar; era ilógico que ganaran la guerra. El midrash dice que tan sólo con sus plegarias hicieron caer a miles de oficiales griegos, dejando a su ejército en la perdición. El milagro del aceite es tan sólo uno de los tantos milagros que ocurrieron en esa época, y que mostraban la preferencia de la Divinidad por los macabeos. La guerra no acabó antes de Janucá; continuó por muchos años después del milagro del aceite. Sin embargo, en ese punto, los macabeos ya estaban seguros de salir victoriosos.
En la porción de Torá que se lee esta semana, la cual siempre se lee durante Janucá, vemos que a Yosef le sucede una secuencia similar de milagros. Estaba sentado en una prisión egipcia y encarcelado gracias a una acusación falsa. Pudo haber desesperado, sin embargo, sabía que todo venía de D-os. Y justo en el momento que dejó la prisión pasó de ser preso a virrey, tan sólo a un nivel menor que el del faraón, en pocas horas. Cualquier persona podría haber enloquecido con un cambio tan repentino y extraño de las circunstancias, sin embargo, Yosef sabía que todo funcionaba bajo el plan de la Divinidad.
Yosef supo que los sueños que había tenido siendo un hombre joven eran proféticos: eventualmente reinaría sobre sus hermanos. Y fue la trama que planearon esos hermanos, el venderlo como esclavo en Egipto, lo que derivó en el cumplimiento de esa profecía. No tiene más sentido que la idea de que una simple plegaria pueda matar a oficiales griegos, sin embargo, así pasó.
La lección que nos enseña Janucá es que así como sucedió con Yosef, las cosas no siempre son lo que parecen. Todo sucede conforme a un plan divino, aunque esté más allá de nuestra comprensión. Nuestra obligación como judíos es reconocer que “muchos son los pensamientos en el corazón del hombre, pero es la voluntad de D-os lo que se realizará” [Proverbios 19:21]. Janucá nos enseña que nuestro camino no está en el progreso físico, intelectual o económico, sino en la Intervención Divina. Y al final, la victoria había sido ordenada previamente: los judíos sobrevivieron sin en contra de todas las posibilidades.
Fuente: Yaakov Menken Online
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