Enlace Judío México e Israel.- Nací y me crie en Israel, por lo que mi punto de vista respecto al sionismo secular responde a la Declaración de Independencia del Estado de Israel proclamada en mayo de 1948. Las ideas básicas plasmadas por David Ben Gurión en ese documento significaban el regreso de los judíos a su tierra natal, donde encontrarían seguridad, igualdad, pluralismo y un estilo de vida democrático, los judíos representarían una población mayoritaria y se respetarían los derechos de todas las minorías que vivieran en el Estado. Ese momento, sin duda, fue de absoluta unidad para toda la población judía de Israel.
ABEL JACOB
Los principios básicos y el espíritu que emana de esa Declaración de Independencia —lo más cercano a una Constitución—, garantizaban que el Estado de Israel estaría siempre abierto a la inmigración judía, que se desarrollaría económicamente de manera que la prosperidad sería compartida y disfrutada por todos sus ciudadanos y que habría Libertad, Justicia y Paz para todos. El Estado garantizaría igualdad para los habitantes en todas las esferas políticas, sociales y económicas, independientemente de su religión, raza o sexo. “En el Estado de Israel —dice la Declaración— todos sus habitantes gozarán de libertad para elegir y practicar la religión que deseen, se protegerán sus diferencias de lenguaje, educación y pluralidad cultural, y el Estado se encargará de cuidar la integridad de los lugares sagrados de todas las religiones.” En una palabra, Israel se comprometía a cumplir cabalmente los Principios de las Naciones Unidas.
Apegándose a lo dispuesto por Ben Gurión, el Estado de Israel mantuvo esos principios durante los primeros diecinueve años de su existencia, difíciles por la abierta hostilidad de los países vecinos. Sin embargo, las cosas cambiaron a partir del mes de noviembre de 1947. El Consejo General de las Naciones Unidas emitió un acuerdo de partición por el que los judíos y los árabes que vivían en la tierra de Israel se dividirían en dos partes, de hecho en dos naciones. Los judíos aceptaron este acuerdo, pero desafortunadamente los árabes no. Éstos desecharon el plan y declararon la guerra al recién formado Estado Judío. Debido a esta guerra entre judíos y árabes, la mayor parte de los israelitas que vivían en los países árabes fueron expulsados y forzados a abandonar sus propiedades. La mayoría emigró a Israel.
La población judía en Israel, que en 1948 era de 650,000, para 1967 se había elevado a casi 3 millones, es decir, a cuatro veces el número original. La mayor parte del crecimiento demográfico vino de judíos originarios de países árabes y de sobrevivientes del Holocausto. Sin embargo, la Guerra de los Seis Días de Junio de 1967 y su secuela cambiaron el horizonte físico y demográfico del Estado y por consiguiente la relación con los palestinos. La atmósfera política israelí, que hasta el año de 1967 se guiaba por los principios de la Declaración de Independencia, cambió radicalmente.
El resultado inmediato de esta Guerra dejó a Israel controlando un área grande conocida como Cisjordania, con cerca de tres millones de palestinos, y de Jerusalén oriental con los sitios sagrados del Islam. En consecuencia, se formaron dos bloques políticos importantes, cada uno con una forma diferente de mirar o pensar respecto a qué hacer con esos territorios.
Si Israel decidía mantener ocupados los territorios de la región ubicada entre el Río Jordán y el Mediterráneo, conocida como el West Bank, el Estado judío afrontaría la grave amenaza de perder la mayoría judía, uno de los objetivos básicos con los que el Estado había sido creado, ya que en esa región vivían en ése entonces cerca de 13 millones de personas, la mitad de ellas palestinas y con un índice de natalidad más alto que el de la población judía de Israel. Israel debía afrontar el dilema de otorgar derechos completos a los palestinos, incluyendo la ciudadanía —y por tanto perder el estatus de mayoría judía—o no darles esos derechos completos y dejar de ser una democracia. En ambos casos, las promesas consagradas en la Declaración de Independencia no se cumplirían.
A efecto de ser breves, políticamente hablando, uno de esos lados podría denominarse como “el ala derecha”, el grupo que opinaba que “desde el punto de vista de la seguridad, dejar los territorios implicaba un gran peligro para el Estado de Israel.” Incluido en este grupo, hubo una especie de sub-grupo denominado Gush Emunim, un bloque de fanáticos religiosos y mesiánicos, que afirmaba que la naturaleza del conflicto entre árabes y judíos era una lucha ancestral entre diferentes religiones y civilizaciones. “Dios nos dio esta tierra —alegaban— y siendo éste el caso, no caben discusiones o alegatos. No tenemos duda de si debemos mantener ocupados los territorios o no.” Claramente, la respuesta era conservar la ocupación, aun sabiendo que mantener esa postura ciega e irracional terminaría por generar odio y miedo hacia los árabes en general y hacia los palestinos en particular. Un conocido caso judicial-militar ilustra perfectamente lo anterior, es el famoso Caso Azaria donde un soldado israelí dispara violentamente a la cabeza de un palestino que yace en el suelo, indefenso y desarmado, mientras los demás exclaman “¡maten a ese perro!” y “¡es un hijo de puta!”.
