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jueves 21 de noviembre de 2024

Por favor, Dr. Jean Meyer, usted está muy por encima de esto

Enlace Judío México e Israel.- El Dr. Jean Meyer, notabilísimo historiador nacido en Francia pero establecido y naturalizado en México, ha publicado un breve análisis sobre las elecciones en Israel. Lamentablemente, le ha ganado el peso de la ideología y sus comentarios, generalmente lúcidos, esta vez se han quedado atorados en algunos clichés que no le ayudan.

IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Pese a la gran admiración que tengo por el Dr. Jean Meyer—sus libros sobre Historia de México son fundamentales—debo señalar que en este caso ha hecho un análisis demasiado simplón de la situación en Israel.

Primero cita al recientemente fallecido Uri Avnery, periodista de militancia izquierdista que en muchas ocasiones llegó a lo enfermizo (tanto como para reunirse en plan de amigos con Yasser Arafat): “No odio a Benjamín Netanyahu, pero quisiera que dejara de gobernar… sólo creo que es un desastre para Israel. Los interminables asuntos de corrupción que siguen subiendo a la superficie… necesitan su salida inmediata”. Y luego, Meyer mismo agrega: “… el 31 de marzo el Fiscal General puso en marcha las acusaciones sobre tres casos separados, soborno, fraude, abuso de poder…”.

Sorprendentemente, y antes del proceso judicial, Meyer ya ha decidido que Netanyahu es culpable. Extraño, porque una persona medianamente fría y objetiva tendría que tomarse el caso con reservas, toda vez que la persecución—porque eso es, independientemente de que sea culpable o inocente—contra el Primer Ministro israelí lleva años, sin dar los resultados deseados por sus contrincantes.

La situación actual es que la policía recomendó al Fiscal acusar a Netanyahu en un caso de “posibles sobornos”, derivado de costosos regalos que su esposa ha recibido por parte de amigos personales millonarios, y otro en el que el diario Israel Hayom—uno de los dos más grandes de Israel—se habría prestado al juego de ofrecer una cobertura favorable a Netanyahu, a cambio de que se hicieran ajustes legales para dañar al diario Yedioth Aronot, que es la mayor competencia del Israel Hayom.

Son casos complejos, porque por un lado se trata de regalos costosos dados por millonarios (algo que no tiene nada de extraño), y por el otro se trata de un diario favoreciendo a un político (cosa que pasa en todos los lugares del mundo). Por lo tanto, la Fiscalía tendrá que ofrecer pruebas demasiado contundentes para ganar su caso. Lo curioso es que se tardaron más de dos años—y no exentos de problemas—para reunir esas pruebas. Así que no me parece que lo tengan tan fácil.

Además de ello está la tradicional presunción de inocencia, base del Derecho Penal en todo occidente.

Pero en esta ocasión no aplica. El proceso judicial todavía no comienza, y Avnery—en su momento—y Meyer—en su nota de este domingo en El Universal—ya decidieron que Netanyahu es culpable.

Yo prefiero esperar a que sean los jueces los que decidan.

A lo largo de su nota, Meyer redondea la idea de Avnery de que Netanyahu ha sido un desastre para Israel. Por supuesto, es una opinión que no toma en cuenta—no sé por qué—que la economía israelí goza de su mejor momento en toda su historia. Los índices de inflación y de desempleo son los más bajos de los últimos años, el ingreso Per Capita de la población ha mantenido su crecimiento, y el Shekel sigue consolidado como una moneda fuerte. Ni qué decir del impulso que el gobierno de Netanyahu ha dado a la innovación tecnológica. Israel se ha consolidado en los últimos diez años como una absoluta potencia mundial en este rubro. Y también habría mucho que decir sobre Israel como país modelo en el respeto al derecho de las minorías. Es el único país de Medio Oriente donde cristianos y musulmanes—siendo minoría—pueden celebrar sus ritos y costumbres con plenas garantías; los árabes israelíes son quienes mejores seguridades jurídicas y civiles tienen en toda la región; la comunidad Lésbico-Gay-Transexual-Transgénero (y demás) celebra cada año en Tel Aviv, y en plena libertad, una de sus marchas de orgullo más importantes a nivel mundial.

Será por eso que una nueva generación de votantes—jóvenes para quienes los Acuerdos de Oslo y todo ese discurso sobre “la solución de dos estados” (en relación al conflicto con los palestinos) no significa nada—, más bien interesados en las alternativas que pueden encontrar en su propio país para estudiar o trabajar, decidieron darle su voto mayoritario.

