Yuval Noah Harari: Como una espiral que siempre vuelve

Enlace Judío México e Israel.- Entre los académicos y los investigadores hay una pregunta que suele ser difícil de contestar: ¿cuándo se tiene un libro? O mejor dicho, ¿cuándo se pasa de un conjunto de papeles y artículos a un libro de pleno derecho? 21 lecciones para el siglo XXI (Debate), la reciente publicación del historiador israelí Yuval Noah Harari, parece haber soslayado esta cuestión, construyendo algo que tiene forma de libro, huele como tal, pero que bien podría tener forma de círculo, o de caracol: un centro del cual se desprenden distintas ideas, en este caso 21, que, en última instancia, remiten a ese núcleo que le ha dado origen. Quien conozca algo de este autor sabrá que, en sus libros anteriores, De animales a dioses y Homo deus, ya había destacado la primacía de los relatos como constitutivos del sentido. Para Harari, el origen en el desarrollo de la humanidad no ha dependido tanto de los descubrimientos técnicos y científicos sino de los relatos que los han sostenido. Narraciones que la humanidad ha creado para justificar, incluso, aspectos irracionales, como la religión, la magia y otros tantos mitos sin más sustento que el consenso colectivo alrededor de ellos.

INGRID SARCHMAN

Dividido en cinco grandes apartados, cada uno gira en torno de la efectividad de ciertas narraciones. Poniendo el acento en algún aspecto particular, vuelve una y otra vez, en un movimiento espiralado, a esta idea nuclear, iluminándola desde distintos ángulos. Como el mismo libro se construye a partir de un relato mayor –el de intentar abordar los asuntos actuales y el del futuro inmediato– no queda más opción que ir hilando los temas planteados, uno a partir del otro.

Si en la primera parte se dedica a pensar el desafío tecnológico, lo hace desde la decepción de los grandes relatos del siglo XX, las promesas incumplidas del neoliberalismo y las consecuencias no deseadas que tendrán las revoluciones biotecnológicas e informáticas sobre las profesiones y los futuros puestos de trabajos. Esta misma crisis se cobra dos nuevas víctimas: la libertad y la igualdad. Mientras que el dominio del algoritmo pone en duda las elecciones libres, haciendo tambalear incluso las prácticas publicitarias tradicionales, las posibilidades de automejorarse técnicamente quedarían restringidas a las clases sociales más altas dispuestas a pagar por un cuerpo que nunca envejeciera o, por lo menos, nunca se enfermase.

Esta desigualdad habilita a Harari a pensar los nuevos desafíos políticos. De eso se ocupará en el capítulo 2 abordando temas como el de comunidad, civilización, nacionalismo, religión e inmigración. Aquí hace hincapié en el pasaje de una discriminación basada en el racismo a una sostenida en el “culturismo”. Si discriminar por el color de piel o la forma de los ojos ha pasado de moda, ahora el desprecio se sostiene en prejuicios acerca de las costumbres ajenas y una ferviente fe en el eurocentrismo como forma de vida superadora, refinada y por supuesto mucho más civilizada, en el sentido evolutivo del término.

Tal vez por eso, en la tercera parte, a la que llama “Desesperación y esperanza”, empiece con algunas reflexiones acerca del terrorismo. Definiendo a los terroristas como productores teatrales, señala la gran responsabilidad que tienen los medios de comunicación al difundir sus puestas en escena. Las contradicciones que muestran estos discursos se manifiestan en las ideas acerca de la religión, la existencia de dios y, por qué no, una salida laica al intríngulis que presentan.

En la cuarta parte se pondrá en discusión el problema de la verdad, donde se ocupará de analizar la proliferación de noticias falsas en las redes sociales, reservando un espacio para la palabra estrella “posverdad”: en realidad, los humanos siempre han vivido en la era de la posverdad. Homo sapiens es una especie de la posverdad cuyo poder depende de crear ficciones y creer en ellas. Tal vez, la mayor diferencia de nuestra época con respecto a las anteriores sea el acceso a distintas fuentes de información y la posibilidad del Homo sapiens de dudar de aquello que lee.

