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domingo 22 de diciembre de 2024

La expulsión de los judíos y el caleidoscopio del tiempo

Enlace Judío México e Israel.- De un tiempo a esta parte se ha venido desarrollando una corriente revisionista en torno a la Leyenda Negra en la historia de España. El Libro de Elvira Roca Imperofobia y Leyenda Negra (Siruela Madrid 2016), nos abre una amplia y pertinente panoplia de sugerencias que nos invitan a revisar los tópicos que se han vertido sobre España a lo largo de la historia ,tanto por extranjeros como por los propios españoles y que a veces nuestra pereza mental ha contribuido a que hayan quedado petrificados como una foto fija . Este artículo se va a centrar expresamente sobre uno de los ingredientes que han formado parte de esa leyenda: La expulsión de los judíos.

ISIDRO GONZALEZ PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Planteamos la siguiente interrogante ¿cuánto de leyenda y cuanto de realidad? La autora citada escribe que, “la expulsión de los judíos se realizó en otros muchos países, y que en España se les ofreció la posibilidad de conversión y permanecer en el país”. Cierto. Pero conviene ahora reseñar algunos elementos diferenciadores entre aquellas expulsiones y la de España, y cómo afectaron a la interpretación posterior de nuestra historia.

Más de la mitad de los judíos españoles prefirieron el exilio y con los que quedaron en España se consolidó una importante comunidad de conversos sobre los que caía inmisericorde el tribunal del Santo Oficio. Está muy difundida la idea de que una de las causas de la decadencia del Imperio fuera la expulsión de los judíos (cuestión discutible en la que no vamos a entrar). Sin embargo, ya casi a raíz de la expulsión, la percepción que se tenía en el interior del país y por las principales elites sí que lo fue. Sobre tres pilares se va a asentar la primera percepción a raíz de la expulsión: el primero, el pragmatismo económico que obligó a la corona española, dadas sus especiales circunstancias por las que atravesaba: Las remesas de oro procedentes de América ya no eran suficientes , a recurrir a los antiguos expulsados , muchos residentes en el vecino reino de Portugal, que aunque convertidos al cristianismo seguían manteniendo ocultamente su religión mosaica . La cuestión alcanzó su mayor virtualidad a partir de la unión de los dos reinos en tiempos de Felipe II en 1580. Eran los famosos asentistas portugueses, pero que todo el mundo sobreentendía que eran judíos. La corona se debatía entre el sentimiento antijudío que había en el ambiente (véase la Execración contra los judíos de Quevedo) y la protección que les dispensaba la corona: eran sus asentistas, imprescindibles.

Ante esta situación, se intentó el retorno real de los mismos a España a mayor escala (proyecto del Conde Duque Olivares 1633 y Manuel Lira 1691). Hoy ya muy bien documentados. Antonio Domínguez Ortiz habla del filo hebraísmo del Conde Duque de Olivares y escribe “No solo trató de mejorar la situación de los conversos sino que además estableció múltiples contactos con diferentes judíos y acarició la idea de permitir el regreso de todos los de su religión. Esto último, aunque aquí habría supuesto una novedad extrema, no chocaba con la tendencia que existía en otros países europeos. Conviene resaltar que estos proyectos fueron el resultado de un efecto mimético : a los judíos expulsados de España les abren las puertas los países entonces más prósperos de Europa, Países Bajos, la República de Venecia, la Inglaterra de Cromwell en 1656, incluso el cristianísimo cardenal Richelieu ; algunos de los que antes fueron expulsados.

