Hay un Semblante que nos eterniza, en Él están las formas de todos los rostros del mundo
B”H
Enlace Judío México e Israel.- Salir del límite de lo oscuro e ir hacia la luz del Monte donde yace el espíritu divino ardiendo en la zarza del pensamiento, fuego perenne que invita a una lectura del tiempo interno. Inspiración que acontece dentro, en la luz de la Luz que germina pueblo.
JENNY ASSE CHAYO
Salir de Egipto, librarse de las cadenas de los instintos. Librarse de las formas de la idolatría hacia la consecución de lo divino, del D-os único que se revela incesantemente y nos hace conocer sus designios en formas de la Luz que son instantes de lo eterno, breves instantes donde el sol se hunde en el horizonte del pensamiento.
Salir de Egipto, escuchar el corazón del fuego y desencallarse de los nudos inservibles del pensamiento. Borrar las horas en que nos supimos muertos y vivir bajo el signo de lo nuevo, de lo que acontece sin cesar y nos impulsa hacia la tierra prometida, al espacio del paraíso, a la tierra donde mana leche y miel. Entender que todas las fuerzas de la naturaleza son una, es decir, todas son manejadas por el Ser único que en su unidad devela los signos de sus deseos para la humanidad.
Salir de Egipto es emerger triunfantes, de pronto inusitados, y compartir el fuego de la zarza ardiente que no se consume porque es la zarza del conocimiento eterno, aquel que brilla para todos y al que se puede acceder con el corazón puro o que sirve para purificar nuestros aspectos más bajos y elevarlos a la cima de la montaña donde arde la llama.
El fuego de la zarza es un llamado que apremia; la luz se mezcla en energías sutiles que descubren las partículas de D-os que están en todos lados, chispas hundidas en las cosas como decían los cabalistas. El fuego de la zarza arde en el Libro de los libros, es una inteligencia superior que bajó al mundo por intermedio del profeta y maestro Moisés quien entregó a los hombres una sabiduría intensamente humana y sublime/mente divina.
La espiritualidad es el roce del fuego en las almas, es la cadencia de la llama que se teje con el corazón para alumbrarnos, invitación que inicia y convoca, boca que habla desde la llama. Arder con el fuego de la zarza es saber que a lo largo y ancho de nuestro desierto está la promesa de la revelación, signo de un mundo mejor, que se deja tocar por lo antiguo y lo renueva. La razón es una herramienta insuficiente para conocer la realidad Otra, la que nos convoca y nos invoca más allá del fuego, en ese espejismo de voces que se encuentran unidas en un solo deseo: estar en paz, completos.
Estar iluminados es conectar la razón con la revelación.
Salir de Egipto es internarse en lo profundo de nuestras almas y nuestros corazones para encontrar la libertad.
Salir de Egipto es encontrar a D-os, buscarse en Su Nombre y ejercer las rutas del pensamiento superior, nube que teje los destinos, agua que quita la sed de los sedientos, y que cual maná del cielo da de comer a los hambrientos.
El hombre es hambre del Ser, hambre de ejercerse pleno y conocer los ecos de la Voz que narra el universo implícito en las palabras. Cada diálogo con nosotros mismos es un diálogo con el otro, cada diálogo con el otro, es una forma de conversar con Él, siempre y cuando este diálogo sea desde el amor que no se deja corromper, el amor que construye y se adueña del mundo para llenarlo de luz.
Salir de Egipto es el arquetipo de lo humano que en sociedad con lo divino revoluciona al mundo rompiendo las jerarquías establecidas en pro de la libertad; la libertad no es un imaginario, es el deseo mayor de un pueblo disperso entre los pueblos, un pueblo que, extranjero entre los pueblos, quiere retornar al centro de sí mismo que es el centro de su corazón diaspórico para elevarlo a D-os, y desde ahí caminar con los brazos extendidos y las cadenas rotas hacia su Tierra Prometida, Centro donde el retorno marca también el renacimiento. Pueblo de los pueblos, Libro de los libros, Canto de los cantos que se allega a través de la magia del espíritu divino al paraíso.