Es decir: los israelíes, en su mayoría, no parecen tener la misma percepción que Avnery y Meyer. Por eso, en las encuestas previas a la elección, se hizo evidente un notable favoritismo hacia Netanyahu. Ante la pregunta “¿qué candidato está mejor preparado para gobernar al país?”, Netanyahu sobrepasaba a Gantz por más de 10 puntos. Si el resultado fue muy apretado, es porque el sistema electoral israelí no se orienta hacia votar directamente por el candidato.

En el plano internacional la situación también ha cambiado radicalmente. Meyer menciona—con un definitivo afán peyorativo—las relaciones que Netanyahu mantiene con Trump y Putin. Cierto: no son los amigos más recomendables desde cierto punto de vista (moral, concretamente; pero la política no es moral; de hecho, en la política no hay amigos, sólo intereses). Lo que no menciona es que hoy, más que nunca, Israel ha salido del aislamiento al que se le sometió durante décadas.

Meyer parece seguir atorado en ese discurso muy al estilo de Barak Obama, según el cual la intransigencia de Netanyahu haría de Israel un paria internacional. Pero se equivocó. De hecho, hoy es cuando Israel tiene las mejores relaciones políticas, sobre todo con los países vecinos, y se ha avanzado en el acercamiento con los países árabes sunitas como nunca en la Historia. Datos que Meyer pasa por alto y no los considera relevantes—deduzco, por su omisión—a la hora de decisión en el electorado.

Para él lo único relevante—deduzco, porque fue lo único que mencionó en su nota—fueron los “regalos” dados por Trump y Putin (el reconocimiento de la soberanía israelí en Golán, o la devolución del cuerpo de un soldado caído en Líbano en 1982, por ejemplo). ¿Tan determinante puede ser lo que haga o deje de hacer un presidente extranjero para el electorado israelí? Me extraña. Recuerdo que Barak Obama hizo bastantes cosas para influir en contra de Netanyahu (vamos, hasta financiar una campaña para sacarlo del gobierno), y en las elecciones de 2015 de todos modos ganó. ¿Será que el electorado israelí sólo se deja influenciar cuando es a favor de Netanyahu? En ese caso, me resulta más lógico pensar que el elector israelí mayoritario se identifica mejor con el proyecto político de la derecha, y siguen viendo en Netanyahu a su mejor líder posible.

Y es legítimo. Puede parecerle chocante a Meyer (y a muchos otros), pero es legítimo. Y la peor estrategia para deslegitimarlo es apelar a una hipótesis que raya en lo conspiranoico: “es porque Trump y Putin le hicieron regalos políticos…”.

Por eso suena molesto que casi al final de su nota Meyer diga “En sus doce, casi trece años, ¿qué ha logrado Benjamín Netanyahu? Instalar más y más implantaciones en los territorios ocupados, hasta volver imposible cualquier solución al problema palestino”.

Bueno, ya di una lista de algunos—no todos—de los avances que se han logrado en Israel durante el gobierno de Netanyahu. Me parece raro que se le pasen por alto a Meyer.

Pero lo más bizarro de ese comentario suyo es que ahora resulta que Netanyahu es el único culpable de que el problema palestino no se resuelva. Sensacional. Parece irrelevante que Hamás y Al Fatah tengan un conflicto a muerte que hace inviable un Estado palestino (crearlo en este momento sería sentenciarlos a un guerra civil). Parece cosa mínima la profunda corrupción de los políticos palestinos, que tienen una mina de oro con dólares inagotables mientras mantengan el estatus de “refugiado” a alrededor de cinco millones de palestinos, razón suficiente para no querer un Estado en forma (porque en un Estado hay ciudadanos, no refugiados).

Y, por supuesto, la infaltable referencia a los “territorios ocupados”. Categoría legal—e histórica—muy cuestionable porque esos territorios nunca fueron autónomos, a menos que nos remontemos hasta el año 63 AEC, cuando todavía eran el antiguo Reino hasmoneo de Judea. Meyer, lamentablemente, recicla ese discurso según el cual lo israelí es la oposición per se de lo palestino y, en consecuencia, Israel sólo puede ser visto como un “ocupante” de Palestina.

Sería interesante que el Dr. Meyer nos explicara cuánto territorio es el “ocupado”, porque según los palestinos es todo. Desde Tel Aviv hasta el Neguev, desde el Río Jordán hasta el Mar Mediterráneo, desde Siria hasta Egipto. Y les anticipo: el Dr. Meyer tendría un severo problema para definir cuál es el territorio “ocupado”, porque nunca han habido fronteras oficiales entre Israel y Palestina (porque nunca Palestina fue un territorio autónomo), y una ocupación es—por definición—una imposición transfronteriza. Espero que, de intentarlo, no apele a las mal llamadas “fronteras de 1967”. Sería una pena que confundiera una línea de armisticio con una frontera, por más que haya funcionado como frontera de facto. Los palestinos nunca la reconocieron como frontera oficial, así que no hay nada que discutir al respecto. O que apelara a los Acuerdos de Oslo, porque en ellos se establecía que había que negociar las fronteras definitivas.

