Enlace Judío México e Israel.- Como si el descubrimiento de túneles sofisticados de Hezbolá penetrando dentro de Israel y violando los términos de la tregua de la ONU no fuera suficiente bochorno para el gobierno libanés, la situación política está estancada también. Hezbolá también está en el centro de esa débacle.
NEVILLE TELLER
Líbano fue a las urnas el 6 de mayo del 2018. Siete meses después, los partidos políticos están en un estancamiento acerca de formar un nuevo gobierno.
Han pasado nueve largos años desde las elecciones parlamentarias previas que, según la constitución, se suponía serían celebradas cada cuatro años. Pero no hubo elecciones en el 2014, y desde entonces ministros y políticos han votado una y otra vez para posponer las elecciones y extender el parlamento actual, citando intereses de seguridad, crisis políticas y disputas por la ley electoral.
Cuando fue celebrada finalmente la nueva elección, había cambiado drásticamente dentro de Líbano y en la región. El período interviniente había visto tanto el ascenso como la derrota en el campo de batalla del Estado Islámico en los vecinos Irak y Siria, una extensión drástica del poder iraní en ambos países, la participación directa de fuerzas militares de Hezbolá – -compuestas, sea recordado, por jóvenes combatientes libaneses – en el conflicto civil en Siria, actuando bajo la orden directa de Irán, y una acumulación enorme de armamento iraní sofisticado en el propio Líbano, junto con el desarrollo de plantas de fabricación de armas en una escala masiva.
Además, la alianza política previa pro-occidental respaldada por los saudíes y liderada por el primer ministro Saad Hariri, se estaba derrumbando. Durante los nueve años desde entonces el gobierno de Hariri en el 2009 había incluido a miembros del cada vez más confiado Hezbolá respaldado por Irán – una señal obvia de Irán extendiendo su base de poder dentro de Líbano por medio de su subsidiario. Este era un acontecimiento peligroso que Arabia Saudita, líder del mundo suní, estaba determinado a cortar de raíz.
En noviembre del 2017, instado, se conjetura, por el príncipe de la corona saudí Mohammed bin Salman, Hariri viajó a Riad, y desde la capital saudí renunció como primer ministro de Líbano, incorporando una resonante denuncia a Hezbolá e Irán en su anuncio.
La tormenta política resultante no pudo ser contenida. Él permaneció en el exterior por dos semanas, luego regresó a Líbano, donde retiró su renuncia y reasumió su cargo. Pero todo salió mal. Hariri nunca pudo ser reconciliado con la posición cada vez más dominante que estaba asumiendo Hezbolá dentro del cuerpo político libanés. Sin importar sus objeciones políticas, sus razones personales son abrumadoras.
El 14 de febrero del 2005, fue asesinado su padre, Rafik Hariri, una vez primer ministro y poderoso opositor al dominio sirio y de Hezbolá en Líbano. Los procedimientos judiciales subsiguientes, que están aún en curso después de 13 años, han establecido bastante bien que el asesinato fue ordenado por Bashar al Assad, presidente de Siria, y llevado a cabo por agentes de Hezbolá. Así que Saad Hariri tenía temas inconclusos de su padre para completar. No hay dudas que Rafik estaría horrorizado por la extensión en la cual Irán ha ganado control sobre la fuerza militar de Líbano, y está usando al país como una base de fabricación desde la cual armar a la luna creciente chií que está consolidando. Porque Irán está construyendo y equipando un imperio chií que se extiende desde Yemen, vía Barein, Irán, Irak, Siria y a través de Líbano.
Hay informes bien fundados de que Irán ha establecido plantas, dirigidas y operadas por Hezbolá, para fabricar misiles y otras armas en Líbano. El armamento incluye misiles tierra-tierra y tierra-mar, torpedos, drones espías, misiles anti-tanques, y botes blindados rápidos. Hay informes de al menos dos plantas clandestinas construidas en Líbano para fabricar misiles y otro armamento incluido el Fateh 110, un misil con un alcance de aproximadamente 300 kilómetros − suficientes para cubrir la mayoría de Israel − y capaz de transportar una ojiva de media tonelada.
Las elecciones parlamentarias de mayo, que emplearon por primera vez un sistema de representación proporcional, vieron el colapso del Movimiento Futuro (MF) de Hariri y el crecimiento continuo de Hezbolá. El MF perdió 13 escaños mientras Hezbolá ganó tres. Pero el ganador mayor fue el Movimiento Patriótico Libre y sus aliados, liderado por Gebran Bassil, el cual surgió como el bloque más grande con 29 miembros. Bassil, yerno del presidente Michel Aoun de Líbano, fue criticado por muchos políticos libaneses por una entrevista en los medios de comunicación en diciembre del 2017 en la cual dijo que Líbano no tiene un problema ideológico con Israel, y que él no estaba en contra de Israel “viviendo en seguridad.”
Siete meses después de las elecciones, sin embargo, las conversaciones acerca de la formación de un nuevo gobierno en Líbano siguen en un punto muerto. Las complejas leyes sectarias que gobiernan la constitución de Líbano significan que Hariri sigue siendo primer ministro designado, porque ese cargo está reservado para un musulmán suní y Bassil, un cristiano maronita, está excluido de ocuparlo. Pero en el corazón de la discrepancia entre las distintas facciones políticas está cuánto poder debe ejercer Hezbolá.
Hezbolá es, por supuesto, una organización musulmana chií, pero en el complejo mundo político libanés apoya de hecho a algunos grupos políticos suníes más pequeños. Un punto particular de discordia en las discusiones es si estos organismos suníes deben ser incluidos junto con Hezbolá en la formación del nuevo gobierno. En particular, Hezbolá ha estado demandando que a uno de sus aliados suníes le sea adjudicada una banca ministerial en el gabinete. Si le es concedido, esto saldría de la parte de bancas suníes del primer ministro, y Hariri rechaza de plano la propuesta.
Esta es la llamada “maraña suní”. Si la experiencia pasada sirve de algo, desenredarla podría llevar no meses, sino años.
Fuente: MPC Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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