El superestado han de China: el nuevo Tercer Reich

URUMQI, CHINA - JULY 07: Uighur women clash with policemen during a protest on July 7, 2009 in Urumqi, the capital of Xinjiang Uighur autonomous region, China. Hundreds of Uighur people have taken to the streets protesting after their relatives were detained by authorities after Sunday's protest. Ethnic riots in the capital of the Muslim Xinjiang region on Sunday saw 156 people killed. Police officers, soldiers and firefighters were dispatched to contain the rioting with hundreds of people being detained. (Photo by Guang Niu/Getty Images)

Enlace Judío México.- Más de un millón de personas, por ningún otro motivo que su etnia o su religión, están presas en campos de concentración en lo que Beijing llama Región Autónoma Uigur de Sinkiang y los habitantes tradicionales del área, los uigures, conocen como Turquestán Oriental. Además de los uigures, en esos campos también hay presos de etnia kazajo.

GORDON G. CHANG

En esta zona conflictiva, que aparece en los mapas como la parte noroeste de la República Popular China, están dividiendo a las familias. Los niños de los uigures encarcelados y los padres kazajos son “confinados” en “escuelas” separadas del exterior por alambradas y muchas patrullas policiales. Se les niega la educación en su propia lengua y se les obliga a aprender chino mandarín. Los controles son parte de la llamada política de “hanificación”, un programa de asimilación forzosa. “Han” es el nombre del grupo étnico dominante en China.

Como la cifra de uigures y kazajos que mueren en los campos es considerable, Beijing está construyendo crematorios para erradicar los entierros tradicionales y deshacerse de los cadáveres.

Los campos, un crimen contra la humanidad, están proliferando. China está construyendo unas instalaciones familiares, a las que da nombres eufemísticos como “centros de formación profesional” en el Tíbet, al suroeste de China.

Al mismo tiempo, Beijing está intentando de nuevo eliminar la religión en todo el país. Los cristianos han sufrido cada vez más ataques en todo China, al igual que los budistas. El presidente de China, Xi Jinping, exige que las cinco religiones reconocidas —el reconocimiento oficial es un mecanismo de control— se sometan a una “sinización”. Los chinos, en su despiadado e implacable empeño, están destruyendo mezquitas e iglesias, obligando a devotos musulmanes a beber alcohol y comer cerdo, haciendo que funcionarios han vivan en hogares musulmanes y acabando con la educación religiosa infantil.

Este empeño, que tiene antecedentes en la historia china, se ha intensificado desde que Xi se convirtió en el secretario general del Partido Comunista en noviembre de 2012.

Al mismo tiempo, Xi ha promovido, mucho más que sus predecesores, el concepto de un orden mundial gobernado por una sola soberanía: la china.

En líneas generales, la visión de Xi del mundo es notablemente similar a la del Tercer Reich, al menos al anterior a los asesinatos de masas.

El Tercer Reich y la República Popular China comparten un virulento racismo, lo que en China se llama educadamente “chovinismo han”. La categoría han, que se dice que supone alrededor del 92% de la población de la República Popular, es en realidad una amalgama de grupos étnicos relacionados.

La mitología china sostiene que todos los chinos son descendientes del Emperador amarillo, que se cree que reinó en el tercer milenio a. E. C. Los chinos se consideran a sí mismos una rama de la humanidad separada del resto del mundo, una visión reforzada por medio del adoctrinamiento en las escuelas, entre otros.

Los académicos chinos suscriben esta idea del carácter separado de los chinos con la teoría evolutiva del “Hombre de Pekín”, según la cual, los chinos no comparten un ancestro común africano con el resto de la humanidad. Esta teoría de la evolución única de los chinos ha reforzado, como era de esperar, las opiniones racistas.

Como resultado del racismo, muchos en China, incluidos los funcionarios, “se creen que pertenecen a una categoría distinta e implícitamente superiores al resto de la humanidad”, escribe Fei-Ling Wang, autor de The China Order: Centralia, World Empire, and the Nature of Chinese Power [El orden chino: Centralia, el Imperio mundial y la naturaleza del poder chino].

