Enlace Judío México e Israel.- Perdonar es tal vez una de las actitudes más difíciles que se nos presentan constantemente en nuestra vida.
DANIEL KRIPPER
El perdón es una de las emociones positivas que todas las religiones, cada una a su manera, han ensalzado y favorecido como virtud en todos los tiempos. Quizás porque el perdón no brota espontáneamente del corazón humano. Lo que resulta visiblemente natural para quien se siente agraviado o traicionado es buscar venganza, hacer que el “otro la pague”, “que se haga justicia” en sus términos. El otro es quien se desvió de sus parámetros morales y de sus “legítimas” expectativas. Por lo tanto, perdonar es tal vez una de las actitudes más difíciles que se nos presentan constantemente en nuestra vida de relación.
Como la mayoría de las personas, yo lo he experimentado en carne propia en más de una ocasión vez y me consta la magnitud del desafío. Cada día vivimos a ambos lados del perdón. La tarea es practicar ambos, perdonar y recibir el perdón.
La etimología dice que “per” es un prefijo que alude a “intensidad” y “por entero”. Y “donar” significa “regalar o ceder voluntaria y gratuitamente”. Está relacionada con la palabra donación. Entonces, se trata de dar por completo, en un acto de total generosidad por parte de quien perdona una ofensa. El perdón tiene su origen histórico en la remisión de una deuda por parte del acreedor.
Perdón es una decisión de cambiar la regla de juego de la reciprocidad: tú me ofendiste, agraviaste, etc., y yo te pago con la misma moneda. Perdonar es borrar la negatividad de la acción a ser perdonada. No es aceptar que lo acontecido en el pasado está bien, ni minimizarlo, sino entenderlo desde una perspectiva más elevada. Si bien se podría pensar que al no perdonar retenemos nuestra superioridad moral, en el fondo estamos cediendo nuestro poder, estamos renunciando a nuestra propia capacidad de elegir y liberarnos. Cuando lastimo a otro se pone en juego mi capacidad de disculparme, de simplemente decir “lo siento”. Este gesto requiere coraje y sobre todo humildad. Con frecuencia el ego nos juega malas pasadas y no nos permite dar ese paso.
Un ejemplo trivial pero ilustrativo: días pasados estaba yo regresando de un viaje, y el avión salió con algún retraso, lo que seguramente ocasionó molestias a más de un pasajero. Por eso fue bien recibido el mensaje del comandante, explicando los motivos del retraso y pidiendo las disculpas del caso.
Al respecto leí recientemente acerca de una emotiva historia en una comunidad religiosa en Israel. Se trata de un conflicto que se había suscitado en el seno una familia “jaredí” o ultraortodoxa de Jerusalén. Como en otros casos similares, un hijo de la familia decidió no seguir el camino de sus padres, alejándose de la tradición en la que había crecido, eligiendo en cambio una vida secular. Para los padres ello fue un duro golpe, que frustraba por cierto las expectativas sobre su hijo. Es usual en dichas comunidades que, bajo estas circunstancias, se produzca un corte en la relación entre padres e hijos. En este caso, en cambio, el padre, jefe de familia, adoptó una actitud distinta. Él quedó profundamente embargado ante el distanciamiento de su hijo, y a pesar de las consecuencias negativas en la opinión de la gente de su barrio (finalmente se vieron forzados a mudarse a otro barrio más tolerante), decidió reconciliarse con su hijo y respetar su voluntad. De ese modo retuvo el lazo de afecto que lo liga al joven, admitiendo su derecho de formar su propia opinión y sostener su sistema de creencias. “El perdón no es algo mensurable, viene de un lugar profundo, de la esencia divina del ser humano, esta es la grandeza del hombre”, dijo emocionado el padre.
Ya lo dice el proverbio, “El amor cubre todas las faltas” (Proverbios 10:12). Hay un lugar más hondo que todas las faltas. Ese lugar es el amor.
Gracias a los aportes de la moderna psicología son conocidos hoy en día los beneficios del perdón para cada persona, tanto a nivel emocional como en el plano espiritual.
El perdón, así como otras emociones positivas como la esperanza, la compasión y el aprecio, es una expresión sublime de nuestra humanidad.
*Autor de “Vivir con Mayúscula”
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