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martes 05 de noviembre de 2024

Los 36 justos

Enlace Judío México e Israel.- ” La palabra hebrea Tzadik significa en la Biblia hombre justo y piadoso que está totalmente libre de pecado,’ justo en plenitud’ y proviene de las raíces Tzedek que significa justicia, y Tzedaká que puede traducirse como ‘caridad’ — menciona la Enciclopedia Judaica Castellana-. El ideal judío de la tzedaká es una combinación de piedad, rectitud y justicia que se personifican en el tzadik y es hasta tal punto característico de la ética judía que difícilmente se puede expresar en otro idioma.

ELBA SZCLAR

“El Tzadik debe poseer integridad personal a toda prueba, ha de ser piadoso y obrar en el espíritu de la legislación bíblica, que abarca los deberes y los derechos de todas la clases sociales”.

Según la leyenda judía, “D’os, cansado de ver cómo la conducta humana ha envilecido al mundo, está siempre a punto de destruirlo. Sin embargo, en cada generación existen 36 seres justos (lamed vav o lamedvóvnikes, en idish) cuya piedad sostiene al mundo, a los que se manifiesta en todo tiempo la shejiná (divina presencia) y así salvan la Creación.

Estos justos ocultos no están reconocidos como tales y ellos mismos no saben que lo son. Se dedican generalmente a oficios modestos, trabajando como sastres, zapateros o cocheros; se les representa como extremadamente recatados, sencillos e ignorantes ellos mismos de su altura espiritual.

Ninguno conoce su condición como tal y pueden ser cristianos o judíos, mahometanos o budistas, etcétera. Cualquiera puede ser uno de ellos “quizás es usted, quizá soy yo o quizá sea esa persona que prejuiciosamente creemos que no tiene mérito alguno”.

“La imaginación popular ha tejido innumerables leyendas en torno a estos santos varones que no se distinguen por sus oraciones frecuentes ni por sus ayunos, sino por su actuación en momentos excepcionales. Una vez terminada su tarea vuelven a su humildes quehaceres donde siguen siendo unos desconocidos” (1).

El número 36 se encuentra, según el erudito rabino amoreo Abbhú (que vivió en Cesarea, 279-320), en el Libro de Isaías (30,18) donde está escrito “… porque el Eterno es un Élokim de justicia, ¡bienaventurados son todos los que esperan en El! (esta última palabra equivale al número 36).

“De estos 36 tzadikim 12 viven en Eretz Israel y 25 en el resto del mundo. Otros pasajes del Midrash o del Zohar ofrecen una distribución diferente pero todos están de acuerdo en que el mundo nunca está sin hombres a los que se puede llamar tzadik” (2).

Sam Bourne, en su novela Los 36 Hombres Justos (2007), menciona que el relato es una obra de ficción, pero está basada en ciertos hechos comprobados y es una constante de la tradición judía.

” La palabra hebrea Tzadik significa en la Biblia hombre justo y piadoso que está totalmente libre de pecado,’ justo en plenitud’ y proviene de las raíces Tzedek que significa justicia, y Tzedaká que puede traducirse como ‘caridad’ — menciona la Enciclopedia Judaica Castellana-. El ideal judío de la tzedaká es una combinación de piedad, rectitud y justicia que se personifican en el tzadik y es hasta tal punto característico de la ética judía que difícilmente se puede expresar en otro idioma.

“El Tzadik debe poseer integridad personal a toda prueba, ha de ser piadoso y obrar en el espíritu de la legislación bíblica, que abarca los deberes y los derechos de todas la clases sociales”.

Según la leyenda judía, “D’os, cansado de ver cómo la conducta humana ha envilecido al mundo, está siempre a punto de destruirlo. Sin embargo, en cada generación existen 36 seres justos (lamed vad o lamedvóvnikes, en idish) cuya piedad sostiene al mundo, a los que se manifiesta en todo tiempo la shejiná (divina presencia) y así salvan la Creación.

Estos justos ocultos no están reconocidos como tales y ellos mismos no saben que lo son. Se dedican generalmente a oficios modestos, trabajando como sastres, zapateros o cocheros; se les representa como extremadamente recatados, sencillos e ignorantes ellos mismos de su altura espiritual.

Ninguno conoce su condición como tal y pueden ser cristianos o judíos, mahometanos o budistas, etcétera. Cualquiera puede ser uno de ellos “quizás es usted, quizá soy yo o quizá sea esa persona que prejuiciosamente creemos que no tiene mérito alguno”.

“La imaginación popular ha tejido innumerables leyendas en torno a estos santos varones que no se distinguen por sus oraciones frecuentes ni por sus ayunos, sino por su actuación en momentos excepcionales. Una vez terminada su tarea vuelven a su humildes quehaceres donde siguen siendo unos desconocidos” (1).

El número 36 se encuentra, según el erudito rabino amoreo Abbhú (que vivió en Cesarea, 279-320), en el Libro de Isaías (30,18) donde está escrito “… porque el Eterno es un Élokim de justicia, ¡bienaventurados son todos los que esperan en El! (esta última palabra equivale al número 36).

“De estos 36 tzadikim 12 viven en Eretz Israel y 25 en el resto del mundo. Otros pasajes del Midrash o del Zóhar ofrecen una distribución diferente pero todos están de acuerdo en que el mundo nunca está sin hombres a los que se puede llamar tzadik” (2).

Sam Bourne, en su novela Los 36 Hombres Justos (2007), menciona que el relato es una obra de ficción, pero está basada en ciertos hechos comprobados y es una constante de la tradición judía.