Retornar a Sión es una entrega, una promesa que el pueblo judío ha esperado pacientemente y confía ver realizada pronto y en nuestros días.
Salir de Egipto es conquistar nuestra libertad interna y externa es reír frente a la muerte y la esclavitud, es iluminarnos con la fe del otro, con la risa del otro, el conocimiento del otro y saber que todos somos uno, y que en la unidad del pueblo está la libertad del pueblo, porque la unidad del pueblo representa la unidad de D-os.
La confluencia de la unidad de los seres del pueblo confluye con la unidad divina, ideal máximo del monoteísmo. Por ello la aspiración más importante del pueblo de Israel es el shalom, y el shalom no es solamente la paz, sino la comprensión que da la fe en la utopía, la paz fundada en el amor, la paz fundada en el servicio en el entendimiento del otro como el yo mismo, el que se busca al igual que yo dentro para ser feliz y que merece no solo la felicidad sino el respeto a sus derechos y sus prioridades humanas. Salir de Egipto es revolucionarnos el espíritu e iniciarnos en un tiempo que marca el Final de los tiempos y el principio de una nueva Era, salir de Egipto es amar al D-os que nos dio la libertad, al D-os entendido también como el D-os de la revolución, el D-os de la justicia, el D-os que se revela y en este cara a cara con el pueblo revoluciona al mundo, revoluciona el interior del pueblo, y de cada uno y uno de los hombres y mujeres que lo componen.
Salir de Egipto es salir hacia al desierto, hacia el vacío, y enfrentarse con la inmensidad, ser capaces de escuchar la voz de la noche y las estrellas.
Salir de Egipto es también, a veces, saber esperar, tener paciencia pero ir tras el llamado, cuando el llamado es un estruendo que ya inevitable nos arroba el alma.
EL ESTADO MESIANICO.
Mashiaj es a veces un estado del alma. Un compás que se abre a lo eterno para iluminarnos, una voz que promete y cumple el perdón de nuestras faltas y por lo tanto la paz interna y el amor.
El estado mesiánico es una utopía, la utopía de un pueblo que es todos los pueblos y en eso consiste su elección. Pero este pueblo es distinto en cuanto a las características de su alma colectiva, tal como distintos son en su diferencia todos los hombres y los colectivos humanos. El pueblo de Israel deviene pueblo en dos momentos fundamentales, la salida de Egipto y la entrega de la Torá. La salida de Egipto marca el comienzo de su libertad, y enfrenta al pueblo hebreo con el D-os libertador. Desde ese momento su camino singular estará marcado por esta relación particular con la divinidad, de ahí deviene su fuerza y su alimento. D-os, el principal actor de este drama histórico, saca al pueblo hebreo de la esclavitud para entregarles la Ley en el Sinaí, momento único donde la revelación se convierte en revolución, porque la Voz de lo sobrenatural rompe con todas las estructuras humanas y naturales para posarse en el mundo y guiar a ese pueblo hacia la tierra prometida. Este camino, largo, que aún no termina, debe seguir las líneas de un triple impulso primordial: libertad con respecto a los demás pueblos para poder recibir y cumplir con los caminos del Libro revelado en la tierra de nuestros ancestros. Sobre este triple alianza nos advierte ya el gran filosofo judío Moshe ben Maimón, Maimonides z”l, cuando hablaba sobre el sentido de la época mesiánica, una época donde el pueblo de Israel se verá libre del yugo de los demás pueblos para poder estudiar la Tora y dedicarse al servicio divino en la tierra de Israel.