En esta época las doctrinas mercantilistas fueron referentes estimuladores para los intentos de regreso de los judíos a España y también de la idea de que la expulsión había sido un error. Pero además había un segundo elemento que influía sobre estas decisiones con un soporte intelectual ya más analítico y razonado como era el caso de los arbitristas que serían hoy lo que conocemos como los analistas económicos , que proponían abiertamente la dulcificación de las penas contra los conversos y también que las restricciones impuestas por el edicto de expulsión fueran casi abolidas totalmente. Citaremos entre otros a personajes como Tomás de Mercado, Damián de Ceballos y sobre todo González de Celorigo que en 1619 abogaba por un levantamiento de penas a los conversos por el bien de la economía del país. Tiene especial importancia la posición de este arbitrista, habida cuenta que era un experto jurista de la Inquisición. La sensación de que la expulsión fue perjudicial estaba en una gran parte de las mentes de aquellas élites ilustradas y muchos políticos. Es decir, expulsamos a los judíos pero necesitamos a los judíos: un maniqueísmo total.

Esta idea convivió con la corriente contraria que bendecía la expulsión y que se materializaba a través de libros, folletos sermones de la Iglesias: fue lo que Caro Baroja denominó “arsenal antijudío”, idea que permanecía anclada en la gran masa popular. Y entre los expulsados y sus descendientes ¿cómo fue visto y transmitido a las generaciones posteriores este hecho tan fundamental en su vida? Es evidente que aquí comienza una campaña entre los expulsados y sus descendientes contra el país que los expulsa y que significó para ellos uno de los mayores traumas en su historia ( Véase los escritos de Menashe Ben Israel, y otros ) y que constituyen parte de la leyenda negra .

Pero a su vez estos judíos descendientes de los expulsados de España no pueden desasirse de la propia cultura y lengua española que quieren conservar como elemento identitario y de cohesión, e incluso se aferran a las costumbres de su país de origen, tales como era su afán aristocrático que utilizaban como elemento diferenciador entre los habitantes del país al que llegan, e incluso con otros judíos como eran los asquenazíes.

Tal como apunta el gran conocedor de esta época, el historiador J. Kaplan, que escribe: “No deja de ser paradójico que los que más sufrieron una discriminación fundada en el linaje y la pureza de sangre recurran a los mismos conceptos que sirvieron para diferenciarse frente a otros, como era su afán nobiliario de fidelidad que los judíos de Ámsterdam profesaban a su antigua patria, su amor a la lengua española que vinculaba a estos judíos con su país de origen del cual odiaban instituciones como la Inquisición, pero al que amaban como lo prueba que estos mismos judíos piden a las autoridades de Ámsterdam permiso para dar dos veces una representación teatral en español en 1702 cuando ya llevaban casi dos siglos residiendo allí con sus familias.

Estos sentimientos de amor y odio, de los que podríamos poner muchos más , pero que nos lo impiden las limitaciones de un artículo de prensa, nos muestran claramente que la expulsión para los sefarditas fue un hecho vinculado al sentimiento de pertenencia a un país que percibieron como un destrozamiento de sus raíces como escribió Salvador de Madariaga, y entre los españoles, con todas sus variables como un hecho clave en nuestra historia. Stefan Zweig escribe: “La adaptación al ambiente del pueblo o país constituye para los judíos no solo una medida de protección exterior, sino también una necesidad profunda intrínseca, un anhelo de patria, de tranquilidad, de sosiego de seguridad de no sentirse extraño, lo cual les impele a unirse con pasión a la cultura del medio ambiente, y excepción hecha de la España del siglo XV, esa trabazón acaso nunca se realizó más feliz y fértilmente que en Austria. “Esta excepcionalidad diferenciadora que apunta Zweig se verá con todas su variables en la posterior historia de España. Ante nosotros emerge pues esta pregunta ¿porque durante toda la agitada y muchas veces convulsa historia de España el problema de la expulsión de los judíos se convierte en cuestión vital para explicar nuestro devenir? Y ¿porque los sefarditas después de tantos años con la vida hecha en otros países, solo quedando el lejano y vago recuerdo de sus orígenes españoles, mantienen sus costumbres y lengua española, pero sobre todo ese empeño tan tenaz en que se derogue el edicto de 1492? En ningún país de Europa del que fueron expulsados los judíos, y fueron muchos, tratan de revertir aquella decisión, como es el caso español. ¿Tendría razón Zweig?

