Tiro al aire / Yo también vi Chernobyl o paren el mundo, quiero bajarme

Enlace Judío México e Israel.- Como se sabe por los medios, Irán anunció que va a incrementar su nivel de enriquecimiento de uranio, tal como ha declarado hace unos días el viceministro de Exteriores iraní, Abbas Araghchi, durante una conferencia de prensa en Teherán.

SHULAMIT BEIGEL EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO

Según Araghchi, este paso no viola el Plan Integral de Acción Conjunta (PIAC), que es el acuerdo nuclear que su país firmó con las grandes potencias en 2015, porque “Estados Unidos lo abandonó el año pasado de forma unilateral”.

El anuncio iraní constituye la última infracción del acuerdo por parte de Irán. El pasado mayo, ese país ya aceleró el enriquecimiento de uranio, un combustible que, como todos sabemos, puede utilizarse tanto para reactores nucleares como para armas atómicas.

Francia, Alemania y el Reino Unido han mostrado su preocupación por la medida iraní. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha ido más lejos, y la ha calificado de “extremadamente peligrosa”. Netanyahu, un halcón respecto a la República Islámica, ha pedido a los europeos que impongan sanciones a Teherán. En este punto, creo que Netanyahu tiene razón. Hay que hacer algo.

Pues sí, como medio mundo, “yo también vi Chernobyl”. Pero la verdad es que no me gustó, aunque la serie está bien hecha, porque uno ya sabe el final. Hemos nacido en la era nuclear y nada de eso nos sorprende. Como tampoco nos sorprenden las películas sobre Hiroshima o Nagasaki.

Lamentablemente nos hemos acostumbrado a oír acerca de la era nuclear y conocemos lo que pasó. Y lo que puede pasar.

Algunos acusan irónicamente a Einstein y dicen que fue él el culpable de todo, cuando un día escribió sobre un pizarrón de Berlín donde daba clases, la famosa fórmula E= mc2.

Cuando nuestro maestro de química en la preparatoria de la Ciudad de México, Horacio, un español que llegó como refugiado, nos explicaba que “la energía es materia acelerada, y que sólo se necesitaba acelerarla físicamente para transmutarla en energía… energía liberada”… no entendí nada ni me interesó entonces, y no lo entiendo tampoco hoy. La única diferencia entre aquel entonces y el día de hoy, es que sin entenderlo del todo, me preocupa. Es más, me aterra. Por la magnitud de todo ello. Y porque vi Chernobyl.

Desde el momento en que lo de Hiroshima fue posible, empezamos a sentir miedo. Supongo que en 1945, después de lo de la bomba sobre Hiroshima, llamada (irónicamente digo yo), Little boy, y después que 300 mil seres humanos murieron en un minuto, no había tiempo para tener miedo. Más tarde sí. Cuando llegó la paz pero los experimentos siguieron. El primero fue en las islas Marshall, en la Micronesia.

Para quien no lo sabe, el atolón Bikini, como se le llama, es un atolón (isla coralina oceánica, con una laguna interior que comunica con el mar), deshabitada, de unos 6 km² de superficie. Es uno de los atolones que componen las islas Marshall. Ahí se llevaron a cabo, entre 1946 y 1958, pruebas nucleares. Se probaron más de 20 bombas de hidrógeno y atómicas. Para ello, fue necesario expulsar a la población indígena a otro atolón. A finales de 1960 algunos de los pobladores originales trataron de volver, pero fueron evacuados por los altos niveles de radiactividad. Antes de la explosión de la primera bomba atómica en la isla, la laguna del atolón había sido usada por Estados Unidos, como cementerio de naves durante la Segunda Guerra Mundial, hogar de un gran número de buques hundidos. En 1972, un biólogo organizó la primera expedición de buceo en aquella zona. Los buceadores nadaron hasta los buques hundidos, entre los que se encuentran el portaaviones norteamericano Saratoga, un crucero de combate japonés, y otro alemán. Sin embargo, los peligros de la radiactividad y los servicios limitados en el área han mantenido alejados a los buzos de uno de los sitios con mayor potencial en el Pacífico para la práctica de ese deporte.

Y es que se tiene miedo por la reacción en cadena. ¿Cómo puede controlarse la energía desatada cuando se desencadena la radioactividad de ciertas sustancias inestables como por ejemplo el uranio, que no cesa de producir radioactividad a veces hasta por miles de años, destruyendo el sistema nervioso y causando cáncer de todo tipo?

Dominamos el átomo, es verdad, pero vivimos a la sombra de otra muerte.

Pero como todo en la vida, las cosas tienen su lado bueno y su lado malo. Es cierto que la energía atómica sirve para matar. Puede matar. Pero no debemos olvidar que al igual que la dinamita, un explosivo muy potente (descubierto por Alfred Nobel en 1866), que se utilizó para el desarrollo y fabricación de ingenios bélicos provocando numerosas muertes y gran destrucción en las zonas de conflicto, también ha servido para aplicaciones industriales, para la minería por ejemplo. La dinamita ha desempeñado un papel muy importante en trabajos como la excavación de montañas, la construcción de carreteras, demoliciones, etc. y en general para cualquier obra pública que requiere el movimiento de masas rocosas. Su empleo en la explotación de los campos petroleros de Bakú (Azerbaiyán) le hizo ganar una gran fortuna a su creador, dinero que se emplea en la concesión del Premio Nobel.

