Los “Malditos bastardos” nazis: los letales paracaidistas musulmanes de Hitler

Enlace Judío México e Israel.- Poco se sabe del “Kommando Schacht” más allá de que sus integrantes, árabes versados en el arte de la infiltración, fueron entrenados para llevar a cabo labores de comando tras las líneas enemigas.

MANUEL P. VILLATORO

Una de las premisas de Adolf Hitler era lograr que Europa quedase bajo el yugo de la raza que, según su perturbada mente, era superior al resto: la aria. Hombres que, a nivel físico, destacaban por ser altos, rubios y de ojos azules. No obstante, mientras el Reich colapsaba en 1945, la amalgama de soldados que utilizó la «Wehrmacht» para defender los últimos retazos del viejo imperio nazi poco tenía que ver con aquella imagen idílica. Ante el avance imparable del ejército aliado a través de Francia, los germanos se valieron de unidades de nacionalidades tan diversas como la española o la ucraniana para tratar desesperadamente de evitar la aniquilación de la Alemania dirigida por el «Führer».

De entre todas ellas, sin embargo, hubo una unidad de la que apenas se habla al día de hoy: el «Kommando Schacht» (y sus posteriores evoluciones). Un grupo organizado a principios de 1943 por el capitán Gerhard Schacht con soldados musulmanes cuyo objetivo era infiltrarse tras las líneas enemigas para causar el caos. Algo parecido (salvando las distancias) con la visión más moderna que ofrece el director Quentin Tarantino de los «Filthy Thirteen» en su archiconocida «Malditos bastardos». La realidad fue más cruel con estos árabes ya que, a pesar de que demostraron su valor en infinidad de contiendas, terminaron sus días defendiendo los alrededores de Berlín del inmenso ejército aliado que se abalanzaba contra el búnker de Adolf Hitler.

Entre dos bandos

¿Cómo es posible que una unidad musulmana acabara sus días en Berlín vestida con el uniforme germano? El origen de los árabes que se unieron al ejército nazi hay que buscarlo a miles de kilómetros de la capital del Tercer Reich. Y también varios años antes de la subida a la poltrona del nazismo en 1933. El germen de los hombres de Schacht se plantó tras el final de la Primera Guerra Mundial, una época más que turbulenta en Oriente Próximo. Y es que, a pesar de que países como Palestina combatieron del lado inglés durante el enfrentamiento para expulsar a los germanos y a los turcos de sus dominios, terminaron traicionados y colonizados por los mismos aliados a los que habían ayudado.

A esta puñalada trapera por parte de los ingleses se sumó la represión del gobierno francés en sus colonias africanas y, como no, la persecución sistemática que la URSS hacía de la comunidad musulmana de Repúblicas Socialistas Soviéticas como Kazajistán o Turkmenistán. Con estos mimbres, no fue raro que, allá por la década de los 30, se generalizaran en Oriente Próximo una serie de revueltas que buscaban, en última instancia, la independencia de los países árabes de sus metrópolis occidentales. El comienzo de la Segunda Guerra Mundial agravó todavía más ese sentimiento en regiones como Palestina, donde la persecución contra los judíos perpetrada por Adolf Hitler era vista con buenos ojos tras el incremento de la inmigración semita a la zona.

Todo este complicado castillo de naipes terminó cayendo del lazo germano cuando el Gran Muftí de Jerusalén (Muhammad Amin al-Husayni, la máxima autoridad religiosa de Palestina, así como el juez último e interprete de la ley musulmana) se vio obligado a exiliarse del país después de que los británicos le declarasen en busca y captura por instigar varias revueltas contra el gobierno inglés. Desesperado por encontrar aliados, el líder local dirigió sus pasos hacia Italia y Alemania con la idea en mente de utilizar su inmensa influencia en el mundo árabe para movilizar a los musulmanes en contra de los imperios coloniales europeos. «Mussolini y Hitler cooperarán con nosotros para expulsar a los colonialistas actuales. Debemos levantarnos en armas y favorecer al Eje», solía afirmar.

Bajo esta premisa, y allá por 1941, el Muftí se reunió con el dictador italiano. Por desgracia para él, no logró convencerle de que su influencia podría ser de gran ayuda para acabar con el poder de los aliados en el norte de África y el Oriente Próximo. Decepcionado, decidió entonces dirigirse hacia Alemania para entrevistarse con el mismísimo Adolf Hitler, con quien mantuvo una amplia conversación en noviembre de ese mismo año. El nazi tuvo más olfato y, aunque amaba el colonialismo británico y despreciaba el nacionalismo árabe, prefirió tragarse su orgullo a cambio de poder soliviantar lo suficiente a los musulmanes de Oriente Próximo y del norte de África como para que se alzaran en armas contra sus enemigos.

