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jueves 21 de noviembre de 2024

A 140 años del nacimiento de Albert Einstein: genio, mujeres, humor y humanismo

Enlace Judío México e Israel.- El 15 de febrero de 1946 fue presentada en sociedad la primera computadora electrónica. Su nombre en sigla, ENIAC, es abreviatura de “Electronic Numerical Integrator and Computer”. Creada en la Universidad de Pennsylvania e instalada en Filadelfia, ocupaba una superficie de 167 metros cuadrados, operaba con 17.468 válvulas electrónicas, y era capaz de hacer cinco mil sumas y trescientas multiplicaciones por segundo.

ALFREDO SERRA

Después de la primera y asombrosa demostración pública, una mujer del público dijo:

–Mi marido puede hacer lo mismo con un lápiz en la parte de atrás de un sobre viejo…

Era Elsa Löwenthal Einstein, segunda mujer y prima de Albert, el hombre que en 1915, con su Teoría de la Relatividad General –expresada en la fórmula E=mc2 : apenas tres letras, un signo y un número: Energía=masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado–, cambió el concepto de la Ley de Gravedad según el enunciado del genial Isaac Newton (inglés, 1642-1727), y también abrió las puertas a una nueva forma, desde la Física, de comprender el Universo.

Pero, ¿es posible, para el común de los mortales, entender esa teoría?

Afirmación nada novedosa ni audaz: ¡No!

Al respecto, una famosa anécdota pone los puntos sobre las íes. Una dama de edad media, al término de una conferencia de Einstein sobre su compleja criatura, lo encaró:

–Doctor, no entiendo su Teoría de la Relatividad. ¿Podría explicármela de una manera más sencilla?

Einstein lo intenta.

–Lo siento, doctor. Sigo sin entenderla. ¿Puede hacerlo más simple?

Einstein vuelve a intentarlo.

–Lo siento, todavía no la comprendo. ¿Es posible un poco más sencilla?

Einstein lo intenta otra vez.

– ¡Ahora sí! ¡Muchas gracias!

–Sí, señora. Pero ahora no es la teoría de la relatividad…

En todo caso, y antes de ocuparnos del hombre y el sabio que fue –el más grande científico del siglo veinte, según la tapa que le dedicó la revista TIME–, recurramos a ejemplos tangibles. O más o menos tangibles…

Ya en 1905, apenas a sus 26 años, dio vuelta como un guante los rígidos conceptos de Espacio, Tiempo, Masa y Energía, y llamó a esa teoría “De la relatividad especial”. Que una década más tarde presentó, corregida y aumentada, como Teoría de la Relatividad General. Y que, en 1919, al confirmarse durante un eclipse la curvatura de la luz… fue idolatrado primero por la prensa, y casi de inmediato, aclamado por el público común, atónito por no entender de qué se trataba, pero seguro de que estaba frente a un campeón, un ídolo deportivo sin pelota. O en todo caso, con una pelota llamada Universo…, y un nuevo mundo que empezaba a revelar sus enigmas.

En síntesis, Einstein dedujo un universo en el que Tiempo, Espacio, Masa, Energía y Luz eran una sola cosa. Pero mientras los primeros cuatro eran elásticos, mutables y hasta impredecibles, lo único constante era la velocidad de la luz.

En suma, superó la concepción de Newton: la inmutabilidad de los elementos, encadenados a la Ley de Gravedad, para prefigurar un universo diferente.

Por caso, suele decirse que la Ley de Gravitación de Newton sirvió para llegar a la Luna, pero no más allá, mientras la relatividad general de Einstein permite alcanzar otros mundos…

¿Qué más explica la célebre ecuación E=mc2?

Por ejemplo, porqué el sol y las estrellas pueden irradiar luz durante millones de años. O qué cantidad de energía está latente en el núcleo de los átomos. O cuántos gramos de uranio hay que poner en una bomba para borrar del mapa una ciudad. O que apenas un kilo de carbón, convertido en energía, va más allá de la parrilla y su apetitosa carga: puede producir 25 mil millones de kilovatios hora de electricidad.

La prueba mayor y más dramática. El 16 de julio de 1945, cuando en Álamogordo, Nuevo México, se probó la primera bomba atómica…, se derrumbó la idea de que masa y energía eran dos entidades diferentes. El hombre, en ese histórico ensayo, transformó la materia en luz, calor y movimiento. ¡Cambió la materia en energía! Y demostró que Einstein tenía razón…

Agárrese fuerte, lector. Según el genio, el radio de la curvatura del Universo es de 35 millones de años luz: 340.000.000.000.000.000.000.000 kilómetros. Es decir que un rayo de luz solar lanzado por el espacio a la velocidad de la luz (300.000 kilómetros por segundo), describiría un gran círculo cósmico y volvería a su fuente después de más de ¡200.000 millones de años!

