Enlace Judío México e Israel.- ¿Por qué tanta basura en los medios de masa? Porque eso quiere la gente. O por lo menos eso nos han dicho siempre. Pero habría que revisar esa teoría. Pues ahora YouTube –que en contenidos de conversación no tiene barreras de entrada– ha demostrado que un pensador de calibre puede convertirse en super estrella.
FRANCISCO GIL-WHITE
Estoy pensando en luminarias como Jordan Peterson, Ayaan Hirsi Ali, Sam Harris, Christopher Hitchens, Fareed Zakaria, Richard Dawkins, Joe Rogan, Ben Shapiro… No hace falta asentir en todo lo que dicen (yo tengo mis diferencias con cada uno) para reconocer que se comunican bien y que motivan debates sobre preguntas profundas y difíciles. Sus videos tienen a veces varios millones de visitas y conquistan dichas cifras rápido. Mucha gente quiere pensar. ¿Sería entonces que los grandes medios nos querían embrutecer?
En esta columna le haré un poco al árbitro, comentando las controversias que despiertan las nuevas super estrellas filosóficas de YouTube. El objetivo es provocar a mi lector, llevar el debate al siguiente nivel. En fin, pensar.
Comienzo con un lance entre Jordan Peterson y Christopher Hitchens. Ellos nunca debatieron en vivo, pues Hitchens falleció en 2011, antes de que Peterson alcanzara su actual estatus de “rock star”. Pero alguien se dio a la tarea de citar, en esta esquina, fragmentos de Peterson, defensor de la importancia de la tradición judeocristiana, y en la otra esquina, fragmentos de Hitchens, “ateo radical” enemigo de cualquier creencia religiosa. El debate implícito lleva por título: “¿Puede un Ateo ser Ético sin Dios?”
Dicha pregunta es la que exploró Fiódor Dostoievski en Crimen y Castigo a través de su personaje Raskolnikoff, quien, suponiendo que Dios no existe, decide cometer un crimen –homicidio– para avanzar su “glorioso” futuro. Crimen y Castigo es el ancla de Peterson. “Dostoievski lo dijo muy claro,” afirma, “Si no hay Dios, o sea, si no hay un Valor Superior, digámoslo así, si no hay un Valor Trascendente, entonces puedes hacer lo que te venga en gana.” Sin Dios, no hay brújula ética, porque la razón –por sí sola– no la entrega.
“Por eso me frustro tanto con… los ateos radicales,” añade Peterson, “porque ellos parecen creer que toda vez que los humanos abandonen su anclaje en lo trascendente, el camino obvio hacia adelante es un racionalismo puro que automáticamente atribuye a otros un valor igual. Simplemente no lo entiendo. ¿Ellos creen que ése es el camino racional? ¿Qué demonios hay de irracional en querer obtener de cada uno de ustedes exactamente lo que yo quiera cuando yo quiera, cada segundo? ¿Eso por qué es irracional?”
Corte a una conversación de Hitchens con un cristiano. Éste le pregunta:
“Si Christopher Hitchens no cree en Dios… ¿de dónde adquiere sus nociones del Bien y del Mal? Usted ha contestado… que esta pregunta es en sí ofensiva, y ha rechazado ‘la insinuación agravante, espantosa, de que no puedo distinguir el Bien del Mal a menos que sea guiado por algo sobrenatural.’ ¿Por qué le parece ofensivo?”
“Porque me parece deshonroso para el espíritu humano, para nosotros, para Usted y para mí… decir… que sin una Dictadura Celestial que tuviera alguna influencia sobrenatural –cosa que, por cierto, aún no se ha establecido como algo que realmente exista, pero, vamos, que sin el supuesto de ella– no distinguiríamos el Bien del Mal”.
Como dijera alguna vez un campeón de polémica, “Si [en debate] alguien me dice que le ofendí, yo le digo: ‘Estoy esperando todavía que me des tu argumento.’ ” La cita es de Christopher Hitchens (min. 2:20). Le doy la razón: su dignidad exagerada –su honor ultrajado– no viene al caso. Lo que importa es la pregunta filosófica. Entonces, su interlocutor insiste: “Pero si no hay Dios –si no hay un terreno objetivo del Bien y del Mal– ¿de dónde deriva Usted su moralidad?”