El caleidoscopio del tiempo va girando y nos muestra cómo este hecho se ve a través de otras lentes. Pero nunca desparece, solo metaforsea. Así, los ilustrados del siglo XVIII como Feijoo, que mantiene correspondencia con sefarditas de Bayona, desmiente ya los tópicos que las masas tenían sobre los judíos, como el famoso crimen ritual; Jovellanos en sus diarios habla del fanatismo religioso contra ellos y el propio Carlos III, por las Cédulas de 1782-83, rehabilita a los chuetas mallorquines. Pero la cuestión adquiere su punto más álgido en el año 1797 con el denominado proyecto del ministro Varela, que propone en un Memorial al rey Carlos IV con el apoyo de Godoy, el regreso de los judíos españoles residentes en Holanda para instalarse en Cádiz invocando como argumento la prosperidad que tiene este país, precisamente propiciado por aquellos judíos, muchos descendientes de los españoles y añade el texto: “De la misma manera que los judíos fueron expulsados por medio de un real edicto deben regresar por medio de un real decreto “.

¿Porque Cádiz?, la ciudad era sin duda el centro de comercio con América y además era donde bullía el liberalismo. Convivían en la ciudad protestantes , católicos, judíos portugueses etc., tal como demuestra el historiador Manuel Ravina Martin en su excelente libro Mendizábal. Un año más tarde, en 1798, Jovellanos presenta su Memoria sobre la abolición de la Inquisición. Una sinuosa línea serpentea desde el siglo XVII con los proyectos de Olivares Lira y continúa con Varela a años de distancia. Era como una hiedra que reverdecía. La percepción de que la expulsión de los judíos fue un error nunca desparecía a pesar del tiempo. Pero hasta entonces se centraba en una visión solo crematística: la economía. El siglo XIX abre otras perspectivas en esta interpretación. Están en la lucha política: La identificación del liberal con el judío como arma acusatoria de los absolutistas “De peor condición que los judíos son los constitucionales” decía el Alcalde de Roa.

A más de trescientos años de distancia en los debates de los Cortes de Cádiz emerge esta interpretación con gran potencia evocadora. La acusación de judíos a los liberales por sus enemigos los absolutistas. “Esos que siempre conspiraron contra la Inquisición, los cristianos nuevos, decía un diputado absolutista “.

El siglo XIX español, tan convulso, nos mostrará una nueva cara de ese caleidoscopio en el que confluyen tanto la leyenda negra exterior e interior sobre este hecho, pero también otra realidad, volver a llamar a los judíos para resolver nuestra maltrecha economía. La abolición de la Inquisición por la regente María Cristina en 1834, está vinculada a la necesidad de abrir las puertas de nuevo a los judíos, casi el mismo caso que Olivares, Lira Varela etc., y se les abren las puertas, que se concreta poco más tarde en la financiación de los ferrocarriles.

La línea sinuosa trazada desde el siglo XVII continúa a pesar del tiempo y con otros actores. Sin embargo estos llegan a España con sus nacionalidades de origen: franceses, alemanes, ingleses, se quería evitar la condición de judíos. Había demasiados prejuicios instalados ¿por qué permaneció a través de tanto tiempo esta idea de abrir las puertas a los descendientes de los expulsados? ¿Leyenda negra, realidad, pragmatismo? Pero llegado este punto los acontecimientos se precipitan sobre tres ejes vertebrales nuevos: primero, considerar el hecho de la expulsión como un elemento importante en el devenir de nuestra historia. Casi no quedó constitución española en la que la expulsión de los judíos no estuvieran en los debates con tal intensidades que pareciera un hecho que acaba de ocurrir y era la causa de la situación que entonces se vivía España, especialmente en la Constitución de 1869- al socaire de otras cuestiones claves que se discutían: Ia libertad religiosa de prensa etc.

