La “solución final”: nuevos datos sobre cuándo y quién

Enlace Judío México e Israel.- Florent Brayard sostiene en su nuevo libro que sólo Himmler y Hitler tuvieron la imagen completa del exterminio de los judíos europeos.

RENE HDEZ. VELASCO

Florent Brayard es un historiador francés de 51 años que lleva más de la mitad de su vida estudiando la política nazi de exterminio de los judíos. Miembro y ex director del Centro de Investigaciones Históricas de Francia, es una eminencia en el Holocausto, al recuerdo de cuyas víctimas está dedicado el día de hoy, 27 de enero, en recuerdo del día de 1945 en el que las tropas sociéticas liberaron el campo de concentración de Auschwitz.

Su último libro, ‘Auschwitz: Investigación sobre un complot nazi’, llega ahora a España publicado por Arpa. Basado en el análisis de cientos de documentos, sostiene una tesis polémica: que la llamada solución final fue una operación absolutamente secreta que sólo Hitler y Himmler conocían y de la que informaron al resto de líderes nazis en la reunión de Posen en octubre de 1943 y no en Wannsee de enero de 1942, como comúnmente se pensaba.

P. Si Hitler y Himmler mantuvieron en secreto la solución final hasta que concluyó, ¿son los únicos responsable del Holocausto?

R. No. Por varios motivos. El primero es que el secreto afecta sólo a parte del Holocausto y, desde un punto de vista numérico, a uno relativamente menor: los asesinatos de judíos europeos en Auschwitz, Treblinka o cualquier otro lugar de Alemania o Europa. Para los Ostjuden -es decir, los judíos polacos o soviéticos y que constituyen la mayor parte de las víctimas del genocidio- coincido con la descripción habitual de los hechos. Las ejecuciones en masa en el Este a manos de los Einsatzgruppen u otras unidades de seguridad son ampliamente conocidas, la información oficial sobre ellas se transmitía regularmente dentro del aparato de estado y no había discrepancias importantes. Respecto a los judíos occidentales, aunque en abril de 1942 la mayoría de altos cargos nazis no estaban informados de que iban a ser asesinados, sí sabían que acabarían muriendo. Es justo lo que Heydrich dijo en Wannsee, donde aseguró que aquellos que sobrevivieran a las deportaciones, los trabajos forzados y las condiciones sanitarias serían en última instancia erradicados, que ni un solo judío sobreviviría. Las élites nazis estaban de acuerdo con la completa desaparición física de los judíos de Europa, incluso si no estaban necesariamente al corriente de los métodos utilizados.

¿Por qué Hitler y Himmler decidieron mantener en secreto la solución final?

Hitler estaba inmerso en un universo mental en el cual el darwinismo social había reemplazado a la herencia judeocristina. La “supervivencia de los más adaptados” para él era una ley que se aplicaba no sólo en la naturaleza sino también en el mundo social. Y no le importaban los métodos que los más fuertes utilizaran para dominar y sobrevivir. Uno de sus lemas preferidos sobre la cuestión judía era: “No hay que mostrar ningún sentimentalismo”. En otras palabras: reclamaba un gran cambio que dejara atrás la moral judeocristiana que prohibía, por ejemplo, el asesinato. Pero no estaba seguro de si la nueva ética nazi se había impuesto entre la población, si no continuaban razonando con los marcos morales tradicionales.

¿De ahí el secreto?

En el verano de 1941 tuvo lugar un episodio que le hizo recordar a Hitler que la moral tradicional no habían perdido su relevancia en Alemania. En otoño de 1939 el régimen nazi lanzó la Operación T4, un programa para asesinar a los enfermos mentales que puede ser considerado un ensayo de la solución final. Los enfermos mentales eran seleccionados, transferidos a centros de exterminio, asesinados en cámaras de gas y sus cadáveres incinerados. Los muertos en dos años fueron unos 70.000. Se hizo de todo en secreto, pero la información circuló y hubo protestas públicas. En agosto de 1941 Hitler decidió suspender la Operación T4: parte de la población alemana continuaba creyendo que el asesinato era algo inaceptable; seguían siendo sentimentales. Hitler temía que algo similar pudiera ocurrir con los judíos, no con todos los judíos sino con los judíos alemanes y europeos, aquellos que eran como sus vecinos. Por eso impuso un estricto secreto sobre su asesinato y objetivos extremadamente cortos para la solución final. Se decidió que todos los judíos de los territorios ocupados y, si era posible, de los países aliados de Alemania serían asesinados en sólo un año: menos del tiempo que pasó entre el lanzamiento de la Operación T4 y las protestas.

Su teoría es contraria a los Juicios de Nuremberg, donde se estableció que los líderes nazis estaban al corriente de la solución final.

En Nuremberg fue muy complicado reconstruir el modo en el que el genocidio judío se decidió e implementó. Los principales responsables habían muerto o huido, los testigos no querían hablar o, como en el caso del comandante de Auschwitz, Rudolf Höss, estaban confundidos sobre las fechas. Así que se pensó que la decisión de matar a los judíos se había tomado tempranamente. El Protocolo Wannsee -en el que se habla sólo marginalmente de asesinato y fundamentalmente de extinción- fue leído en ese momento solamente como un lenguaje en código para designar el asesinato. La interpretación de los historiadores hoy en día es muy diferente a la de esa primera narrativa. Mi interpretación personal es que la decisión de asesinar a los judíos no se tomó a finales de 1941, sino en abril de 1942.

Su libro ha desatado algunas críticas. ¿Cómo las afronta?

La crítica es parte intrínseca de la ciencia. La Historia no la escribe una mano, sino varias, que se suceden durante décadas. Es esa dialéctica la que nos permite avanzar. Pero las críticas se deben hacer de acuerdo con las reglas. Unos pocos historiadores han hecho una lectura política de mi libro, asumiendo que podría utilizarse para reducir la responsabilidad de las élites nazis. Esa no es obviamente mi intención: llevo trabajando en la Shoah casi 30 años y mi aborrecimiento hacia sus perpetradores no ha disminuido. Quiero creer que esos malentendidos se derivan de que algunos no leen bien el francés. Veremos qué ocurre con mis colegas españoles ahora que pueden tener mi estudio en su propia lengua.

 

 

 

Fuente:elmundo.es

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