Enlace Judío México e Israel.- Jared Kushner anticipó que el nuevo plan de paz propuesto por los Estados Unidos se hará público después de las festividades del Ramadán. Lo único que anticipó es que no se basa en el paradigma de “dos estados”, y eso pone a los palestinos contra la pared. Aunque no del modo que la mayoría de la gente se imagina.
IRVING GATELL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO
Desde los Acuerdos de Oslo de 1993, la idea de que el proceso de paz israelí-palestino debía girar en torno a la llamada “solución de dos estados” se convirtió en prácticamente un dogma, una idea incuestionable. Sobre todo a Benjamín Netanyahu se le acusó cualquier cantidad de veces de “entorpecer el proceso de paz”, porque “sus medidas obstaculizaban la solución de dos estados”.
Por ello, Kushner fue cuestionado sobre la nueva iniciativa estadounidense que ya no sigue ni busca ese paradigma. Y lo que contestó fue tan sencillo como demoledor: “Fue una estrategia que nunca funcionó. Así que no hay razón para volver a intentarla”.
Tiene toda la razón.
En términos prácticos, eliminar la noción de “dos estados” significa que no se va a dar ningún paso para la creación inmediata de un Estado Palestino.
Se trata de un gesto elemental de sensatez y prudencia: las divisiones y fricciones entre Al Fatah y Hamás son algo serio, y en sus casos extremos se han dirimido (que no resuelto) por la fuerza y la violencia. Es un hecho que si en este momento se declarara el nacimiento de un Estado Palestino, Al Fatah y Hamás entrarían en guerra civil, con la amplia probabilidad de que Hamás se hiciera con el poder total. Eso significaría que Cisjordania se convertiría en una permanente fuente de ataques terroristas contra Israel, que no tendría más alternativa que ampliar sus ataques disuasivos o punitivos, llevando a Cisjordania la misma situación que esporádicamente se da en Gaza. Eventualmente, lo más seguro es que Israel tendría que invadir todos los territorios palestinos, aplastar a Hamás, y regresar al esquema que se impuso desde 1967 con todos los palestinos bajo control israelí.
Justo lo que nadie quiere, empezando por el propio Israel.
Por eso, cualquier persona medianamente consciente de la realidad entre los palestinos sabe que la opción de “dos estados” es inviable, y es para celebrarse que el gobierno estadounidense lo haya entendido y ahora accione en lógica con esta comprensión.
Esto nos obliga a hacernos una pregunta: en caso de que Estados Unidos hubiera propuesto un plan que incluyera la solución de dos estados, ¿los palestinos habrían dado los pasos para la creación de su estado?
Es obvio que no. Eso fue justo lo que se hizo en Oslo en 1993, y desde entonces—independientemente de los conflictos con Israel—los palestinos no dieron ningún paso significativo hacia la fundación de su propio estado. Por el contrario: en los hechos prácticos, ellos mismos se han encargado de retrasar ese movimiento hasta donde más han podido.
Es obvio que la razón principal es la ya señalada: dicha iniciativa habría sido tomada por los dirigentes de Al Fatah—Yasser Arafat en su momento, Mahmoud Abbas en la actualidad—, que seguramente habrían perdido el control del nuevo estado ante el embate de Hamás. Entonces, de entrada es obvio que no tomaron esa iniciativa porque no son suicidas.
Pero tampoco lo hicieron porque ese estatus indefinido siempre ha sido un gran negocio para ellos. Al no contar con un estado en forma, los palestinos mantienen su estatus de “refugiados” y, con ello, apoyos millonarios llegados desde la ONU y, sobre todo, la Unión Europea. Dinero que, por supuesto, no se convierte en mejoras para las condiciones de vida de los palestinos, sino que se desvía a las cuentas bancarias personales de los líderes de Al Fatah, protagonistas de un régimen descomunalmente corrupto.
Por eso el plan que va a proponer el gobierno de Trump es una pésima noticia para ellos. Al abandonar el esquema de dos estados, cambia todas las reglas del juego. Por una parte elimina la posibilidad de que Hamás se haga del control de los territorios palestinos, y por la otra afecta directamente el pingüe negocio que todo esto ha sido para los líderes de Al Fatah.
