Enlace Judío México e Israel.- Los campos de exterminio nazis y los guetos judíos contaban con un sistema de cupones y monedas propias con los que los prisioneros trataban de sobrevivir día a día.
ADA NUÑO
“Considerad si es un hombre quien trabaja en el fango, quien no conoce la paz, quien lucha por la mitad de un panecillo, quien muere por un sí o por un no”, con estas palabras comienza ‘Si esto es un hombre’, del químico judío italiano Primo Levi, que vivió en sus propias carnes la deportación a Auschwitz y narró su experiencia en este libro. Como tantos otros judíos que fueron perseguidos durante el Holocausto, Levi acabaría suicidándose, tirándose por el hueco de la escalera de su casa.
Hay un pasaje en el libro que relata cómo, a pesar de sentirse poco menos que un animal (porque ¿es realmente un ser humano alguien al que le han quitado sus pertenencias una a una? ¿Alguien que ni siquiera conserva una fotografía?, se pregunta) el autor cada día se lava concienzudamente la cara para recordar que, a pesar de todo, sigue siendo una persona. Es interesante también cómo menciona el hecho de que en ese microcosmos del terror que era Auschwitz (‘Arbeit match frei‘, señala aún su entrada, el trabajo os hará libres) existía el dinero. Una sociedad con sus normas y reglas, como todas.
“El trueque os hará libres”
No es el único que menciona algo así. ‘Maus‘ de Art Spiegelman, coincide en muchos puntos con la biografía de Levi. Esta obra, que consagró a su autor con un Pulitzer, relata la historia de sus padres, judíos polacos dibujados como ratones, deportados también a Auschwitz por los nazis, representados como gatos. “Morir es fácil, tienes que luchar por vivir”, le explica Vladek, padre del dibujante, a su esposa. Ella, terminada la guerra, también terminaría suicidándose. Vladek, que sobrevive por completa casualidad (y eso es algo en común que tienen todos los judíos supervivientes, el afán por señalar que no existía ninguna diferencia sustancial entre vivos y muertos y que todo se debía más bien a una cuestión de azar) le cuenta a su hijo las reglas que existían en el campo. Si almacenabas, por ejemplo, diez cigarrillos, podías adquirir una botella de alcohol utilizando la forma de economía más rudimentaria creada por el hombre: el trueque.
Mientras que Spiegelman no lograba recordar la música que sonaba en el campo de exterminio, Primo Levi explica que es algo imposible de olvidar. Este último menciona algo más esclarecedor, lo que él denomina cupones de premios, que él y otros prisioneros intercambiarían por tabaco o pan barato. Describe cómo estos cupones, distribuidos por los oficiales del campo nazi”circulan en el mercado en forma de dinero, y su valor cambia en estricta obediencia a las leyes de la economía clásica”. Continúa relatando cómo el valor de estos cupones fluctúa al azar, y como algunos días “el cupón del premio valía una ración de pan, otros un cuarto o un tercio. Hubo un día que fue cifrado en una ración y media”. El austriaco Victor Frankl, deportado al mismo campo de exterminio en septiembre de 1942, coincide en ello.
Todo lleva a Auschwitz. Ahora bien, existen además de él otros nombres que también inspiran terror: Dachau, Mauthasen, Sachsenhausen, Chelmno, Belzec, Majdanek, Sobibor, Treblinka. ¿Se llevaba a cabo el mismo procedimiento en todos estos campos? ¿Realmente hay, a estas alturas, cuando prácticamente todos sus supervivientes murieron hace tiempo, una manera de saberlo? La existencia de monedas confiscadas por el Tercer Reich y reemplazadas para manipular a la población parece una posibilidad factible, pero rara vez se ha estudiado. Hasta ahora. En la primavera de 2015, una colección de billetes y monedas fueron enviados al Centro Strassler para Estudios de Holocausto y Genocidio en la Universidad de Clark en Worcester, Massachusetts. Habían sido donados por Robert Messing, un alumno de Clark y un numismático aficionado.
Lo relata en ‘Topic‘: fue durante un viaje a Israel en 1959 cuando se interesó por la colección de monedas. Volvió a la Tierra Prometida en muchas otras ocasiones tras esa primera vez, pero no fue hasta 2009 cuando hizo un descubrimiento que cambiaría su vida, durante una exhibición de monedas estadounidenses. “Iba caminando por los pasillos cuando de repente encontré algo fuera de lo común, que no había visto nunca. Observé que en un papel estaba inscrita la frase ‘campo de concentración Dachau’. Fue así como descubrí que los campos de concentración, así como algunos guetos, tenían su propio dinero”.
La moneda del gueto
Durante los siguientes años, Messing continuó visitando exhibiciones de monedas y recorriendo Internet, participando en subastas en línea y frecuentando los sitios web de otros coleccionistas, acumulando su propia colección de billetes y monedas impresos por el Tercer Reich y distribuidos a los judíos internos durante la guerra. No es una colección muy amplia, avisa, debido a que una vez se liberaron esos campos de concentración, se destruía todo. Incluido el dinero. Son solo el vestigio de una época ya extinta.
