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sábado 21 de diciembre de 2024

¿Quieres ser buen filósofo? Estudia Talmud

Enlace Judío México e Israel.- La Filosofía es una disciplina retadora, fascinante y de gran importancia a lo largo de la Historia. Su principal centro de desarrollo fue la antigua Grecia y, por lo tanto, hubo un punto en el que entró en fricciones con el pensamiento judío, eminentemente pragmático. Sin embargo, hay mucho que podemos aprenderle a este asunto.

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¿De qué se trata la Filosofía? En esencia, de encontrar una respuesta a todas las interrogantes que conlleva el mundo. Hasta ahí, explicarlo parece fácil. El problema comienza cuando comenzamos a preguntarnos por dónde hay que comenzar a contestar, y eso nos lleva a por dónde hay que comenzar a preguntar. De allí se deducen inquietudes bastante complejas, como explicar hasta qué punto es cognoscible el mundo o el cosmos, cómo funciona el proceso del conocimiento, y cuál es la mejor manera de abordar semejante tarea.

Por ello, a partir de una pregunta aparentemente simple (¿cómo encontrar respuesta a todas las interrogantes que conlleva el mundo?) han surgido cualquier cantidad de tendencias filosóficas, muchas de ellas en abierta confrontación y antagonismo.

El gran choque entre Filosofía y Judaísmo comenzó con la conquista de Alejandro Magno de todo el territorio de Fenicia y Judea, en el año 332 AEC. No era el primer contacto del Judaísmo con el mundo griego. Por lo menos, ya se había dado el conflicto con los filisteos —hoy sabemos de manera definitiva que fueron de origen egeo— entre los siglos XII y VI AEC. Pero este grupo invasor e integrante de los llamados Pueblos del Mar no surgió en el momento en que Grecia ya se caracterizara por su filosofía. Cuando los primeros “pelesed” o “pilistim” llegaron a las costas de Egipto y fueron replegados hacia la actual Gaza, faltaba medio milenio para que Tales de Mileto, Anaximandro y Anaxímenes fundaran la Escuela de Filosofía Jonia, y para que Pitágoras fundara la Escuela Pitagórica. Así que los conflictos entre israelitas y filisteos no incluyeron discusiones filosóficas.

En cambio, para las épocas de Alejandro Magno habían sucedido dos grandes cambios: Las escuelas de filosofía griegas habían llegado a su plena madurez (incluyendo a Sócrates, Platón y Aristóteles) y la política imperialista macedónica incluía la expansión de la cultura helénica en todos los territorios conquistados.

Por ello hubo fricciones inevitables. No tanto por los contenidos filosóficos como tales, sino por la sensación que hubo en el pueblo judío de que todo intento helenístico por imponer una nueva cultura era sinónimo de asimilación al paganismo.

La Guerra Macabea (167-158 AEC) fue el clímax de estas fricciones. Resuelto el conflicto, las cosas se serenaron lo suficiente como para que una nueva comunidad judía helenística, asentada en Alejandría, se tomara el asunto de aprovechar la cultura griega sin llegar a los excesos que, años atrás, habían promovido gente como Antíoco IV Epífanes y sus seguidores.

Ello explica la posibilidad de que hacia finales del siglo I AEC surgiera una personalidad como Filón de Alejandría, genio de grandísimas dotes intelectuales que siempre vivió convencido de que no había nada mejor que el Judaísmo, sin que por ello se afectara un gramo de su fascinación por la elegancia de las formas de pensamiento griegas.

Filón estaba convencido de que la Torá era la más elevada filosofía posible, pero que —por supuesto— estaba redactada de acuerdo a los modos de vida de un pueblo que no tenía la vocación por la Filosofía. Por ello, uno de sus objetivos fue explicar las enseñanzas de la Torá en la retórica de los filósofos griegos.

Se puede decir que tuvo éxito. Sus conceptos son cien por ciento judíos. Es decir, jamás renunció a nada de su identidad espiritual con tal de congraciarse con la cultura helénica. Pero su discurso es el de un filósofo griego en todo sentido.

Resulta imposible saber qué habría pasado si el Judaísmo del siglo I no hubiera entrado en abierta guerra contra Roma y, por lo tanto, con el mundo greco-latino. Después de los dos grandes levantamientos armados (66-73 y 132-135 EC), hubo una cierta influencia del universo helenístico (y concretamente de su filosofía) en el desarrollo del incipiente Judaísmo Rabínico, pero fue marginal. Digamos que no se logró consolidar una escuela heredera de las aportaciones de Filón.

