Enlace Judío México e Israel.- La democracia en el mundo enfrenta una grave crisis, regímenes nacionalistas populistas de derecha e izquierda autoritarios han cobrado fuerza en la última década.
LEÓN OPALÍN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
En este ámbito, Yuval Noah Harari, israelí de 43 años, historiador, escritor y profesor en la Universidad Hebrea de Jerusalén que ha vendido 15 millones de libros en todo el mundo, considera también que el hombre se ve profundamente amenazado por los avances tecnológicos descontrolados, que junto con el fascismo y las noticias falsas son un peligro para el ideal básico de la libertad humana. Congruente con su pensamiento, Noah Harari no tiene Smartphone, se enteró de la victoria de Trump varias semanas después porque estaba en un retiro meditando.
Noah Harari considera que el liberalismo ha logrado sobrevivir, desde hace siglos, a numerosos demagogos y autócratas que han intentado estrangular la libertad desde fuera. Pero ha tenido escasa experiencia, hasta ahora, con tecnologías capaces de corroer la libertad humana desde dentro. Para asimilar este nuevo desafío, es importante comprender qué significa el liberalismo. En el discurso político occidental, el término “liberal” se usa a menudo con un sentido estrictamente partidista, como lo opuesto a “conservador”. Pero muchos de los denominados conservadores adoptan la visión liberal del mundo en general.
Para Noah Harari el liberalismo defiende la libertad humana porque asume que las personas son entes únicos, distintos a todos los demás animales. A diferencia de las ratas y los monos el Homo sapiens, tiene libre albedrio. Eso es lo que hace que los sentimientos y las decisiones humanas constituyan la máxima autoridad moral y política en el mundo. Por desgracia, el libre albedrio no es una realidad científica. Es un mito que el liberalismo heredó de la teología cristiana. Los teólogos elaboraron la idea del libre albedrio para explicar por qué Dios hace bien cuando castiga a los pecadores por sus malas decisiones y recompensa a los santos por las decisiones acertadas.
Si no tomamos nuestras decisiones con libertad, ¿por qué va Dios a castigarnos o recompensarnos? Según los teólogos, es razonable que lo haga porque nuestras decisiones son el reflejo del libre albedrío de nuestras almas eternas, que son completamente independientes de cualquier limitación física y biológica.
Este mito tiene poca relación con lo que la ciencia nos dice del Homo sapiens y otros animales. Los seres humanos, sin duda, tienen voluntad, pero no son libres. Yo no puedo decidir qué deseos tengo. No decido ser introvertido o extrovertido, tranquilo o inquieto. Los seres humanos toman decisiones, pero nunca son decisiones independientes. Cada una de ellas depende de unas condiciones biológicas y sociales que escapan a mi control. Puedo decidir qué comer, con quién casarme y a quién votar, pero esas decisiones dependen de mis genes, mi bioquímica, mi sexo, mi origen familiar, mi cultura nacional, todos ellos, elementos que yo no he elegido.
Hay que fijarse en la próxima idea que surge en su cerebro. ¿De dónde ha salido? ¿Se le ha ocurrido libremente? Por supuesto que no. Si observa con atención su mente, se dará cuenta de que tiene poco control sobre lo que ocurre en ella y que no decide libremente qué pensar, qué sentir, ni qué querer.
Aunque el libre albedrio siempre ha sido un mito, en siglos anteriores fue útil. Infundió valor a quienes lucharon contra la Inquisición, el derecho divino de los reyes, el KGB y el Ku Klux Klan. Y era un mito que tenía pocos costos. En 1776 y en 1939 no era muy grave creer que nuestras convicciones y decisiones eran producto del libre albedrio, y no de la bioquímica y la neurología. Porque en 1776 y en 1939 nadie entendía muy bien la bioquímica, ni la neurología. Ahora, sin embargo, tener fe en el libre albedrio es peligroso. Si los Gobiernos y las empresas logran hackear o piratear el sistema operativo humano, las personas más fáciles de manipular serán aquellas que creen en el libre albedrio.
Para conseguir piratear a los seres humanos, hacen falta tres cosas: sólidos conocimientos de biología, muchos datos y una gran capacidad informática. La Inquisición y el KGB nunca lograron penetrar en los seres humanos porque carecían de esos conocimientos de biología, de ese arsenal de datos y esa capacidad informática. Ahora, en cambio, es posible que tanto las empresas como los Gobiernos cuenten pronto con todo ello y, cuando logren piratearnos, no solo podrán predecir nuestras decisiones, sino también manipular nuestros sentimientos.
Una fe ingenua en el libre albedrio ciega. Cuando una persona escoge algo –un producto, una carrera, una pareja, un político-, se dice que está escogiéndolo por su libre albedrio. Y ya no hay más que hablar. No hay ningún motivo para sentir curiosidad por lo que ocurre en su interior, por las fuerzas que verdaderamente le han conducido a tomar esa decisión.
