Enlace Judío México e Israel.- Una historiadora, madre de un chico con autismo, investigó el secreto mejor guardado del científico que identificó una de las formas de esa enfermedad.
DÉBORA CAMPOS
Su apellido figura en la historia médica de cientos de miles de niños y niñas de todo el mundo. Las enciclopedias lo recuerdan como un pediatra, investigador, psiquiatra y profesor de medicina austríaco reconocido por sus tempranos estudios sobre desórdenes psicológicos en la infancia. Sin embargo, la biografía de Hans Asperger esconde un pasado siniestro: durante el nazismo, fue cómplice del régimen sumándose con sus diagnósticos a las políticas de exterminio que aplicó el III Reich sobre las criaturas que eran diagnosticadas como “poco aptas” o deficientes. Detrás de los retratos que lo recuerdan como un sanador de chicos, la historiadora estadounidense Edith Sheffer acaba de develar un accionar criminal en su libro Asperger’s Children: Los orígenes del autismo en la Viena nazi que ha generado estupor en los Estados Unidos y en Europa en las últimas semanas.
El volumen aún no llegó a la Argentina, pero sí su repercusión. Los medios europeos y de América del norte han publicado reseñas y entrevistas en las que se preguntan, como una letanía, ¿cómo fue posible que el pediatra Hans Asperger muriera en 1980 impune? La investigadora del Instituto de Estudios Europeos de la Universidad de California, Berkeley, la profesora Edith Sheffer tiene una hipótesis: “Solo los líderes del programa de eutanasia fueron llevados a juicio y ha llevado décadas que se reconociera el papel de los actores menores. Además, Asperger afirmó después de la guerra que había resistido al nazismo y que, de hecho, había rescatado niños del programa de eutanasia; dado que nunca se había unido al partido nazi, sus afirmaciones parecían verosímiles”, dice a Clarín en un correo electrónico que escribe desde su casa en Palo Alto, California.
Es de tarde y con los pies apoyados sobre una mesa baja de madera, Sheffer escribe en el patio mientras sus hijos están en la escuela. “Durante el trabajo con este libro, mi hija se sentaba muchas veces conmigo diciendo que necesitaba que me animaran porque el tema era muy triste”, recuerda. Su investigación demandó siete años y comenzó de manera muy personal. Casi íntima: cuando apenas tenía 17 meses, su hijo Éric fue diagnosticado como autista. “Como cualquier madre, leí todo lo que pude sobre eso”, recuerda la historiadora. Varios de los documentos que encontró mencionaban a Asperger. Referían a su trabajo en la Viena nazi, recordaban que había defendido con heroísmo a varios niños de una muerte segura en campos de exterminio e incluso saludaban que hubiera definido el autismo de manera positiva al reparar en la notable inteligencia de algunos de sus pequeños pacientes. Justamente esa era la historia que ella quería contar: la de un héroe. Sin embargo, lo que encontró fue algo muy distinto. Y pavoroso.
–Hasta la publicación de su libro, el doctor Asperger era recordado como un científico honorable que perfiló un trastorno del espectro autista. ¿Cómo descubrió que esto no era así?
–Sí, Hans Asperger tenía una gran reputación. Era recordado porque había defendido las capacidades de niños con algún trastorno, e incluso se decía que había rescatado a chicos de la muerte en el programa nazi de eutanasia. Esto estaba en la página sobre él de la Wikipedia. Me propuse contar esta historia heroica, pero sucedió que apenas consulté el primer archivo, vi que Asperger era en realidad cómplice de la política de higiene racial nazi y que esto iba a ser, en verdad, una historia de terror.
–¿Qué la motivó a transformar ese primer descubrimiento en una extensa investigación y en este libro?
–Cuando me enteré de la participación de Asperger, pensé en abandonar el proyecto. A mi hijo, Eric, le diagnosticaron autismo, y la idea de escribir sobre un hombre así me provocó pesadillas. También fue insoportable leer los archivos de los casos de aquellos chicos que sufrieron tanto. Honestamente, no creí que pudiera convivir día tras día con este material.
–Usted explica que Asperger nunca se afilió al partido nazi. ¿Cómo se convirtió en un médico respetado entre los nazis entonces?
–No era inusual que Asperger no se uniera al partido nazi. Solo tres de cada diez médicos en Viena lo hicieron. Y contó con el apoyo incondicional de su mentor Franz Hamburger, el celoso director nazi del Hospital Infantil de la Universidad de Viena. Hamburger lo nombró jefe de Clínica en su hospital y le concedió oportunidades de liderazgo.
–Se lee en su libro que las investigaciones de Asperger fueron poco científicas. ¿Cuáles eran las bases que usó para definir a los niños como autistas?