Cada pueblo, así como cada hombre, tiene el derecho de crear su propia utopía y de dirigirse hacia ella para cumplirla. Si la condición de la utopía es su aparente in.cumplimiento, postergación en pro de lo perfecto, no así la dirección que marca: moverse hacia la promesa ha sido desde los albores de nuestro pueblo un signo dado a Abraham, el hombre que buscó en la divinidad la dirección de su camino. Moverse hacia el vacío, seguir el Eco de la Voz que aguarda, y saber que en el lugar de la nada está la posibilidad de la construcción. El pueblo judío olvida, a veces, que su historia comenzó con un llamado y que nuestros patriarcas y matriarcas son quienes escucharon el llamado y se dejaron guiar por Él, siendo consecuentes con la Voz del D-os que amaron. Quizá por eso el Shemá Israel, Escucha Israel, es la orden de no perder el contacto con la Voz divina, con el eco de esa Voz que sigue reverberando para nosotros, nos dirige y nos impele hacia el cumplimiento de la utopía, de la promesa que es, a su vez, una orden: Lej lejá vete de ti, de tu patria, de la casa de tus padres hacia la tierra que habré de mostrarte.
El camino hacia la tierra prometida comienza con la libertad, la ruptura de las cadenas individuales y colectivas es la condición para poder recibir tanto la Torá como la tierra. Me conmueve profundamente que el D-os de Israel sea el D-os de la libertad, el D-os que se revela, el D-os que habla al pueblo a través de un Libro, el D-os que baja a posarse entre las hojas y que entrega en La Palabra Su Inteligencia, humildad infinita de un Quien se dona a los hombres en un acto de Amor. El D-os de Israel es el D-os que Se Escribe, Se Dicta, Se Comunica con el pueblo, ahí donde el pueblo es vasija que recibe el llamado, y responde, estudia y entiende la Voz inscrita en el pergamino. Humildad que no puede ser recibida sino con más humildad porque ¿quién merece este regalo del Infinito? Sólo quien ha depurado su soberbia interna y se entrega con la fe del labrador a las ordenanzas de su Rey.
Escuchar la Voz es también leerla, internarse en los recovecos de las Letras, entender el Fuego del conocimiento, las llamas de la zarza que refulgen entre las palabras del Libro de los Libros. La Torá es el desarrollo de la utopía, entre sus páginas se encuentra la posibilidad de un mundo perfecto para quien sabe leerla, y comprende su significado profundo y último. En este corpus, que es un regalo que apunta siempre hacia el porvenir, están las instrucciones precisas de cómo construir un universo de Luz no sólo para el pueblo judío sino para todos los pueblos. El pueblo judío es solamente el portavoz de esta utopía y por ello su responsabilidad a lo largo de la historia ha sido tremenda. El pueblo judío ha sido el guardián de la palabra divina, el guerrero de la zarza ardiente. Su fuerza radica ahí y solamente ahí. Su función es clara, y cuando no lo ha sido es porque las brumas de la historia han empañado su visión.
Para retomar el camino hacia la libertad el primer paso es, quizá, recordarnos a nosotros mismos el llamado: Escucha Israel D-os es nuestro D-os nuestro D-os es Uno, y en nombre de esa unidad, unirnos también nosotros como pueblo en la comprensión y la consecución de la utopía.
D-OS, EL MISTERIO QUE SE REVELA
D-os, Bendito Sea, es el misterio que se revela, es la cumbre a la que se aspira, porque en Él y sólo en Él yace el conocimiento, y todo lo que podamos saber y conocer viene de Él y de Su Gracia. Nuestras almas están conectadas a su Alma universal y Él manda a nuestras neshamot, los efluvios de su Luz. Las mitzvot, preceptos, nos sirven para que los canales espirituales de los hombres y del pueblo de Israel se abran y se conecten con la Luz divina, pues el hombre debe esforzarse para merecer y recibir lo que Dios quiere mandarle. Las mitzvot, preceptos, tanto como la tefilá, oración, crean las vasijas para que la Luz de Dios entre en el hombre y en el pueblo, esta conexión con el conocimiento de lo divino esta dada por el Libro y es, básicamente, una relación de amor de Dios con su pueblo. El pueblo de Israel es el receptor, la primera vasija de la Luz divina, esta Luz debe bajar a todas las capas de la sociedad, porque antes que al pueblo de Israel Dios creó a Adam, padre de la humanidad. El pueblo de Israel debe dejar de temer al discurso religioso, su fuerza deviene del espíritu, como dijo el escritor Marcos Aguines: hay un lugar donde ningún pueblo puede tocarnos y es en la intimidad del Libro, la kedushá de la Torah, su santidad es tal que nada puede tocarla, todo judío que beba de la fuente toráica, y todos de alguna u otra manera lo hacemos, está cubierto también por esa kedushá, por eso la educación en la Tora es básica.