Esa influencia discreta de la filosofía griega la podemos ver en ciertos rasgos retóricos de la literatura rabínica, particularmente del Talmud. Los modos de discusión entre los rabinos tienen un sello helenístico, que a ratos recupera de un modo muy particular la Mayéutica Socrática (un modo de razonar en el que una persona que está siendo interrogada va “descubriendo” las respuestas correctas). Pero hay un hecho fuera de toda duda, y es que en su esencia misma, el Talmud se fue por una ruta completamente diferente a la de los filósofos griegos.

Y es lógico: los sabios de la era talmúdica estaban completamente enfocados en resolver la crisis que representó el inicio del Segundo Exilio (mismo que habría de extenderse durante casi 18 siglos). Sus inquietudes no eran cómo se construye el conocimiento o cuáles son las dudas que el Cosmos nos ofrece sobre sí mismo. Sus interrogantes y respuestas estaban enfocadas a cómo garantizar la sobrevivencia del pueblo judío.

Por ello, el Talmud es acaso el más monumental ejemplo de literatura casuística y pragmática, un derrotero que en las reflexiones filosóficas de Platón no solemos encontrar.

¿Por qué? Porque la casuística del Talmud asume que cada caso puede ser diferente y, por lo tanto, las alternativas prácticas del judío pueden serlo también. Es decir, no se buscan recetas idealizadas cuya aplicación sea válida siempre, sin importar los detalles coyunturales. Al contrario: se buscan opciones para cada exigencia del contexto inmediato.

En cambio, en la filosofía griega —especialmente la heredada de Pitágoras, Parménides y los eleáticos, y Platón— hay una fascinación por descifrar esa esencia inmutable que está por encima de los fenómenos imperfectos de la vida material. Platón, siguiendo a Parménides, le llamó “la idea”, última realidad posible.

Se podría discutir en abstracto hasta qué punto eso nos obligaría a considerar a Platón como un místico en contraposición a los talmudistas como gente pragmática. Pero eso sería demasiado filosófico. En términos prácticos, los resultados son evidentes: Toda la construcción filosófica de Platón sirvió para justificar el sistema esclavista de la antigua Grecia, apoyar incluso a tiranos, y relegar a la mujer al nivel de objeto incapaz de pensar. Para la lógica talmúdica el asunto no tiene demasiadas explicaciones: Un sistema de pensamiento que justifique esos excesos, o incluso que apenas los permita, no puede estar basado en la Torá.

La lógica talmúdica, en contraste, eliminó la práctica de la pena capital, defendió el papel de la mujer en la sociedad, y entendió la esclavitud como algo indeseable, sentando las bases para su eventual abolición.

¿Qué vino después? La historia de la Filosofía se convirtió en un conflicto interminable entre modos de explicar al ser humano y al universo, mientras que el Judaísmo Talmúdico logró su sobrevivencia e incluso su renovación y florecimiento.

El punto es que la Filosofía tiene un severo problema: Con mucha facilidad se convierte en una tentación para que el filósofo se disocie de la realidad.

Un ejemplo excelente lo tenemos con Foucault y el posmodernismo. A primera vista, la filosofía de Foucault parece una genialidad de lo más asertiva. Y hay algo de razón en ello. Por ejemplo, Foucault le corrigió la plana a los marxistas de su tiempo al explicar que el ejercicio del poder no es exclusivo de la relación opresor-oprimido, y más aún, que ese no es el único rubro donde importa el ejercicio violento del poder. En realidad, existen los micropoderes que inundan nuestras relaciones cotidianas (el esposo sobre la esposa, el padre sobre los hijos, el hermano mayor sobre los hermanos menores, etc.), y son tan determinantes y perniciosos para el ser humano como el poder de los opresores sobre los oprimidos a nivel de lucha de clases sociales.

De allí, Foucault pasó al discurso que cuestiona la ciencia como algo con valor por sí mismo, apelando a que la validación de “la verdad” siempre está sujeta a un ejercicio de poder. Es decir, quien tiene el poder decide en gran medida “cuál es la verdad”, y explicó cómo esto aplica incluso a la matemática.