La propaganda y la manipulación no son ninguna novedad, antes actuaban mediante bombardeos masivos; hoy, son, cada vez más, munición de alta precisión contra objetivos escogidos. Cuando Hitler pronunciaba un discurso en la radio, apuntaba al mínimo común denominador porque no podía construir un mensaje a la medida para cada una de las debilidades concretas de cada cerebro. Ahora sí es posible hacerlo. Un algoritmo puede decir si alguien ya está predispuesto contra los inmigrantes, y si su vecina ya detesta a Trump, de tal forma que el primero ve un titular y la segunda, en cambio, otro completamente distinto. Algunas de las mentes más brillantes del mundo llevan años investigando cómo piratear el cerebro humano para hacer que pinchemos en determinados anuncios y así vendernos cosas. El mejor método es pulsar los botones del miedo, el odio o la codicia que llevamos dentro. Y este no es más que el principio. Por ahora, los piratas se limitan a analizar señales externas: los productos que compramos, los lugares que visitamos, las palabras que buscamos en Internet. Pero, de aquí a unos años, los sensores biométricos podrían proporcionar acceso directo a nuestra realidad interior y saber qué sucede en nuestro corazón. No el corazón metafórico tan querido de las fantasías liberales, sino el músculo que bombea y regula nuestra presión sanguínea y gran parte de nuestra actividad cerebral. Entonces, los piratas podrían correlacionar el ritmo cardiaco con los datos de la tarjeta de crédito y la presión sanguínea con el historial de búsqueda.
El liberalismo ha desarrollado un impresionante arsenal de argumentos e instituciones para defender las libertades individuales contra ataques externos de Gobiernos represores y religiones intolerantes, pero no está preparado para una situación en la que la libertad individual se socava desde dentro y en la que, de hecho, los conceptos “libertad” e “individual” ya no tienen mucho sentido. Para sobrevivir y prosperar en el siglo XXI, necesitamos dejar atrás la ingenua visión de los seres humanos como individuos libres –una concepción herencia a partes iguales de la teología cristiana y de la ilustración- y aceptar lo que, en realidad, somos los seres humanos, unos individuos pirateables. Necesitamos conocernos mejor a nosotros mismos.
En este contexto, Noah Harari señala que el mayor problema político, legal y filosófico de nuestra época es cómo regular la propiedad de los datos. En el pasado, delimitar la propiedad de la tierra fue fácil, se ponía una valla y se escribía en un papel el nombre del dueño. Cuando surgió la industria moderna, hubo que regular la propiedad de las máquinas y se consiguió, no obstante, los datos están en todas partes y en ninguna. Nadie es propietario de sus propios datos, porque puede haber millones de copias de ellos.
El mundo actual es muy complicado, Noah Harari, indica que está cambiando de una forma tan rápida que resulta cada día más difícil comprender lo que está pasando, la gente común no tiene idea de cómo será el mercado de trabajo y las relaciones dentro de 30 años; los analistas y pronosticadores hacen elucubraciones, no obstante, difícilmente acertarán en sus previsiones. Esto crea una confusión enorme que da pie a que se desarrolle un nacionalismo exagerado que se convierta en fascismo cuando los líderes de la sociedad le dicen a la gente que su nación no es la única, sino superior. Esto explica cómo millones de alemanes apoyaron a Hitler en buena medida; hoy día la propaganda política y comercial es más eficaz porque existe abundante información sobre la gente y admite los mensajes que se le envían porque están condicionados para creer lo que se les diga. “esto pasó en las elecciones de EUA y en la campaña del Brexit”. Así, las redes sociales son un instrumento que “esclaviza” a los individuos, si se quiere estar de verdad en ellas, se tiene que tuitear todo el tiempo. Trump es un experto en estas artes.
Noah Harari piensa que la verdadera naturaleza de la humanidad no es algo nuevo. Los humanos hemos mantenido este debate miles de veces. Salvo que antes no disponíamos de la tecnología. Y la tecnología lo cambia todo. Antiguos problemas filosóficos se convierten ahora en problemas prácticos de ingeniería y política. Y, si bien los filósofos son gente muy paciente –pueden discutir sobre un tema durante 3,000 años sin llegar a ninguna conclusión-, los ingenieros no lo son tanto. Y los políticos son los menos pacientes de todos.
¿Cómo funciona la democracia liberal en una era en la que los Gobiernos y las empresas pueden piratear a los seres humanos? ¿Dónde quedan afirmaciones como que “el votante sabe lo que conviene” y “el cliente siempre tiene razón? ¿Cómo vivir cuando comprendemos que somos animales pirateables, que nuestro corazón puede ser un agente del Gobierno, que nuestra amígdala puede estar trabajando para Putin y la próxima idea que se nos ocurra perfectamente puede no ser consecuencia del libre albedrio sino de un algoritmo que nos conoce mejor que nosotros mismos? Noah Harari señala que son las preguntas más interesantes que debe afrontar la humanidad. Por desgracia, no son preguntas que suela hacerse la mayoría de la gente. En lugar de investigar lo que nos aguarda más allá del espejismo del libre albedrio, la gente está retrocediendo en todo el mundo para refugiarse en ilusiones aún más remotas. En vez de enfrentarse al reto de la inteligencia artificial y la bioingeniería, la gente recurre a fantasías religiosas y nacionalistas que están todavía más alejadas que el liberalismo de las realidades científicas de nuestro tiempo. Lo que se nos ofrece, en lugar de nuevos modelos políticos, son restos reempaquetados del siglo XX o incluso de la Edad Media.
Noah Harari se cuestiona, necesitamos luchar en dos frentes simultáneos. Defender la democracia liberal no solo porque ha demostrado que es una forma de gobierno más benigna que cualquier otra alternativa, sino también porque es lo que menos restringe el debate sobre el futuro de la humanidad. Pero al mismo tiempo, debe poner en tela de juicio las hipótesis tradicionales del liberalismo y desarrollar un nuevo proyecto político más acorde con las realidades científicas y las capacidades tecnológicas del siglo XXI.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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