Los sefardíes, testigos de mundos desaparecidos

Enlace Judío México e Israel.- Los primeros indicios de presencia judía en la península Ibérica datan del siglo II: una inscripción en hebreo en un osario encontrado en Abdera (Adra, Almería) de una niña judía, Salomonula. En la Biblia, la palabra Sefarad aparece solo una vez, en el libro de Abdías, el más breve del Antiguo Testamento. Escrito en hebreo en torno al siglo VI a. C., el versículo reza: “La multitud de los deportados de Israel ocupará Canaán hasta Sarepta y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad ocuparán las ciudades del Negev”.

LUIS ESTEBAN G. MANRIQUE

Lo que sugiere el pasaje es que un grupo de judíos fue expulsado en el período neobabilónico a un lugar llamado Sefarad, de ubicación indeterminada pero que podía aludir al extremo occidental de la Ecúmene mediterránea, el lugar que los romanos conocían como Fines terrae: la península Ibérica.

En los reinos medievales ibéricos, los sefardíes formaban la mayor comunidad judía del mundo, célebre por su riqueza y refinamiento y su insistencia en que sus clanes pertenecían a la tribu de Judá, que provenían de Jerusalén y que sus sabios y rabinos descendían de la casa del rey David.
Su llegada a Sefarad, decían, precedía por ello a la del nacimiento de Jesús de Nazaret, por lo que no podían ser culpados de su muerte, una acusación que la Iglesia católica recién levantó en la declaración Nostra aetate, uno de los documentos fundamentales del Concilio Vaticano II.

En Marruecos, donde se refugiaron muchos de los judíos víctimas del edicto de expulsión de 1492, su presencia no es menos antigua. Según algunas leyendas, los primeros llegaron en los tiempos de Salomón en navíos fenicios del rey Hiram de Tiro que recorrían las costas del norte de África.

En unas sepulturas del siglo IV a. C. encontradas en Ifrán se ven claramente letras en hebreo primitivo. Sin embargo, esa antigua comunidad desapareció de un momento a otro a mediados del siglo pasado. El núcleo sefardí de Tánger, Tetúan, Casablanca, Larache y Rabat se dispersó en cuestión de años entre Israel, Francia, España, Canadá, Venezuela y Argentina.

De los 15.000 judíos tangerinos de 1950 quedaron solo 250 en 1970. De los 250.000 que había en el reino alauí hoy quedan unos 5.000. Entre ellos está André Azoulay, consiglieri del rey Mohamed VI y padre de la actual directora general de la Unesco, Audrey Azoulay. The Tablet, una revista de la comunidad judía de Nueva York, le llamó hace poco “el judío más influyente del mundo árabe”. Pero la mayoría tuvo que salir con lo puesto, sin poder vender sus casas para no levantar sospechas y muchos con la ayuda del Mossad.

El recién nacido Estado de Israel recibió a los judíos marroquíes con los brazos abiertos porque le suponían un valioso contingente humano para poblar zonas fronterizas. Hoy los 800.000 judíos de origen marroquí son la segunda del país después de la comunidad de origen ruso.

El 2014 la Knesset aprobó una ley para conmemorar cada 30 de noviembre la expulsión de los judíos de países árabes y de Irán. Era una deuda largamente pendiente. El Día del Refugiado Judío ha reivindicado una historia que afecta a la mitad de los judíos israelíes pero poco conocida para la mayoría ashkenazi, los judíos de origen europeo que fundaron el Estado.

Jacobo Israel Garzón (Tetuán, 1942), autor de Escrito en Sefarad y Los judíos hispano-marroquíes: 1492-1973, y expresidente de la Federación de Comunidades Judías de España, vive en Madrid desde 1959. Su perspectiva de toda esa larga historia es privilegiada.

–  ¿Cómo recuerda su infancia tetuaní?

Nunca volví a tener ese entorno familiar. Mi familia se dispersó por varios continentes. Era una ciudad de tres culturas, cosmopolita y al mismo tiempo provinciana. La vida judía giraba en torno al calendario hebreo y las fiestas religiosas. El mal de ojo, ainará, caía sobre los que presumían de algo que los demás no tenían. La endogamia entre las antiguas familias era muy alta. Cada comunidad tenía sus espacios, pero había vasos comunicantes. Unos versos de Moshé Banarroch, uno de nuestros poetas, dicen: “Como Tetuán, como Lucena, todas nuestras patrias se vuelven exilios”.

– El Día del Refugiado Judío quiere rescatar ese mundo perdido…

Marruecos acogió a buena parte de los sefardíes expulsados. Los judíos nativos los llamaron megorashim, desterrados. Nosotros los llamamos a ellos toshabim (de la tierra). Entre los siglos XVI y XVIII nunca dejaron de llega de España y Portugal criptojudíos (anusim, forzados) que después de generaciones de vivir una doble vida regresaban al judaísmo en Marruecos. Nunca tuvimos una situación idílica. En 1767 Jorge Juan escribió que los judíos tetuaníes ejercían los oficios más serviles. En todo el siglo XIX hubo hacinamiento en la judería.

– ¿Cómo pudieron conservar su identidad judeoespañola?

La mayor parte de los judíos expulsados, excepto los de Aragón y las Islas Baleares y Navarra, que se fueron a Italia y al imperio Otomano, fueron directamente a Marruecos y se concentraron en el Norte. Sus aljamas conservaron una lengua propia, la jaquetía, que aún perdura. Algunas normas litúrgicas del Kajal kadosh (congregación) sefardí, como las que regían sobre las ketubá (contratos nupciales) provenían de ordenanzas medievales castellanas.

– ¿Por qué se fueron tras la guerra?