Para ciertos estudiosos esta leyenda surge alrededor del siglo II e.c., para otros fue elaborada por los cabalistas de los siglos XVI y XVII y posteriormente por los jasidim de Europa central. Según Gershom Scholem -filólogo e investigador del misticismo (nacido en Berlín en-1897), explica que una historia de los justos aparece en el Talmud Palestino y data del siglo III e.c. Algunos de esos cuentos de los 36 Justos tienen por héroes a personajes bien conocidos como Baal Shem Tov o el Gaón de Vilna.

Baal — Shem — Tov. Su verdadero nombre es Israel ben Eliezer, fundador del neojasidismo o tzadikismo: Nació hacia 1700 en Okup, en Ucrania y murió en 1760. El apodo significa “el buen señor del nombre divino” o “el de la buena fama”, en forma abreviada BESHT. También es considerado como el “Rabi milagroso”.

De padres pobres y huérfano a muy temprana edad, desde muy niño conoció la caridad pública la cual le destinó a estudiar el Talmud en el jéder de su pueblo natal. Desde su infancia invencible reveló aversión hacia toda ciencia fundada en la razón y en el intelecto. En vez de aprender prefirió vagar por campos y bosques donde según se cree adquirió otro saber: el de las virtudes curativas de las hierbas, que tan útiles serían en una época posterior de su vida. Expulsado de la escuela y para ganarse el pan, obtuvo un empleo de maestro auxiliar (behelfer) y más tarde como cuidador de la sinagoga local. Su modo de vivir causó extrañeza hasta que el punto qué la gente le creyó loco: dormía de día y oraba fervorosamente por la noche. Se sumergía de lleno en la lectura de obras cabalísticas y se desinteresaba en cualquier ocupación intelectual.

Junto con su esposa se trasladó a una aldea de los Cárpatos donde se entregó a una vida de soledad, ayuno y meditación. Ganaba lo necesario para subsistir produciendo carbón de leña y vendiéndolo a los vecinos. “Era también carnicero ritual, tabernero y según algunos, carretero”. No leía ningún libro. Vivió así durante 7 años.

Al cumplir 36 años, recibió un “mensaje divino” que le anunció que había llegado la hora de “revelarse al mundo”. Desde entonces ejerció de Beal — Shem, o sea de mago y cabalista, curando enfermos con encantamientos, amuletos (kameot) y hierbas medicinales. Llevó una existencia ambulante, a través de las comarcas vecinas, muy provechosa para la difusión de su doctrina y que le valió el apodo de El buen Baah — Shem y la fama de hacedor de milagros. En la cabecera de sus enfermos aplicaba una de su técnica espiritual: al orar, caía en estado de éxtasis acompañado de movimientos convulsivos tratando de ejercer influencia sobre el espíritu de los enfermos.

Posteriormente se retiró a otra pequeña aldea en Ucrania. Renunció casi por completo a las curaciones mágicas, revelando cada vez más su poderosa personalidad de místico. Rodeado de discípulos, les explicada sus enseñanzas en forma anecdótica, saturada de parábolas y dichos. Sus palabras han sido registradas por algunos de sus seguidores pero él mismo no ha dejado ninguna obra escrita.

Durante días y semanas solía trabajar para resolver un problema, no comía y se exponía frecuentemente a enfermarse. De pronto, mientras conversaba con un alumno que lo visitaba, la solución -`porque dos-s—o—n mejor que uno’- le cruzaba por la mente, maestro y discípulo se sentían felices conjuntamente. A menudo se le ocurría una idea que lo iluminaba en medio de sus devociones y con igual rapidez se le iba de la mente mientras se regañaba por la interrupción, y su corazón se henchía de gratitud a D’os cuando la idea le volvía al espíritu.

André Schwarz Bart, en su libro El Ultimo Justo (1959) escribe:

“... La antigua tradición judía de los Lamed — Waf, según ciertos talmudistas, se remonta al principio de los siglos, a los tiempos misteriosos del profeta Isaías. Han corrido ríos de sangre, y columnas de humo han oscurecido el cielo; pero salvando esos abismos, la tradición descansa sobre treinta y seis Justos, los Lamed —Waf, a quienes nada distingue de los sencillos mortales; a menudo, ellos se desconocen.

“Pero si faltase uno solo, el sufrimiento de los hombres envenenaría hasta el alma de los niños pequeños y la humanidad se ahogaría en un grito. Porque ellos son el corazón multiplicado del mundo y en ellos se vierten todos nuestros dolores como un receptáculo. Millares de relatos populares lo atestiguan. Su presencia está demostrada en todas partes.

“Un antiquísimo texto de la Haggadah refiere que los más dignos de compasión son los Lamed — Waf desconocidos de sí mismos. Para ellos, el espectáculo del mundo es un indecible infierno. En el siglo VII, los judíos andaluces veneraban una peña en forma de lágrima, que creían ser el alma, petrificada de dolor de un Lamed — Waf ‘desconocido’.

‘Cuando un Justo desconocido sube al cielo — dice un relato hasídico — está tan congelado que D’os necesita calentarle durante mil años entre sus dedos antes de que su alma pueda abrirse al Paraíso. Y se sabe que algunos permanecen para siempre inconsolables ante la desdicha humana, de suerte que ni el propio D’os llega a calentarles. Entonces, de vez en cuando, el Creador, bendito sea su nombre, adelanta un minuto el reloj del Juicio Final”.

 

Bibliografía:

(1), (2), (3), (4), (5). Enciclopedia Judaica Castellana.

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