La palabra “judío” ha ido adquiriendo a lo largo del tiempo un significado mucho más amplio que la religión o la gente que la profesa.
JORGE ROZEMBLUM.
En España, aún quedan resabios lingüísticos del “judío” como insulto (perro judío, judiada, etc.), y como mito y caricatura dantesca de un ser con cuernos y rabo. Pero, sin duda, el fenómeno histórico que más ha influido en una resignificación del judío ha sido el holocausto, como símbolo de la víctima inocente de una ideología racista que, a diferencia de otros odios colectivos, se nutría de una justificación seudocientífica. Así, el “nazi” se convirtió en el verdugo perfecto y el “judío” en víctima total. O, al menos, así lo entendieron y asentaron los medios y las representaciones artísticas (cine, literatura, etc.).
Ser “judío” (aunque fuera de forma simbólica, no real) se convirtió en un arma política muy eficaz para disfrazarse del bien maniqueo frente al mal absoluto. El problema es que los judíos (los reales, no los simbólicos) conseguimos sobrevivir, mal que mal, al intento de asesinato en masa más organizado de la historia. Y a muchos resulta incómodo distinguir a unos con comillas de los auténticos. Sin ir más lejos, esta semana, y a cuenta del debate público en torno al juicio a los acusados por el proceso secesionista de Cataluña, un líder político contó en el Congreso cómo su madre debe repintar continuamente la fachada de su negocio ante los grafitis en protesta por la postura anti-independentista de su hijo, y añadió: “eso es lo que hacían los nazis con los judíos”. No es la primera ni la última alusión que en la política española se ha hecho acusando a unos de “nazis” (aunque no compartan su ideología), lo que convierte a su adversario por extrapolación en el “judío”.
Pero la resignificación va mucho más allá y pretende que el símbolo se imponga al propio “objeto” que dice representar. Así, los medios abundan en la utilización de términos relacionados con lo judío para acusarles justamente de lo contrario. Por ejemplo, suelen comparar la situación de los palestinos con el holocausto (algo que, aparte de la manipulación de la que hablamos es totalmente falso), subvierten los papeles de David y Goliat o, como en un desafortunado titular también de esta semana, una periodista escribe ‘El “Doctor Mengele” era judío y separaba gemelos al nacer en Nueva York’. Porque si un doctor judío se comporta como un monstruo nazi (lo que además es una falsedad total), entonces quizás los nazis no sean tan “nazis” (con comillas de símbolo) y, por ende, los judíos no sean tan “judíos” con comillas.
En definitiva: todos pueden arrogarse ser “judíos”… excepto los que lo son sin comillas. Y mientras a algunos les parece una violación de los derechos humanos que un país se defina como “estado judío”, el ministro de exteriores español celebra sin pudor los 40 años de una “república islámica” destacando sus avances en este período, sin caer en la cuenta que es casi el mismo tiempo que su propio mal absoluto mandó y cuyo régimen también se vanagloriaba de logros, como la mejora de las condiciones económicas y aún de calidad de vida. ¿Existe un “derecho a la autodenominación”?
*El autor es director de Radio Sefarad.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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