La retirada de Estados Unidos de Siria: ¿una bendición disfrazada?

Un jefe de carga del Escuadrón Airlift Expedicionario 746 de EE.UU. observa una carga desechada de suministros en apoyo de la Operación Resolución Residente, 14 de noviembre de 2018, foto del DOD realizada por el sargento del personal de la Fuerza Aerea. Jordan Castelan

Enlace Judío México e Israel.- Por muy mal que fuera concebida, la decisión del presidente Trump de retirar a las fuerzas estadounidenses de Siria podría tener un lado positivo para Israel. Obliga a Jerusalén a reevaluar los supuestos básicos del “proceso de paz” con los palestinos que ha sido dirigido de manera activa y coercitiva en las últimas décadas por las sucesivas administraciones de los Estados Unidos.

MAYOR GENERAL (res.) GERSHON HACOHEN

El proceso de Oslo tuvo lugar bajo circunstancias globales únicas. La Unión Soviética acababa de colapsar y la Guerra Fría había terminado abruptamente con la clara victoria de Occidente. EE.UU. se convirtió en “la única superpotencia restante” y el “Fin de la historia” apareció en el horizonte.

Desde entonces, se han producido cambios de gran alcance. Rusia ha resurgido como una fuerza global importante y ha retomado su estatus de gran potencia a través de intervenciones militares directas en Georgia, Ucrania y Siria. Los Estados Unidos, por el contrario, han reducido sustancialmente su participación global en la última década y han perdido su posición hegemónica en Medio Oriente. A este respecto, la reciente decisión del presidente Trump de retirar las tropas estadounidenses de Siria no es más que la continuación de la política de retirada iniciada por su antecesor inmediato.

Es discutible, por supuesto, que la retirada arroja serias dudas sobre la credibilidad de Estados Unidos como aliado estratégico. Sin embargo, a pesar de todas las fallas concomitantes, este paso le da a Israel la oportunidad de reconsiderar su creencia de larga data en el respaldo aparentemente inquebrantable de los Estados Unidos.

Durante bastante tiempo, el estado judío se ha encontrado en un dilema estratégico. Por un lado, mientras más omnipotente sea la imagen estadounidense, más fuerte será la reputación de Israel como un jugador militar y político importante. Por otro lado, la creencia generalizada en la capacidad ostensible de Washington para garantizar cualquier acuerdo de paz árabe-israelí ha puesto a Jerusalén bajo una presión constante para asumir los riesgos asociados con la retirada de áreas vitales para su seguridad nacional. Así, por ejemplo, allanando el camino para el retiro total de las Fuerzas de Defensa de Israel de Judea y Samaria (Cisjordania) como parte de un acuerdo de paz israelí-palestino, el gobierno de Obama propuso un paquete de seguridad complejo que sustituyó el despliegue de fuerzas estadounidenses en el Valle del Jordán por la permanente demanda de Israel de fronteras defendibles (aceptada por la Resolución 242 del Consejo de Seguridad de noviembre de 1967).

Pero, ¿hasta qué punto pueden las fuerzas militares extranjeras que operan en un entorno totalmente extraño proporcionar un sustituto adecuado para las FDI para hacer cumplir la desmilitarización de la Ribera Occidental Judea y Samaria/Cisjordania)? A juzgar por la experiencia de las fuerzas internacionales en el Medio Oriente en las últimas décadas, la respuesta está lejos de ser satisfactoria. La Fuerza Provisional de las Naciones Unidas en el Líbano (FPNUL), desplegada a lo largo de la frontera israelí-libanesa desde 1978, por ejemplo, ha fracasado estrepitosamente en evitar la transformación del área bajo su jurisdicción en una entidad terrorista no reconstruida, primero por la OLP (hasta 1982), luego por sucesivas organizaciones terroristas chiítas. Como lo demuestra claramente la reciente exposición de los túneles de ataque de Hezbolá que penetran el territorio de Israel, la FPNUL ha fallado totalmente en hacer cumplir la Resolución 1701 del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas del 11 de agosto de 2006, al final de la Segunda Guerra del Líbano, que estipuló la disolución de todas las milicias armadas en El Líbano y prohibió el suministro de armas a cualquier grupo sin autorización gubernamental, así como la presencia de fuerzas armadas al sur del río Litani. La experiencia de Occidente en Afganistán e Irak durante las últimas décadas tampoco inspira mucha confianza en la capacidad de las potencias externas para hacer frente de manera eficaz a las insurgencias sostenidas de subversivos, terroristas y yihadistas.

A pesar de estas restricciones operativas, la idea de la supervisión internacional adolece de un defecto político-constitucional inherente, a saber, su total dependencia del consentimiento del gobierno anfitrión, que puede exigir la retirada inmediata de todas las fuerzas extranjeras de su territorio (como sucedió con la eliminación) de las fuerzas de la ONU de Egipto en mayo de 1967). A esto deben agregarse los numerosos casos en que las fuerzas internacionales de supervisión y / o intervención se retiraron de los países que se suponía que debían proteger como resultado de las decisiones unilaterales de los gobiernos emisores: de la evacuación de la fuerza estadounidense-franco-británica-italiana de El Líbano tras el bombardeo de Hezbolá de su sede de Beirut en octubre de 1983, hasta el apresuramiento de la retirada de las fuerzas estadounidenses de Irak en 2011 con el consiguiente aumento de ISIS y su toma de control de grandes franjas de Irak y Siria, hasta la última decisión del presidente Trump.

Según los expertos en seguridad israelíes, la retirada de Estados Unidos ha dejado a Israel solo en la batalla contra el atrincheramiento militar de Irán en Siria. Lo suficientemente cierto, pero este contratiempo puede conllevar un importante efecto positivo. Porque cuanto antes Israel reconozca la precariedad de una “Pax Americana” regional, más pronto comprenderá la inutilidad de las “concesiones territoriales dolorosas” en Judea y Samaria (Cisjordania), y mucho menos en los Altos del Golán.

Lo que más necesita Israel de EE.UU. en la actualidad es el respaldo político y diplomático en apoyo de sus intereses nacionales vitales, principalmente 1) el apoyo a su sostenimiento del Golán como condición vital para su defensa; y 2) el cese de la presión para futuros retiros territoriales en Cisjordania. Con suerte, el giro de Trump en Siria podría catalizar un cambio en la estrategia regional de Estados Unidos en esta dirección.

Fuente: BESA Center– Reproducción autorizada con la mención: ©EnlaceJudíoMéxico

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Silvia Schnessel: Silvia Schnessel es corresponsal de Enlace Judío en España. Docente y traductora, maneja el español, el hebreo, el francés, el inglés y el catalán. Es amante del periodismo, del sionismo y de Israel.