El Holocausto y la claridad moral

Enlace Judío México e Israel.- Este mes de enero se prodigan por toda España, los actos de recuerdo del Holocausto que culminan en las celebraciones del Día Oficial de la Memoria del Holocausto y la Prevención de los Crímenes contra la Humanidad. Abundan las declaraciones de políticos y artistas. Se suceden las campañas en las redes sociales con distintas etiquetas y lemas. Se repiten las declaraciones y los compromisos para que nada semejante se repita así nunca.

RICARDO RUIZ DE LA SERNA

León Poliakov comenzó su “Breviario del odio”, que en España publicó la editorial Cómplices en 2011, con un breve recordatorio de aquellos años. En 1933, Hitler llega al poder. Pocos meses después, entraron en vigor las primeras medidas contra los judíos alemanes. El “preludio” -así lo denomina Poliakov- fue el boicot de los comercios judíos el 1 de abril de 1933, en cuya organización participó Julius Streicher, el editor del “Der Stürmer”, el semanario antisemita lleno de viñetas, chistes e historias que deshumanizaban, cosificaban y demonizaban al judío. Desde la acusación de ser asesinos de niños a la de corromper a la juventud o controlar el mundo, nada les era ahorrado a los hijos de Israel. Muchos de ellos habían luchado con heroísmo y muerto con honor en la I Guerra Mundial por esa misma Alemania que les volvía la espalda y los expulsaba de la comunidad nacional como a “parásitos”. Así los llamaban en los comentarios al programa del Partido Nazi.

Después de 1933, se sucedieron las leyes y reglamentos que iban arrinconando a los judíos. Los expulsaban de la docencia, la función pública, el periodismo. No podían tocar en las mismas orquestas que los arios. No podían cortarse el pelo en las mismas peluquerías que los demás. No se les autorizaba a comprar fruta fresca. El judío era expulsado del cuerpo social con el aplauso de algunos, la pasividad de muchos y la indiferencia de la mayoría. Los judíos trataron de resistir. Hubo, sin duda, casos de protesta, de defensa de los conciudadanos discriminados, de indignación ante las medidas que los nazis adoptaban; pero sería exagerado decir que fueron mayoritarias. La violencia desplegada contra los opositores -socialistas, comunistas, liberales- ayudó a imponer el silencio. A menudo se soslaya esto: la propaganda nazi necesitó de una violencia brutal y de una censura férrea para desplegar toda su espantosa eficacia.

El camino a Auschwitz – y a todo lo que Auschwitz significa- no comenzó en un campo de batalla ni en un gabinete de generales, sino en redacciones de periódicos y revistas, en despachos de políticos, en consejos editoriales de grupos de medios, en reuniones de exaltados que culpaban a los judíos de todos los males de Alemania, en cenas de empresarios que resolvieron apoyar a Hitler, en iglesias que perdieron la claridad moral y el sentido evangélico. Quienes podían haber detenido la espiral de irracionalidad y delirio en que Hitler sumió a Alemania, a Austria y a toda Europa fallaron en impedirlo. A los nazis se entregaron las universidades, la judicatura, las corporaciones profesionales, el sistema educativo de primaria y secundaria, las organizaciones de trabajadores, las asociaciones… Todos los cuerpos intermedios que vertebran a la sociedad más allá de las instituciones públicas se sometieron o fueron asfixiadas.

Temo que, cuando este mes pase, vuelva la atroz normalidad de la discriminación, la deslegitimación, la demonización y el doble rasero contra los judíos, contra los israelíes y contra Israel. Ya he citado en otras ocasiones el análisis del llamado “nuevo antisemitismo” que Pierre-André Taguieff y otros han realizado con rigor y profundidad. El odio a los judíos se ha extendido al Estado de Israel y a los israelíes. El Estado de los judíos es el judío entre los Estados.

Esto sucede en España y en el resto de Europa, entre los aplausos y con la complicidad de algunos de esos que cada mes de enero se conmueven y se desgarran sinceramente. En nuestro país, se proponen y se aprueban en los Ayuntamientos mociones de boicot contra Israel. Se estigmatiza a sus selecciones deportivas como sucedió con la israelí de waterpolo en noviembre del año pasado. Organizaciones antisemitas llaman al boicot, las sanciones y las desinversiones contra Israel. Por toda Europa, grupos yihadistas e islamistas avivan ese odio ante la pasividad de unas sociedades confusas y vacilantes.

Recordar es importante -es esencial- pero no basta. Si el recuerdo no lleva a la acción, queda cercenado su potencial transformador. La memoria es como una brújula que nos guía o un trampolín que nos proyecta. Decía Walter Benjamín en “Sobre el concepto de historia” que “articular históricamente lo pasado […] consiste, más bien, en adueñarse de un recuerdo tal y como brilla en el instante de un peligro”.

Si la memoria del Holocausto y del camino que a él condujo no aporta la claridad moral que Europa y España necesitan en nuestro tiempo, todas las conmemoraciones habrán sido en vano.

 

 

Fuente: elimparcial.es

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