Enlace Judío México e Israel.- Angelina Muñiz-Huberman puede recordar con precisión infalible su primer texto literario. Lo conserva todavía en su archivo, perfectamente fechado.
FRANCISCO MORALES V.
Fue escrito una tarde de 1946 en Cuernavaca, en la casa de unos amigos que, como su propia familia, habían llegado al País huyendo de la Guerra Civil Española.
Muñiz-Huberman, de 10 años, jugaba entonces con otro niño del exilio.
“Un día, en el jardín, no sabíamos a qué jugar y entonces yo le dije: ‘Pues mira, vamos a ir adentro, traemos unas hojas de papel y un lápiz, y vamos a jugar a escribir'”, recuerda quien este año, siete décadas después, ha sido galardonada con el Premio Nacional de Artes en el campo de la Lingüística y la Literatura.
Para hablar del conjunto de su obra, que lo mismo comprende poesía, narrativa y ensayo, Muñiz- Huberman suele remontarse hasta ese momento de su vida, la niñez, en el que escribió su primer cuento: La Familia Pajaritos.
“Las impresiones de la infancia siempre van quedando muy grabadas. Los franceses, cuando hay un crimen, dicen: ‘Cherchez la femme’, ‘hay que buscar a la mujer’, porque ahí está el pretexto que causó el desastre. Yo puse en otro de mis libros: ‘Cherchez l’enfance’, ‘hay que buscar a la infancia'”.
En ese juego de escribir que nunca ha terminado, Muñiz-Huberman ha nutrido sus decenas de libros con la experiencia temprana del desplazamiento y la búsqueda de adaptarse a muy distintos lugares del mundo y sus lenguas.
Nacida en 1936, en una familia de intelectuales españoles, pasó sus primeros días en Hyères, Francia, tras la huida de sus padres por el inicio de la guerra.
Consciente del gran desastre que se avecinaba en Europa, su padre, periodista, decidió después llevar a su familia a Cuba, a una vida de campo, como guajiros, y finalmente a la Ciudad de México.
Fuera en francés o en español -que todavía habla ceceando, pero con “cantado” mexicano-, las historias que escuchó de niña tenían que ver casi siempre con el exilio y el anhelo de la vuelta a casa.
A lo mejor otros niños estaban oyendo otras historias, pero yo estaba escuchando esas historias del exilio. Entonces las tenía muy incorporadas”, dice sobre el que ha sido un leitmotiv de su obra.
Al crecer en un ambiente generalmente de adultos, el de los republicanos españoles que encontraron asilo en México, Muñiz-Huberman desarrolló ese tema como materia literaria y al recuerdo de las charlas de sus mayores los llamó “seudomemorias”, como si de un género se tratara.
“La memoria a veces nos traiciona y no es tan verdadera como creemos y, a lo mejor, estamos inventando, cambiando, poniendo a favor o en contra”, dice sobre sus propios recuerdos.
Entre sus libros destaca el volumen de cuentos Huerto cerrado, huerto sellado, con el que ganó el Premio Xavier Villaurrutia; el volumen La lengua florida: antología sefardí, que honra la tradición literaria de su propia familia, y Rompeolas, el compendio de su poesía reunida que publicó el Fondo de Cultura Económica.
Como parte de la llamada Generación Hispanomexicana, o Nepantlas -los que están entre dos tierras-, la escritora leyó en la entrega de su galardón, el pasado octubre, su poema Reconciliación.
En él, habla sobre la añoranza de los mares de su infancia y sobre abrazar un nuevo paisaje, el de los volcanes: “Y acepté el paisaje, / el paisaje que no era mío, / que me encerraba en cuatro paredes, / que me daba alta prisión / con sólo el escape del cielo / y tal cual nube para sentirme mejor”, dice en el texto.
“Esa idea de poder incorporarlo adentro es como una reconciliación, es como: ‘Bueno, ya yo sí soy de aquí'”, reflexiona.
Además de su labor como académica en el Colegio de Letras Hispánicas de la UNAM, donde instauró los estudios de literatura hispanohebrea, la literatura de Muñiz-Huberman ya está indeleblemente ligada a la tradición mexicana.
Ese juego de escribir que comenzó en Cuernavaca, con otro niño del exilio, sigue rindiendo frutos para su creadora.
Fuente: reforma.com
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