La Tierra es plana, nacionalista y antisemita

Enlace Judío México e Israel.- Más allá de la risa inocente, cuáles son los puntos en común entre teorías conspirativas realmente peligrosas. Dios, Patria y Hogar, pero con beneficio de inventario.

NICOLÁS LUCCA

Aclaración previa: todo lo que se leerá a continuación podrá resultar gracioso, pero son casos reales, con personas reales y el real sostenimiento de hipótesis peligrosas.

Que a esta altura del siglo XXI haya personas que sostengan que la Tierra es plana, causa risa, es hilarante y hasta de chiste fácil. Incluso en Netflix podemos ver un documental titulado Tan plana como un encelfalograma, que a simple vista nos puede generar una suerte de bardeada desde el propio título, pero que en una segunda vista –o viéndolo con atención, elija– muestra que el fenómeno es cosa seria, y no precisamente porque sea algo en lo que sus miembros tengan razón: es cosa seria lo que se esconde tras un manto de ridiculez.

El terraplanismo es un movimiento que viene flotando –sobre tortugas– desde siempre, pero que con la avanzada de Internet ha encontrado el impulso necesario, como todas las estupideces. El mecanismo por el que esto sucede es sencillo: una teoría estúpida o extrema no es oída por nadie, pero un video de YouTube con 500 vistas es un lograzo. ¿Quién puede darse el lujo de hablar para 500 personas? Y sin riesgos de ser golpeado: así es que hemos visto crecer en adherentes teorías tan estúpidas como las que sostienen los antivacunas, los que creen que el hombre no llegó nunca a la Luna, que un líder de masas murió de forma extraña y sobrenatural, que las Torres Gemelas fueron volteadas por los propios Estados Unidos, etcétera. En un claro esfuerzo para probar el sesgo de información, hay muchas personas, demasiadas, que necesitan dar a conocer sus certezas antes que satisfacer sus intrigas. Porque no tienen intrigas.

Existe una cultura de la ignorancia que hace que este tipo de idioteces resulten viables económicamente. Empresas que producen documentales prestigiosos sobre la historia de la humanidad cuentan como principal producto a un hombre que afirma que todo lo que no podemos explicar fue hecho por alienígenas. Y todo lo que podemos explicar fue gracias a los alienígenas. La historia no garpa, la conspiración sí.

Por lo general la falta de certezas sobre un tema puede generar un montón de teorías al respecto. El conspiranoico, en cambio, busca desacreditar lo que ya está probado bajo el manto de que todo se trata de un complot “para que no sepamos la verdad”. Sigue resultando gracioso, hasta que se les pregunta a cualquiera –incluyendo a los terraplanistas– quiénes estarían detrás de esos complots: el judaísmo, la masonería, el imperialismo.

Dependiendo de los escasos filtros que posean, pueden presentarse algunas variables: el sionismo internacional –esa moda muy moderna de no estar en contra de los judíos, sino de todo lo que los identifique como tales–, George Soros, el capitalismo, los Estados Unidos, etcétera. El tema es que en los Estados Unidos es donde surgen el súmmum de estos delirantes, por lo que el casillero “EEUU” es generalmente reemplazado por “el Gobierno”.

Este fin de semana de Carnaval se llevó a cabo en la ciudad de Colón, provincia de Buenos Aires, el primer encuentro terraplanista de la Argentina. Y todos lo tomamos para la chacota. Quienes trabajamos en los medios, incluso, picamos el anzuelo y ahí veíamos a astrónomos explicando por TV por qué la Tierra es redonda, geoide, esférica, o cualquier cosa menos un tejo. Sin embargo, recién cuando un amigo me mando el flyer completo con los expositores y un mensaje acorde –”¿¿Boludo, podés creer esto??”– tomé real dimensión del peligro de reírnos de quienes se toman la estupidez muy en serio.

El panel era variopinto, dado que el terraplanismo era una excusa y sólo ocupó una hora de exposición. El resto de las charlas fueron sobre inoculación forzada y vacunas –brindada por una médica pediatra que agrega a su título la pseudociencia de la antroposófica–, la Nueva Medicina Germánica, la geoingeniería y los chemtrails. Del primero de los casos, basta recordar que en Estados Unidos y Europa están viviendo un salto atrás en materia de salud pública por culpa de los antivacunas, aunque esto bien podría explicarse como otra clase de complot, ya que las vacunas, se sabe, son un invento para dominar a la población y enriquecer a los laboratorios. Que la aparición de las políticas de vacunación en el siglo XIX y la duplicación de la esperanza de vida vayan de la mano, es un dato irrelevante. La Nueva Medicina Germánica calificaría para pseudociencia, si no fuera que a su creador, Ryke Geerd Hamer, le quitaron la matrícula inmediatamente por causar serios problemas de salud pública al convencer a enfermos de cáncer que podían curar con una medicina alternativa ideada por él. En su defensa, Hamer dijo que todo se trató de un complot sionista en su contra, que los sionistas se curaban del cáncer con los métodos ideados por Hamer y que privaban al resto de la humanidad de sus descubrimientos por perversos. Y uno que creía que los sionistas habían inventado la quimioterapia por interés humano.

Por último, en cuanto a Geoingeniería y Chemtrails, cuenta la leyenda que las estelas que dejan algunos aviones no tienen nada que ver con las condiciones atmosféricas del momento –se sabe, la Tierra es plana–, sino que se trata de una forma de inocular sustancias nocivas para atacar a una población o simplemente dominarla. Para ello, se basan en los postulados de la geoingeniería, una nueva tendencia aún en discusión académica que propone manipular al planeta para aminorar, frenar y hasta revertir los efectos del cambio climático. Manipular, geoingeniería, y la magia hace el resto: si pueden frenar el cambio climático, tranquilamente pueden lograr el control de pueblos enteros. ¿Para qué? Vaya a saber uno. Seguramente para que crean que la Tierra es redonda.