Israel no es la antítesis de Palestina. Israel es la forma en la que evolucionó políticamente la antigua provincia de Palestina. Por derecho histórico, los israelíes son tan palestinos como esos que hoy se otorgan a sí mismos y en exclusividad, el nombre de “palestinos”. Por lo tanto—tal y como las resoluciones de la ONU lo señalan—estamos ante la situación de un territorio en litigio. Litigio que los palestinos no parecen tener mucho interés en resolver, por las razones que ya mencioné: la inevitable guerra civil que se vendría tras la declaración formal del Estado palestino, y el asesinato de la gallina de los huevos de oro que tanto aman muchos líderes de Al Fatah.

Nuevamente, a Meyer se le olvida un dato: Netanyahu no es el único que ha gobernado Israel, pero la intransigencia palestina ha sido la misma siempre. Aún durante los gobiernos “moderados” y “deseables” del bloque de centro-izquierda, los palestinos se comportaron exactamente igual que se están comportando ahora (o incluso peor: el peor evento de violencia palestina—la Segunda Intifada—le explotó al último Primer Ministro laborista, Ehud Barak).

Así que, con el perdón del Dr. Meyer y otros, el problema no es lo que haga o deje de hacer Israel, ya sea con Netanyahu, Gantz o Gabbay. El problema son los palestinos.

Todo lo anterior hace que resulta sinceramente chocante la forma en la que concluye su nota: “Menos mal que le fue bien en la campaña electoral; eso le permitió no caer en la tentación de lanzar una buena guerrita contra Hamás en Gaza, para ganar popularidad. Y ahora: ¿más anexiones, más fuego, más sangre?”

El mismo tono del comentario es insultante. “Una buena guerrita… para ganar popularidad”. Yo pensaba que las “guerritas” en Gaza las habían detonado los incesantes lanzamientos de cohetes palestinos contra la población civil israelí (cerca de 15 mil, desde 2005 hasta la fecha). O los globos incendiarios que han provocado una devastación ecológica en las zonas fronterizas. O las manifestaciones de cada viernes que van acompañadas de la amenaza de que, tan pronto les sea posible, miles de palestinos ingresarán a Israel y—ellos lo dicen y de manera explícita—le arrancarán el corazón a los judíos. O los túneles que tanto dinero le han costado a Hamás—dinero que podía usarse en beneficio de la población gazatí—y cuyo objetivo siempre ha sido terrorista: secuestrar y matar civiles israelíes. O los francotiradores palestinos que aprovechan esas manifestaciones para abrir fuego contra israelíes.

No, ahora resulta que las “guerritas” son para que una sola persona incremente su popularidad.

¿Será que el Dr. Meyer está cayendo en ese discurso según el cual los palestinos son animales y, por lo tanto, se les debe tolerar todo ese tipo de conductas, toda vez que no son seres humanos capaces de sentarse a negociar por las buenas y comportarse como gente responsable? Espero que no. Espero que tampoco esté cayendo en la noción de que no es demasiado problema amenazar judíos (lo descarto de antemano; Meyer ha sido un valiente denunciante del antisemitismo). O que tampoco esté siendo demasiado ingenuo, digamos que en esa lógica odiosa de “vamos, no hablan en serio…”. El larguísimo historial del terrorismo palestino—punto inaugural del terrorismo moderno—nos demuestran contundentemente que sí, hablan en serio.

Me podrían decir que estoy incurriendo en una Falacia de Falso Dilema por reducir todo a dos opciones extremas, pero el sorprendente silencio del Dr. Meyer a la hora de definir los conflictos fronterizos entre Gaza e Israel como “guerritas” que parecen únicamente enfocadas a avivar la popularidad de un político que—me queda claro—no le simpatiza, no me dejan otra opción.

Por eso, lo único que le diría a tan destacado historiador es lo que ya planteé en el título: “Por favor, Dr. Meyer, usted está muy por encima de este nivel de análisis”.

Pero qué se le va a hacer. Parece que Pilar Rahola tiene razón: cuando se trata de Israel, hasta las mentes más lúcidas se dan el lujo de perder su lucidez. Cierto, ella lo dijo de un modo más agresivo. Pero justo por la admiración que tengo por Jean Meyer como historiador opté por la paráfrasis.

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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