Hitchens contesta: “…Nuestro conocimiento del Bien y del Mal es innato. La religión toma su moralidad de los humanos. (…) No creo que la evolución sepa siquiera que estoy aquí y no creo que el Big Bang se haya originado conmigo en mente. Me temo que no soy tan solipsista, egocéntrico, y arrogante como quisieran pintarme los religiosos. No creo que estos procesos me hayan tenido a mí en mente, o estén conscientes de mi presencia. Eso no me hace sentir que puedo hacer lo que me venga en gana. ¿Por qué no? No sé por qué no.”
¿La moralidad es innata? Dicho argumento sorprenderá a cualquier antropólogo, pues nuestra disciplina se fundó para contestar la pregunta: ¿Qué explica que en distintas culturas se inventen reglas tan variadas, y a veces perfectamente opuestas, de lo que está bien y lo que está mal? Por citar un ejemplo dramático, Hitchens no se comería a otro ser humano, pero sociedades caníbales las había. Si realmente hay una brújula innata para estas cosas, ésta es débil, pues no logra sobreponerse a las modas históricas que enraízan en cada lugar.
Pero por esto mismo recomienda Hitchens, presuntamente, emanciparse de la religión: para liberar la intuición innata y poder ser buenos. Pues en el mejor de los casos, la religión será redundante: “La religión toma su moralidad de los humanos,” es decir, de su intuición innata; y en el peor de los casos, la religión nos habrá distraído con una mentira, abrumando nuestras intuiciones innatas bondadosas con una ideología malvada.
Asoma una pregunta, empero, que exige respuesta: ¿Por qué habrían nuestras intuiciones innatas de atinar al Bien? Hacer el Bien, como dice Peterson, requiere otorgar al otro un valor consubstancial al tuyo. ¿Puedes? No está fácil. Porque cualquier cosa que el otro recibe de ti es algo que tú ya no consumes. El éxito evolutivo, según la teoría darwiniana que tanto Hitchens como yo aceptamos, depende de resolver dichos conflictos de interés a favor de uno mismo. Entonces, ¿por qué no habrían de inclinarnos nuestras intuiciones innatas hacia el Mal? Hitchens responde: “No sé por qué no.” Qué fácil. A este nivel de discurso sus rivales podrán afirmar, con igual facilidad, que Hitchens se equivoca. ¿Por qué? No sé. Porque sí.
Jordan Peterson afirma que las intuiciones éticas de un ateo occidental no se heredan genética sino culturalmente de la tradición religiosa judeocristiana. Entonces, afirma, ése no es un verdadero ateo. “Éste es el argumento que he tenido con gente como Sam Harris, los que se dicen ‘ateos.’ [Les digo:] ‘¿Ustedes creen que son ateos? Ustedes son cristianos –o vamos, judeocristianos– hasta los huesos. Pero no lo entienden, no se dan cuenta.’ ”
Le preguntan: “¿Está Usted diciendo que nadie es realmente un ateo, en sus adentros?”
“No dije que nadie lo fuera. Dije que la mayoría de quienes afirman ser ateos no lo son. Mire, por eso me gusta tanto Crimen y Castigo de Dostoievski. Porque Raskolnikoff trata de actuar como un ateo. …Raskolnikoff, el homicida en Crimen y Castigo, se sale con la suya –con el homicidio– técnica pero no psicológicamente. …El mensaje de Dostoievski era… que había una ley moral que Raskolnikoff estaba violando, aunque racionalizara sus actos… Y [Raskolnikoff] se salió con la suya, pero eso destruyó su alma. Y Dostoievski tiene razón sobre esto.”
¿Pero esto qué resuelve? Peterson dirá que Raskolnikoff, aunque niegue a Dios, viste todavía su cultura occidental, empapada toda ella de la herencia judeocristiana, y por eso siente culpa. Y Hitchens replicará que siente culpa porque, al despojarse de su religión, ha jubilado aquel estorbo antes impuesto sobre su moralidad innata, que ahora, libre de cargas, aflora.