Hoy en día, los diversos partidos de derecha —incluyendo a Gush Emunim— han formado una verdadera coalición, agrupándose como el principal partido de derecha conocido como el Likud, liderado por el Primer Ministro Benjamín Netanyahu, también autonombrado recientemente “Secretario de Defensa”. La postura del Likud, conjuntamente con Gush Emunim, se manifiesta en los mismos principios básicos de entonces: “Dios nos dio esta tierra y nosotros no debemos retirarnos. Si lo hacemos, si lo permitimos, Israel se empequeñecerá de nuevo y será más débil que antes. Por consiguiente, debemos anexar los territorios ocupados a fin de que pasen a formar parte de la tierra de Israel. En cualquier caso —argumentan—, del otro lado “no hay nadie con quién negociar” y de todas formas, cualquier plática sería inútil. En vez de hablar, debemos establecer la mayor cantidad de asentamientos que nos sea posible y de esa manera, cualquier intento de retirarnos será inadmisible.”
En la parte opuesta del debate tenemos la opción del “centro-izquierda” que apoya la solución de “Dos Estados”, uno israelí y uno palestino.
Poco tiempo después del final de la Guerra de los Seis Días, el 22 de septiembre de 1967, dos cartas abiertas fueron publicadas el mismo día en la prensa israelí, presentando dos opiniones respecto al destino de estos territorios. Una, conocida como el “Gran Movimiento Israelí”, representaba a la derecha de la sociedad, y la otra, argumentando en favor de dejar los territorios tan pronto como fuera posible, expresaba la opinión del “ala centro-izquierda”.
Lo fascinante de esta división entre derecha e izquierda es observar las diferentes posturas que han tomado, por un lado los militares y por el otro, el gabinete político. La corporación de seguridad que agrupa las cuatro instituciones básicas —Fuerzas Armadas, Mossad, Shin-Bet (la estructura interna de seguridad) y la Policía—, han manifestado de manera evidente que apoyan la opinión de que “es mejor abandonar la ocupación, tratar de llegar a un acuerdo con los palestinos y emplear medidas menos drásticas para controlarlos” que lo que piensa la élite política constituida por el Gabinete que lidera el Primer Ministro.
En una célebre y polémica película documental, llamada The Gatekeepers (Los Guardianes), hecha en 2012, que mostraba a los seis anteriores dirigentes del Shin-Bet, el Centro de Seguridad Interna, el argumento fundamental de estos seis hombres era que “si desde 1967, a partir del final de la Guerra de los Seis Días hasta hoy, Israel ha sido incapaz de transformar su aplastante victoria militar en una paz duradera para Israel, el Estado Judío no debe conservar Cisjordania indefinidamente”. Los seis coincidían en que mientras más pronto Israel se liberara de esos territorios, tanto mejor sería para el Estado. Como era de esperarse, las personas conectadas con la izquierda liberal estuvieron de acuerdo con la película pero a los de derecha les desagradó, al punto que muchos de ellos se negaron a verla. Esta profunda ruptura, ésta serie de aciertos y errores, ha sido desde 1967 la línea divisoria en los vaivenes políticos de Israel.
Recientemente, en febrero de 2018, el presidente del partido principal de la oposición, el laborista Avi Gabbay, declaró que la idea de “Dos Estados para dos Pueblos” representa el interés supremo del Estado de Israel y constituye una necesidad vital para la existencia, la seguridad y el futuro de la nación israelí. Según Gabbay, si el actual statu quo persiste, podría conducir a un Estado binacional y a la pérdida de ambas, la democracia y la mayoría judía.
AIPAC, el grupo judío de presión e influencia más importante de los Estados Unidos, que en el “asunto palestino” casi siempre había tomado una línea dura, de derecha, ahora, a través de su Director Ejecutivo, Howard Kohr, ha establecido una nueva postura radical abogando en favor de la solución de “Dos Estados, el Estado Judío y la Creación del Estado Palestino”.
Como mencioné anteriormente, por diversas razones, a la élite de la corporación militar del Estado no le gusta la ocupación de Cisjordania, y una de esas razones, una muy importante, es que no les gusta lo que le está ocurriendo a las IDF, las Fuerzas de Defensa Israelíes. Como actualmente sus instrucciones son “mantener el orden en los territorios con un mínimo de pérdidas en vidas y en armamento”, para un ejército conocido por sus habilidades en combate, ser cautelosos, agresivos y expertos en minimizar riesgos, esto les cambia todo y no precisamente para bien.
