Enlace Judío México e Israel.- Cuanto más Torá aprendía, más entendía que el objetivo del judaísmo es cambiar por completo al mundo.
AKIVA GERSH
En la universidad fui un activista.
Organicé, protesté, participé en manifestaciones, grité y sostuve carteles por causas en las que creía. En mi tiempo libre pegué anuncios, repartí panfletos y escribí artículos editoriales para alentar a otros a interesarse en las causas que yo defendía.
El activismo se convirtió en mi pasión, mi filosofía, mi círculo social, mi visión del mundo.
El activismo me cambió e impactó mi forma de vida. Desde los libros que leía y los alimentos que consumía, hasta los productos que compraba (o no compraba). Fue la primera vez en mi vida que invertí todo mi ser en algo.
Sin embargo, después de muchos años de trabajar para lograr un cambio social en una variedad de frentes (liberar al Tíbet, limpieza étnica en Bosnia, problemas del medio ambiente, etc.), sentí un gran desgaste. Estaba abrumado. A veces incluso me deprimía.
Cuando abres tus ojos a los problemas de nuestro mundo, cuando llegas a ser casi un experto en detectar los males de la sociedad que te rodea, es difícil no sentirse de esa forma.
Adonde miraba, siempre veía algo mal. Otra cosa que los humanos arruinaban. Otro problema que había que tratar de arreglar. Otra manifestación a la que debía asistir para despertar al mundo de su aletargamiento.
Aunque sabía que el activismo social era mi pasión y lo que se debía hacer, también sabía que esa forma de vida no era sustentable.
Entonces, a los 20 años, descubrí el Shabat. Y todo cambió.
Me convertí en una nueva clase de persona; y en una nueva clase de activista.
De repente apareció una visión más general. Una imagen diferente. Un contexto más amplio. Y una forma diferente de trabajar en pos del cambio social.
Conectarme con el Shabat fue la puerta que me permitió explorar más profundamente mis raíces judías y, eventualmente, me llevó a elegir un estilo de vida basado en los rituales y las leyes del judaísmo. Al aprender más sobre el contenido de la Torá, comencé a entender que la larga lista de obligaciones y prohibiciones de la Torá era, en realidad, un sistema cuidadosamente diseñado cuyo objetivo supremo es cambiar radical y completamente el mundo en que vivimos. Dar inicio a una era en la que toda la humanidad vivirá con más compasión y con una mayor conciencia espiritual.
Como judíos, debemos ser activistas en todo momento, y continuamente nos vemos enfrentados a oportunidades para generar un impacto positivo en el mundo que nos rodea.
Con este entendimiento comprendí que, en esencia, el judaísmo es un movimiento de activismo, quizás el mayor que alguna vez haya existido. Porque el judaísmo considera que el cambio social no sólo tiene lugar en eventos organizados como protestas, marchas y manifestaciones, sino que el trabajo para mejorar nuestro mundo debe realizarse cada día, a cada hora y en cada minuto. Como judíos, debemos ser activistas en todo momento, y continuamente nos vemos enfrentados a oportunidades para generar un impacto positivo en el mundo que nos rodea.
En el epicentro de todo, estaba el Shabat. El día judío de descanso que, probablemente, sea la más radical de las leyes y costumbres judías. Y la más esencial para la acción social.
El Shabat viene a recordarnos que debe haber un momento en el que simplemente nos detenemos y descansamos. Dejar de hacer todas las cosas que hacemos constante, regular y rutinariamente durante la semana. La interminable lista de quehaceres, la perpetua “tan sólo una cosa más” que simplemente tenemos que hacer, el constante ir y venir, incluso si todo esto está dirigido hacia el cambio social y la mejora del planeta. El Shabat nos permite retirarnos a un estado de existencia desacelerada, para recuperar nuestra energía y motivación para continuar haciendo el trabajo necesario para hacer de nuestro mundo un lugar mejor.
El Shabat es un momento para ser humildes y recordar que no todo gira a nuestro alrededor. Que el mundo puede existir sin nuestra constante intervención e interferencia. Que somos sólo una pequeña pieza en un rompecabezas gigante, que sólo tenemos un rol más en medio de una larga lista de personajes. Un día a la semana de disminución de acción puede ayudarnos a contemplar esa imagen más amplia de la que los humanos somos parte y, como resultado, entender mejor nuestro rol único en ella.