Lo mismo podemos decir de la energía atómica. Se ha usado en infinitas aplicaciones de la medicina, (nuclear), de ahí que en los años cincuentas surgieron varias centrales atómicas.

Los datos del Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA) recogen que, en enero de 2018, existían 448 reactores nucleares operativos en todo el mundo y 58 unidades más en construcción. China, seguida de Rusia, India, Emiratos Árabes Unidos, Eslovaquia, Finlandia y Francia son algunos de los países que construyen centrales nucleares con dos objetivos básicos: garantizar el suministro eléctrico y poner freno a las emisiones contaminantes.

Pareciera que el proceso es sencillo. Al desintegrarse el uranio radioactivo, se produce energía, que se traduce en calor, etc. etc… Solo hay que controlar la energía liberada. Ahí está el detalle.

Tal vez algunos recuerden la película gringa “El Síndrome de China”, con Jane Fonda y Jack Lemmon. Ya ahí se presentaba la posibilidad de explosión de una central nuclear y el peligro consiguiente. No era una buena película. Lo que la hizo famosa es que unas semanas después que se estrenó, hubo una catástrofe en una de las centrales nucleares norteamericanas. Fue en Pennsylvania. Como sucede muchas veces, la ficción se adelantaba a la realidad.

El accidente de Three Mile Island ocurrió el 28 de marzo de 1979. En el momento del accidente unas 25.000 personas residían en zonas a menos de ocho kilómetros de la central. Hasta el accidente de Chernóbil, ocurrido siete años después, Three Mile Island fue considerado el más grave de los accidentes nucleares. Todo comenzó cerca de las 4:00 de la mañana, cuando se produjo un fallo en el circuito secundario de la planta. Como en el cine.

En estos días estuve viendo la serie Chernóbil. En Pripyat, una aldea ucraniana hace unos años, un 26 de abril de 1986, no se sabe muy bien hasta hoy en día si por error humano o por exceso de radioactividad acumulada, se declara un feroz incendio que hace explotar el reactor número 4 de la central.

Un mes tardan en controlarlo, muriendo miles de personas, no solo entonces, sino los que en los próximos cuarenta años morirían a consecuencia de la radioactividad dispersada, no solo en la URSS sino en buena parte de Europa. Han pasado 33.

Como siempre cuando pasa, como en las películas, se formó una gigantesca nube de cerca de un kilómetro de altura, que fue llevada por los vientos, primero hacia el norte, Finlandia y Suecia, y luego hacia el sur, Alemania, Francia y aun Italia. Esa nube estaba cargada de sustancias radiactivas letales. Ha sido hasta ahora el peor de los accidentes nucleares. Y tuvimos suerte, dicen por ahí los entendidos, pues ocurrió de noche, a la una y pico, lo que trajo como consecuencia que en la central solo trabajaban los técnicos, y no los miles que trabajan de día. En el pueblo vecino la gente estaba en sus casas, así que solo recibieron la décima parte de la radioactividad. Por otro lado, el incendio hizo que se elevara esa columna de entre 500 y mil metros, impidiendo que las sustancias radioactivas cayeran directamente en las áreas inmediatamente vecinas. Luego, el viento arrasó esa columna hacia regiones boscosas, muy poco pobladas. Y por último se corrió con suerte de que en ese momento y los días siguientes, el tiempo estaba seco, si hubiese llovido, la radioactividad se hubiera condensado y hubiese caído al suelo.

El gobierno soviético usó todos sus recursos técnicos y humanos para ayudar a las víctimas, y algo que pocos saben, expertos israelíes especializados en trasplantes de medula ósea, fueron a Moscú a colaborar con los médicos soviéticos.

El sueño nuclear, con el que los iraníes dicen que solucionarán sus problemas de energía, puede llegar a ser una catástrofe. Puede marcar el fin del “sueño”. Un sueño que como vemos, se ha convertido ya varias veces en pesadilla.

 

 

 

Las opiniones, creencias y puntos de vista expresados por el autor o la autora en los artículos de opinión, y los comentarios en los mismos, no reflejan necesariamente la postura o línea editorial de Enlace Judío.

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Shulamit Beigel: Llegué de Israel a México a la edad de siete años. La primaria y la secundaria las hice en el Colegio Hebreo “Tarbut”. Mis recuerdos de aquella época son excelentes. Mi primer trabajo como periodista, lo hice recortando periódicos en la Embajada de Israel, en el departamento de prensa, a cargo en aquel entonces, de Sergio Nudelstejer. La prepa, fue en la Escuela de la Ciudad de México, en Campos Elíseos, que me permitió conocer otra gente y otros aspectos de la vida mexicana. Estudié y me gradué en antropología y en letras, en la universidad de las Américas, en Cholula. La maestría, en Antropología, fue en la UNAM. Antes de incursionar a la universidad viví en Teloloapan, Guerrero, haciendo trabajo de comunidad y siendo jefa de organización campesina para varias instituciones gubernamentales. Viví varios años en Israel. En esa época, los ochentas, fui productora de Ariel Roffe y Erika Vexler para Televisa desde Medio Oriente. Tuve una columna que se llamaba “Burbujas” en el periódico israelí en español Aurora, otra, “Al Margen” en la revista Semana, que ya no existe. Viví cuatro años en Caracas, cuando mi ex esposo fue sheliaj del KKL. Actualmente vivo entre Londres y Venezuela, he dejado de creer en la política y mi pasión es la literatura, el cine y la música. Confieso que ya no tengo grandes respuestas ante la vida, pero que soy muy feliz.