El argumento principal del ala derecha para no dejar Cisjordania es que “estar allí da a Israel mayor seguridad militar”. Chuck Freilich, una de las principales autoridades en materia de doctrinas y pensamiento estratégico de Israel, dice que “el argumento de que una profundidad territorial da a Israel una ventaja en su doctrina militar clásica resultó falso durante la Guerra de Yom Kipur de 1973, cuando las IDF tuvieron que retirar a las personas de los asentamientos apenas creados para poder operar sin obstáculos. Cuando Israel abrió sus archivos después de 50 años de estar cerrados, pudimos vislumbrar lo que los oficiales que empezaron la ocupación sintieron respecto a los lugares de los que habían leído en los libros de historia judía”.
Muchos de estos jóvenes soldados comenzaron a sentirse diferentes durante el transcurso de la ocupación. Algunos empezaron a sentir que tener poder sobre otras personas (los árabes) los estaba corrompiendo. Pronto, algunos de ellos comenzaron a participar y a organizarse en una institución conocida como “Breaking the Silence”, “Rompiendo el Silencio”, una organización de veteranos de guerra que hablan y escriben acerca de sus experiencias en los territorios. El resultado es que a partir de estas declaraciones, el gobierno israelí no los mira con buenos ojos.
Muchos de estos jóvenes soldados comenzaron a sentirse diferentes durante el transcurso de la ocupación. Algunos empezaron a sentir que tener poder sobre otras personas (los árabes) los estaba corrompiendo. Pronto, algunos de ellos comenzaron a participar y a organizarse en una institución conocida como “Breaking the Silence”, “Rompiendo el Silencio”, una organización de veteranos de guerra que hablan y escriben acerca de sus experiencias en los territorios. El resultado es que a partir de estas declaraciones, el gobierno israelí no los mira con buenos ojos.
Desde 2015, Benjamín Netanyahu lidera Israel con una mayoría relativamente pequeña, lo que crea una complicada estructura de coaliciones y una gran cantidad de regateo. Al momento de escribir estas líneas, el partido Israel Beiteinu, con Avigdor Lieberman a la cabeza, salió de la coalición dejando al Likud con un delgado margen de solo 61 de los 120 asientos en el Parlamento.
En una coalición, mientras más pequeños sean los márgenes, mayores los poderes de los líderes. Esto ha llevado a personas como Naftali Bennett, el Ministro de Educación y a Ayelet Shaked, Jefa del Ministerio de Justicia, a presionar a Netanyahu para que apruebe toda clase de leyes de extrema derecha disminuyendo la buena gobernabilidad de 5 instituciones políticas como la Suprema Corte, el Consejo para la Enseñanza Superior y otras instancias.
Debido a la inclusión de diversos partidos religiosos ortodoxos en la coalición del actual gobierno, Israel ha tenido pocos deseos de reconocer movimientos no–ortodoxos como el Conservador y el Reformista, que representan a más del 80% de los judíos del mundo, provocando una situación de tensión entre Israel y el judaísmo mundial. Sin embargo, lo más importante de todo es que los asuntos fundamentales de paz y seguridad están siendo dominados por el ala derecha del gobierno israelí.
Si Israel quiere estar a la altura de la Declaración de la Independencia, necesitará retirarse de los territorios y optar por la solución de “Dos Estados”. Sin embargo, no debemos hacernos ilusiones de que éste es un proceso simple y fácil. De hecho, es una tarea extremadamente delicada que puede causar heridas en el cuerpo político. Sin embargo, para que Israel recobre el carácter judío y democrático esto es algo que debe hacerse a pesar de los riesgos.
Afortunadamente para Israel, en el seno de la sociedad existen personas que ya han pensado cómo abordar el tema y concretar la tarea. No debemos extrañarnos de que una de ellas sea Ami Ayalon, un veterano líder militar, ex–Director de Shin-Bet y Comandante de la Marina, con evidentes credenciales para opinar en asuntos de seguridad y un efectivo plan de acción. Lo que hace Ayalon es cambiar la dinámica del conflicto palestino israelí mediante una constructiva propuesta de desarrollo, si bien unilateral, ya que al principio no requiere que el lado árabe haga algo importante. Esto reviste una gran relevancia para tratar de lograr gestos de buena voluntad hacia el proceso de paz, aun cuando sea de manera unilateral.
Lo que plantearé a continuación es una combinación del plan de Ayalon, apoyado por otros actores de peso y salpicado en algunos puntos con planteamientos de Ehud Barak, quien fuera Primer Ministro y Ministro de Defensa.
