Enlace Judío México e Israel.- Ellos fueron rechazados hace 80 años, pero finalmente se dirigieron a Estados Unidos.
DAVID MOLTON
La familia de mi padre trató de venir a Estados Unidos hace 80 años. Ellos estaban entre más de 900 pasajeros en el M.S. St. Louis, un barco de refugiados alemanes que fue rechazado de los puertos norteamericanos. Las lecciones de esa saga son relevantes hoy.
La travesía de mi familia comenzó en 1935. Mi abuelo se hizo pasar por un funcionario nazi y quitó el diario aborrecedor de los judíos Der Sturmer de los puestos de diarios de Fischhausen, un pueblo rural en Prusia Oriental. Al año siguiente mis abuelos, padre, tía y tío — conocidos por su apellido Motulsky — huyeron. Ellos pensaron que la Hamburgo relativamente liberal proporcionaría seguridad. Sus esperanzas de vivir una vida normal en Alemania no duraron mucho.
En junio de 1938, mi abuelo fue arrestado y enviado al campo de concentración de Sachsenhausen. Después de dos meses en el campo, huyó a Cuba. En noviembre, la Kristallnacht vio saqueados los negocios judíos, sinagogas incendiadas totalmente, y hombres judíos arrestados en masa y algunos asesinados.
Sola, con tres niños, mi abuela formó un plan para reunir a la familia. Gastó muchos de sus ahorros menguantes en un viaje a Cuba a bordo del St. Louis. El barco estaba lleno con cientos de judíos con historias similares. En lo que debió haber servido como una advertencia de que se avecinaban problemas, a los pasajeros se les requirió adquirir pasajes de regreso.
A medida que el barco se acercaba a La Habana en mayo de 1939, el gobierno cubano anunció que no honraría los permisos de desembarco cubanos vendidos a los pasajeros por un ministro cubano corrupto. La mayoría de los pasajeros no estaban preocupados, ya que tenían números de cuota de inmigración comprometiendo a Estados Unidos a otorgarles la entrada cuando llegara su turno durante los años siguientes. Ellos supusieron que Washington movería el calendario y les permitiría ingresar inmediatamente.
Pero el St. Louis estuvo anclado en el puerto de La Habana desde el 27 de mayo al 2 de junio. Un representante del Joint Distribution Committee, un grupo judío de ayuda, negoció con el gobierno cubano que permitiera desembarcar a los pasajeros. Los botes llevaron a familiares separados, incluido mi abuelo, para reuniones temporales. El Presidente Franklin D. Roosevelt permaneció callado, y las negociaciones fracasaron.
El gobierno cubano ordenó que el barco partiera, pero éste no regresó de inmediato a Europa. Mi padre recordaba ver las luces y hoteles de Miami a medida que el barco empañaba la costa de Florida, mientras los pasajeros esperaban buenas noticias. Ellos no sabían que el gobierno estadounidense ya había prohibido que el St. Louis atracara en cualquier puerto estadounidense.
Canadá también rechazó al barco. Años más tarde, mi padre notó en una entrevista de historia oral que “los políticos realmente no estaban dispuestos a defender a los judíos. Y entonces no se hizo nada.”
El 6 de junio, el St. Louis se dirigió de regreso a Europa, donde a los pasajeros se les permitió ingresar en Gran Bretaña, Francia, Holanda y Bélgica. Estas cuatro naciones, aunque esforzándose contra la crisis creciente en Europa, permitieron a los refugiados el ingreso a través de los esfuerzos del JDC. Los ejércitos nazis conquistaron tres de ellos al cabo de un año.
Mi familia — a través de su propia astucia, la ayuda de cristianos justos, y un buen monto de suerte — sobrevivió la invasión nazi de Bélgica y Francia. Mi tío se separó, haciendo su propio camino hacia Estados Unidos. Mi padre, tía y abuela pasaron a la clandestinidad después de recibir avisos de deportación, que los registros alemanes muestran los habrían enviado a Auschwitz. Ellos viajaron a través de Francia al refugio en Lugano, Suiza. Los documentos de inmigración estadounidenses cosidos dentro del sombrero de mi abuela valiente convencieron a la policía suiza de fronteras de no enviarlos de regreso.
Después de la Segunda Guerra Mundial, ellos zarparon hacia Nueva York. En 1946 la familia se reunió finalmente con mi abuelo, quien había llegado a los Estados Unidos en 1940. Ellos lo habían visto por última vez gritando mensajes de apoyo mientras el St. Louis salía a todo vapor del puerto de La Habana. Muchos de los otros pasajeros no fueron tan afortunados. Los alemanes mataron a 254 de los 532 que permanecieron en Europa Occidental cuando invadieron los ejércitos de Hitler.
Para mi familia, reunida milagrosamente en Estados Unidos, las casas que hicieron y las familias que criaron aquí, y sus contribuciones a la medicina, filantropía y negocios estadounidenses, son todos recordatorios fuertes de lo que podría no haber sido. “La historia del St. Louis es la historia de los refugiados casi en cualquier parte. Es realmente un problema mundial que me afectó a mí y a mi familia muy directamente”, dijo mi padre en su entrevista. “Y nosotros en el mundo libre debemos hacer lo que sea que esté en nuestro poder para asegurar que no suceda nuevamente, y si sucede, extender nuestra mano a los refugiados que están tratando de huir a la libertad.”
*David Molton es abogado en Nueva York.
Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México
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