27 de diciembre 2018
Mientras que Francis Ford Coppola y Martin Scorsese brindaron en la pantalla grande una radiografía de Nueva York a partir de mostrar los bajos fondos, Woody Allen lo hace con un deje melancólico en “Manhattan”, una de las obras maestras de su filmografía.
La obertura de la cinta tiene como trasfondo musical la maravillosa “Rapsodia en azul” de George Gershwin se retrata el ritmo frenético neoyorkino, mismo que culmina con una serie de fuegos artificiales, que es toda una declaración de amor de Allen por su amado Nueva York.
Filme rodado en blanco y negro, con una excelente fotografía de Gordon Willis; encuadres medidos, planos sostenidos y claroscuros que le confiere un aura mágica.
Tragicomedia filmada dos años después de “Annie Hall”– ganadora al Óscar a mejor película en 1977, contiene los temas que le obsesionan a su autor: la inseguridad, el engaño, la infidelidad, lo mismo que una crítica mordaz en torno a los pseudointelectuales.
En sus parlamentos hay ecos de los escritores de cabecera de Woody Allen, tales como: Strindberg, Tolstoi y Freud, entre otros; sin olvidarnos de su admirado Ingmar Bergman.
Isaac Davis interpretado por el director judeo-norteamericano es un hombre desgarbado, cobarde, hipocondríaco y sarcástico, un hombre de buen corazón, pero que sus dudas en torno al amor, lo tornan egoísta.
Dianne Keaton da vida a una periodista llamada Mary, que es su amante desde la época de Yale. Engreída e inmadura pero no tan cínica.
Mientras que la joven Tracy (Muriel Hemingway) es una chica que a sus 17 años, tiene un gran equilibrio emocional y temple. Es la única que sabe lo que quiere, pese a que Isaac con el paso del tiempo la deje por una mujer mayor.
Acepta con tristeza y resignación el rompimiento, nada rencorosa perdonará a su novio, que cuando pelea con Mary, estará dispuesta a reiniciar la relación. Es una joven con sentimientos muy limpios y exaltados.
La escena final de “Manhattan” es del todo emblemática. Tracy le propone a Isaac que lo esperará seis meses de que regrese de Londres. Él se sentirá contagiado de su esperanza.
Ha pasado hora y media de diálogos bien construidos y fluidos. La mímica expresa todo aquello que no se puede expresar con palabras. En el último plano, un rayo de luz penetra entre el cielo plomizo de la urbe. Se da a entender que siempre habrá una esperanza, esto sucede cuando se abre la caja de Pandora.
“Manhattan” tiene frases emblemáticas como cuando Isaac le dice a Mary en su visita al planetarium: “El cerebro es el más sobrevalorado de los órganos.”
Woody Allen logra construir la educación sentimental de Nueva York, sin duda.
Contenido original de Enlace Judío / Reproducción autorizada con la mención siguiente: ©EnlaceJudío
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