Sí: corta la respiración…

EL HOMBRE

Albert Einstein nació hace 140 años (14 de marzo de 1879) en Ulm, reino de Wurtemberg, Alemania, hijo del matrimonio Hermann y Pauline Koch. De origen judío, no profesó credo religioso alguno. Su concepto de Dios se equiparaba al del filósofo sefaradí Baruch Spinoza (Ámsterdam, 1632-The Hague, 1677): “Un Dios geométrico; un símbolo de la armonía del Universo, no un Dios personal que interviene en las vidas y asuntos de la gente”.

Hasta sus 3 años, no habló ni caminó. Sus padres y sus tíos temieron que sufriera un retraso mental… Pero a los 12 devoraba libros de geometría, y a los 17 empezó cursos de física y matemáticas.

Un error frecuente afirma que fue un alumno mediocre, distraído y sin destellos de inteligencia.

Falso de toda falsedad. Sus primeros biógrafos confundieron el puntaje escolar de Suiza con el puntaje alemán. El 6, en Suiza, era la calificación más alta, y en Alemania, la peor nota. Boletín de Einstein, Albert: 6 en álgebra, física, geometría analítica y trigonometría…

¡Mira el distraído!

Tuvo tres nacionalidades: alemán durante el Imperio austrohúngaro, suizo, alemán otra vez, y norteamericano desde los primeros signos de la Bestia Nazi: el profesor más brillante y famoso de la Universidad de Princeton.

Es casi imposible reunir en una nota periodística su paso por las aulas y los pizarrones tachonados de intrincadas ecuaciones. Pasó por no menos de veinte universidades europeas, escribió una decena de libros sobre relatividad, efectos fotoeléctricos, equivalencias entre masa y energía, ecuaciones de campo, mecánica cuántica, teoría del campo unificado, y fue miembro doce academias: Inglaterra, Prusia, Alemania, Estados Unidos, Baviera, Gotinga, Francia, Suecia, Países Bajos, Rusia…

Pero no todo fue relatividad, velocidad, luz en esa vida que un aneurisma de aorta abdominal apagó el 18 de abril de 1955, a sus 76 años.

En octubre de 1896, cumplidos ya sus 17, conoció a Mileva Maric, serbia, feminista y de izquierda.

Enamorados y (en 1900) graduados en el Politécnico de Zurich, se casaron, y dos años después les llegó una hija, Lieserl. Nacimiento obligado al secreto: la familia de Mileva detestaba a Einstein, y la de Einstein, a Mileva. Odio que no cesó con la muerte del padre de Albert: Pauline, su madre, lo mantuvo vivo hasta su último día…

¿Qué fue de la pequeña Lieserl? Jamás se supo. No existen documentos de defunción. Se supone que fue adoptada en Serbia por parientes de Mileva.

Tuvieron otros dos hijos: Hans Albert, que llegó a profesor en California, pero lejos del brillo de su padre, y Eduard, esquizofrénico, que murió en un centro psiquiátrico de Zurich en 1965.

¿Fue Mileva su gran amor? Sin duda. Pero hasta 1919, año en que se divorciaron, la pareja vivió entre luces y sombras.

Apasionados por la física, trabajaron noche y día entre números, fórmulas, hipótesis. No hay discusión acerca de una verdad admitida por el mismo Albert: “Sin ella, no habría llegado a completar la Teoría de la Relatividad”.

Sin embargo, a la hora de los laureles (en 1921 ganó el Premio Nobel de Física) y del asombro y la popularidad que logró en 1919, cuando las fotografías tomadas durante un eclipse solar por la expedición de Arthur Eddington demostraron su teoría de la curvatura de la luz ante un campo gravitatorio…, el nombre de Milena fue omitido en esos trabajos.

No fue así antes. En varias cartas, Albert escribió “Estaré orgulloso de tener a una doctora como esposa”, y “Mi amigo visitó a su tío, el profesor Jung, uno de los físicos más influyentes de Italia, y le dio una copia de nuestro artículo”. Además, cuando él trabajaba en la Oficina de Patentes de Berna ocho horas por día de lunes a sábado, ella cargaba con todas las tareas domésticas…, y de noche lo ayudaba en sus investigaciones. A veces, hasta el alba…, a la luz de un farol de kerosén.

No es todo. En septiembre de 1909, Mileva le escribió a su amiga Helene Savic: “Ahora es el mejor de los físicos, y le rinden muchos honores (…) Con toda esa fama, tiene poco tiempo para su esposa. (…) Uno consigue la perla, y el otro la concha”.

Por lo demás, y casado poco después de su divorcio con su prima Elsa Löwenthal Einstein –no tuvieron hijos–, no se privó de amantes. Número indeterminado…, pero seis seguras: Estella, Ethel, Toni, Margarita (espía rusa), y dos aludidas sólo por iniciales: “L” y “M”.

Pero en el fondo fue un gran solitario. Su mejor compañero: el violín, que llegó a ejecutar como un virtuoso.

Su desprecio por lo material y lo mundano era evidente en su despojamiento –sólo lo rodeaban objetos imprescindibles: pizarrón, libros, papel, lápiz, tiza, estufa, una lámpara– y en sus ropas. Aun como profesor en las universidades más prestigiosas del mundo, ocupaba su puesto con el pelo largo y revuelto, anchos pantalones arrugados y un suéter no menos  ancho… y mayor de edad.