Hubo varias razones, algunas circunstanciales y otras no. El mesianismo del regreso a Eretz Israel estuvo siempre muy arraigado entre todos los judíos marroquíes. Los exiliados de Sefarad lo dejaron todo por no perder su identidad judía. Todos esperaban un salvador, un goel, que nos llevara a la tierra prometida. También pesó la memoria histórica de la discriminación que sufrían los dhimmis, los no musulmanes, y que existió hasta la creación de los protectorados francés y español. Los árabes no tenían muchos derechos pero los judíos menos aun.

– ¿La convivencia se hizo insostenible?

Los judíos éramos favorables a la occidentalización. La Alliance Israelite Universelle se fundó en 1862 en Tetuán. Al mismo tiempo, la descolonización trajo consigo la simultánea arabización de los musulmanes marroquíes. La recién creada Liga Árabe sembró la inquina contra las comunidades judías del Magreb. Hubo conatos de violencia contra nuestros comercios y casas. El gobierno consideró traidores a quienes querían ir a Israel.

– ¿Es tan poderoso Azoulay como dicen?

Azoulay pertenece a una familia de comerciantes y cortesanos que obtenían las licencias de importación y exportación que concedía el Majzén, por lo que controlaban la actividad portuaria. Sus vínculos internacionales les eran muy útiles. Pero esas familias eran una pequeña élite. Azoulay puede ser un puente, un nexo. El desprecio no puede ser eterno. Ojalá.

-¿Cómo fue la integración de los judíos marroquíes en Israel?

En Israel ha habido una especie de mala conciencia con los mizrahim, los judíos que venían de países árabes y a los que se aplicó una doble vara de medir por su menor prestigio cultural, por lo que los enviaron a zonas deprimidas. Los sefardíes éramos solo el 10%. Muchos judíos marroquíes han hecho carreras notables en Israel. Shlomo ben Ami es uno de ellos. Y no es el único.

– En Israel a veces se confunde a sefardíes y mizrahis

Los ashkenazis no hacen muchas diferencias por un asunto litúrgico. En el judaísmo existe algo que se llama el rito sefardí, que para los ashkenazim es todo lo que no pertenece a su tradición. Los sefardíes de Marruecos tenemos incluso rasgos que nos distinguen de los sefardíes del mundo otomano.

– El régimen franquista los ayudó a emigrar a Israel…

El ejército colonial español tuvo un gran aliado en los hebreos. Éramos muy pro españoles. Muchos teníamos incluso nacionalidad española. Los militares españoles no eran especialmente antisemitas, aunque los franquistas requisaron los centros judíos. Tras el fin del protectorado se sintieron culpables por habernos abandonado. Por eso en los años cincuenta tuvimos muchas facilidades para venir a España. Muchos lo hicimos.

– ¿Se ha reconstituido Sefarad?

Las primeras familias sefardíes marroquíes llegaron a Sevilla hacia 1880, donde formaron la primera comunidad judía en España tras la expulsión. Su cementerio data del último tercio del siglo XIX. En Ceuta y Melilla había comunidades constituidas desde 1864. Las primeras sinagogas se abren en Sevilla en 1914, en Madrid en 1916 y en Barcelona en 1918. Franco las ilegalizó. Los judíos podían vivir individualmente, no colectivamente. Hasta 1967 no tuvimos vida como comunidad organizada, aunque existíamos.

– ¿Cuál es la composición actual?

Casi la mitad venimos de la zona del protectorado. Los ashkenasim latinoamericanos –argentinos, chilenos, uruguayos–llegaron en los años setenta huyendo de las dictaduras. El 20% restante es de variados orígenes.

– Son poco visibles en comparación a los judíos de países latinoamericanos…

Somos entre 40.000 a 45.000 y nuestra visibilidad es escasa porque no hablamos otro idioma. Hasta que no lo dices, nadie sabe que eres judío. Pero es cierto, no tenemos figuras como Pierre Moscovici o Bernard Henry-Levy en Francia. Creo que hemos preferido la economía y los negocios.

– ¿Cuál es la relación con Israel?

Somos españoles y judíos, no israelíes, pero apoyamos a Israel, no al gobierno sino al Estado. Todos los Pésaj decimos “el año próximo en Jerusalén” pero creo que la nacionalidad tiene que ser para los israelíes, los que viven allí, los que pagan sus impuestos y los que hacen el servicio militar.

– En Francia hay brotes de antisemitismo, ¿los percibe en España?

Sí, sin duda. Hay dos tipos. Uno proviene del sistema inquisitorial. A fines del siglo XIX Menéndez Pelayo escribió que la Inquisición era “hija del espíritu genuino del pueblo español”. Algo de eso ha quedado en sectores de extrema derecha y entre ciertos católicos integristas. Las reivindicaciones de la Inquisición que he visto por ahí son una aberración. Otro tipo es más moderno y proviene del antisionismo.

– ¿A veces se confunden?

Así es. El conflicto de Oriente Próximo ha polarizado mucho la situación. Pero no se debe cuestionar el derecho de Israel a existir como hacen algunos. No es lícito demonizar a un Estado.

– La supervivencia del judaísmo y el pueblo judío es misteriosa…

Tikún olam, un mitzvot (precepto), significa “reparar el mundo”. La Kabalá dice que en la creación el Universo no pudo contener la luz sagrada y se rompió. Por eso necesita reparación y al cumplir los mitzvot participamos en ella. Gershom Scholem decía que el judaísmo consiste en paradojas y contradicciones y que por eso no tiene una esencia dogmática. El judaísmo es lo que los judíos hacemos. Quizá eso nos justifica.

 

 

 

Fuente: politicaexterior.com

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