Enlace judío México e Israel – El 23 de julio en la Sinagoga Bet Itzjak, Shimon Alkon relató la historia de tres mujeres que lucharon por salvar la vida de sus hijos.
“Se puede decir que todas las mujeres judías son valerosas”, dijo. Añadió que en todo hogar judío hay una mujer “que construye su casa. La mujer es la que le da forma a la familia. El padre es una figura distintiva, pero escuchamos a los hijos decir “¿qué va
a decir mi mamá”.”
La primera historia que relató es la de la familia Katz, en la ciudad de Krinsky, de donde son originarios sus abuelos. Dicha familia tuvo la desgracia de perder al padre, que era el proveedor. “La madre se dedicó a trabajar en una tienda de uniformes. Este pueblo pertenecía a Rusia, Lituania o Polonia, dependiendo quién lo había conquistado, en ese momento era parte de Rusia”, relató.
“Los rusos eran muy estrictos”, dijo, y había toque de queda a las seis de la tarde, para cualquier persona, de cualquier sexo o edad. “Por esta razón la señora salía de su trabajo a las 5:45 para que le diera tiempo de llegar a su casa. Un 31 de diciembre había mucha gente en la tienda, por lo que su jefe no dejó salir a la señora Shulamit a la hora indicada, lo que provocó que llegara a su casa a las seis con un minuto. Los soldados la tomaron presa.”
Dijo que esa noche se reunió la comunidad judía y le asignó un abogado a la mujer, mismo que debía presentarse ante el juez a las 8:00 de la mañana del día siguiente. Sin embargo, el abogado llegó ocho minutos tarde. El juez le reclamó al abogado su tardanza y este replicó que aún faltaban dos minutos para las ocho, y que el reloj del juez estaba adelantado.
Al final, el juez liberó a la acusada admitiendo que podía haber una diferencia en los relojes. “Lo que esta historia nos enseña es que cada uno tiene su reloj. Tenemos que empezar por entender que tenemos que respetar el reloj de cada uno de nosotros y en general de todos.”
Luego narró una historia ocurrida en Nueva York, después de la Segunda Guerra Mundial, cuando las autoridades pretendieron prohibir la shejitá (matanza de animales según el rito judío). La protagonista de la historia era la señora Sheref, viuda y madre de ocho hijos, el más pequeño de los cuales, Moshe, enfermó de tuberculosis.
“El doctor les dijo que lo único que podía curarlo era una medicina nueva, “penicilina”, que costaba muy cara, ocho mil dólares. La señora se fue con la receta al laboratorio, después de rogar mucho al dependiente logró que se la regalara. De regreso a su casa se encontró con un borracho que, creyendo que traía licor, se la quitó y se la tomó”, luego tiró el frasco al suelo.
La mujer regresó al laboratorio y se encontró con una persona diferente en el mostrador. “Al contarle ella no le creía, así que le
enseñó el frasco. Al verlo el gerente entró al almacén trayéndole otro franco con la medicina.”
Resulta que el dependiente, con los nervios de lo que le podía pasar al haber regalado el frasco, le entregó un frasco de veneno. La mujer obtuvo el medicamento real y se lo dio a su hijo, que sanó y, años después, pudo demostrar que los animales que mueren bajo el rito judío no sufren. “Después de demostrar que el animal no sufre logró que la ley no pasara.”
Una tercera historia narró Alkon: “Antes de la Segunda Guerra Mundial, muchos señores dejaban a su familia en sus
pueblos para llegar a América a buscar trabajo para poder juntar el dinero necesario para traer a su familia. El señor Gregorio tomó camino hacia América.”
Después de unos años la señora Regina, con cuatro hijos, siguió sus pasos y llegó a Panamá, pero alguien le dijo que el señor Gregorio había partido hacia Chile.
En Chile tampoco lo encontraron. “Tomaron un pequeño departamento. La comunidad le consiguió trabajo a la señora. Al platicar con los hijos tomó la decisión de que el mayor, de ocho, cuidaría a la menor, de tres, y los de en medio se irían al colegio para aprender el idioma. Un día el grande ve por la ventana a un grupo de chicos que van a jugar con la pelota al parque, le ofrece a su hermana que le va a comprar un helado.”
Al estar en el parque, el niño deja a su hermana con el heladero y él se va a jugar. Al estar la niña con el heladero se acerca una señora que se dedicaba a robar niños para venderlo. La niña era rubia, de ojos azules, la señora ya tenía a una pareja de alemanes para vender. Después de mucho discutir con el heladero diciendo que la mamá mandó por la niña acepta dársela.
Enseguida se comunica con los alemanes y queda de acuerdo en entregársela por la noche. Al terminar de jugar el niño se da cuenta que la hermana desapareció. Al llegar la madre se dirigen a la comunidad judía e imprimen hojas con la foto de la niña.
Pasa el día y la noche sin saber de ella. Mientras tanto la secuestradora no puede entregar a la niña porque uno de los alemanes enfermó, así que quedaron en que se la levaría en la mañana. “Por precaución esta señora no quiere ir caminando y tomaun camión. Al entra al camión se sientan en la última fila. Pero en la segunda fila estaba el heladero que la reconoce, se acerca al chofer, le explica pidiéndole que en cuanto vea un policía se pare. Así lo hace el chofer, se baja del camión y lo cierra. Inmediatamente sube el policía, toman a la niña y a la secuestradora, a la que llevan a la cárcel entregándole a la niña a su madre. Esa niña era mi abuela”, finalizó.
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