¿Cómo resolver la controversia? Quizás apelando a la historia.
Luego de compartir que tiene ascendencia judía materna, Hitchens lanza este reto: “¿De veras voy a creer que los ancestros de mi madre hicieron todo el viaje [desde Egipto] hasta el Monte Sinaí –¡vaya traslado!– bajo la impresión, hasta que no hubieron llegado, de que la violación, el homicidio, el perjurio, y el hurto estaban ok, sólo para que les dijeran, al llegar a las faldas del Monte Sinaí que, malas noticias, ninguna de estas cosas es realmente kosher?” Lo ha dicho sonriendo, anticipando la carcajada de su público, que estalla obediente.
¿De qué se ríen? ¿De veras vamos a creer que un libro se convierte en el centro de la consciencia e historia occidental por la ‘virtud’ única de repasar cosas obvias que todo mundo, por herencia innata, ya entendía? Si realmente piensan eso, han justificado, ahora sí, una carcajada.
Los israelitas que llegaron a Monte Sinaí, dice el Éxodo, habían sido esclavos en Egipto. O sea que la clase gobernante egipcia pensaba que la esclavitud –tratar a una persona como cosa, como animal– “estaba ok.”
No importa que el Éxodo sea un cuento; el contexto histórico es verdadero: las clases gobernantes de las antiguas sociedades mediterráneas todas tenían esclavos y todas organizaban su economía alrededor del homicidio, la violación, y el hurto. Todo eso “estaba ok.” Y todos lo sabemos.
Pero según Hitchens, lo que sabemos es totalmente distinto: “Sabemos,” dice, “que no podemos relacionarnos si permitimos perjurio, hurto, homicidio, violación. Todas las sociedades de todos los tiempos, mucho antes de que llegara el monoteísmo, sin duda, lo han prohibido.”
Falso. Lejos de estar prohibidos, el hurto, el homicidio, y la violación eran normativos en las antiguas sociedades clásicas de Grecia y Roma, que basaban toda su economía política en la guerra, el saqueo, y la esclavitud. Estamos hablando de océanos de esclavos. En Esparta, la peor de las ciudades clásicas, se estima que la razón de esclavos a ciudadanos era 7 a 1 –o sea, los esclavos eran el 88% de la población–. ¿Qué hay de Atenas –la “democracia radical”–? Ahí estiman que los esclavos eran quizás el 80%.
En las minas de Laurion, cerca de Atenas, los trabajaban a muerte. Y en Esparta, la Kripteia, la policía secreta de un Estado totalitario, entrenaba a sus jóvenes reclutas con operaciones comando en las que asesinaban esclavos al azar para mantener al resto en un terror constante. No trataban mucho mejor a sus ciudadanos: los niños espartanos eran arrebatados de sus madres a los 7 años para que fueran a entrenarse como soldados en un proceso terrible, llamado el agoge, que no todos sobrevivían. Y no olvidemos que, al nacer, si a un bebé espartano le faltaba “madera de soldado”, según el examen oficial, era asesinado. Todo esto “estaba ok.”
Los romanos exterminaban a todos los varones adultos de una ciudad conquistada. Esto, después de haber conseguido la victoria –es decir, exterminaban prisioneros–. Mujeres y niños eran llevados a trabajar en los latifundios romanos, laborando en cadenas durante el día y pasando la noche en prisiones subterráneas. Los reproducían como ganado. Los más fuertes eran forzados a entrar a la tierra, una y otra vez, sacando piedra hasta que cayeran muertos. Otros trabajaban de sirvientes en las casas de los romanos. Eso era menos peor. Pero era legal para cualquier amo asesinar a un esclavo, sin dar explicaciones, por el pretexto que fuera; era legal violar a un esclavo; y era legal torturarlo para obtener evidencia en un juicio. ¿Había alguna prohibición legal? Sí, la de asistir, por comisión u omisión, la escapatoria de un esclavo.
