Enlace Judío México e Israel.- Eva Geiringer Schloss, hermanastra de Ana Frank y quien estará en Puerto Rico esta semana, se ha dedicado a viajar el mundo ofreciendo charlas sobre la pesadilla que vivió su familia en los campos de concentración nazi.
JOSÉ AYALA GORDIÁN
El régimen Nazi de Adolfo Hitler y las potencias del Eje fueron responsables por la muerte de entre 50 a 85 millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial, incluyendo casi seis millones de judíos que, de la noche a la mañana, sufrieron el discrimen, prejuicio y odio de personas que, inclusive, fueron sus vecinos o amigos antes del inicio del conflicto.
Bajo dicho marco de racismo fue que Eva Geiringer Schloss, quien apenas tenía 15 años cuando fue encarcelada en el campo de concentración y exterminación Auschwitz-Birkenau, experimentó la crueldad extrema del nazismo y la maldad de los seres humanos.
La sobreviviente del Holocausto fue testigo de crímenes contra la humanidad que ninguna persona debería experimentar en su vida, razón por la cual se ha dedicado, desde el 1985, a viajar el mundo ofreciendo charlas en las que detalla sus vivencias, tal y como lo hará este miércoles en el Museo de Arte de Puerto Rico en la que será su primera visita a la isla.
Schloss es media hermana de Ana Frank, la niña cuyo diario colocó en primera persona ante la humanidad el dolor del Holocausto, y es actualmente fiduciaria del Fideicomiso Educativo Ana Frank, autora de tres libros y objeto de la obra teatral de James Still titulada “Y entonces vinieron por mí: recordando el mundo de Ana Frank”.
Su niñez en Austria
Geiringer Schloss nació en Viena, Austria, el 11 de mayo de 1929. Parte de una numerosa familia, admitió en entrevista telefónica con El Nuevo Día que fue una niña mimada, tanto por sus padres Erich y Elfriede, como por su hermano mayor, Heinz.
La entonces niña de nueve años disfrutó de su crianza inicial en Austria, pero una vez Hitler (quien asumió el poder de Alemania en 1933) ordenó la invasión de Austria en 1938, sus padres reconocieron el peligro y mudaron la familia, primero, a Bélgica, estableciéndose finalmente en el mismo bloque de edificios en Holanda donde vivió la familia Frank.
El aire de discriminación y prejuicio hacia los judíos era harto conocido para ambas familias, en especial luego de la aprobación, en 1935, de las Leyes de Núremberg, una serie de estatutos de carácter racista y antisemita.
“En Viena llevé una buena vida. Tenía una familia numerosa, era mimada por mis padres y, de repente, pase a ser una niña odiada por las personas. Definitivamente no es la experiencia por la cual una pequeña niña debería pasar. Al llegar a Holanda nos mudamos a un complejo de apartamentos en Ámsterdam y fuimos vecinos de la familia Frank, donde conocí y jugué con Ana Frank en muchas ocasiones”, resaltó Geiringer Schloss al recordar a su hermanastra, cuyo diario colocó en primera persona ante la humanidad el dolor del Holocausto.
“Una vez las tropas Nazis invadieron Austria, experimentamos el odio y el prejuicio de inmediato. En ese momento apenas tenía nueve años y era una niña rubia de ojos azules, así que no era nada diferente al resto de la población austriaca, pero de todas maneras fuimos objeto de prejuicio. En la escuela era mandatorio aprender sobre la religión, así que los niños judíos fuimos removidos de los salones y tomamos clases con maestros judíos que nos enseñaron sobre el Nuevo Testamento y, claro, el resto de los niños entonces supieron que éramos judíos”, recordó Geiringer Schloss.
Prácticamente de un día para otro, las familias Geiringer y Frank, al igual que millones de judíos, se convirtieron en refugiados sin un estado oficial, pues las Leyes de Núremberg los despojaron de su ciudadanía.
“En cuanto Hitler y sus tropas marcharon sobre Austria, personas que considerábamos amigos nos dieron la espalda y comenzaron a atacarnos, tanto psicológicamente como a nivel físico. (Su hermano, Heinz, fue objeto de ataques físicos de parte de otros alumnos)”, sostuvo Geiringer Schloss.