A esto me refiero cuando digo que los palestinos quedan contra la pared. No porque les estén robando la posibilidad de tener su anhelado estado, sino porque se pone en jaque a los liderazgos corruptos o extremistas que han hecho de la causa palestino un callejón sin salida.
Lo más interesante va a ser ver la reacción y postura de los gobiernos árabes. Empezando por Arabia Saudita, ellos son quienes tienen la clave para la solución de este conflicto.
Y eso por razones históricas. El conflicto no comenzó como una confrontación de judíos contra palestinos (eso es imposible; hasta 1948, los judíos eran oficialmente palestinos), sino como un conflicto entre judíos y árabes. Hasta 1973, las guerras fueron árabes-israelíes, y el terrorismo desatado por Yasser Arafat y su OLP era apenas una extensión del proyecto anti-israelí liderado principalmente por Egipto.
Después de la guerra de Yom Kipur (1973), a los árabes les quedó claro que por la vía militar no iban jamás a destruir a Israel. Su superioridad bélica quedó manifiesta aún en esa ocasión en que las tropas judías fueron tomadas por sorpresa. Por ello, a partir de 1974 desplegaron otra estrategia: la causa palestina. Algo de lo que nadie había hablado de manera definida, ni siquiera en el marco ideológico de la Organización para la liberación de Palestina (OLP).
La estrategia concreta fue destruir a Israel desde adentro, tratando de imponer un esquema en el que millones de palestinos se establecieron dentro del estado judío, pero dotados de autonomía política. Por supuesto, Israel simplemente se opuso a cualquier intento de presión de la ONU y mantuvo a raya a los palestinos. La postura agresiva de Israel contra estos intentos por destruirlo quedó patentes en 1982 cuando se lanzó la operación Viñas de Ira, para desmantelar la infraestructura de la OLP en Beirut. Líbano quedó desolado, Arafat apenas si pudo escapar hacia Túnez—por supuesto, gracias a la intervención de una ONU podrida y descaradamente pro-terrorista—, y a todos les quedó claro que Israel no estaba dispuesto a negociar en estos asuntos.
Entonces se reforzó otra estrategia colateral: la deslegitimación de Israel.
Este fue el rubro donde más éxito tuvo la causa palestina, aprovechando involuntariamente que eran los años donde empezaban a sentarse las bases del éxito de la irracional mentalidad posmoderna, heredera de filósofos tóxicos y enemistados con la razón, como Derrida y Foucault.
El resultado lo seguimos viendo: en un alto porcentaje de la prensa y en la destartalada cabeza de mucha gente, Israel es un criminal tan solo por defenderse. Se conducen con la lógica de que los palestinos tienen derecho a agredir, incluso a asesinar arteramente, y asumen que Israel debería dejarse destruir.
Pero el tiempo pasa, y con él también cambia la percepción de la gente. Y es lógico: a inicios de los años 90’s, la mayoría de los políticos árabes que habían sido aplastados en las guerras árabes-israelíes ya estaban muy grandes, habían muerto o se habían retirado.
La firma de los Acuerdos de Oslo en 1993 fue el primer gran síntoma de desgaste en la obsesión árabe por destruir a Israel. El puro hecho de aceptar un acuerdo de “dos estados” significaba que ahora el asunto de la “causa palestina” sería la única estrategia para continuar con la ruta para destruir a Israel, pero en un esquema que evidentemente nunca habría de tener éxito.
A quienes les cayó de perlas esta nueva situación fue a los políticos árabes de la nueva generación. Fue lo que les ofreció un marco perfecto para enriquecerse hasta el hartazgo: una negociación que nunca daría resultados definitivos—es decir, nunca se saldaría con la creación objetiva del estado palestino—, y una serie de programas de apoyo internacional que haría que les llegaran millones y millones de dólares indefinidamente. Para garantizar este flujo económico, simplemente se insistió en la deslegitimación de Israel. El antisemitismo de países como Francia fue presa fácil de tan vulgar y rudimentaria treta; por supuesto, los países árabes y musulmanes mantuvieron intacto su apoyo a los palestinos.