Las conclusiones a las que llegaron ambos dignatarios quedaron recogidas en el «Memorándum sobre la conversación entre el “Führer” y el Gran Muftí de Jerusalén, en Berlín, el 28 de noviembre de 1941». Un texto que cita el historiador Carlos Caballero Jurado en su documentada obra « La espada del Islam. Voluntarios españoles en la Wehrmacht» (uno de los pocos libros en español que se adentra en el mundo de los soldados árabes de Hitler). Tal y como se recogió en este documento, el germano respondió a sus exigencia señalando que «Alemania era partidaria de una lucha lucha sin compromiso contra los judíos» y que «en el marco de esa lucha se incluía a Palestina», donde «trabajan solamente árabes, y no judíos». El «Führer», además, reiteró su compromiso de «prestar ayuda al arabismo» para liberar su región.

Al final, y aunque no se especificó de forma explícita, ambos llegaron también al acuerdo de que el Gran Muftí ayudaría a soliviantar los ánimos de los musulmanes y fomentar las revueltas a través de varias emisoras radios ubicadas en Alemania y en las que se radiaban mensajes contra el colonialismo europeo. Algunos, como el siguiente: «Os preguntamos cómo pueden los musulmanes ayudar a Francia, cuando no os reconoce ningún derecho y os trata como seres inferiores». A la postre, también se organizó la creación de una unidad de voluntarios árabes en el ejército germano. Una decisión más política que práctica y cuyo objetivo era, simplemente, conseguir simpatías entre la población local.

Voluntarios árabes

Tras la llegada de una treintena de voluntarios Iraquíes a la «Wehrmacht» poco antes de la conversación entre Hitler y el Muftí, los germanos decidieron crear una unidad en la que encuadrar a los soldados árabes deseosos de unirse a ellos. Esta fue denominada «Sonderverband 288», y su objetivo último era avanzar como una flecha hacia la India. Sus instructores fueron los miembros de la «Sondertab F», grupo formado tanto por veteranos teutones de la campaña de Siria como de oficiales locales que actuaban como guías e interpretes. El alto mando pretendía convertir a todos estos hombres en comandos capaces de internarse tras las líneas enemigas. Sin embargo, la invasión aliada de Libia obligó a los nazis a trasladarles hasta Bengasi en noviembre de 1941 para evitar la destrucción del «Afrika Korps» de Erwin Rommel.

Poco después se creó, al fin, la unidad que el Gran Mufti ansiaba: la Legión Árabe Libre (o DAL, por sus siglas en germano -«Deutsche Arabische Lehr Abteilung»-). En teoría se hizo mediante la reorganización de la «Sonderverband 288»; aunque en la práctica esta última se mantuvo en activo. Mientras, en Berlín también se empezó a organizar la creación del «Sonderverband 287», formada también por árabes y cuyo destino sería (en principio) llegar hasta los pozos petrolíferos del Cáucaso. Sus miembros (una buena parte de ellos germanos) fueron instruidos en el noble arte de sobrevivir en el desierto por los musulmanes que se habían unido a sus filas.

Ambas unidades participaron en batallas más que destacables. La «Sonderverband 288», por ejemplo, combatió en las dos batallas de El Alamein de forma heroica; mientras que su gemela fue enviada hasta el frente ruso para cubrir la retirada alemana tras la ruptura del frente de Stalingrado y se vio obligada a plantar cara a la letal caballería soviética. Sin embargo, su larga lista de victorias no impidió que fueran disueltas en marzo de 1943 debido a la ingente cantidad de bajas.

“Malditos bastardos” nazis

Aunque la Legión fue disuelta, la colaboración de los árabes en el ejército de Adolf Hitler no se detuvo. De hecho, los voluntarios que quedaron libres de la DAL fueron redistribuidos en una serie de unidades que también incluían musulmanes,. Y una de ellas fue, precisamente, un grupo de comandos cuyo objetivo era llevar a cabo las mismas labores que ya llevaban años realizando los británicos y que habían causado sensación por su efectividad.

El grupo había sido creado por el capitán Schadt, por lo que había sido bautizado como «Kommando Schacht». «Con el objetivo de preparar árabes que pudieran ser lanzados en paracaídas, llevar a cabo demoliciones y mantener enlace mediante aparatos de radio, [se] dieron órdenes al capitán de paracaidistas Schadt de reclutar unos 100 voluntarios entre las unidades», afirma Caballero Jurado en su obra.