El segundo, los descendientes de los expulsados asentados en los países europeos piden ya abiertamente a los gobiernos españoles la derogación del decreto de expulsión. A partir de la constitución non nata de 1854-55, hay reavivamiento de esta cuestión, a lo que hay que añadir que en los hogares de muchos sefarditas en Bayona se refugian muchos liberales españoles perseguidos por el absolutismo. La actividad que muchos dirigentes sefarditas europeos tuvieron en los gobiernos españoles fue recurrente desde entonces, como fue el caso de los conocidos sefarditas londinenses. Más que solicitar el regreso, lo que pedían insistentemente era la posibilidad de que se dieran las condiciones para poder volver algún día, y había que pasar por la derogación del edicto de expulsión que llevaba aparejado el reconocimiento de que eran españoles y quieren que se devuelva la nacionalidad perdida, tal como ha demostrado recientemente la historiadora Mónica Manrique.

Un tercer elemento en esta interpretación, con sus variables, está en la propia evolución histórica europea que incide en la visión de aquel evento: El desarrollo de la segunda revolución industrial y las dos concepciones económicas de la época :El liberalismo económico y el proteccionismo y como un segundo elemento desencadenante añadido el antisemitismo rampante en toda Europa de le época . Estos hechos vuelven a hacer a los españoles mirar hacia los judíos expulsados y de estos hacia España.

La proyección española en el Norte de África produce, y el antisemitismo en la Rusia zarista propician los primeros reencuentros entre sefarditas y españoles. Los gobiernos liberales miran a la historia. Aquellos sefarditas pueden ser útiles de nuevo y ser puentes de conexión de nuestra economía en el exterior. Conectado con esta idea están las teorías regeneracionistas de los intelectuales de la Institución libre de enseñanza o el mismo Costa que ven a los sefarditas como parte de la solución de los problemas de España.

Había algo que permanecía incombustible al paso del tiempo: el mantenimiento de la lengua y las costumbres a pesar del tiempo transcurrido. La lengua es la sangre del espíritu escribía Unamuno .Y surge el plan Moret a final del XIX con los primeros intentos de crear escuelas institutos entre los sefarditas en el exterior utilizando la lengua común; eran como una prefiguración de lo que sería hoy el Instituto Cervantes.

¿De todos los países de donde fueron expulsados los judíos cuántos han mantenido su lengua y sus costumbres como el caso español? ¿Cuántos son los países que los expulsan consideran aquel hecho clave hasta época tan reciente? Como fue por ejemplo en la crisis del 98 o en el Affaire Dreyfus, que aunque ocurrido en la vecina Francia desató en España una de las polémicas más encendidas sobre nuestra relación pasada con los judíos

La historia del siglo XX nos traslada a otras percepciones. En 1924 el General Primo de Rivera les concede ya la nacionalidad. Los lideres la segunda República española proclaman el error de la expulsión de los judíos, y estos miran de nuevo hacia lo que ellos llamaron su República. Hay un removimiento que produce un acercamiento entre sefarditas y españoles, incluso en la Guerra civil. Los acontecimientos transversalizan esta relación a través de polémicas de decisiones políticas. Aparece ya en el horizonte algo tan letal para los judíos y la humanidad como el Holocausto. La pregunta surge de nuevo de nuevo ¿de no haber existido el documento de 1924 los diplomáticos españoles habrían podido salvar a tantos judíos?

El documento no surge ex Novo sino que es el resultado del largo camino de reencuentro entreverado muchas veces de intereses y oportunismos que están unidos por la historia común y porque con todas las dificultades de por medio y con otros parámetros los lazos nunca se rompieron del todos. Un hilo débil y tenue nunca dejó de existir. No solo eran tópicos y leyendas en la expulsión de los judíos sino realidades. Más que utilizar la historia hay que investigar la historia. Es muy tentador establecer generalizaciones que sobrevuelan sobre realidades distintas.

 

*Isidro Gonzalez es historiador su último libro Los judíos y España después de la expulsión .Ed. Almazara 2014

 

 

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