Prueba máxima: su célebre foto sacando la lengua… Un modo de decir “¡Al diablo con todo! ¡Déjenme trabajar en paz!

EL HUMANISTA

La locura de la Primera Guerra Mundial lo empujó al compromiso moral. “Desprecio la violencia, la bravuconería, la agresión, la injusticia. Es increíble lo que Europa ha desatado. En estos momentos uno se da cuenta de lo absurda que es la especie animal a la que pertenece”, dijo.

Acusado de ser el padre de la bomba atómica, se defendió en un famoso discurso emitido en Nueva York en diciembre de 1945:

“Los físicos que participaron en la construcción del arma más tremenda y peligrosa de todos los tiempos, se ven abrumados por un similar sentimiento de responsabilidad, por no hablar de culpa. Nosotros ayudamos a construir la nueva arma para impedir que los enemigos de la humanidad lo hicieran antes, puesto que dada la mentalidad de los nazis, habrían consumado la destrucción y la esclavitud del resto del mundo”.

Por esa razón, en plena Segunda Guerra Mundial, apoyó el Proyecto Manhattan propuesto por el físico Robert Oppenheimer para construir la bomba a partir de la fisión del átomo.

En tanto judío, en una carta a la Asociación Central de Ciudadanos Alemanes de la Fe Judía, les escribe en 1920:

“Ni soy ciudadano alemán, ni hay nada en mí que pueda definirse como “fe Judía”. Pero soy judío y estoy orgulloso de pertenecer a la comunidad judía, aunque no los considero en absoluto los elegidos de Dios”.

LA MUERTE

El 16 de abril de 1955 sufrió la rotura de un aneurisma en su aorta abdominal, que había sido reforzada en 1948 por el cirujano Rudolph Nissen. Pero rechazó una nueva cirugía:

–Quiero irme… cuando quiero. Es de mal gusto prolongar artificialmente la vida. Hice mi parte. Es hora de irse. Y lo haré con elegancia.

Dos días después, murió en el hospital de Princeton.

No quiso boato en su funeral, ni presencia de celebridades. Pidió ser cremado cuanto antes. En la ceremonia de las llamas sólo hubo doce personas. Entre ellas, su hijo mayor.

Las cenizas fueron arrojadas al río Delaware.

El patólogo Thomas Stoltz Harvey, durante la autopsia y sin permiso, extrajo su cerebro para investigar qué diferencias había con el cerebro de alguien común, no de un sabio.

La zona de la capacidad matemática era algo más grande que lo normal. Las células que nutren las neuronas eran de mayor calidad en el área del hemisferio izquierdo destinado a la habilidad matemática. Y el lóbulo parietal inferior, relacionado con el razonamiento matemático…¡era un quince por ciento más ancho que los comunes!

(Post scriptum. Dejó más de doscientas frases que, unidas, bien pueden ser consideradas como un legado moral. Algunas, encantadoras: “No puedes culpar a la gravedad por enamorarte”, “El amor es la fuente de energía más poderosa del mundo porque no tiene límites”, “Lo correcto no siempre es popular, y lo popular no es siempre correcto”, “El don de la fantasía ha significado más para mí que mi talento por absorber conocimientos”, “La diferencia entre la estupidez y el genio… es que el genio tiene sus límites”, “Una simple explicación de la relatividad: cuando cortejas a una bella chica, una hora parece un segundo. Cuando te sientas en una estufa ardiendo, un segundo parece una hora”. “Es un milagro que la curiosidad sobreviva a la educación escolar formal”, “No sé con qué armas se luchará la Tercera Guerra Mundial, pero la Cuarta será con palos y piedras”, “¡Triste época la nuestra! Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”, “El nacionalismo es una enfermedad infantil. Es el sarampión de la raza humana”, “La música de Mozart es tan pura y hermosa que la veo como un reflejo de la belleza interna del Universo”).

(Post scriptum II. En 1925, después de una gira por Asia, Medio Oriente y Europa, donde fue aclamado como hoy una estrella de rock, recaló en Sudamérica: Brasil, Uruguay y Argentina. Y nos puso su espejo delante. Buenos Aires le pareció “una ciudad confortable y aburrida, con gente delicada, de mirada inocente, graciosa…, pero cliché. Hay lujo, superficialidad, esterilidad cultural, y nada más que el dinero y el poder cuentan, igual que en América del Norte. Sólo en Córdoba encontré residuos de cultura verdadera, amor por la tierra y un sentido de lo sublime. En cuanto al Uruguay, me pareció un feliz y pequeño país, con instituciones modelo y protección a los ancianos y a los hijos ilegítimos. Un estado muy liberal y completamente separado de la Iglesia. Los uruguayos me hicieron recordar a los suizos y los holandeses. El diablo se apodera de los países grandes. Yo, si tuviera poder, los cortaría en pequeñas partes”. Como bien lo demostró en aquella famosa y burlesca foto, no tenía pelos en la lengua).

 

 

 

Fuente: cciu.org.uy

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