Enlace Judío México e Israel.- Ruido de vida en la cocina. Los nietos llegan, y la abuela empieza el delicado ejercicio de la memoria: cuando eran pequeños, los desayunos pantagruélicos con que los cebaba en los veranos de Cadaqués, las anécdotas de nuestros animales, el añorado abuelo y sus ocurrencias…
PILAR RAHOLA
Es el traspaso del relato familiar, guardado con celo por nuestro miembro más honorable, que, siendo abuela y bisabuela, es la madre de todos.
Escucho sus historias embelesada, con la nostalgia que acompaña el tiempo pasado, y cada recuerdo es un retrato fijo de un momento que pasó, pero que se mantiene vivo en este instante luminoso. Mientras la abuela deshilacha la madeja de la memoria, observo las miradas de los nietos, con el bisnieto enredando por todos lados, inconsciente de ser, él mismo, el creador de un recuerdo nuevo. Y al contemplar la es¬cena, a distancia, como si fuera una mirada intrusa, siento envidia de mí misma, por la suerte de vivir estos momentos robados, tan grandiosos en su pequeñez.
“La vida es lo mejor que se ha inventado”, suspiraba el coronel de García Márquez que no tenía quien le enviara una carta. Sobre todo, añadiría, si el relato de vida se escribe a muchas manos y, más allá de la descarnada soledad de la existencia –al fin y al cabo, el primer aliento y el último son, inevitablemente, actos solitarios–, conseguimos crear un denso relato compartido donde nos conocemos y reconocemos, porque hemos tejido nuestro lenguaje en una red de complicidades. Es por eso que, cuando mamá inicia la sinfonía de la memoria, cada uno de nosotros distingue las notas, y desde sus notas, recuperamos la propia sinfonía. Es cierto que nadie recuerda de la misma manera el pasado, porque la memoria se construye con el propio barro y somos nosotros los que modulamos las formas, pero es suficiente con la sintonía que unos y otros reconocemos para sabernos miembros de una obra común.
Reconozco que estos instantes robados en el momento menos esperado, el desayuno en la mesa, unos sentados, los otros que llegan, la abuela y sus historias, el silencio que escucha…, sí, son pura magia, un caudal de destellos luminosos que alimentan aquello que llaman alma. Borges decía que había cometido el peor pecado que se podía cometer: no había sido feliz. Sin embargo, ¿qué es la felicidad? No creo que sea un estadio, ni una condición, ni que sea de fácil definición. Más bien debe de ser eso, la suma de insólitos momentos, vividos en compañía, que aparecen sin permiso, despojados de trascendencia y, sin embargo, capaces de sublevarnos las emociones. El desayuno de hoy mismo. Un día de verano en nuestro pueblo querido, miembros de la familia reunidos en torno a la mesa, la conversación indolente, el reloj sin manecillas y, de repente, la abuela que deshace el hilo de Ariadna y nos permite recorrer el laberinto del tiempo pasado, allí donde habitan los pasos perdidos. Sí, debe de ser la felicidad.
Fuente: lavanguardia.com
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