Enlace Judío México.- El waterpolo es un deporte que ha dado a España numerosas alegrías olímpicas. Los principales clubes están en Cataluña, de ahí que no fuera sorprendente que para la celebración del partido entre las selecciones femeninas de España e Israel se eligiera como sede el Club Natación Molins de Rei. Lo que sí resultó decepcionante es que se terminara celebrando en el Centro de Alto Rendimiento de Sant Cugat y a puerta cerrada. El emplazamiento final se decidió unas horas antes del partido, por lo que quedó relegado a la clandestinidad.
BEATRIZ BECERRA
Tal vez el lector ya sepa por qué ocurrió esto. La organización llamada Boicot Desinversiones y Sanciones (BDS) presionó para que el partido no tuviera lugar. Para ello, lograron el apoyo del partido secesionista y antisistema de la CUP. Cuando el Club Molins de Rei renunció a celebrar el encuentro, se propuso una nueva sede: las piscinas municipales de Sant Jordi, en Barcelona. Una vez más, la CUP volvió a presionar y a amenazar. Encontraron la complicidad de la alcaldesa Ada Colau y tampoco se pudo disputar el partido en la Ciudad Condal. Finalmente, la federación comunicó que se jugaría en Sant Cugat a puerta cerrada. Como si hubiera algo de lo que avergonzarse.
Aunque bien mirado, sí lo hay. A mí me da vergüenza que en España tengan tanta fuerza movimientos antisemitas como BDS, que consigan lamentables victorias gracias a sus vínculos con partidos antisistema como la CUP o con populistas de izquierdas como Colau. Es muy significativo que organizaciones políticas que defienden o que celebrarían que Cataluña tuviera selecciones deportivas propias nieguen a las de Israel el derecho a representar a su país. Es una forma autoritaria de decidir qué territorio y población puede ser un Estado y cuál no puede serlo. Ignorando la legalidad internacional, la Constitución o los derechos de los ciudadanos.
El antisemitismo en España no se limita a Cataluña. Recientemente, Podemos presentó en Madrid (tanto en la Asamblea como en el pleno del ayuntamiento) una proposición de ley que llamaba al boicot a empresas israelíes, siguiendo las directrices de BDS (de hecho, redactada de la mano de BDS). En el texto se vertía la consabida ristra de descalificaciones y falsedades sobre Israel, acusándolo de crímenes gravísimos, entre ellos el de ‘apartheid’. Está claro que el antisemitismo cuenta con importantes aliados en la izquierda radical española desde hace ya demasiado tiempo.
Es significativo que organizaciones que celebrarían que Cataluña tuviera selecciones propias nieguen a las de Israel el derecho a representar a su país
Cuando hablo de antisemitismo, sigo la definición del International Holocaust Remembrance Alliance (IHRA), que da además unas pautas para saber cuándo estamos ante una conducta antisemita. Entre otras, cuando se llama al boicot contra organizaciones como una selección deportiva o una empresa, cuando se atribuyen crímenes como el de ‘apartheid’ (a un país como Israel, donde cualquier ciudadano disfruta de plenos derechos sea cual sea su origen o religión) o cuando se alude al estereotipo o a la teoría de la conspiración. Y así lo llama también la Unión Europea, que ha requerido a España y a todos los estados miembros (a través de una resolución unánime del Consejo) a adoptar la definición del IHRA y a emprender medidas legislativas ante la creciente ola de antisemitismo que se vive en Europa. Una ola de la que forma parte el suceso con el que comienzo este artículo y sobre la que se puede encontrar información a través de asociaciones como ACOM (Acción y Comunicación sobre Oriente Medio).
Según un estudio de la Agencia de la UE para los Derechos Fundamentales realizado mediante encuestas a 16,000 judíos residentes en 13 países de la Unión, cuatro de cada cinco encuestados han experimentado situaciones de acoso antisemita, y nueve de cada 10 creen que las actitudes antisemitas se han intensificado en los últimos años. Unas cifras escandalosas que deberían hacernos reaccionar.
Europa ha podido fingir durante décadas que el antisemitismo era cosa del pasado. Podíamos vivirlo como una pesadilla de la que despertamos con mucho dolor o como un brote que alcanzó una virulencia atroz pero del que conseguimos recuperarnos. Observábamos los discursos negacionistas o antisemitas casi como una curiosidad, como algo marginal que, en lugar de preocuparnos, nos complacía como complace la excepción que confirma la regla. La realidad es que tanto el antisemitismo como el racismo y la xenofobia perdieron protagonismo en los últimos 80 años porque la Europa que salió de la II Guerra Mundial era homogénea étnicamente y las minorías, incluida la judía, quedaron muy menguadas. Fue un triunfo postrero del nazismo que nos cuesta reconocer. Pero los peores instintos no habían desaparecido, solo quedaron latentes.
En mi trabajo en el Parlamento Europeo tengo que lidiar con frecuencia con iniciativas claramente antisemitas que algunos eurodiputados deslizan en cuanto tienen ocasión. Israel es un Estado de derecho con un Gobierno elegido democráticamente y con el cual podemos coincidir o no. Pero algunos parecen incapaces de separar la crítica leal del cuestionamiento de la propia existencia del Estado israelí, que es lo que late bajo el antisemitismo moderno.
Temo que en medio de la preocupación legítima y necesaria sobre la suerte de los refugiados e inmigrantes de diversos orígenes (árabes, subsaharianos, latinoamericanos…) esté pasando desapercibido este nuevo impulso del antisemitismo, una fuerza cruel que ha causado un enorme sufrimiento aquí, en nuestra Europa. Los poderes de los estados miembros de la UE deben actuar contra este auge del antisemitismo, protegiendo a los ciudadanos y organizaciones judías y evitando boicots e intimidaciones. El Gobierno de España no lo consiguió en el caso del partido de waterpolo, que terminó disputándose a escondidas. Las alianzas que ha necesitado Pedro Sánchez para llegar a la Moncloa no justifican que se descuide la protección de las minorías y que no se persiga cualquier discurso del odio. Es hora de mirar a la cara al fantasma del antisemitismo.
Beatriz Becerra es vicepresidenta de la subcomisión de Derechos Humanos en el Parlamento Europeo y eurodiputada del Grupo de la Alianza de Liberales y Demócratas por Europa (ALDE). Es autora de ‘Eres liberal y no lo sabes’ (Deusto).
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