Dos años a escondidas de los alemanes
Ayudados por guerrillas holandesas que resistieron la invasión alemana, ambas familias optaron por esconderse en 1942: la familia Frank en una sección secreta de la oficina Opekta en donde trabajaba Otto, padre de Margot y Ana Frank, y la familia Geiringer en una serie de casas a través de Holanda.
“Mi papá se escondió con mi hermano, y yo permanecí con mi mamá. Siempre fui una niña que le encantaba jugar, correr, practicar deportes… me gustaba la naturaleza, al igual que a mi papá. Pero, de repente, tenía que permanecer quieta, no podía salir ni jugar con mis amistades, ni mucho menos ir a la escuela. Yo no existía en el mundo, y fue algo muy difícil de asimilar a esa edad”, enfatizó Geiringer Schloss.
La familia Geiringer evadió las fuerzas alemanas por casi dos años hasta que, el 11 de mayo de 1944, en el cumpleaños número 15 de Eva, fueron traicionados por una enfermera que escondió a su papá y hermano y que resultó ser una agente doble. El juicio contra la enfermera después de la guerra reveló que traicionó a otras 200 personas, incluyendo a su prometido.
“Resulta increíble experimentar lo que personas son capaces de hacerle a otras personas. Mi familia estuvo escondida por dos años con la ayuda de la guerrilla holandesa, pero fuimos traicionados y arrestados el mismo día de mi cumpleaños número 15. Capturaron a mi papá y a mi hermano, que vivían escondidos en otra residencia cercana, y luego a mi mamá y a mí, pues los visitábamos constantemente y nos siguieron. Entonces fuimos enviados por tren, en un vagón para ganado junto con cientos de detenidos, al campo de concentración Auschwitz-Birkenau en Polonia”, explicó Geiringer Schloss.
El infierno de Auschwitz-Birkenau
Para el 1944 las fuerzas Aliadas comenzaron a cerrar el cerco en su marcha hacia la capital alemana de Berlín. Al reconocer que la derrota era inevitable, el régimen Nazi intensificó su campaña de exterminio y genocidio hacia los judíos.
Los niños menores de 15 años y las personas consideradas incapaces de realizar labor forzada, como ancianos y mujeres embarazadas, eran enviados de inmediato a las recámaras de gas. Eva y su mamá pasaron el “proceso de selección”, al igual que su papá y hermano pero, según datos del Museo y Memorial Auschwitz,de los más de 1.3 millones de prisioneros transportados a la instalación entre 1940 y 1945, 1.1 millones (más del 90 por ciento) fueron asesinados de inmediato mediante gas letal.
“Experimentamos un nivel de crueldad inconcebible. No podíamos ir al baño cuando queríamos, recibíamos golpizas constantes, había muy poca comida… muchas personas murieron a causa de enfermedades ante la falta de tratamiento médico e higiene. Podías ir a dormir y encontrar que, al día siguiente, la persona que se durmió a tu lado había muerto durante la noche, así que te obligaban a dormir junto a un cadáver. Y los Nazis disfrutaban todo el sufrimiento que impartían; mientras más sufrías, más felices estaban”, subrayó Geiringer Schloss.
Durante su cautiverio en Auschwitz-Birkenau, su mamá fue incluida en la lista para ser asesinada mediante gas letal, pero una de sus primas que laboraba como enfermera removió su nombre a tiempo. “Eso fue un pequeño milagro”, dijo Geiringer Schloss.
Cada día de cautiverio en Auschwitz-Birkenau fue una batalla contra el hambre, las enfermedades y las crueldades inimaginables de las tropas alemanas. Con el tiempo, Geiringer Schloss se reencontró con su papá, quien se encontraba en otra sección del campamento junto con los demás hombres.
En un momento dado, Eva y su mamá fueron asignadas al “Kanada Kommando” (el Comando Canadá), un grupo de trabajo encargado de rebuscar entre las posesiones de los prisioneros para confiscar joyas, dinero, obras de arte y otros objetos valiosos que luego enviaban de regreso a Alemania.