El Shabat es un tiempo de introspección. Un tiempo para mirarnos honestamente a nosotros mismos. Para evaluarnos. Para juzgar con amor nuestras acciones. Para hacer los ajustes necesarios y alinear mejor nuestros pensamientos, habla y acciones con el mundo que queremos ver y que tratamos de generar. Para asegurar que quién, cómo y qué somos sea un fiel reflejo del cambio que queremos ver en el mundo. Para recordarnos que nuestro crecimiento personal es crucial en el proceso de mejorar al mundo. Al esforzarnos para reparar nuestras imperfecciones, contribuimos a la reparación de nuestro mundo imperfecto.
A través de las plegarias atestiguamos que el Shabat es un zéjer lemaasé bereshit, un recordatorio del acto de la Creación. Estas tres palabras contienen el más profundo secreto del Shabat y su conexión con la acción social. Por ser humanos, tendemos a olvidar. Desde el lugar donde dejamos las llaves del auto hasta la razón por la que fuimos creados e incluso por qué existe el mundo. El Shabat evoca un distante recuerdo de los comienzos mismos de la creación, un recuerdo grabado profundamente en nuestra psiquis, para reconectarnos con el objetivo original del mundo. Al recordar cómo debía ser el mundo, y cómo podría ser, recordamos lo que podemos hacer para tener un rol activo en el proceso de tikún olam, de reparar el mundo.
En el kidush del viernes a la noche decimos que el Shabat es zéjer leietziat mitzráim, un recordatorio de la salida de Egipto. ¿Cuál es la conexión entre el Shabat y el éxodo judío de la esclavitud ocurrido hace unos 3500 años? Entre otras cosas, esto “utiliza” al Shabat como un recordatorio del sufrimiento pasado de nuestro pueblo para inspirarnos a tener consciencia del sufrimiento de otras personas en el mundo actual. Recordar que en medio de la vorágine de nuestra realidad cotidiana no deberíamos estar ciegos ni sordos ante quienes sufren opresión, persecución o maltrato. Que ser judío es un acto de equilibrio entre fortalecer y cuidar a Am Israel y mantener los ojos abiertos al mundo, para ver cómo podemos ayudar también a otros con sus sufrimientos y dificultades.
El Shabat nos obliga a detener las publicaciones en las redes sociales y nuestras críticas a la sociedad, y prestar atención a lo que ya es hermoso, inspirador y completo en el mundo.
En la universidad entendí que los miembros de una comunidad de activistas estábamos, por definición, siempre luchando contra de algo: en contra de lo que considerábamos equivocado o malvado, enojados ante la injusticia que prevalece en la sociedad. Pero era muy raro que nos detuviéramos para celebrar lo que realmente queríamos ver en el mundo y lo que ya era realmente bueno. El Shabat nos obliga, cada semana, a hacer exactamente eso. A detener el griterío y las marchas, las publicaciones en las redes sociales y nuestras críticas a la sociedad, y nos permite prestar atención a lo que ya es hermoso, inspirador y completo en el mundo. A agradecer por lo que tenemos y reconocer las abundantes bendiciones que nos rodean. El Shabat nos entrena a tener un “buen ojo”, a ver lo bueno que nos rodea, lo que a su vez nos ayuda a no vernos consumidos ni paralizados por los profundos problemas de nuestro mundo y a fortalecer nuestra esperanza en que un día la oscuridad que existe hoy se transformará en luz.
La idea está resumida en una línea de una canción popular de Shabat, que dice que Shabat es meein olam habá, que nos permite sentir el sabor del Mundo Venidero. A nivel espiritual, nos da una impresión, un indicio, un vistazo de lo que será el mundo cuando todo haya sido reparado y corregido. Es como si el Shabat viniera del futuro una vez a la semana para decirnos: “Sí, llegaremos allí y será parecido a esto”. Esto tiene un potencial gigante para mantenernos en el camino, para que no renunciemos ni cedamos y para fortalecer nuestra creencia en que, sí, un día triunfaremos.
El Shabat es el “día libre” perfecto para los activistas, libre de su activismo regular. Toma un descanso. Haz una pausa. Celebra lo bueno. Pero, más que eso, el Shabat es un poderoso “día de actividad” que nos permite afectar al mundo de formas diferentes, más sutiles, más reflexivas, personales y espirituales. Y comprender que dar cada semana un paso al costado y dejar nuestras acciones cotidianas puede llegar a ser lo mejor que podemos hacer por el mundo.
Fuente: aishlatino.com
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