Enlace Judío México e Israel.- Iosef Levkovich tenía 13 años y estaba prisionero en un campo de concentración cuando Amon Goth, el malvado “Carnicero de Plaszow” que asesinaba judíos como un deporte sádico, le apuntó su arma sobre la cabeza.
RAV SHRAGA SIMMONS
“Estaba trabajando en el campo de concentración de Plaszow, desmantelando los restos de un cementerio judío”, le contó Iosef a Aishlatino.com en su hogar en el barrio de Arzei Habirá en Jerusalem. Necesitaban la cerca de hierro forjado del cementerio (que pesaba 150 toneladas) para hacer armas para los nazis para que pudieran asesinar a millones de personas en toda Europa.
Iosef estaba arriba de la cerca, quitando algunos ladrillos, cuando apareció Goth montando su caballo, rodeado por dos perros entrenados para atacar a los prisioneros y matarlos. “Cuando vi que se acercaba Goth, temblé de miedo”, cuenta Iosef. “Esos perros ya me habían atacado antes”. En ese ataque, Iosef protegió su rostro con sus manos y las cicatrices le quedaron para toda la vida.
“Desde arriba de la cerca, mi tarea era sacar con cuidado cada ladrillo y pasarlos a otro prisionero”, explica Iosef. “Pero cuando Goth pasó, al otro prisionero se le cayó el ladrillo”. Goth le disparó de inmediato.
“Goth me gritó: ‘¡Arroja un ladrillo!’”, recuerda Iosef, como si hubiera ocurrido ayer mismo. “Lo hice, pero Goth lo dejó caer al suelo”.
Goth le ordenó a Iosef bajar de la cerca. Él bajó rápidamente y en el proceso sufrió severos cortes.
“Goth me gritó, sacó su arma y apuntó a mis ojos. Supe que mi vida había terminado. Dije Shemá Israel y me desmayé”.
Iosef se despertó algunos días más tarde en la enfermería, dolorido y con todo el cuerpo cubierto de vendajes. Los detalles de lo que había sucedido Iosef los descubrió más tarde, cuando se encontró con el asistente de Goth, el oficial de la SS Chilowicz, que había estado presente en ese momento. “Chilowicz me conocía porque yo me había ofrecido voluntariamente para lustrarle los zapatos. Él me dijo: ‘Yo te salvé la vida. Goth quiso dispararte, así que yo te golpeé y le dije a Goth que se ahorrara la bala, que ya estabas muerto’”.
Cazador de nazis
Siete años más tarde, la guerra ya había terminado. Iosef tenía veinte años y era un activista comunista. Había logrado rescatar a 600 huérfanos judíos (los detalles, más adelante) y ahora estaba preparado para el desafío de buscar a los criminales de guerra nazis.
Iosef entrevistó a mucha gente y buscó en los registros, reuniendo toda la información que pudiera brindar pistas sobre los lugares en los que podía haber nazis escondidos. Un día estaba buscando pistas en un campo de prisioneros cerca de Viena donde había 30.000 prisioneros alemanes. “Le pregunté a un oficial alemán si reconocía a todos los soldados de su grupo y él me dijo: ‘Hay un extraño al que no conocemos’.
“Me acerqué al que aparentemente era un soldado regular de la Wehrmacht y me empezó a hervir la sangre. ¡Era Amon Goth que había ocultado su identidad!”.
Al acercarse por detrás de Goth, estallaron los años de frustración acumulada. “Comencé a gritarle, a escupirlo, a golpearlo, enumerando la lista de atrocidades que lo había visto cometer en el campo”.
Goth fue arrestado, juzgado en una corte alemana y condenado a ser ahorcado. “Él estaba feliz de que todo acabara”, dice Iosef. Pero el gobierno polaco insistió en que fuera extraditado y juzgado en Polonia, donde había cometido sus crímenes. “Eso me alegró, porque significaba que podía repetir mis acusaciones en su contra y su sufrimiento se prolongaría. Se lo merecía”.
En Polonia, Goth fue sentenciado a muerte y lo colgaron en el campo de Plaszow, en el mismo lugar en el que asesinó con sadismo a cantidades de judíos inocentes.
“La lista de Schindler”, la película sobre el Holocausto, inmortalizó a Goth como el paradigma del villano.