“Los Nazis confiscaban las posesiones de todas las personas que encerraban. Debido a los bombardeos por las fuerzas aéreas aliadas en Alemania, muchos alemanes perdieron sus hogares, su ropa, sus muebles… así que todas las posesiones que los alemanes saquearon de seis millones de judíos terminaron en Alemania. Nombramos el almacén ‘Canadá’ porque para nosotros era un país que simbolizaba riqueza, y el almacén estaba repleto de objetos valiosos, ropa, frisas, zapatos y comida”, recordó Geiringer Schloss.
Pérdida de la fe
Entre los abusos diarios y las condiciones de vida inhumanas, Geiringer Schloss reconoció que perdió su fe. Después de todo, no podía entender por qué Dios permitía que tantas personas murieran sin necesidad.
“Lo único que podías hacer en el campo de concentración era rezarle a Dios para que detuviera las atrocidades. Los niños eran maltratados constantemente… los soldados nos propinaban golpizas, aplastaban las cabezas de los bebés con sus botas… experimentamos crueldad extrema. Para los Nazis valíamos menos que un animal”, sostuvo Geiringer Schloss.
“Los soldados nos obligaban a presenciar la ejecución de las personas que intentaban escapar, a quienes colgaban. Quizás Dios pudo haber detenido todo lo que ocurrió, eso no podemos saberlo, pero no lo hizo. Una vez fuimos liberadas no creía en Dios, pero tampoco creía en la humanidad. Si los seres humanos son capaces de tanta crueldad hacia otros seres humanos, ¿pues para qué existimos? No tener fe en nada es sumamente deprimente, pues necesitas creer en algo para seguir en pie, para vivir”, añadió la madre de tres hijas.
Tras ser liberadas el 27 de enero de 1945 por tropas rusas que entraron al campamento, Eva y su mamá buscaron a su papá y a su hermano, quienes se unieron a miles de prisioneros forzados a marchar hacia el oeste una vez la comandancia nazi reconoció que perderían la guerra.
Muchos prisioneros en estas “marchas de la muerte” fallecieron a causa del frío intenso, y otros miles perecieron por hambruna o al ser ejecutados mediante disparos. Heinz, hermano mayor de Eva, falleció en abril de 1945 en una marcha desde Polonia a Mauthausen, en Austria, mientras que su padre, Erich, murió tres días antes de que finalizara la guerra.
“Con todo lo que experimenté, y al conocer que mi papá y mi hermano no sobrevivieron, sufrí de una fuerte depresión. Fue extremadamente difícil forjar mi vida después dela guerra; inclusive, tengo un papel en el que escribí ‘Quiero suicidarme, no vale la pena vivir esta vida’”, dijo Geiringer Schloss.
Regreso a Ámsterdam
Una vez recuperaron su salud, Eva y su mamá regresaron a Ámsterdam, donde se reencontraron con Otto Frank. Sus hijas, Margot y Ana Frank, fallecieron por una epidemia de tifus que arropó el campo de concentración Bergen-Belsen donde fueron transportadas luego de su captura.
Otto se casó con Elfriede en 1953, razón por la cual Geiringer Schloss se convirtió en hermanastra de Margot y Ana, y dedicó su vida a la publicación del diario de Ana, el cual fue recuperado por la secretaria de Otto luego que la familia fue capturada. Hoy día, además de ofrecer charlas sobre su lucha, Geiringer Schloss labora para mantener vivo el legado de Ana y de su hermano y padre biológico.
“Todavía estoy buscando y, al día de hoy, no estoy segura si existe un Dios, pero ciertamente he recuperado mi fe en la humanidad. Hay personas fascinantes y maravillosas en nuestro planeta, aunque todavía existe mucha maldad y prejuicio. Por eso tenemos que trabajar en cambiar la actitud de las personas, para convertirnos en personas decentes que nos ayudamos en vez de atacarnos”, enfatizó Geiringer Schloss.
Al ser abordada sobre si pensó, en algún momento, remover el número que le fue tatuado por sus captores al llegar a Auschwitz Birkenau, Geiringer Schloss contestó que todavía tiene el número “que tatuaron en mi brazo y nunca he pensado en pasar por el proceso para removerlo. Hay personas que no creen que el Holocausto ocurrió, así que si alguien me dijera que no cree que el Holocausto ocurrió, le enseñaría mi número y le preguntaría ‘¿y usted cree que me hice esto a mí misma?’”.
Fuente:elnuevodia.com
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