La profecía ha sido parte del pueblo de Israel desde el comienzo de su historia, y ese es un privilegio de este pueblo, un privilegio que olvidamos con frecuencia, el diálogo con Dios debe continuar, y debe alimentarse como se alimenta cualquier otra relación fundada en la palabra. Dios es, y ha sido, el principal protagonista de la historia del pueblo de Israel y no podemos olvidar que lo sigue siendo, pues el plan para su mundo es constante y está relacionado con Su pueblo. Esto es lo que representa el mesianismo: Luz y amor para toda la humanidad, luz y amor para el pueblo de Israel, paz shalom que es la base desde la cual se construye la vida en libertad.
Antes del shalom está la fe, el primer mandamiento es una afirmación absoluta de Su existencia como un Dios que participa en la vida de los hombres y los pueblos: Yo soy Dios tu Dios que te saqué de la tierra de la esclavitud. Pidamos pues a Él que nos ilumine para que podamos cumplir con la misión que nos corresponde como personas y como pueblo.
EL ESPACIO MÍSTICO
Certeza de ser el pueblo, bajo un amor que me domina y me rebasa. Enardecida por la sombra del amor que es Luz cuando se allega a los ojos del pensamiento, el amor a Dios, el amor al hombre, el amor a un pueblo que escapa a veces bajo la vestimenta de lo sagrado.
No hay experiencia más perfecta que la unión del alma con Dios, vivencia de lo inefable, de lo que al ser abrazo con lo más allá no encuentra en el lenguaje su expresión. Experiencia de la beatitud que nos coloca en el lugar de la humildad ante la grandeza del Otro que es Creador y es Padre y Amante, Rey y Amigo. Experiencia del Otro que accede a besar el alma humana con una profunda humildad de la que no podemos ser más que deudores.
La experiencia de lo divino nos coloca, paradójicamente, en una profunda soledad, aquella que se da por la imposibilidad de compartir la experiencia del alma, ese más allá que nos trastoca y del cual no queremos volver porque es el estado de lo dulce y lo perfecto.
Experiencia del vacío pleno, de la locura iluminada, de la vigilia del alma. Experiencia que convoca, boca a boca, cara a cara, a amar el silencio que es reposo y, a su vez, palabra y movimiento, porque ¿quién que haya experimentado a Dios puede quedarse quieto y a su vez quién que lo haya hecho quiere moverse de ese surco de la nada que es el asombro? Sensación de lo Uno que apremia, seduce y engendra el encuentro con lo diverso que se alimenta de Su Unidad. Con/vocación de lo divino que es una forma de vivir el mundo más allá del mundo, un salirse del tiempo crono/lógico para tocar lo eterno.
¿Cómo vivir impulsados por ese contacto con lo que al no tener tiempo nos coloca en el tiempo de los hombres para transformarlos? ¿Cómo transmitir la certeza de lo invisible? ¿Cómo hacer de la propia transformación un nido selvático donde la luz se halle? ¿Cómo vivir el tiempo del enigma con la respuesta intransferible? La vivencia de la divinidad es la vivencia del espacio místico, un más allá se adhiere a nosotros, un más allá que viene a quedarse y que es ante todo la experiencia del amor. La respuesta se transita en la respuesta.
