Enlace Judío México e Israel.- Pertenecemos a una comunidad, cierto, eso incluye que por tradición y cultura repitamos los mismos hábitos de conducta. Es decir, cómo judíos mexicanos es común acudir a un colegio dentro de la red judía, posteriormente ingresar a una universidad para lograr la tan importante carrera universitaria, casarse entre los 20 y los 30 años, tener hijos, 2, 3 o 4 es lo más común, y luego dedicar nuestros días a ganarnos la vida para darle todo lo que podamos a nuestra familia. Después de muchos años llega la enfermedad, a veces paulatina o a veces repentina, y nos retiramos de este mundo dejando hijos, tal vez nietos, momentos malos y momentos buenos, pero eso sí, un sinfín de recuerdos.
NADIA CATTAN PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO
Éste, es más o menos el patrón de vida dentro de la comunidad judeo-mexicana, un estilo de vida sano, pues constantemente busca la unión familiar, la seguridad económica y el bienestar. Sin embargo, este patrón repetitivo nos ha cerrado un poco la mente, hasta el punto de no poder aceptar que la felicidad puede lograrse también por caminos diferentes.
Ejemplo: Imaginemos que nuestro hijo o hija adolescente no quiere ir a la universidad, más bien quiere viajar por el mundo financiándose con empleos rápidos, informales y sencillos que, aunque no le permitan crecer, le darán libertad y la necesaria movilidad. O imaginemos que nuestro hijo o hija de veintitantos años no se quiere casar, simplemente no cree en el matrimonio como único camino y prefiere dedicar su vida a noviazgos libres de firmas y compromisos.
¿O qué tal si nuestra querida hija decide que no quiere ser mamá? Está enfocada en el trabajo y piensa que este mundo es un mundo en decadencia, sobre-poblado, contaminado y lleno de enfermedades sociales, las cuales han provocado en el planeta un evidente desgaste.
Todos los ejemplos anteriores son planes de vida que me parecen tan válidos como respetables. Querer dedicar la vida a viajar sin establecerse es un plan aceptable mientras el protagonista se mantenga a sí mismo económicamente. Una mujer que no quiere convertirse en madre simplemente se vale, cada persona decide lo que quiere hacer con su propio cuerpo, esa, es una libertad con la que nacemos. Y finalmente, el plan de no contraer matrimonio rompe con nuestros esquemas, sin embargo se vale actuar de acuerdo a nuestras propias creencias. En un mundo en donde están abundando los divorcios es razonable dejar de creer en el matrimonio.
Entonces, si estas propuestas llegaran a nuestros oídos ¿por qué nos causarían tanto impacto? El motivo es muy sencillo: estos caminos no son senderos que conozcamos, ni a los que estamos acostumbrados.
Sin embargo, hemos pasado una vida creyendo y presumiendo que el amor que le tenemos a nuestros hijos es incondicional, esto significa que los amaremos aún a pesar de las decisiones que ellos decidan tomar. Pero ya en la práctica parece que no es así, pues fingimos ser de mente abierta cuando son “otros” los que pasan por situaciones complejas, pero cuando la diferencia social se presenta en nuestra más cercana familia sólo nos queda decir: “Ni Dios lo quiera”.
“Mi hijo no quiere casarse… ni Dios lo quiera”.
“Mi hijo quiere viajar por el mundo sin establecerse tomando trabajos informales… ni Dios lo quiera”.
“Mi hijo es gay, mi hija es lesbiana y quiere irse a vivir con su novia… ni Dios lo quiera”.
“Mi hija no quiere ser mamá… ni Dios lo quiera”.
¡Pero qué barbaridad! ¿No que el amor a nuestros hijos era incondicional?
Yo sé que tenemos preferencias para nuestros hijos, sé que cuando nos retiremos de este mundo preferimos dejarlos estables y con una bonita familia que los ame y acompañe. Sin embargo, si realmente los amamos, debemos dejarles claro que lo que más nos importa es su felicidad, y que mientras no haya elementos nocivos que atenten contra su salud o su vida, nosotros apoyaremos cualquier camino que ellos decidan tomar.
La fórmula de felicidad que le queremos imponer a nuestros hijos es un esquema también pensado en nosotros, pues al tenerlos casados y formando familia en nuestro país, es una forma de que, cerca de nosotros, nuestros hijos echen raíz; claro, siempre está la opción de que intenten probar suerte en otro país, pero yo estoy hablando de generalidades, no de posibilidades, y por lo general al formar familia de la manera tradicional anclamos nuestra vida a determinado lugar. De este modo, garantizamos que nuestros nietos crezcan cerca además de verlos cada Shabat.
Definitivamente querer tener a nuestros hijos cerca es lo normal, pero también un poco egoísta, pues consciente o inconscientemente les vamos construyendo a nuestros hijos un camino muy bonito, muy seguro, muy lleno de todo, pero también, muy pegadito a nosotros.
¿Conclusión? Abre tu mente y también tus brazos, no encasillemos a las personas que más amamos en el estilo de vida que a nosotros nos parece adecuado. Cada ser humano es distinto, tener el mismo patrón de vida sólo porque naciste dentro de una determinada comunidad es una regla no impuesta que no todos tienen que aceptar.
Estudiar una carrera, casarse y formar una familia es una gran elección, pero la felicidad también puede venir en distintas presentaciones y creer que formar una familia es la única opción para lograr la felicidad es como conocer un país maravilloso y decidir que ya no se quiere conocer ningún otro lugar.
Si propuestas de vida distintas tocan la puerta de tu familia no te atrevas a renegar, tú y nadie más que tú, dijiste que el amor que tenías por tus hijos era incondicional.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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