Durante esa época, Iosef se encontró con Schindler en un campamento de refugiados. “Él escuchó que yo estaba buscando a nazis criminales de guerra y quiso que supiera que él era uno de ‘los buenos’”.
Sus primeros años
Iosef Levkovich nació en 1926 en el pueblo polaco de Dzialosyce (se pronuncia zoli-shitz). Él era el mayor de cuatro hermanos de una conocida familia polaca. Una calle llamada Levkovich (Lewkowa) rodeaba la plaza de Cracovia y su hogar ancestral hoy es la sede de la estación de policía local.
“Antes de la guerra, pensábamos que en Polonia estábamos seguros”, dice Iosef. “Los judíos habían vivido allí durante muchos siglos. Éramos ciudadanos polacos, protegidos por la ley polaca. Ni en nuestro sueño más exagerado hubiéramos podido imaginar ser deportados a fábricas de muerte. Cuando comenzó la opresión nazi, nadie nos defendió. La mayoría de los polacos siguieron las órdenes de los nazis, algunos incluso los ayudaron a reunir a los judíos”.
En 1939, cuando los judíos fueron obligados a ceder a todos sus bienes, el tío de Iosef vendió su empresa textil a un no judío a cambio de un lugar para esconderse. El arreglo duró muy poco tiempo, recuerda Iosef. “Cuando el hombre temió ser descubierto, llevó a mi tío y a toda su familia a un campo y los asesinó”.
A los 13 años, Iosef hizo una promesa: “Si sobrevivo, volveré a buscar a este hombre y lo haré pagar”. (Después de la guerra, Iosef ya no pudo recordar el nombre de esa persona).
Los nazis seguían adelante con sus planes. Iosef y otros 15.000 judíos fueron llevados a un campo inundado en donde los obligaron a permanecer sentados toda la noche, con frío, hambre y el agua hasta la cintura. A los ancianos los separaron a un costado y les dispararon.
A la mañana siguiente, el 95% de esos judíos (entre ellos la madre y los hermanos de Iosef) fueron llevados al campo Belzec para exterminarlos de inmediato. Los 800 judíos que quedaron fueron enviados a un campo de trabajos forzados, entre ellos Iosef y su padre.
Zanahorias y botas lustradas
A lo largo de los años, Iosef fue transferido de un campo de concentración a otro. Él recuerda un incidente en Melk, un campo subsidiario de Mauthausen:
“Como soy bastante bajo, siempre estaba en la primera fila durante las inspecciones de la mañana. Un día, el comandante del campo Julius Ludolf se paró justo frente a mí. Sin pensarlo, lo saludé, junté mis zapatos de madera y le dije en alemán: ‘¡Señor! ¡Yo lustraré sus botas hasta que brillen como el sol!’”.
A continuación, un oficial llevó a Iosef a las afueras del campo, a la magnífica villa de Ludolf arriba de una colina.
“Después de un rato, llegó Ludolf. En vez de hablar, él ladró como un perro y yo entendí que eso significaba que debía lustrar sus botas”.
Después llevaron a Iosef a un jardín y le dieron la tarea diaria de alimentar a los conejos y las gallinas del comandante. Esto le dio a Iosef acceso a los alimentos para los animales, que eran mucho mejor que lo que él estaba comiendo en el campo. “Me alegré al ver las zanahorias para los conejos y yo fui el primer ‘conejo’ que alimenté”.
Por las noches, Ludolf hacía fiestas en su villa para los oficiales de la SS. “Ellos arrojaban a la basura mucha comida, y yo la comía”, cuenta Iosef. Él también llevaba comida al campo, arriesgando su vida para alimentar a otras decenas de prisioneros.
En la villa, un teniente llamado Otto Striegel disfrutaba al maltratar a Iosef. “Él me ordenaba pararme en una esquina con la boca abierta y trataba de arrojar pequeñas piedras a mi boca. Por lo general me pegaban en la cara”.
Al buscar a los nazis después de la guerra, Iosef descubrió al comandante Ludolf escondido en un pueblito. Iosef testificó en la corte, contó los crímenes de Ludolf y la gran cantidad de joyas, oro y billetes extranjeros que había robado. Ludolf y el teniente que le arrojaba piedras fueron ejecutados.