El racismo, por lo tanto, está institucionalizado y se promueve abiertamente. Esto se manifestó dolorosamente el año pasado, en la sátira de 13 minutos en La Gala de la Fiesta de la Primavera de la Televisión Central de China, el principal programa de espectáculos de China. En “Celebrémoslo juntos”, una actriz china con la cara pintada de negro hacía de madre kenyana, con unos senos enormes y un trasero descomunal. Peor aún, su compinche era un mono de tamaño humano. La mezcla del mono y la mujer recordaba a la exposición del Museo de la Provincia de Hubei, “Esto es África”, que en 2017 expuso una serie de fotografías de africanos colocadas junto a imágenes de primates.

En los últimos años, los medios chinos han retratado con fealdad a los africanos en muchas ocasiones, y aunque la sátira del año pasado no fue la peor, fue llamativo porque la cadena estatal, que lo emitió para unos 800 millones de espectadores, dejó claro que los funcionarios chinos piensan en los africanos como objetos de burla e infrahumanos. En estas circunstancias, se puede afirmar sin temor a equivocarnos que esas opiniones son compartidas por los líderes de Beijing, que, alarmantemente, están apelando con más frecuencia al pueblo chino —y no sólo al que está en China— con argumentos basados en la raza.

La raza superior de este siglo tiene un problema, sin embargo. China, el Estado con más población del mundo, se enfrenta a un rápido declive demográfico. La tasa de natalidad del año pasado fue la más baja desde la fundación de la República en 1949. La población del país alcanzará su pico en 2029, según las Perspectivas de la Población Mundial 2017 que publica la División de Población de Naciones Unidas. Pero ese pico máximo podría en realidad llegar en los próximos dos años, ya que las cifras de la ONU se basan en los supuestos de Beijing, sumamente optimistas. Los demógrafos oficiales chinos, por ejemplo, no previeron el casi colapso de la tasa de natalidad del año pasado.

En 2024, se producirá otro acontecimiento crucial. En ese momento, por primera vez en al menos trescientos años —y quizá por primera vez desde que se tienen registros históricos—, China no será la sociedad con el mayor número de población del mundo. Ese honor irá a parar a un país que los chinos en general detestan y temen: la India. Cuando la India alcance su pico en 2061, tendrá una población de 398.088 millones de personas más que la de China.

Una vez que China empiece a menguar, lo hará rápido. En 2018, la población de China era 4,3 veces mayor que la de Estados Unidos. En 2100, se prevé que China tenga una población sólo 2,3 veces mayor.

La senda demográfica de China está fijada para décadas, y tendrá consecuencias trascendentales, y extremadamente adversas, para la sociedad china y el “poder nacional integral” del país. Tal vez por eso parece que Beijing esté tratando de compensar su colapso demográfico preparando la base para una raza de chinos sobrehumanos.

He Jianjui, de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Shenzen anunció en noviembre que había utilizado CRISPR para editar embriones humanos y producir un nacimiento vivo, en este caso de gemelas. Afirmó que estaba haciendo que los bebés fuesen resistentes al VIH, pero se especula que también está intentado mejorar la inteligencia. En cualquier caso, el anuncio recordó a los experimentos eugenésicos de los nazis, especialmente porque existen evidencias de que el gobierno chino había respaldado el experimento de He, “el primero del mundo”, considerado contrario a la ética y peligroso.

El que es peligroso sin duda es Xi Jinping. “Mao Zedong podría haberse aprovechado de los resentimientos raciales del tercer mundo cuando intentó unir a los pueblos de las antiguas colonias contra los imperialistas blancos, pero pensó que el comunismo era un fenómeno global que acabaría encontrando un hogar en todas partes y la utopía de Mao era para el futuro”, dijo Charles Horner, del Hudson Institute, a Gatestone Institute. “El Partido Comunista Chino de Xi Jinping no es global, ni utópico en este sentido, sino que parece servir a una ‘sineidad’ esencial”.

Horner ve desconcertantes similitudes entre la China de Xi y el Japón imperial de la década de 1930. “Como el Japón imperial de entonces, Xi y el Partido miran atrás, a un pasado mitologizado donde un benigno emperador unió al mundo entero para disfrutar de su gloria y compartir su munificencia”.

Campos de concentración, racismo, eugenesia, ambiciones de dominación mundial. ¿Les resulta familiar?

Hay un nuevo Tercer Reich, y está en China.

Fuente: Gatestone Institute

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