Plan de Acción en cinco etapas estratégicas.
En la primera etapa, Israel manifiesta abiertamente que “regresa a la mesa de negociaciones” y proclama “que no tiene mayores aspiraciones de soberanía sobre los territorios”, excepto por los cuatro bloques de población judía ubicados cerca de la “línea verde”: Ariel, Betar Illit, Modiin Illit y Maalé Adumim. Estos cuatro bloques representan menos del 4% del territorio de Cisjordania, y siendo pequeñas porciones de tierra, resultan ideales para realizar intercambios de terrenos con los palestinos. Hasta aquí no se requiere ninguna acción; sólo se hace el anuncio.
Cabe aclarar que existe un problema con estos asentamientos llamados ilegales, – ilegales en el sentido de que nunca fueron oficialmente admitidos por el gobierno– en los que se estima que viven aproximadamente diez mil familias. Sin embargo, se trata de una cantidad de personas que el gobierno Israelí puede manejar con facilidad dado su historial de absorción demográfica, aunque para el Likud y sus asociados en la coalición, las estadísticas y el análisis demográfico representen una rotunda negativa ya que muchos proyectos en Cisjordania fueron llevados a cabo sin cabildeos o debates abiertos, y por otra parte, porque la información financiera respecto al costo real de estos asentamientos resulta difícil de obtener.
En la segunda, Israel anuncia “que no creará nuevos asentamientos y que fuera de los principales centros de población, no hará nuevas construcciones”. De hecho, si Israel quiere persuadir al mundo árabe en general y a la población palestina en particular, de que en efecto ése es su objetivo, debe honrar este anuncio y mantener su palabra aunque esto también resulta relativamente fácil de alcanzar puesto que es más sencillo abstenerse de realizar “algunas cosas” que iniciar nuevos proyectos de construcción.
En la tercera etapa, Israel se dirige a las personas que viven fuera de los cuatro principales bloques que ya hemos mencionado, ofreciéndoles “atractivos proyectos de vivienda, tanto para judíos que deseen vivir al oeste de la “línea verde” o para aquellos a quienes pide que dejen sus casas en Cisjordania”. Esto es importante dados los antecedentes de lo sucedido en el pasado respecto a las acciones del gobierno –o a la falta de esas acciones– cuando se le pidió a la gente que saliera del Sinaí y de la franja de Gaza. El proceso de evacuar a personas no ha sido suave o fácil, y la memoria aún perdura.
En la cuarta etapa, el gobierno anuncia “que mantendrá al ejército –a las IDF, Fuerzas de Defensa de Israel– en el sitio que ocupen en ese momento y que no se moverán hasta que ambas partes lleguen a un acuerdo final”.
Y en la quinta, el gobierno anuncia “que no evacuará por la fuerza a ningún judío hasta que ambas partes alcancen ese acuerdo final”. Como puede verse, el plan se dirige a ambos grupos, a los palestinos y a los judíos israelíes.
Como israelí, estoy seguro que una iniciativa como ésta puede cambiar dramáticamente la imagen de Israel en el mundo y al mismo tiempo dar incentivos a los palestinos para que en el futuro puedan llegar a un acuerdo con Israel. Evidentemente, el propósito de éste plan es separar físicamente a los judíos de los árabes a fin de que las constantes instancias de violencia puedan ser ampliamente minimizadas. De hecho, el propio Ehud Barak argumenta que esta clase de separación “facilitará el trato con los terroristas y permitirá al ejército lidiar de manera más efectiva con el terrorismo”.
No hay duda de que el Oriente Medio es un barrio violento. Estoy convencido que Israel siempre deberá ser el Estado más poderoso de la región, y que tendrá que estar permanente preparado y listo para resistir amenazas y ataques de sus vecinos. En el Medio Oriente, uno no puede permitirse el lujo de perder siquiera una vez, y eso, todos en Israel, lo saben y lo aceptan.
La idea de “Dos Estados para Dos Naciones” es de fundamental importancia para el futuro de Israel. No actuar conducirá al detrimento de las legítimas aspiraciones de ambos lados y hasta podría llevarnos a formar un Estado binacional, con la consecuente pérdida de la mayoría judía debido a características demográficas diferentes y desde luego, a una evidente disminución de la seguridad.
Mantener los territorios y a cerca de 3 millones de palestinos bajo reglas militares puede seguir generando y hasta incrementar una baja en la moral de la población, traer envilecimiento, provocar un colapso demográfico y lograr que la familia de naciones siga poniéndose en nuestra contra.
Y eso nunca fue el sueño del Movimiento Sionista.
*Doctor en Ciencias Políticas y Medio Oriente
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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