Aunque Iosef pasaba mucho tiempo sin ser custodiado en la villa, fuera del campo, no trató de escaparse.
“Previamente había logrado escaparme. Me había alejado de un grupo de trabajo y comencé a buscar alguien que me diera comida o refugio. Pero la gente me cerraba la puerta en la cara. No sé si eran crueles o si tenían miedo, no soy quien debe juzgarlos”.
A la mañana siguiente Iosef regresó al campo de trabajo, no había una opción mejor.
Otro momento difícil fue cuando Iosef fue obligado a subir a un vagón de ganado que se dirigía a Auschwitz. “En ese vagón éramos 160 hombres, estábamos más apretados que una lata de sardinas. No teníamos aire ni agua. Cada tantos minutos moría otra persona. Cuando llegamos a Auschwitz estaba parado sobre tantos cadáveres que llegaba al techo del vagón”.
De los 160 hombres que habían subido, sólo salieron 20. El primer trabajo de Iosef en Auschwitz fue llevar a esos judíos muertos al crematorio.
Iosef se detiene y recuerda esa época infernal:
“Soporté un frío terrible y el hambre constante. Pero sin importar cuán terrible era la situación, encontré el coraje y la fe para sobrevivir. Incluso en los peores momentos, Dios llenaba mi ser. Nunca me sentí abandonado. Los nazis podían destruir mi vida, pero no mi fe. Eso me ayudó a mantenerme vivo”.
La liberación
Una mañana de invierno en 1945, el campo estaba extrañamente silencioso. No hubo ninguna sirena avisando que debían formarse para el recuento matutino. Al mediodía, les ordenaron reunirse en el appelpltz (plaza central) del campo. El comandante de la SS subió a un escenario y anunció: “Queremos protegerlos del enemigo. ¡Rápido, entren a los túneles!”
“Se corrió el rumor de que los túneles estaban cargados de dinamita y que los nazis planeaban volarnos a todos juntos. Miles de prisioneros comenzaron a gritar: ‘¡Nein, nein!’ (¡no, no!). Los SS dispararon sobre la multitud. Yo me arrojé al suelo. Muchos no lograron escaparse de las balas que volaban y murieron allí mismo”.
Eventualmente los disparos se detuvieron y al levantarse Iosef vio cadáveres arrojados por todas partes. El escenario estaba vacío. Los SS habían desaparecido.
“Estaba pasmado. ¿La pesadilla finalmente había terminado? ¿Milagrosamente nuestros sueños de libertad se habían convertido en realidad? ¿Era posible que yo hubiera sobrevivido a cinco años espantosos de trabajos esclavizados, golpes y hambruna?”.
Iosef se agachó y levantó del suelo un revolver. No tenía idea cómo usarlo, pero era un nuevo día.
El rescate de los huérfanos
Liberado a los 17 años, y pesando apenas 27 kilos, Iosef pensó cuál sería su siguiente paso. Estaba completamente solo, ningún miembro de toda su familia había sobrevivido.
Como huérfano, Iosef se concentró en los miles de niños judíos que al comienzo de la guerra habían sido “dejados temporariamente” con familias no judías y monasterios. En muchos casos hubo familias enteras que fueron asesinadas y no había nadie que pudiera ir a reclamar a esos niños. Iosef entendió que “si yo no hacía algo, esos niños judíos se perderían para siempre del pueblo judío”.
Sin tener la menor idea de cómo lograr una tarea tan gigantesca, Iosef descubrió a un primo lejano llamado Daniel que era un líder comunista en la Polonia de post guerra. “Le dije que tenía una idea para reunir a familias que los nazis habían separado. Se lo dije en términos seculares, porque ‘judío’ era un término que en Polonia odiaban”.
Daniel le presentó a Iosef un general polaco que accedió a ayudar con las actividades de rescate, proveyendo un equipo de 40 personas, incluyendo 20 soldados, rifles, camiones e incluso un tanque… Toda una autoridad para defenderse de cualquiera que pudiera llegar a resistirse.
Ubicar a esos huérfanos judíos era como buscar una aguja en un pajar. A través de una red de informantes, Iosef seguía huellas hacia direcciones particulares.