–El trabajo fundamental de Asperger sobre la psicopatía autista fue su tesis postdoctoral, escrita para ascender a profesor titular en el apogeo de la guerra. No se lee como una obra científica bien pensada. Se contradice en muchos lugares, y se basa principalmente en estudios de caso de apenas cuatro niños que eran bastante diferentes entre sí. Asperger menciona, de paso, que ha visto otros 200 casos en diez años, pero no entra en detalles. Así, terminó definiendo al autismo una “psicopatía”, que en aquella Alemania tenía connotaciones de criminalidad y abandono. De hecho, creía que el sadismo y la malicia eran intrínsecos a esta condición, lo cual es antitético a la forma en que vemos el autismo hoy en día.
–Usted revela que en la clínica pediátrica Spiegelgrund de Viena se practicó la eutanasia de aquellos niños que eran considerados irrecuperables. Murieron ahí 789 pequeños pacientes. ¿Cuál fue el papel de Asperger en este plan de exterminio?
–Como pediatra, Asperger trasladó a Spiegelgrund a niños que consideraba gravemente discapacitados. Fue él quien decidió el envío de chicos con múltiples capacidades, desde su clínica, como experto médico de la ciudad de Viena, y como pediatra consultor en escuelas de recuperación.
–¿Cómo es posible que hubiera padres que llevaban a sus hijos a Spiegelgrund para ser exterminados?
–Sí, algunos padres deseaban que sus hijos fueran admitidos en Spiegelgrund, e incluso pidieron directamente al personal que los matara. Por ejemplo, una mujer, cuyo marido estaba luchando en la guerra, sentía que sus muchos hijos eran una carga que la condenaba a la pobreza y, por eso, llegó a ver en los principios eugenésicos nazis el “lado indigno de la vida”. Incluso me encontré con algunas cartas de agradecimiento escritas por los padres al personal de Spiegelgrund por matar a sus hijos, diciendo que las muertes eran un alivio para la familia o que ponían fin al sufrimiento del niño.
–Le llamó la atención el papel de las mujeres en este plan de exterminio de niños. ¿Qué hicieron concretamente?
–A diferencia de otros programas de exterminio masivo, las mujeres desempeñaron un papel central. Administraron sobredosis de barbitúricos a los niños –ya sea triturándolos para convertirlos en los alimentos que los pequeños pacientes comerían o inyectándoselos– hasta que los chicos se debilitaban y morían, por lo general de neumonía. Esto tenía que parecer una causa natural de muerte.
–En sus trabajos, Asperger identificó a algunos niños con “inteligencia autista superior”. ¿Qué les pasó a estos niños?
–Si bien Asperger derivó a muchos niños a Spiegelgrund, argumentó que los que se encontraban en el extremo “favorable” de la “gama” de autistas tenían habilidades extraordinarias y, por lo tanto, debían recibir una atención de primera clase. Para estos pacientes, él abogó por muchos de los enfoques progresistas que seguimos hoy en día: terapia de juego intensivo, cuidados genuinos y acompañamiento en la escuela.
–En general, se piensa que una evaluación médica es objetiva. Sin embargo, usted escribe: “Los diagnósticos médicos realizados por una sociedad son el reflejo de sus valores, sus preocupaciones y sus esperanzas”. ¿Cuál fue el papel del diagnóstico en el nazismo?
–Los médicos y los investigadores pueden darle un nombre a una patología, pero la sociedad juega un papel importante en la forma en que se entienden. Los diagnósticos no se nos imponen simplemente. Los aceptamos, los perpetuamos y participamos en su creación. El filósofo Ian Hacking ha descrito cómo los diagnósticos nos llevan a “inventar personas”. Los términos de una clasificación dan forma a las percepciones de las personas a las que se les aplica. Las acciones de un niño clasificado como autista, por ejemplo, a menudo se leen a través del lente del diagnóstico, como algo intrínsecamente autista, que puede oscurecer la singularidad del niño como individuo. El III Reich estaba “inventando gente” en el sentido más extremo. En su elaborado régimen de clasificación, los psiquiatras infantiles basaron sus análisis más en las preocupaciones ideológicas que en las características reales de esos pacientes que estaban ante ellos. La psiquiatría infantil nazi tenía el poder, literalmente, de deshacer a la gente.
–¿Por qué consideró importante que el libro incluyera el testimonio de Eric, su hijo?
–Eric me preguntó si podía escribir algo para el libro. Siempre ha sido un gran entusiasta de este trabajo, habla de él con la gente en la escuela, de manera que pensé que era importante llevar mis hallazgos más allá de la Historia y aplicarlos a la forma en que los niños diagnosticados con autismo son tratados hoy en día. Él está muy orgulloso de su contribución cuando escribió: “El autismo no es real; todos tenemos problemas. Algunos son más visibles que otros, eso es todo. El autismo no es una discapacidad o un diagnóstico, es un estereotipo que se le aplica a algunos individuos”.
Fuente:clarin.com
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