LLEGAR AL SINAI
El Sinahí, es el espacio místico por excelencia.
Tránsito y encumbramiento. Heridos de la Luz y de la Voz, colmados de la esperanza de la zarza, del conocimiento del fuego que es iluminación y mandamiento preciso que ordena las conciencias. Experiencia de lo divino a los pies del monte. Manifestación de Dios a los ojos de un pueblo que se inclina frente a la Presencia en un acto único de misericordia divina frente a un pueblo esclavo, un pueblo que quebró su ego gracias a la demanda de la humildad que apremia para recibir la Voz de las montañas, la Voz que baja a posarse en la conciencia humana como una presencia inaudita, huella en la conciencia de un pueblo que es Libro y es a su vez impronta de lo divino en el mundo.
Ser del Sinaí es pertenecer al monte donde se originó el encuentro entre Dios y el pueblo a través de Moisés.
Ser del encuentro que anduvo los desiertos escapando de un pecado mismo que fue redimido: el arrepentimiento es luz que convoca a la Luz.
Llegar al SinAhí es adentrarse nuevamente en ese espacio si espacio, que irrumpe en el tiempo cronológico para suspenderlo, y conectar al hombre y al pueblo con la Eternidad. Ahí donde La eternidad accede a entramarse con el mundo para revelarle no sólo la palabra de Dios sino la acción constante del Creador en el mundo, y Su posibilidad absoluta del milagro como resultado del Habla divina que se allega a la tierra para ordenarla de nuevo, en ese acto de re-creación en donde la palabra divina es Luz que ordena el caos y prefigura la redención total a través Su posibilidad de trastocarlo todo en un instante para dirigir con La Palabra Sagrada el camino de los pueblos.
Llegar al Sinaí es entonces romper con nuestra esclavitud y confiar plenamente en El Otro que nos dirige, andar de desierto y de montaña para romper cadenas, una tras otra para encumbrarse hacia la cima.
Volver al Sinahí es, como nos lo muestra nuestro maestro Moisés, un andar de nómadas buscando la respuesta divina, desasidos de lo material, rompiendo las ataduras que inútiles, no permiten la elevación.
Volver al Sinahí es a veces, andar por el sendero de la soledad, otras andar solos como pueblo que entiende el nivel simbólico y arquetípico de la Torá. Los modelos que nos presenta son Eternos, y de ahí nuestra posibilidad de ir a esos espacios sagrados donde la Voz de
D-os puede herirnos nueva/mente. Luz de la Eternidad que llega al mundo para transmutarnos, para convertirnos en otros, y anclarnos al Infinito.
Llegar al Sinahí es un trabajo de conciencia que exige estar atentos a cada llamado que Él, desde la Eternidad, nos hace todos los días.
Conciencia basada en el deseo feroz de re encontrarlo en nuestro Sinahí interno, y colectivo.
Volver al Sinahí es querer retornar al tiempo de la revelación para andar por los caminos dictados por la Luz divina. Retorno que es siempre un ir hacia adelante hacia el por venir sagrado de la tierra, y del destino del pueblo.
Volver al Sinahí es un mirar hacia la cima de nuestro pensamiento espiritual y desde ahí vislumbrar el fuego perenne que nos encamina más allá hacia las gradas del Pensamiento Celestial.
En la Amplitud del Verbo está la semilla de la Luz, aquella que desde el monte más humilde ilumina el abismo y diluye todas las oscuridades para que podamos vis/lumbrar el paraíso.
Volver al Sinahí es atravesar nuestros desiertos para encontrar la Voz iluminada de más allá del firmamento.
Volver al Sinahí es recibir nuevamente la revelación, hacerla correr por nuestras almas y nuestros nervios para comprehender lo revelado hace miles de años.
Convocación de la alternancia que da vida a los mundos y que nos erige como seres esclavos de la eternidad.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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