Llegaron a tal extremo los romanos que inclusive convirtieron el homicidio doloso y sádico de una víctima indefensa y doblegada en diversión. El “cine” de los romanos era acudir al Circo a ver, en frente de sus narices, cómo un desdichado esclavo era desgarrado y consumido vivo por una bestia africana. También los forzaban a combatir a muerte.
Como diría Peterson, los romanos no veían nada irracional en obtener de los subyugados exactamente lo que querían cuando querían. Eso “estaba ok.” Y ésta era la moralidad políticamente dominante en occidente “antes de que llegara el monoteísmo.”
Dicha moralidad empezó a mejorar como consecuencia de la influencia judía y cristiana. Faltaron siglos, todavía, para eliminar por completo cualquier vestigio de esclavitud legal en Occidente, y tardó más, todavía, en prohibirse la esclavitud de los extranjeros africanos, asiáticos, y amerindios. Pero al final se hizo. El argumento de los abolicionistas: Dios nos ama a todos por igual. Y se apoyaron en la Biblia; en el principio abstracto que los rabinos de la antigüedad identificaban como el resumen de toda su enseñanza y orientación ética: “…amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18), que exige otorgar al otro un valor consubstancial al tuyo; y en los mandamientos prácticos, por ejemplo, éste: “Aquel que secuestre a un hombre, lo haya vendido o se lo haya quedado, será ejecutado” (Éxodo 21.16).
Entonces, se equivoca Hitchens sobre el punto histórico que él mismo invoca. Está clarísimo en el registro histórico que, antes del monoteísmo judeocristiano, Occidente era la patria del crimen, y que, sin la Biblia, la violación, el hurto, el homicidio, la tortura, etc., “estaban ok.”
Pero seamos justos con Hitchens y hagamos la pregunta que falta: ¿Qué hubiera pasado si, en lugar de volverse judeocristianos, griegos y romanos se hubiesen convertido en ateos?
En Battling the Gods: Atheism in the Ancient World, el historiador Tim Whitmarsh reconstruye la historia de los ateos en la Grecia antigua, pues sí los había, y de hecho fueron generalmente tolerados. Whitmarsh documenta sobre todo las ideas de los ateos en la pequeña clase gobernante. Éstos, si bien se peleaban con la idea de que los dioses existían, no dejaron evidencia de una moralidad profundamente distinta, y abusaban de los esclavos con la misma tranquilidad que los griegos religiosos. Es cierto que Epicuro, fundador de un movimiento que muchos consideran “ateo”, era relativamente liberal y permitía que mujeres y también esclavos ingresaran a su círculo íntimo, dato que aboga a favor de Hitchens. Empero, el epicureísmo no produjo abolicionismo. La democracia radical viene del pensamiento religioso hebreo.
¿Y qué hay de los ateos modernos? Los grandes movimientos ateos del siglo veinte, fascismo y comunismo, reinventaron la esclavitud a gran escala. Aquí la salida de Hitchens será la de muchos ateos: alegar que en realidad nazismo y comunismo son “religión”. Pero esto parece el espejo de Peterson, quien alega que los ateos éticos no son realmente ateos.
No podemos resolver una controversia seria con frivolidades tendenciosas. Seamos justos: un ateo es una persona que cree que Dios no existe. Si heredó su moralidad de la tradición judeocristiana, eso no cambia que estemos hablando de un ateo. Y un comunista no es “religioso” nada más porque escoge una moralidad que ofende a los ateos éticos –también es ateo–. Pero el argumento serio de Peterson sobrevive: el ateo ético se sostiene sobre una intuición que hereda de una tradición religiosa. En Occidente, esa tradición es judeocristiana.
Aquí mi conclusión: escoger la ética es un salto de fe. Si militas en alguna tradición judeocristiana, entonces crees que Dios existe, y que ese Dios te ordena ser ético. Si eres un ateo occidental, y te sientes obligado a echarte el mismo clavado, eso no te hace religioso, aunque así lo afirme Peterson. Pero la intuición que te obliga –la razón de tu clavado– es una herencia judeocristiana. Negarlo, como demuestra Hitchens (a pesar de sí), es ponerse un tanto necio.
Fuente:elsemanario.com
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