Lo hemos visto en infinidades de películas de Hollywood. En ‘El pianista’, por ejemplo, la familia debate si esconder dinero y joyas en los muebles, dejarlos a la vista pública o, la opción que acaba ganando, introducirlos en sus propios instrumentos musicales. La confiscación de posesiones fue solo el comienzo. Antes de marchar a los campos de concentración o exterminio, los judíos habían pasado por el gueto, desposeídos de todos sus bienes.
En 1940, cuando llegaban a estos lugares, lo hacían con las manos vacías, aislados y vulnerables, y, por tanto, más fáciles de controlar.
Una vez dentro de los guetos, los comandantes nazis solían emitir cupones o tokens, que eran una fracción del valor de la moneda de su país solo canjeable dentro del propio reducto. Trabajaban, pero los salarios eran lamentables y se compensaban con estos cupones, que podían cambiarse por alimentos, ropa o cigarrillos. “El trabajo os hará libres”. Esos mismos judíos que, gracias a la propaganda y al ‘Mein Kampf’ eran considerados avaros usureros desde hacía cientos de años, ahora tenían que sobrevivir sin aquello que les había dado poder dentro de la sociedad. Al restringir a un grupo determinado de ciudadanos su propia moneda, estos se convertían en exiliados dentro de su propio país, presas de una situación de vulnerabilidad.
El Tercer Reich imprimía y distribuía monedas únicas en la mayoría de los guetos en sus territorios ocupados, las cuales incluían el nombre del gueto, un valor monetario y, por lo general, la Estrella de David. Tenían una función clara: presentar la ilusión de normalidad entre sus gentes. Esta sensación de seguridad evitaba que la gente quisiera escapar. Había teatro, conciertos, eventos deportivos y moneda, un micromundo en el que podían sentirse más seguro que en el exterior, donde, a pesar de que huyesen, seguían sin tener posesiones para sobrevivir. Así fue, por ejemplo, en Theresienstadt, que funcionaba como zona de tránsito antes de ser enviados a los campos de exterminio para “la solución final” y que trató de “embellecerse” antes de la visita de delegados del Comité Internacional de la Cruz Roja, atraídos por los rumores sobre las terribles condiciones de hacinamiento. De repente, el gueto se convirtió en un lugar donde se vivía de una manera “normal”, igual que habían vivido, separados del resto de la población, siglos antes. Todo con tal de mostrar a la opinión mundial la vida aparentemente tranquila que se llevaba en aquellos lugares.
Al igual que en los guetos, cuando las víctimas marchaban a los campos de concentración o de exterminio, continuaban con un sistema monetario completamente artificial. Muchas víctimas del Holocausto no llegaron a conocer la moneda de Auschwitz, pero por una razón muy sencilla: era la última parada del viaje, un lugar donde los judíos llegaban para ser rápidamente ejecutados. El profesor de física Steve Feller, coleccionista, ha conseguido más de 200 divisas del campo en cuestión, y asegura: “El dinero emitido por los nazis era ridículo, pues le daba a su propietario poco valor real. Era solo una forma de desalentar la resistencia y mantenerlos encerrados (tanto en el gueto como posteriormente en el campo de concentración).
Por tanto, es correcto. Auschwitz, Dachau, Westerbork, Buchenwald y otros tantos campos de exterminio y concentración repartidos por toda Europa tenían sus propios sistemas monetarios. Algunos han sobrevivido al paso del tiempo y se exhiben en Museos del Holocausto. En concreto, el Museo en Memoria del Holocausto de los Estados Unidos en Washington DC posee una de las colecciones más grandes de estas divisas, albergando más de 1.500 billetes y monedas de los campos de concentración y guetos. Casi todas han sido donadas por los propios supervivientes o sus familiares, que las guardaron al salir de los campos, cuando no tenían ninguna otra posesión. Económicamente hablando no valían nada, pero les servía para recordar su propia historia. A sus descendientes, a su vez, les mostraba lo que algún día se vivió. Cuando algún día el rastro de todas estas personas se extinga de la faz de la tierra, la muestra del horror continuará en pie.
¿Cuántos de estos cupones y monedas han sobrevivido? Del gueto de Lodz, establecido en la Polonia ocupada, queda una colección especial en la Universidad de Clark que se puede comprar a 7 euros aproximadamente la moneda. Una prueba material del terror, quizá indignante para los negacionistas. Una prueba del trabajo forzoso y una herramienta para el genocidio, algo que las entidades privadas y las corporaciones no solo permitieron sino que además se lucraron de ello, poniendo las divisas en circulación. Explica la doctoranda Marisa G. Natale: “Al mantener a las personas en un estado de inanición y prometiendo un futuro mejor con el dinero y los bonos, el régimen y las empresas que cooperaron con sus objetivos obligaron a sus víctimas a trabajar hasta la muerte”.
Quizá la clave está en entender el cómo. Cómo pudo suceder. Cómo pudo permitirse. Cómo no se enfrentaron a ello. El dinero y los bonos se mostraban como un incentivo para no escapar y para que sirviera de algo el alienante trabajo por parte de aquellos que tuvieron la suerte de no acabar en las cámaras de gas, víctimas de esa solución final o cuestión judía que también terminaría con las vidas de homosexuales, gitanos o discapacitados físicos. O quizá, como decía Primo Levi, que aseguraba que si había sucedido una vez podría volver a ocurrir: comprender es imposible. Recordar, sin embargo, es necesario.
Fuente: elconfidencial.com
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