La idea del alto mando alemán era enviar a estos hombres a la Escuela de Paracaidistas de Wittstock, donde recibirían entrenamiento como paracaidistas zapadores. Una vez adiestrados, se lanzarían tras las líneas enemigas acompañados de soldados alemanes para «desarrollar eficaces acciones de comando en la retaguardia enemiga». Hay que decir, no obstante, que Schadt contaba también con la ayuda de suboficiales germanos de la Legión Extranjera para preparar a estos hombres para el combate. Así recordaba el propio capitán cómo fue la formación de sus hombres cuando apenas faltaban algunos meses para el Desembarco de Normandía:

«Los comandos árabes ofrecían una imagen muy colorista cuando se encontraban en fase de constitución, a fines de 1942 y a principios de 1943. Pertenecían a ellos marroquíes, argelinos, sanussis de Libia, tuaregs, egipcios, sirios, iraquíes, beduinos… La condición previa para ingresar en mi unidad, el “Kommando Schacht”, era haber servido al menos durante dos años en un Ejército Regular. Por eso se encontraban en el “Kommando Schacht” antiguos miembros de las tropas coloniales francesas, de las tropas saharianas italianas, de los Ejércitos árabes del Próximo Oriente que habían instruido los ingleses, así como exmiembros de la Legión Extranjera Francesa. Hasta había un antiguo suboficial del Ejército Turco en la IGM. Incluso logramos que entraran miembros de las más acreditadas familias tunecinas. En poco tiempo se pudo considerar que el destacamento árabe era una auténtica unidad militar».

Tal y como narra Caballero Jurado en su obra, todo lo que rodea a esta unidad es un misterio. El mismo origen de Schacht se encuentra a caballo entre la verdad y la leyenda. De él apenas se saben datos aislados. Nació en 1916, entró en el ejército en 1936 y, un año después, solicitó el traslado a la «Luftwaffe». Allí inició su carrera al mando del 1er Regimiento Paracaidista, famoso por inaugurar la era de los planeadores militares durante la Segunda Guerra Mundial tras conquistar -arrojándose desde los cielos- el fuerte de Eben Emael durante la campaña belga. A partir de entonces empezó a subir peldaños a pasos agigantados en el escalafón militar y pasó por varios puestos como oficial de Estado Mayor en varias unidades, entre ellas la 2ª División Paracaidista.

Según el autor español, la pista de este «Kommando» se pierde después de que sus hombres evitaran en Italia un golpe de estado contra el fascismo de Mussolini. Sin embargo, vuelve a aparecer el 3 de noviembre de 1944, cuando fue reorganizado como una nueva unidad paracaidista. Así quedó patente en un informe del mismo Schacht:

«En noviembre de 1944 recibimos la orden de crear un Regimiento Paracaidista para misiones especiales. Nos pusimos manos a la obra inmediatamente. A finales de noviembre unos 100 árabes habían desertado de otros puestos de servicio para unirse a mi regimiento. Bajo el mando de antiguos oficiales de la época de la campaña de Túnez, formamos rápidamente una compañía del regimiento. Estos hombres combatieron excelentemente en marzo y abril de 1945 en la batalla de Pomerania y en la cabeza del puente del Oder. Yo mismo les debo el haber salvado la vida en dos ocasiones. Sus bajas fueron muy altas».

Este nuevo regimiento (cuyo origen estaba en el «Komando Schacht») participó en las últimas grandes batallas de la Segunda Guerra Mundial. En palabras de Caballero Jurado, sus integrantes se encontraron en contiendas cercanas a «Berlín, Pomerania o el Oder». En todas ellas demostraron su valor. Aunque por entonces la unidad ya había sido rebautizada como 25º Regimiento Paracaidista.

Con todo, el autor español también recalca que, por alguna extraña razón, su participación en el frente ha sido olvidada por los principales autores. En sus palabras, uno de los pocos que hace referencia a ella es J. L. Ready, quien afirma en una de sus obras que «Hitler colocó a los ejércitos 2º y 11º bajo la jurisdicción del recién creado “Grupo de Ejércitos del Vístula”» y que una de sus reservas era «una compañía árabe».

Más allá de su presencia en los libros, lo que sí sabemos es que la unidad recibió la orden de saltar en paracaídas sobre el Oder en febrero de 1945 (dos meses antes de que Hitler se suicidara) para reforzar la defensa de la ciudad de Breslau. De esta forma, se convirtieron en los combatientes que protagonizaron la última operación de desembarco aéreo germana de la Segunda Guerra Mundial. Otros dos de sus batallones colaborar de forma estrecha con la 23ª División de las SS… los soldados más fanáticos del Tercer Reich. «El 17 de marzo, el regimiento se había reducido a 200 hombres, por lo que fue retirado del frente para su reorganización», añade el español.

En abril, la unidad regresó al frente con nuevos reclutas, aunque integrada en la 9ª División paracaidista. En este caso, combatieron a sangre y fuego en la orilla del Oder, y sufrieron por ello severas bajas. De hecho, el mismo Schacht quedó tan maltrecho que se vio obligado a ceder el mando.«Los restos del regimiento se replegaron hacia el norte de Berlín, en dirección a Neuruppin», añade el experto. Sus bajas, de nuevo, fueron cuantiosas. Al final, tras verse superados por los aliados, terminaron rindiéndose.«Lo importante es saber que los voluntarios árabes estaban allí, combatiendo junto a los alemanes hasta la caída de la capital germana», completa Caballero Jurado en su obra.

 

 

 

Fuente:abc.es

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