La pregunta que más se escucha entre los conspiranoicos científicos es: “¿Por qué no se puede cuestionar que la Tierra es redonda?”. Por una sencilla razón: la ciencia y la humanidad ha avanzado sobre consensos alcanzados de manera empírica. Si hay que detenerse a revisar miles de años de historia científica para explicarle a cada vago con trastornos emocionales, la humanidad no estaría en este momento explorando Marte. A este tipo de respuesta, generalmente le sigue otra pregunta: “¿Y por qué se ponen nerviosos de tener que explicarlo?”. La respuesta es bastante simple: porque nada enoja más que la estupidez voluntaria. No hay forma de no enojarse cuando vemos a personas con todos los recursos al alcance de la mano –literalmente, si es que tienen 4G o WiFi en sus casas– utilizan esos mismos recursos para cuestionar lo obvio.

Lo que realmente ha vuelto preocupante el asunto es un hilo conductor que envuelve a casi todos los conspiranoicos, y ese es una exaltación nacionalista estupidizante. Y no creo que haga falta explicar a qué me refiero, pero va por las dudas: el que cree que todos los males de su realidad son por culpa de otros países o de quienes no quieren a su propio país, a quienes identifica rápidamente con todo lo que sea distinto a sí mismo. Impotentes ante las dinámicas del Poder –como todos– no soporta los cambios que ha vivido la sociedad a lo largo de las décadas transcurridas desde sus infancias, tras lo cual culpa de ello a los judíos –cuándo no–, a las corporaciones internacionales o a la masonería. A la masonería actual no a la que conspiró para liberar América.

No puedo hablar por la experiencia de todo el panel, dado que muchos son ignotos, pero sí sorprende el apoyo de quienes sí figuran como agradecimiento y/o organizadores, entre quienes se encuentran personajes que frecuentan el canal TLV1. Iniciales de Toda La Verdad Primero, ese canal es tan pintoresco y plural que en él podemos ver una entrevista a un Ku Klux Klan, un homenaje sentido a Salvador Borrego –histórico reivindicador mexicano del Nacional Socialismo– en un “Congreso Identitario”, y también que el sexo anal es como querer tomar agua por la base del vaso, o que todos los enemigos internos de la historia argentina son judíos conversos. Bajo el amparo de reclamos con los que uno puede llegar a coincidir –la falta de garantías en algunos juicios por Lesa Humanidad, el aprovechamiento de las políticas de Derechos Humanos para hacer negocios personales, etcétera– han dado rienda suelta a un comportamiento sectario conservador, pero con beneficio de inventario: se dicen defensores de la Fe católica, pero corren atrás de los evangelistas para llenar las calles porque Bergoglio les resulta un comunista, a pesar de que la defensa de la Fe católica incluye la creencia en el dogma de la infalibilidad del Papa.

Quienes estuvimos en las calles el #8N tuvimos que padecer que se vinculara a los cientos de miles de personas que marcharon –liberales, conservadores, radicales, progres espantados, peronistas desencantados, ciudadanos sin ismos en general– con los pocos integrantes de aquellos grupejos que también marcharon. Precisamente por ello es que no habría que considerar que todo nacionalista está mal del bocho, es judeofóbico, clasista o supremacista. He conocido a muchos de ellos con hermosos valores. El problema, en todo caso, es ese grupejo que, al igual que en la Europa de la primera mitad del siglo XX, toman lo que les conviene de algunas filosofías incipientes y minoritarias para deformarlas y darle sustento a sus verdades absolutas. Conscientes de que seguir marchando con consignas nazis no garpa mucho, vieron la veta del marketing de una forma que nosotros no previmos: un afiche simpático, un tema risueño, publicidad gratuita nacional a través de todos los que nos cagamos de risa durante una semana entera. Y quizá, también, aprovecharon la inocencia de quienes expusieron, aunque el posteo de uno de ellos vinculando los ataques a una conspiración judeo-masónica o a quienes “inocularon cáncer en líderes latinoamericanos” –no es joda– aniquiló mi buenismo intencional. Chavista y terraplanista es algo que no la vimos ni a la vuelta del planeta –je–, aunque algunos nacionalistas son capaces de dejar de lado las posturas de izquierda y derecha a la hora de defender a la Patria. Porque la Nación siempre es más importante que el bienestar de sus habitantes.

Pero aun quitando todo dejo de interés político tras el delirio terraplanista, creo que no hay que reírse tanto: jamás hay que tomarse en joda a quienes tienen el tiempo y el dinero para dedicarse a cuestionar los avances de la humanidad. Y quizá sea hora de preguntarnos qué estamos dispuestos a dejar pasar bajo el amparo de que son risueños o no hacen daño, del mismo modo que dejamos pasar que una empresa extranjera pague horas de televisión de aire a la medianoche para convencer a quienes los vean que todo lo malo es culpa de hechicería y todo se cura con aceite de oliva traído desde Tierra Santa. Desde el supermercado Tierra Santa. En Brasil hicieron lo mismo –mirar para otro lado– y hoy tienen 87 diputados articulados para combatir las políticas que contradigan cualquier igualdad de derechos en razón de orientación sexual. Si creen que no estamos para tanto, les cuento que una médica con matrícula es defensora de la Nueva Medicina Germánica y presentó en el Congreso de la Nación un proyecto de ley antivacunas. Por algo se comienza.

Y ahí ya no causa tanta gracia, ¿no?

 

 

Fuente:infobae.com

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