Fue un fallo absoluto por parte de Foucault, pero lo peor no fue eso, sino lo que vino después.

Una realidad que muchos filósofos (o amantes de la Filosofía) generalmente pasan por alto es el modo en el que los grandes planteamientos filosóficos se traducen a la realidad, especialmente porque quienes hacen esa traducción —la gente común y corriente— no tienen la mínima idea de lo que dicen esos planteamientos filosóficos. O dicho de un modo más duro y directo: La genialidad intelectual de una escuela filosófica suele ser traducida a la realidad por gente inculta, e incluso bruta.

Cuando se topan con eso, muchos filósofos suelen apelar a que “el problema es —justamente— que es gente inculta que no entiende…”. Pero no. No es eso. Es que así funciona siempre, porque la mayoría de la gente en el mundo —lamentablemente— no entiende un ajo de Filosofía, es inculta, e incluso bruta.

¿En qué acabaron las críticas de Foucault contra la validación de la ciencia moderna por parte del Capitalismo opresor y machista? En que ahora tenemos a mucha gente creyendo que no llegamos a la luna, que el mundo es plano o que las vacunas son nocivas.

Esa fue la aplicación práctica hecha por la humanidad —la única que existe en este planeta— de las ideas de Foucault.

Eso mismo le ha pasado a los planteamientos de todos los filósofos de la Historia. Por ello, en vez de tener grandes mentes lúcidas y críticas como Kierkegaard, tenemos muchachos depresivos que sólo se lamentan su existencia; en vez de feroces analistas y despiadados críticos de los defectos de la sociedad como Nietzsche, tenemos fascistas estúpidos que se creen súper-hombres sin entender un gramo de lo que esto significa; en vez de tener agudos pensadores como Marx que reflexionan en cómo los medios de producción condicionan al individuo y a la sociedad, tenemos gobernantes inútiles que por medio del estatismo y los dispendios sociales hunden a países enteros y dejan a sus habitantes en la pobreza; y en vez de tener mentes brillantes aunque despóticas como Platón, tenemos gente convencida de que basta con repetirse cada mañana “yo decreto…” para que su entorno real se transforme.

¿Qué necesitan los filósofos para corregir todos los defectos que se generan por no entender cómo un gran planteamiento filosófico puede convertirse en algo ridículo?

Estudiar Talmud.

El grandísimo mérito de la sabiduría talmúdica es que parte de la realidad del ser humano. Los planteamientos teóricos pueden ser lo maravillosos que quieran, pero la realidad la construye día a día un montón de gente que no tiene ni la capacidad ni el interés para comprender y manejar esos planteamientos teóricos.

Por eso, la idea de la construcción del concepto de HALAJÁ —el camino que se debe seguir— se hizo entendiendo la realidad de esa gente, la mayoría, la masa (si gusta decirse así), a partir de una premisa tan sencilla como efectiva: Primero hay que cambiar su manera de vivir, y entonces estarán listos para cambiar su manera de pensar.

Al revés no funciona.

Adoctrinarlos para luego conseguir “la revolución social” o cualquier otro sueño similar, ha sido la ruta de muchos filósofos. Los resultados han sido desastrosos. Ejemplos modernos de qué tan bajo se puede caer son la Alemania Nazi y la Venezuela Chavista.

Así que mi recomendación es esa: Estudiar Talmud, mucho Talmud.

Una persona versada en la lógica talmúdica tendrá siempre la capacidad de comprender las implicaciones prácticas de todo planteamiento filosófico que le resulte comprensible.

Por supuesto, hay tendencias filosóficas complejas, y comprenderlas requiere de mucho estudio. Pero si una persona se toma el tiempo de ir a fondo en el análisis de esos dos universos, tendrá la capacidad de enfrentarse a la Filosofía, comprender sus mejores partes, evitar sus tentaciones y su defectos, y de todos modos siempre regresará al Talmud como el texto que mejor explica la naturaleza del ser humano, con todos sus defectos y limitaciones.

Y, además, esa persona va a recibir como premio un tesoro abstracto invaluable.

La capacidad de disfrutar los textos de Filón de Alejandría, ese grandísimo genio judío que comprendió —probablemente mejor que nadie en este mundo— la belleza verdadera de la Filosofía Griega.

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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