Pero el tiempo siguió corriendo, y las piezas en el tablero de ajedrez siguieron moviéndose. Paradójicamente, el papel que los países árabes tenían como “enemigos naturales de Israel” vino a cambiar por culpa de Irán, que desde 1979 trató de levantarse como el principal líder en la lucha “contra el invasor sionista”. El problema fue que Irán no sólo trató de asumir ese liderazgo, sino también el de todo el mundo islámico, reviviendo el conflicto religioso entre Sunitas y Chiítas que, mientras gobernaron los Shas, se mantuvo completamente desactivado debido al tipo de chiísmo laico y moderado de la casa imperial persa. Ahora, con los fanáticos ayatolas en el poder, toda la ecuación estaba cambiando.
La realeza saudí poco a poco terminó por entender que una guerra entre Irán e Israel era menos probable que entre Irán y Arabia Saudita. Durante la gestión de Barak Obama, el descarado apoyo para impulsar el poderío iraní terminó por cuajar el romance no oficial entre Jerusalén y Ryad, y de esos ocho años catastróficos para el Medio Oriente por culpa de las torpes y nocivas políticas de la administración Obama, surgió una nueva alianza judeo-árabe.
Pero los palestinos quedaron aislados de esta nueva ola. Fieles a su premisa de nunca perder la oportunidad de perder una oportunidad, tanto Hamás como Al Fatah mantuvieron su cercanía con el gobierno iraní, el único que les seguía prometiendo apoyo incondicional para lograr la destrucción de Israel.
En consecuencia, los palestinos comenzaron a ser vistos como un problema en el mundo árabe: había que darles millones y millones de dólares siempre, mismos que se perdían en las redes interminables de la corrupción, y además había que soportar su simpatía hacia el verdadero enemigo, Irán.
A eso hay que agregar que una nueva generación de políticos árabes ha llegado al poder, y lo único que falta para que el cambio sea definitivo es que el rey Salman muera o abdique (tiene 84 años de edad) y el trono sea ocupado por su hijo Mohamed ibn Salman. Esta nueva generación tiene una perspectiva de las cosas muy diferente a la que tenían sus padres o sus abuelos. La mayoría de ellos nacieron a finales de los 60’s o inicios de los 70’s, y por eso las guerras árabes-israelíes no les dicen demasiado. En cambio, desde 1979 crecieron con la sombra de las agresiones iraníes. Luego entonces, ven a Israel como un verdadero aliado en la confrontación con Irán, el verdadero enemigo. El discurso de los ayatolas tratando de unir a los musulmanes en el objetivo común de buscar la destrucción de Israel no tiene eco en los nuevos políticos saudíes, que no le tienen nada de confianza a esa tropa de clérigos chiítas fanáticos y recalcitrantes.
Todo esto provoca que sean ellos, la nueva generación de políticos árabes, la que tiene la posibilidad de resolver el problema israelí-palestino. Por supuesto, eso no pasa por la fundación de un estado palestino. Mientras exista el régimen de los ayatolas, eso sería incrementar los problemas, no resolverlos.
Por el momento, parece que van a recibir de buen agrado el plan de Trump. Ya se rumora fuertemente que van a obligar a los palestinos a rendirse.
Por supuesto, habrá que esperar a conocer los detalles del plan para ver qué tan verosímil es que sean una solución, preferentemente permanente.
Pero por el momento está claro que las cosas van tomando su lugar más razonable. Los palestinos han sido incapaces de hacer algo por sí mismos, por el simple hecho de que la suya nunca fue una causa legítima. Fue una imposición hecha por gobiernos árabes de otras épocas, cuyo principal objetivo no era el bienestar de los propios palestinos. Se limitaban a usarlos como estrategia anti-israelí.
Lamentablemente para ellos, se llegó a esta situación en la que un estado palestino es inviable. Y por terrible que suene, Estados Unidos hace lo correcto al ser realista y proponer un plan que ya no contempla esa posibilidad.
Por eso tienen razón los voceros estadounidenses: la posibilidad de alcanzar la paz va por una ruta distinta. Y si Arabia Saudita y las demás naciones sunitas están dispuestas a colaborar activamente en la reorganización de la política palestina—aunque los palestinos no quieran—, las posibilidades de una solución de fondo serán mayores.
Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.
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