“Golpeábamos una puerta, mostrábamos nuestros distintivos y decíamos: ‘Nos gustaría formularle algunas preguntas. ¿Esta es su hija? Muéstrenos su partida de nacimiento’. Muchas veces decían que el niño era adoptado, entonces insistíamos: ‘¡Muéstrenos sus documentos de adopción!’”.
Iosef tenía un sentido agudo para reconocer a los niños judíos, y al trabajar con psicólogos y personal de seguridad, logró recatar a 600 huérfanos.
Un nuevo mundo
Iosef se involucró con el Movimiento Sionista y estaba camino a formar una carrera como diplomático. Un día vio en un anuncio de la Cruz Roja que decía que en Buenos Aires alguien buscaba información sobre la familia Levkovich. Era un tío abuelo de Iosef. “Yo era el único que había sobrevivido de mi familia y estaba ansioso por tener familia. Respondí a la llamada y ellos me enviaron un pasaje para viajar por barco a la Argentina”.
Iosef se convirtió en un vendedor de diamantes y en Colombia conoció a su esposa Perla. Cuando sus tres hijos llegaron a la edad escolar, decidieron mudarse a una comunidad judía más grande en Montreal, Canadá. Iosef continuó trabajando en el comercio de diamantes, incluso operó una fábrica de diamantes en la Cuba comunista.
Él lamenta un negocio que dejó pasar. La esposa de Pablo Picasso quiso cambiar algunos cuadros de su marido por diamantes. Cada uno de los cuadros valía unos pocos miles de dólares, pero Iosef pensó que se veían extraños y no aceptó el trato. “Hoy, cada uno de esos cuadros vale unos 30 millones de dólares”.
En los años 80 Iosef se involucró con una compañía que construía proyectos en Israel. Ellos construyeron Arzei Habirá, un barrio residencial en Jerusalem, donde Iosef reservó el departamento en el cual vive en la actualidad. En un proyecto de departamentos en Rejovot una calle fue bautizada con el nombre Levkovich.
Durante muchas décadas, Iosef apoyó al Estado de Israel, se reunió con sus Primeros Ministros y con otros oficiales del gobierno, y ayudó a establecer relaciones diplomáticas y económicas entre Israel y los países de Sudamérica.
En el 2016 Iosef decidió abandonar su cómoda vida en Canadá y hacer aliá. Un equipo de la televisión israelí estuvo en Montreal durante una semana entera para documentarlo.
“Durante muchos años había querido hacer aliá. Pero entendí que si no lo hacía en ese momento, a los 88 años, nunca lo haría. Estoy muy feliz de haber tomado la decisión. Encontré muchos amigos y buenos vecinos”.
Durante muchos años, Iosef se negó a hablar de sus experiencias durante el Holocausto. Sus hijos y nietos lo impulsaron a escribir un libro, para que su historia sea recordada. El resultado: “From the Ashes to Lechaim: A Miraculous Journey”, publicado este año con una pequeña edición para parientes y amigos.
“Comprendí que si yo no contaba mi historia, nadie lo haría. Perdí toda mi conexión con el pasado, y ahora debo alertar a las futuras generaciones”, asegura Iosef.
En el 2011 viajó a Polonia con su hijo menor y visitó Cracovia, Auschwitz, Belzec, donde asesinaron a su madre y a sus hermanos, Dzialoszyce, el pueblo en el que creció y Plaszow, donde sobrevivió a la sombra oscura de Amon Goth.
“No importa cuánto se haya escrito sobre el Holocausto, es imposible describir el terror, el hambre. Durante cinco años, de la mañana a la noche, efectué tareas agotadoras en canteras, ferrocarriles y minas de sal. Estaba dispuesto a hacer todo lo que me ordenaban. Estaba ocupado en sobrevivir sólo un momento más, sin tiempo para pensar. De lo contrario me hubiera vuelto loco”.
Estos recuerdos todavía lo agobian. “A menudo me despierto por las noches empapado en sudor. La semana pasada soñé que luchaba con un nazi que quería dispararme. Yo le quité su rifle y le disparé”. Iosef Levkovich rescató a 600 huérfanos, capturó a Amon Goth y construyó una bella vida. Después de la pesadilla, esta es su venganza.
Fuente:aishlatino.com
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