Enlace Judío México e Israel.-El presidente Trump habló con dureza en la ONU de la “dictadura socialista” que ha empobrecido Venezuela. Asimismo, arremetió contra el “extremismo islamista” y el “terrorismo del islam radical”, lo primero una ideología supremacista y lo segundo un arma utilizada para asesinar en masa a musulmanes, yazidíes, cristianos, judíos e hindúes. E hizo referencia a la amenaza que representan las “redes criminales internacionales” que “trafican con drogas, armas y personas”.
CLIFFORD D. MAY
En lo que quizá no ha reparado Trump ni la mayoría de la comunidad internacional es en hasta qué punto esos males se están combinando.
Nadie personifica mejor este cóctel tóxico que Tarek el Aisami, el vicepresidente de Venezuela, de 43 años. El Aisami proviene de una familia sirio-libanesa con vínculos a organizaciones yihadistas chiíes en Irak. También se le ha relacionado con una serie de traficantes de droga sudamericanos. A pesar de ello, o quizá por ello, el dictador de Venezuela, presidente Nicolás Maduro, lo nombró número dos de su Gobierno en enero.
Un mes después, el Departamento del Tesoro de EE.UU sancionó a El Aisami por “desempeñar un importante papel en el narcotráfico internacional” y se le congeló parte de su patrimonio, calculado en unos 3.000 millones de dólares.
Los investigadores también descubrieron que había expedido cientos de pasaportes venezolanos a miembros de los Cuerpos de la Guardia Revolucionaria Islámica iraní y a agentes de Hezbolá, el peón terrorista de Irán en el Líbano. Esa puede ser una de las razones por las que el presidente Trump ha incluido a Venezuela en la lista de países a los que aplicar restricciones de inmigrantes y viajeros.
La penetración en América Latina lleva décadas siendo un proyecto de Irán y de Hezbolá.
Han estado reclutando aliados y agentes en las comunidades de la diáspora libanesa chií, abriendo centros culturales y mezquitas, creando medios de comunicación e instituciones educativas, enviando misioneros a predicar y convertir y seleccionando gente para su adoctrinamiento y formación en Irán.
El terrorismo es otra arma en su arsenal. En 1992, la embajada israelí en Buenos Aires fue atacada con una bomba. Dos años después, el objetivo fue la AMIA, una asociación cultural judía. Más de cien personas fueron asesinadas en esos dos atentados.
El fiscal argentino Alberto Nisman se pasó años investigando. En 2013 publicó una acusación formal de 502 páginas contra Irán por la creación de redes terroristas en países de todo el Hemisferio. Presentó pruebas que señalaban a Mohsen Rabani, ex agregado cultural de Irán en Argentina, como el cerebro de esas redes y de los atentados de Buenos Aires. Se descubrió que también otros altos funcionarios iraníes estaban tremendamente implicados.
A principios de 2015, Nisman había preparado un segundo informe que involucraba a la entonces presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner, en un “plan para ayudar ilegalmente y exonerar fraudulentamente a los sospechosos iraníes” de los ataques. Pero el 18 de enero, horas antes de que presentase sus pruebas a los diputados argentinos, Nisman fue asesinado.
Tras una investigación de siete meses, la Policía argentina confirmó que fue asesinado, descartando las afirmaciones (lanzadas por la señora Kirchner, entre otros) de que se había suicidado. Nadie ha sido llevado ante la Justicia, aunque con el Gobierno post-Kirchner no es imposible.
Mi colega Emanuele Ottolenghi, investigador de la Foundation for Defense of Democracies (FDD), ha investigado la penetración de Irán y Hezbolá en América Latina. En mayo testificó ante el Comité de Relaciones Internacionales del Senado norteamericano y detalló la creciente cooperación entre “redes terroristas islámicas” y “violentos cárteles de la droga”. Dichas alianzas, señaló, son a menudo facilitadas por “élites políticas corruptas” que proporcionan a las redes de Hezbolá un “refugio seguro”.
Ottolenghi dijo a los congresistas que Hezbolá:
“Desempeña un papel central en el nuevo paisaje, donde el tráfico de drogas y de personas, el contrabando de armas, el comercio ilícito de tabaco, el blanqueo de dinero mediante el comercio y la financiación del terrorismo ya no se pueden tratar como fenómenos distintos.
La infraestructura y las actividades de Hezbolá deberían entenderse como “parte integrante” de una extensa estrategia a largo plazo para exportar la revolución islámica iraní al Hemisferio Occidental y establecer nuevas bases operativas para ser utilizadas contra Estados Unidos.
El más notorio refugio latinoamericano para terroristas y figuras del crimen organizado es la Triple Frontera, entre Argentina, Brasil y Paraguay. En la edición del año pasado del informe anual sobre terrorismo del Departamento de Estado de EE.UU se señalaba que particularmente la zona paraguaya de la Triple Frontera “seguía atrayendo a individuos interesados en financiar actos terroristas”.
Algo menos conocido: Cuba, bastión del ateísmo comunista que prohíbe el proselitismo cristiano, tiene una actitud más indulgente con la rama iraní del islam. El año pasado, el doctor Ottolenghi identificó un centro cultural y una mezquita chiíes en La Habana financiados por Irán. Se está enviando conversos cubanos a otros países latinoamericanos para que difundan la teología revolucionaria iraní.
El Gobierno colombiano culminó hace poco un acuerdo de paz que legitima y concede poder político a las FARC, guerrilla de extrema izquierda que estuvo librando una guerra civil desde 1964. A nadie debería sorprender que Hezbolá –con la que las FARC han cooperado mucho tiempo en cuestiones relacionadas con la venta de arma, el tráfico de drogas y el blanqueo de dinero– se beneficie. Irán también, por supuesto.
La creciente alianza entre socialistas, islamistas, narcos y terroristas al sur de su frontera representa un peligro claro y presente para EE.UU. Sin embargo, como el doctor Ottolenghi dijo en el Congreso, Washington aún no ha formulado una “política exterior coherente que reconozca la importancia de América Latina como terreno crucial de una pugna con Irán y ponga en práctica los recursos necesarios para mitigar las amenazas de Irán y Hezbolá”.
“Las limitadas capacidades de nuestros servicios de inteligencia hacen que sea difícil evaluar la cuantía de la financiación terrorista generada en América Latina, o entender el alcance de la posible colaboración criminal-terrorista”. Este último comentario lo hizo hace dos años el comandante del Mando Sur de EE.UU. Hoy, el general John F. Kelly es el jefe de gabinete del presidente Trump. Así que tal vez tarde o temprano esa amenaza que está madurando obtenga la vasta atención que merece
Fuente: hatzadhasheni.com
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