Diferencia que se vuelve relativa cuando se recuerda que la opinión pública tiende a creer en aquello que refuerza sus ideas previas y que ellas, la mayoría de las veces, son dogmas sin sustento racional. Si a eso le agregamos el cinismo con el que se reacciona hacia noticias que contradicen o ponen en duda los relatos propios, entonces, nada hará tambalear realmente las certezas con las que los hombres se desarrollan en su vida cotidiana. No es casual que haya una lección dedicada a la ciencia ficción, en especial a los artistas que la producen. En este contexto, escritores, pintores y dramaturgos tienen la misma importancia social que un soldado o un ingeniero. Son ellos los que, a partir de la invención, pueden mostrar los efectos de las revoluciones biológicas e informáticas mencionadas al comienzo. Así, tramas como Matrix, Westworld o Black Mirror entre otras, podrían ayudar a reflexionar sobre las condiciones actuales y las consecuencias a futuro.

En el quinto y último apartado, Harari parece sacar el pie del acelerador. Con el nombre de “Resiliencia” se pregunta ¿cómo superar la muerte de los grandes relatos del siglo XX sin reemplazarlos por nuevos? La respuesta parece evidente porque ha sido mencionada una y otra vez en las páginas anteriores. Es la revolución biotecnológica la que, nos guste o no, obliga a los hombres a abandonar la comodidad de lo siempre igual para asumir identidades mucho más inestables que las de nuestros antepasados. Ahora, no sólo es posible cambiar de oficio, profesión, ciudad, formar nuevas familias, sino que además podemos autotransformarnos. Pasar de hombre a mujer, mujer a hombre o directamente abandonar al género como parámetro identitario. Por eso, las últimas páginas del libro están reservadas a la educación, al significado y, por último, la meditación. En alguna medida, las dos primeras pueden pensarse como una moneda de doble cara que al tiempo que muestran las formas obsoletas no pueden dejar de reinventarse. Si es obvio que la escuela, tal como la conocemos, con sus métodos unilaterales de transmisión de información, ya no sirve para un mundo interconectado, será este mismo espacio el que deba reformular su función como formador (o no) de las profesiones e intereses de un futuro inmediato, siendo la corresponsable de resignificar el mundo que nos rodea. Un mundo que, como se ha insistido tanto, está hecho de historias. Pero tal vez el desafío no se encuentra tanto en la posibilidad de inventar nuevas leyendas, sino el de advertir que, por primera vez en la historia del Homo sapiens, no hay ninguna a la que aferrarse. Al fin y al cabo, si hay algo que las redes sociales han sabido explotar es esta incertidumbre, brindando las herramientas tecnológicas que nos permiten crear una identidad en línea, una hecha de imágenes y frases certeras y convincentes. Una fachada que calma la perplejidad de no saber muy bien quiénes somos o, peor, qué podríamos llegar a ser. Pero si el suelo se mueve ante nuestros pies, tal vez no haya que buscar nuevas baldosas, sino nuevas formas de sostén. Harari le da el nombre de “meditación” y le reserva el último lugar, contando su propia experiencia de iluminación al descubrir el método Vipassana (en lenguaje Pali de la antigua India, significa “introspección”).

¿Por qué cerrar un libro que nos ha paseado por lo peor de la historia de la humanidad con un consejo tan new age? Tal vez, porque, como dijimos al comienzo, esto no es un libro en un sentido estricto, sino una espiral que si avanza es solamente para volver, una y otra vez, a la evidencia de que no hay respuestas ni certezas. También, porque en parte la bibliografía de divulgación no produce más que la reafirmación de nuestras propias creencias, como un animal mitológico que, aunque se coma su propia cola, estará suficientemente saciado.

 

 

Fuente: cciu.org.uy

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