Enlace Judío México e Israel – Durante el último trayecto de la azarosa vida de Hilda Kruger, su natural alegría se apagó. Sus otrora seguros pasos se perdieron en ese obscuro sendero en donde penetró su pensamiento. “A veces estaba muy desorientada”, contó la mujer que durante su adolescencia la acompañó en esos largos y tormentosos días, antes de que abandonara “el valle de lágrimas” en el que se había convertido su existencia.
JUAN ALBERTO CEDILLO EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
“Yo estuve día y noche a su lado cuando empezó a alucinar y a veces estar muy desorientada. Fue en esos momentos que vi un poco de lo que relatas en tu libro. Localicé a su única sobrina y fue ella que la regresó a Alemania”, narró al autor la mujer que la cuidó en su lujoso apartamento de New York.
Para escribir mis textos sobre las operaciones de espionaje de los hombres de Adolfo Hitler en Latinoamérica transité por aproximadamente 20 años por archivos de Washington, Alemania y México. Como parte de la investigación tuve la suerte, y el privilegio, de conocer a cinco talentosas mujeres que fueron amigas íntimas o que conocieron algunas actividades de Hilda en México y Nueva York.
Brillantes escritoras como la Doctora Ida Rodríguez Prampolini (1925-2017), amiga íntima de Hilda y exesposa del historiador Edmundo O´Gorman, quien narró algunos pasajes de la vida intelectual de la actriz alemana. Fue ella quien la introdujo, a mediados de la década de los 40, al mundo académico e intelectual de la ciudad de México.
Además, de otras amigas que coincidieron en diversas épocas de su vida. La adolescente que la acompañó durante su ocaso, actualmente una mujer madura, fue escogida por Hilda para revelar sus historias y confesar su tormentos.
Hilda Matilde Kruger Grossmann nació en Colonia, Alemania, el 9 de noviembre de 1912. Comenzó su carrera como actriz desde niña actuando en obras de teatro escolares. Durante su juventud participó en películas mediocres del cine alemán cuando estaba bajo el control del poderoso jefe de propaganda nazi Joseph Goebbels, quien convirtió a la actriz en su amante. Salió expulsada de Alemania en 1939, cuando Magda Goebbels descubrió la infidelidad de su marido. Viajó a los Estados Unidos donde intentó incursionar en Hollywood. En la meca del cine le ofrecieron sólo papeles secundarios.
En Los Ángeles se hizo amante de dos multimillonarios que se rindieron ante su belleza: el petrolero Jean Paul Getty y un heredero de la familia Anheuser-Busch, los dueños de la cervecera Budweiser. La cómoda, espectacular y lujosa existencia que le ofrecían los millonarios con propuestas de matrimonio no fue suficiente para eliminar su pasión nacionalista de contribuir a la grandeza de la Alemania Nazi. Hilda, como gran parte del pueblo alemán, fue seducida por el futuro luminoso que prometía el Führer: un Tercer Imperio (Reich) de mil años, similar al de Roma y Constantinopla.
El destino le reservó un mejor papel acorde a su deseos cuando los servicios de Inteligencia del ejército alemán le solicitaron que colaborara con los oficiales que realizaban importantes misiones en México. Es en febrero de 1941 que la actriz se mudó al Distrito Federal por lo que demandaba su patria: mandar petrolero mexicano de contrabando al puerto de Hamburgo; monitorear los movimientos militares de los Estados Unidos; realizar espionaje industrial y enviar toneladas de metales estratégicos para la guerra, entre otras acciones. Para proteger esas actividades, Hilda se metió a la cama de importantes funcionarios mexicanos. El principal: el secretario de Gobernación Miguel Alemán Valdés.
Un año después Hilda es descubierta por el contraespionaje estadounidense. Fue encarcelada por breve tiempo. Para evitar su extradición, Miguel Alemán le arregla una boda con un nieto del exdictador Porfirio Díaz: Ignacio de la Torre. Tras abandonar el espionaje inició su carrera en el cine mexicano participando en cuatro películas. También incursionó en la historia de México, la escritura, y abandonó a su “marido” para retornar a la maravillosa vida de los multimillonarios: se casa con Julio Lobo Olavarría, el “Rey del Azúcar”, dueño de una fortuna en Cuba. Julio e Hilda se divorciaron al año. Su matrimonio le dejó un lujoso apartamento frente a Central Park, en el edificio Hampshire House, que le había regalado su marido. Ahí transcurrieron sus últimos días antes de viajar al descanso eterno.
“La conocí cuando tenía 15 años y luego cuando viví en Nueva York. Cenábamos una vez a la semana. Su departamento siguió siendo el mismo que mencionaste en el libro”, narró la exadolescente al autor.
“Era un personaje. Hilda fue muy amiga de mi tía que vivía en NY, supongo que se movían en el mismo círculo. Para mi en lo personal fue una mujer deliciosa, llena de vida y alegría. Entendí muy pronto que su alegría era una disciplina. La intimidad que compartíamos era enorme mientras que estuviéramos solas en su departamento. Siempre tenía una botella de champaña esperándome con manzanas partidas. Al salir a cenar había algo que se transformaba, reconozco en tu libro esa seducción para con la gente. Las pláticas también eran distintas, a solas eran íntimas y muy distintas a las del restaurante. Al final de su vida, nunca en público se dejaba ver. Estuve día y noche a su lado cuando empezó a alucinar y a veces estar muy desorientada”.
En el otoño de su existencia su mente se transformó en un campo de batalla. En retrospectiva no podía olvidar que el Führer y su Tercer Reich había pasado de ser una promesa ilusoria a un Estado criminal, y ella, como muchos hombres ordinarios que sólo cumplieron órdenes, formó parte del engranaje que hizo posible la tragedia.
“Tengo que hacer memoria pero (creo que) Hilda Kruger murió finales de los 80”. Falleció al año de su regreso a su querida Alemania, en 1991.
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